sábado, 24 de diciembre de 2011

Hay un Niño que está llorando... es Navidad.

El siguiente artículo fue publicado en el Boletín de Children of Medjugorje, organización dirigida por Sor Emmanuel Mayllard, gran propagadora de los mensajes de la Reina de la Paz. Este artículo que creo conveniente publicarlo tal cual, no tiene pierde. Que nos sirva de meditación en esta Navidad.

Esta imagen del Niño Jesús posee una historia poco banal. Un franciscano de Cava dei Tirreni (cerca de Salerno, Italia) va a Israel en octubre de 2010, encuentra esta imagen y la compra de inmediato. Una vez de regreso en Italia, deja el paquete en una habitación del convento y se acuesta. Al día siguiente, una voz muy suave lo despierta: “¡Ábreme, me ahogo!”. Se turba, pensando que es la voz de su difunta madre. Después abre el paquete que había traído de Israel. ¡Y hete aquí que la imagen había llorado lágrimas de sangre! Llama a su obispo, que aquel día estaba justamente en el convento. También él constata las lágrimas bien frescas que surcan el rostro de Jesús. De inmediato se convocan a las autoridades, expertos, etc.… Se efectúan minuciosos análisis que comprueban la autenticidad del hecho. No hay truco alguno. Se trata de verdadera sangre humana, con las mismas características que la del Santo Sudario de Turín. Un año más tarde, el 24 de octubre de 2011, la imagen es expuesta para la veneración de los fieles.
Se aproxima la Navidad y ya hemos preparado el pesebre. El Niño Jesús será colocado allí y nos reuniremos en familia para venerarlo, adorarlo y maravillarnos por su venida entre nosotros. ¡Sin embargo, hace un año, este Niño lloraba lágrimas de sangre! ¿Por qué se ahogaba en su caja? Dijo: “Lo que hagan al más pequeño de los míos, a mí me lo hacen”. ¿Qué hemos hecho? o ¿qué hemos omitido?
Hemos hermoseado la historia de Navidad, engalanamos el pesebre con guirnaldas, lo iluminamos con luces de colores (no había luz allí), lo hemos convertido todo en algo muy agradable de contemplar. Pero podemos cuestionarnos: “Niño Jesús, tú, si nos hablaras hoy, ¿qué nos dirías? ¿por qué lloras? ¿qué nueva angustia mortal te hace derramar lágrimas de sangre? ¿en qué nuevo Getsemaní está sumergido tu adorable corazoncito que no es más que amor?Cada uno imaginará su respuesta. Pero estas lágrimas no deben escapársenos, ¡nos sacuden! Sí, ¿qué hemos omitido? ¡Más que nunca tenemos ocasión para enjugar el rostro de este Niño! Todos podemos secarle al menos una de sus lágrimas de sangre. Y esto simplemente por una oración hecha con el corazón, por un ayuno ofrecido por una madre que piensa abortar a su bebé, por una visita a un vecino afligido por la soledad, por una ofrenda discreta a una madre de familia que pasa necesidad… El Niño Jesús es tan humilde que lo acepta todo, ¡hasta el más mínimo gesto de afecto! El 25 de diciembre, ¿no es por cierto SU aniversario? ¿No tiene acaso derecho a ocupar el primer lugar en nuestras celebraciones y a que los regalos más hermosos que rodeen nuestro árbol de Navidad sean los suyos?

Niñito Jesús, por tu inocencia, ¡ven a sanar nuestros corazones que asfixiados por las vanas preocupaciones del mundo! No queremos dejarte gimiendo encerrado en tu caja mientras nos pavoneamos lejos de ti. Todo lo contrario, ¡te abrimos nuestras puertas de par en par! Queremos que estés con nosotros en todo tiempo y lugar, queremos llevarte en nuestro corazón herido como el Niño de la casa del cual estamos orgullosos. Porque “eres el más bello de los hijos de los hombres y en tus labios se derrama la gracia” (Sal 44,3). No tengas miedo, Niño Jesús, no te haremos ningún daño, quédate con nosotros, ¡sin ti estamos acabados! ¡Tú eres nuestra alegría y nuestra gloria!
(Sor Emmanuel)

viernes, 9 de diciembre de 2011

¡Por favor, cuida el rebote!

Creo que este artículo debí escribirlo y publicarlo hace ya un buen tiempo. Hace varias semanas que lo tenía en la mente pero... Que bueno que ahora lo pueda plasmar en este blog.
¡Por favor, cuida el rebote!
Sí, así se llama el artículo y eso es lo que quiero decirles a muchos jóvenes, chicos y chicas que se lanzan disparados a la vida luego de haber permanecido por varios años cual resorte comprimido u oprimido por manos de aquellos que decían quererlos mucho.
No, no hablo ni escribo en chino mandarín ni en aymara. Me explico un poco más. Estoy pensando en este momento en varios casos muy similares en los que, por poner un ejemplo, está un chiquillo -de colegio o de universidad- que vive con sus padres y que sufre o goza de un agobiante control-persecución-manipulación-chantaje sentimental-espionaje selectivo de su papá.
Creo que cualquier adolescente o joven que sufra esa situación terminará anhelando con toda su alma liberarse de algún modo de esa "opresión" de cualquier manera. Soñará con el día feliz en que pueda él o ella decidir su camino libremente y sin control de nadie. Suspirará con el día en que por fin le tengan confianza y respeten sus decisiones. Deseará ser él o ella misma.
Y como en la vida todo da vueltas, ese día tarde o temprano viene. O si no viene ese bendito día el pobre muchacho o chica oprimida hará que venga o se lo fabricará, se lo inventará y ya está: Somos libres seámoslo siempre y antes niegue sus luces el sol que faltemos al voto solemne que la Patria al eterno elevó...
Y ahí comienza otro drama, es el momento del rebote. A tanta represión u opresión corresponderá una fuerza liberadora variable y tremenda, es el rebote de la vida.
Y aquí se ubica mi preocupación sacerdotal: "¿Qué será del rebote de tal o cual muchacho, de tal o cual chiquilla?" "¿Hasta donde le enviará su rebote?" "¿Dónde terminará después de su rebote?" "Ahora que es libre tal o cual chico o chica, ¿qué será de su libertad ganada o robada por lo bajo?"
Yo no sé qué es lo que pensarán ciertos padres y madres de familia que lo único que saben dar a sus hijos son prohibiciones y amenazas... Hace mucho tiempo que, como educador, aprendí que ese camino no conduce a nada bueno y que lo único que se cosecha de ese modo son racimos de hipócritas solapados o gente sin motivación.
No estoy diciendo que los padres y madres de familia no deben poner normas en sus casas: claro que deben hacerlo y que sean normas bien claras y también humanas y sinceras, acatadas por todos los de la casa. Pero es una cosa de doble filo el andar solamente sospechando de todos, controlándolo todo y prohibiendo todo, más todavía: prohibiendo todo lo que no se conoce.
Pero bueno, existen padres y madres de familia que tienen ese "bendito" deporte, el de hacer la "vida a cuadritos" a sus hijos... quizá como liberación de sus propias frustraciones personales o como una especie de venganza solapada por lo que hicieron con ellos mismos cuando adolescentes o jóvenes. Pero bueno, esos padres de familia ya están hechos así y, salvo alguna terapia psicológico-espiritual, posiblemente mantengan esa conducta toda la vida.
Los que me preocupan más son esos jóvenes, chicos y chicas que luego de cierto tiempo de "opresión" saldrán disparados a la vida. Lo más probable es que se den grandes golpes y trancazos y que luego de tanto golpe, piedras, lodo y todo lo demás se den cuenta de que no cuidaron el rebote.
Conozco varios casos concretos de jóvenes que viven estos dramas y, aunque me dijeron que ellos tenían bien claros sus principios y sabían lo que hacían, luego de un tiempo los he observado derrumbados por sus propios rebotes.
(Claro, si durante el tiempo de tu "opresión" no te mostraron cariño, entonces apenas te liberes te vas a amarrar a la primera persona que te haga sentir amado... y... si esa persona lo único que quiere es apreovecharse de tus sentimientos, de tu cuerpo o de tus caricias pues... ya fuiste. Si durante tu tiempo de "opresión" nunca te dieron libertad para elegir nada, si siempre te marcaron el paso, escogieron por tí y hasta hablaron por tí, apenas te liberes de todo ello entonces harás estreno de tus propias elecciones y decisiones, pero como no tienes experiencia y como siempre estuviste acostumbrado a que otros piensen por tí, vendrá alguien, otra persona, que pensará por tí y va a influir tanto en tu vida que pasarás de una opresión de casa a otra peor y desconocida).
Y quisiera pedirles a todos esos chicos que hoy sufren ciertas "opresiones" paternas o maternas que tengan mucho cuidado, que vayan a los pies de Jesucristo, que se refugien en verdad en Él, que Él sea su baluarte y su fortaleza, que Él les enseñe a sobrellevar correctamente ciertas "opresiones" que la vida nos da y que saquen buen fruto de ese tiempo difícil que llevan o que han llevado.
Y quisiera ver menos jóvenes desbocados o embarrados por sus propios y descontrolados rebotes.
Y quisiera que los que ya se han desbocado por sus rebotes vuelvan a la paz de Dios, que se reconcilien con Él y que perdonen a sus padres, que se perdonen a sí mismos. Y quisiera decirles que tengan el valor y el coraje de salir de sus lodos, porque ahí arriba hay un Padre Bueno que los espera con los brazos abiertos para decirles que todo puede ser reparado, perdonado y purificado y que incluso... todo puede ser mejor... como nunca antes.

martes, 11 de octubre de 2011

"En la cátedra de Moisés se han sentado..." (III parte)

III

No digo que esta triste situación de los "creyentes de cofradía" sea la tónica general entre los fieles católicos de nuestro medio. Lo que sí digo es que esa mentalidad está bien extendida en algunos sectores eclesiales y hace mucho daño al mismo Pueblo de Dios, paraliza la efusión del Espíritu de Dios en medio de nosotros, retrasa por tiempo indefinido el Nuevo Pentecostés al que nos llama insistentemente el magisterio de los últimos Sumos Pontífices. Esta mentalidad ajena y extraña al Evangelio paraliza la fe, bloquea la caridad y nubla la esperanza cristiana, infiltra en las venas de La Iglesia un maligno colesterol espiritual y no permite muchas veces la renovación de elementos y miembros en nuestras asociaciones e instituciones religiosas. Y algo muy triste: esta mentalidad ajena al Evangelio bloquea el ansia de santidad en los jóvenes y en las personas que recién se convierten y se agregan a La Iglesia.

El "creyente de cofradía" es el primero que se opone a la renovación en santidad de La Iglesia. Al aferrarse a sus costumbres humanas y al no querer dar paso a la Palabra de Dios él mismo bloquea la novedad del Espíritu Santo, bloquea la conversión de nuestras comunidades y por ello muchas bendiciones se quedan como suspendidas, muchos milagros de vida nueva quedan bloqueados y no terminan de darse. El "creyente de cofradía" teme lo nuevo, se opone a cualquier cosa que sepa a renovación, tiene mucho miedo a la revisión de la fe y de la vida, teme confrontarse con su verdad, prefiere pensar que nunca se equivoca y hace lo posible para convencerse de que él -o ella- ya lo sabe todo y ya lo ha visto todo. Su lógica dominante es la de la prudencia y la de la experiencia: es el más prudente y el más experimentado de la comunidad. Todo lo juzga desde esas dos categorías: prudencia y experiencia, esa es su máxima sabiduría (sabiduría humana, claro, no divina). Por prudente nunca se aventurará a dar paso al Espíritu Santo, no vaya a ser que le muestre un camino nuevo y más verdadero. Por prudente no se aventurará a lo nuevo y por experimentado y adorador de la "experiencia personal" carecerá de sencillez y humildad y será muy difícil que se abra a La Verdad.

Por todo esto necesitamos hacer crecer el Espíritu en nosotros para que ahogue y saque a flote todo lo carnal que podemos tener anidado en el interior de cada uno. Si los creyentes católicos no asumimos este reto tendremos la grave responsabilidad de haber puesto sobre los hombros de La Iglesia un peso muerto que luego será más difícil de llevar y de remover. Y por sobre todo, le habremos hecho un muy mal marketing a la persona viva e inigualable de Jesucristo Nuestro Señor.

Seguramente nos seguiremos topando con la realidad de creyentes que estando en la Cátedra de Moisés no den -espiritualmente hablando- la medida. Lo nuestro será asumir con sencillez y humildad una nueva actitud, más evangélica y más del agrado de Dios para salvar a más hermanos y hacer más fácil el acceso de todos al Reino de Dios.

¿Estamos dispuestos a tomar este reto?

martes, 4 de octubre de 2011

"En la cátedra de Moises se han sentado..." (II parte)


II

Creo que se nos conoce poco a los católicos (fieles, sacerdotes, religiosos y religiosas incluídos) como personas del Espíritu, como hombres y mujeres de Dios. Muchas veces sólo llegamos a dar el testimonio o la imagen de ser personas "dedicadas al tema religioso". Porque estoy seguro de que la distancia que existe entre una persona externamente devota y una persona DE Dios, es muy grande.

Y es aquí donde yo constato con no poco dolor y tristeza una realidad que cunde en algunos sectores de nuestro catolicismo peruano: nos contentamos con ser "creyentes de cofradía". Solemos ser muy "religiosos" pero sabemos poco o nada lo que significa ser gente que vive una seria vida espiritual. ¿Será que los creyentes que quieran vivir una seria vida espiritual están obligados "sí o sí" a migrar a las sectas de tipo oriental donde -entre mantras y yogas- se les infunde una confusa espiritualidad?
...........
¿Y cómo es un "creyente de confradía"? Es un creyente que tiene estos rasgos:

* Sus "creencias" no modifican su vida práctica. Cree en Dios como quien sabe que existe en algún lugar el planeta Júpiter. Su fe es una cuestión teórica, se trata de saber que existe Dios y punto. Pero esa fe no le mueve a cambiar nada de su comportamiento, él o ella piensan: "Una cosa es mi fe y otra cosa es mi vida, son aspectos distintos de la vida de cada quien, cada cosa en su lugar"

* Tiene algunos signos de devoción. Se persigna, reza un poco, lleva algún detente, se pone un hábito cuando se acerca la fiesta de su patrón, puede llevar al cuello una cruz, una medalla, etc. Pero su fe sólo llega ahí y no da para más. Ni que decir que nunca se planteará el dar testimonio de su fe por medio de sus palabras. Se queda mudo ante los demás, no defiende su fe, ni defiende a La Iglesia de quienes la atacan arteramente, es más: será quizá uno de los primeros que hable mal de sacerdotes o religiosas, el primero que se queje de la misma Iglesia (¡!)

* Ama el dinero y sus placeres. Convierte la fe en un buen negocio, busca ocupar los más altos cargos de asociaciones o instituciones religiosas, no tendrá reparo en lucrar con la devoción de la gente que tiene buena voluntad. Pretende servir a Dios y también a sus propios bolsillos... al final sólo cree en el dios-dinero y usará la fe como escudo protector de su negocio vil y asqueroso.

* Ama las procesiones y las imágenes más que a Jesucristo mismo. Es un experto -o experta- en organizar, dirigir y programar procesiones. Sabe arreglar andas, contratar bandas, adornar cuadros, comprar estatuas, edificar altares, mandar hacer urnas, pedestales; sabe vestir y desvestir santos, coleccionar mantos bordados para luego cuidarlos como se cuida la bóveda de un poderoso banco y vivir poniendo sólo en esas cosas su corazón y su fe. Sin embargo le importará poco o nada Jesucristo en la Santísima Eucaristía o en los demás sacramentos, "Esas son cosas del cura y de las monjas" dirá. Por todo ello será el primero en recibir sacrílegamente la Eucaristía (para que todos vean que sí comulga y es "un católico hecho y derecho") No mostrará ningún respeto de las cosas verdaderamente santas: Los sacramentos. Vivirá pegado y prendido de sus yesos y de sus bultos, de sus cuadros y de sus andas, esas cosas tendrán para él más valor que todo lo demás (aún siendo católico terminará siendo un idólatra auténtico). ¿Vivir en gracia? No sabrá lo que es eso ni sabrá lo que es tener vida espiritual. Su fe no será bíblica: sustituirá la Sagrada Escritura por el libro de devociones. Tampoco sabrá leer los Evangelios, ni le interesará formarse en la fe, ni asistirá a retiros ni jornadas de crecimiento en el Espíritu porque él -o ella- ya lo saben todo y nadie les vendrá a enseñar nada nuevo.

* Tiene doble vida. Su conducta externa frente a la comunidad creyente en general le hará aparecer como una persona correcta y de buenas intenciones, pero por lo bajo su vida se manejará según oscuros intereses y pasiones: "Es mi vida privada" se dirá para absolverse a sí mismo. Al final podrá rezar un poco y a la vuelta de la esquina o en la misma Iglesia -y bien bajito- podrá calumniar vilmente; aprenderá el arte de acercarse a las cosas santas con el corazón muy alejado de Dios: combinará la devoción y la brujería, por ejemplo. Combinará el rezo y el chisme, la adoración y el robo, la devoción y el adulterio, el juramento y la mentira, la bendición y la maldición, el elogio y el insulto, la ayuda y la envidia, la confidencia y la intriga, el "Alabaré" y el "atacaré".

* Curiosamente, no pocas veces se presentará como el defensor de "la más genuina tradición católica" y, cual Apóstol Santiago estará a punto de salir a pasear con caballo y espada en mano para cuidar celosamente las "costumbres" católicas frente al asecho de sacerdotes y fieles "modernistas" que hablan más de Jesucristo Vivo que de tradiciones y costumbres humanas (que él considera más santas que el Santísimo mismo). Por ello mismo no pocas veces será un soterrado impulsor de acciones para cambiar, alejar o quitar de en medio a sacerdotes que los enfrentan y desenmascaran en sus doctrinas poco santas y menos evangélicas.

* Es un vanidoso sin alma y sin gracia. Jesús ya había hablado de ellos cuando dijo: "... Todo lo que hacen es para que los vea la gente... Se pasean por las plazas... les gusta que les hagan reverencias... Ya han recibido su paga..." (Cfr. Mt 6,1-4). Ocupan casi siempre los primeros puestos, les gusta los asientos de honor y se ponen fácilmente "en vitrina" con la "cara de yo no fui". Ofrecen el triste espectáculo de malos remedos de santos sobre los escaparates de la fe.
.......

(continuará)

martes, 27 de septiembre de 2011

"En la cátedra de Moises se han sentado..." (I parte)

I

El mundo en que vivimos está en poder del Maligno, que duda cabe.  Jesucristo lo había ya advertido en el Evangelio.  Él fue muy claro al decir que Su Reino no es de este mundo (Cfr. Jn 18,36) y que Satanás es el príncipe de este mundo (Cfr. Jn 12,31). Es así que el maligno está suelto en el mundo y tiene una cierta libertad para hacer estragos en el Pueblo de Dios.

Es una terrible ingenuidad el pensar que el mundo (según la categoría de San Juan en sus escritos) está de acuerdo con la fe en Jesucristo.  El mundo es un aliado estratégico del maligno y juntos tejen mil telarañas para que el Evangelio y la persona misma de Jesucristo no aparezcan ni resuenen en nuestras calles y plazas.  Mundo y maligno juntos bajan el volúmen de la Verdad de Jesucristo, ocultan el bien, hacen aparecer imposible la santidad en nuestros tiempos y sacan a la luz las torpezas y desaciertos de los creyentes y los ponen ante nuestros ojos como los únicos frutos de la verdadera fe.  Mundo y maligno hacen espacio y fabrican el caldo de cultivo del pecado.  Pero el maligno sabe también infiltrarse en las filas de los creyentes y hace estragos.

Uno de los estragos u obras más sutiles y demoledoras que lleva adelante el maligno en nuestras comunidades es adormecer e impedir la conversión del corazón en no pocos creyentes.  Y más todavía cuando estos creyentes no convertidos (es decir, que no han conocido el amor de Dios) se transforman en los primeros que detienen el avance del Reino entre nosotros.  Podemos tener el nombre de cristianos y católicos pero puede ser que el Evangelio no ha bajado a lo más profundo del corazón y no lo ha transformado.

A mí me resulta evidente esta realidad en el hecho, baste un ejemplo, de que el lider de una comunidad cristiana o eclesial sea el primero en ofender los mandamientos de la ley de Dios y viva una doble moral.  O cuando constato que los que dirigen alguna obra evangelizadora o religiosa son los primeros ocupados en satisfacer exclusivamente sus intereses personales, materiales.  O cuando quien tiene la obligación de enseñar y guiar en santidad a sus hermanos es el primero en vivir bajo la esfera del pecado y del sacrilegio...
Y por razones como esas es el mismo Reino de Dios el que no echa raíces fuertes entre nosotros y al final se cumplen las palabras de Jesús: "En la cátedra de Moises se han sentado los escribas y fariseos.  Hagan pues y observen todo lo que les digan, pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen" (Mt 23,2-3).

Y por ello no pocas veces tenemos un Reino de Dios maniatado, mutilado, amordazado, adormecido y bloqueado.  Y por ello muchas veces las mejores iniciativas apostólicas o esprituales quedan bloqueadas, truncadas, frustradas o eliminadas.  ¿El enemigo en casa?  A veces me parece que sí.

Y también pienso que debemos hacer más fuertes las alas del Espíritu Santo en nosotros para poder romper tantas barreras de incredulidad, indiferencia, cerrazón, autosuficiencia y mezquindad: tanta carnalidad.
Y pienso que la única manera de contrarrestar tanta carnalidad, tanta adoración del "dios vientre" (Cfr. Filp 3,18-19), tanto culto al dinero, tanta adoración de la vanidad, del poder humano, es y será nuestro esfuerzo por dar alas al Espíritu en nosotros.

(continuará)

jueves, 22 de septiembre de 2011

El "hermano sufrimiento"

Gracia y paz para todos Ustedes.
El hermano sufrimiento. Ya parece mucho llamarlo hermano. Para no pocos es algo así como un chiste de mal gusto el llamarle hermano. En verdad muy pocos aceptamos tenerlo cerca de nuestra vida. Es algo así como aquel “amigo” al que aceptamos sólo por teléfono, a cincuenta kilómetros de distancia y una vez cada que él se acuerde.
¿Quién nos dijo que el sufrimiento no era de casa? ¿Quién nos engañó haciéndonos creer que el hermano sufrimiento no era de la familia? ¿Quién lo asoció a: desgracia, mala suerte, o pero aún , quién lo asoció a: maldición? No tenemos tantas respuestas a mano.
Cuando conocí a Jesucristo la vida se me iluminó, lo viví resucitado, lo viví lleno de gozo, casi podía contemplar su sonrisa y sentir su paz, podía dejarme abrazar por su alegría y ensanchar los pulmones con su amistad tan llena de dinamismo y luz. Ese fue el Jesucristo de mis dieciséis años.
Pasaron unos años, varios. Aquel Jesucristo se ponía un poco más serio, nos veía contentos contándole como los demonios salían corriendo al poder de nuestra voz, sí, se alegraba con nosotros pero tenía que decirnos algo más, tenía que decirnos esa parte del discurso en la cual se deja la sonrisa y se piensa de verdad, esa parte del discurso del padre de familia en la que se anuncia que habrá que ajustarse los cinturones, en la que habrá que dejar muchas cosas y prepararse a cosas difíciles que nos pedirán fortaleza y paciencia. Llegó aquel día y Jesús se me puso bastante serio, qué curioso: justo ese día yo estaba radiante de alegría y ni me había dado cuenta de su rostro entre serio y preocupado. Apreté los labios como tratando de no hacer caso de ese gesto que me comenzaba a dar susto. Me dijo que era necesario conocer otro lado de Su Rostro. Me hice al que no entendía.
Vino el hermano sufrimiento. Al principio me pareció demasiado. En verdad, siempre pensé que ese tipo de cosas nunca me pasarían, que mi vida era lo suficientemente vulgar como para estar sólo adornada de vulgares e insignificantes sufrimientos. Era ese Rostro de Cristo tan propio del Viernes aquel en que era coronado de espinas. Entonces me di cuenta de que recién conocía a Jesucristo de verdad y me di cuenta de porqué Jesús siempre tuvo y tendrá pocos amigos de verdad: su amistad cuesta la vida y existen muy pocos dispuestos a dejarse clavar en una cruz sin insultar a nadie ni maldecir su suerte.
No me gustó esa entrada del hermano sufrimiento en mi vida. Nos quedamos mucho tiempo a solas los dos y sin hablar nada, no era necesario hablar nada, cuando uno sufre lo que más vale es el lenguaje del corazón. Tuvo que pasar un buen tiempo para aceptarle como hermano y compañero de camino. Era lo mismo que aceptar como rostro amado aquel de Jesús en el Viernes Santo. Me pareció a veces imposible estar enamorado de un rostro ensangrentado y desfigurado. Imité a la Verónica y me llevé el Rostro del Amigo en el pañuelo y con Él enjugué una y mil veces aquellas lágrimas silenciosas derramadas a solas. Sólo mucho tiempo después comprendí que era el mismo Jesús, ese de mis 16 años, pero con un rostro más verdadero, casi diría, con su verdadero rostro.
Ha pasado un tiempo y el hermano sufrimiento me visita con entera confianza, ya he aprendido a abrirle la puerta serenamente. Hasta me he atrevido a sonreírle.
Hoy me he atrevido a pensar que en verdad el Hermano sufrimiento no es otro que Jesús mismo, veo que es una misteriosa visita de Dios mismo, que en verdad es un honor tenerlo en casa y que gracias a Él se descubren los corazones verdaderamente generosos (y quedan al descubierto también por él, los corazones chiquitos). Me he dado cuenta de que el sufrimiento es una presencia misteriosa de Dios, que es una misteriosa visita de Su Gracia y que es el que modela a los Amigos de Dios.
Si ya sufrimos, hagamos el intento de abrirle las puertas de casa con serenidad y corazón amplio. Si aún no sufrimos nada relevante, pidamos a Dios el don de ser generosos cuando nos visite.
Hasta la próxima.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El "hermano fracaso"

Gracia y paz para todos Ustedes.
Desde niños nos prepararon para ser ganadores, para ser vencedores, para salir siempre airosos en todo, para ser efectivos y eficaces, para hallar siempre soluciones a todo y para que nada nos detenga hasta conseguir nuestras metas. Incluso nos dijeron que ser cristianos era lo mismo que ser victoriosos. Pero bien pronto, siendo algo honestos, hemos tenido que aceptar que las cosas no son así, que en verdad rara vez salimos victoriosos (porque somos honrados), rara vez alcanzamos éxito en nuestras resoluciones, que en verdad nuestras argucias y planes no son eficaces casi siempre, que en verdad lo más cercano a nuestra existencia es eso que se llama fracaso (qué mal nos suena la palabra, que antipática nos resulta).
Es el fracaso otro de los hermanos que no nos caen bien, que lo aceptamos en casa porque no tenemos otra alternativa, sabemos que es de la familia pero nos resistimos a creerlo porque no nos cuadra la idea de tenerlo tan cerca.
A raíz de más de una visita del hermano fracaso al rincón de mi vida me puse a pensar un día que en verdad no tenía porqué sorprenderme su cercanía. La explicación mejor me pareció la cruz y aquel crucificado en ella. Me parece que aquel Viernes Santo que se multiplica por los siglos y que muchas veces se hace vida cotidiana en el camino de muchos anónimos crucificados debe ser recibido con los brazos abiertos y con corazón amplio y generoso.
¿Fracasó Jesús aquél Viernes Santo? Estoy seguro que sí. Aquél día marcó para toda la historia el mayor fracaso que pudo haber existido y por ese fracaso fuimos salvados y hemos obtenido de él el perdón de nuestros pecados. Jesucristo fracasó aquel día y a partir de allí todos los que le seguirían de verdad tendrían que pasar por sus fracasos con la misma entereza que la de aquél galileo, hijo de un carpintero, bien fracasado económicamente.
Entonces no nos debería asustar ni deprimir tanto el hermano fracaso, es un misterioso camino de victoria, es un camino que conduce a la luz.
Sólo fracasa quien se atrevió a hacer algo distinto, quien se atrevió a ser auténtico, sólo fracasa el que se atreve a ser coherente con sus principios. El mundo no suele aceptar a ninguno que se atreva a superar un poco su habitual mediocridad. Los humanos solemos matar (instantánea o lentamente) a aquellos que triunfan, tenemos en lo hondo del corazón una pulsión tenebrosa que nos impulsa a mirar mal a quien consigue ver más que nosotros, a aquél que se atreve a surcar un nuevo camino. Generalmente los que nunca fracasan es porque en verdad nunca intentaron nada, a lo más se limitaron a hacer lo que siempre vieron hacer a otros.
Por otro lado, el hermano fracaso es como la valla sobre la cual hay que saltar sin detenerse en la carrera de la vida. En realidad todo verdadero éxito es la suma de muchos fracasos, grandes y chicos, estruendosos o solapados. El hermano fracaso es un compañero desafiante en el camino, pero es un hermano.
Creo que, entre líneas, existe una novena Bienaventuranza en el Evangelio: «Bienaventurados los bien fracasados, porque de ellos será el éxito del Reino de los cielos»
Escribo estas líneas para quienes experimentan el fracaso en sus vidas, ¿qué les quiero decir? Les quiero decir más que un simple «¡ánimo!», les recuerdo tan sólo que hubo Uno que fracasó estrepitosamente hace dos mil años y que por Su fracaso nos dio a todos la esperanza de que nuestros fracasos cambiarán de signo cuando un día nos encontremos allí donde Él mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos, allí donde ya no habrá dolor porque ya nos lo habremos bebido hasta el fondo en esta vida.
Meternos en el camino del Evangelio de Jesucristo es meternos en una rara escuela en la que sólo nos sostiene el fracaso triunfal del Maestro. Después de todo, ¿quienes somos nosotros para exigir un camino más cómodo que el del Maestro?
Hasta la próxima.

jueves, 8 de septiembre de 2011

¿Vida espiritual?

Hace algunas semanas una buena persona me preguntó ¿Qué es tener vida espiritual? Yo esbocé una respuesta que en ese momento tenía en el corazón. Creo que esta persona estará contenta de que comparta aquí con Ustedes, Amigos de San José, aquello que le dije en esa oportunidad, con algunos retoques. Aquí va.
Me preguntas qué es vida espiritual, qué significa tener vida espiritual. La vida espiritual, según voy entendiendo, es un constante camino de subida. Es un camino de conocimiento interior que va de menos a más. Todo se reduce a conocer cada vez más a Jesucristo, el motivo de nuestra vida. Sucede que desde que nos hemos adherido a la fe conscientemente, estamos comprometidos con Él y nunca acabamos de conocerle. Siempre Su Rostro es para nosotros una aventura, una búsqueda. Conocer más de su misterio debe ser una ilusión constante en nuestro camino de fe.
Conozco muchas personas que por el hecho de saber de memoria algunas oraciones, porque acompañan varias procesiones, porque encienden algunos cirios, etc., se sienten muy católicos, muy de fe... pero desconocen lo que es vivir una vida en el Espíritu, su fe no es profunda, es exterior, meramente ritual y vacía... no conocen a Jesucristo, no tienen vida espiritual.
¿Has pensado alguna vez que hoy mismo puedes conocerle más a Jesucristo? ¿Has pensado que hoy en la Eucaristía Él tiene para decirte una palabra nueva al corazón? ¿Has pensado que hoy mismo Él te está esperando en el Sagrario y te ama como no te imaginas? ¿Te has puesto a pensar de verdad cuánto Dios te ama y cuánto le deberías amar?
Entonces me dirás que ya comprendes algo de vida espiritual. Avanzar en vida espiritual será entonces acrecentar un deseo profundo de Dios en tu alma. Se trata de llegar a tener una profunda, avasalladora, incontenible, irreductible, indisimulable pasión por Dios. Llegar a ese punto significa vivir de verdad, tener vida espiritual.
A veces creemos que Dios es “sólo” para creerse intelectualmente. Creer es adherirse, poner el corazón en Él. Dios es para gustarse, para saborearse, para paladearse, para experimentarse, para respirarlo, para que nos dé su alegría perfecta. Tú tienes derecho a deleitarte con Dios, a que Él sea tu delicia; este debe ser el fin de tu vida espiritual. Ganarte su amor debe ser tu meta y tu anhelo.
Los santos han sido sólo eso: hogueras inapagables de amor, de pasión por Dios. Dios se les convirtió en “sufrimiento”, en sueño repetido, en idea fuerte y fija en el corazón y en la mente. Cuando Dios se convierta para tí en una sana obsesión, entonces comprenderás qué cosa es tener vida espiritual y vida interior. Tienes dentro de ti un potencial que aún no conoces para amar a Dios, te recuerdo aquello que dijo Jesús a la Samaritana: «Si conocieras el don de Dios...» Este debe ser para ti el motivo de una naciente ilusión, el comienzo de una búsqueda verdadera de Aquél que es el único que podrá llenar plenamente tu corazón y del Único que podrá hacer vibrar tu alma de emoción hasta el infinito.
Ahora quizá me entiendas que la oración es ante todo “devolución” de amor, respuesta sincera, confiada, grito de alegría, de esperanza, lugar de refugio, de tomar nuevas fuerzas, punto de partida para una verdadera y sana alegría. Él te ama. Vida espiritual es buscarlo a Él con verdaderas ganas (aunque a veces el sentimiento y el fervor no se sientan).
Creo que estar ilusionado por Cristo y sus cosas es como estar un poco “chiflado” y haber perdido el cuidado y la prudencia. La gente siempre se cuida al hablar, los que aman casi no se preocupan de ello, los niños menos, ellos son libres y sólo saben ser sinceros en sus gestos y en sus palabras, cuando encuentran un poco de amor simplemente se abren a quien les ama y ya, no hacen raciocinios, simplemente aman y se dejan amar. Será por eso que Jesús habló tanto de ser como niños y Él mismo, es mi certeza, fue un “grande” con corazón de niño y por ello fue feliz. Al final creo que lo mataron por ser muy feliz, porque era muy feliz con su Padre, porque su Padre le llenaba el alma y porque no disimuló su amor por Él, era un niño orgulloso por su Papá, lo amaba de veras y por ello nos amó. Tener vida espiritual es como haber vislumbrado algo que otros quizá no lo ven, es como haber visto una luz especial que descubre para nosotros una alegría nueva; tener vida espiritual es como tener la mirada encendida e ilusionada, porque se ama y no se puede dejar de amar, porque se sabe que hemos elegido la parte mejor, la que nunca nos será quitada, frente a la cual cualquier belleza, cualquier caricia, cualquier afectillo es nada.
Después de todo, si nuestra vida no respira ilusión por Cristo, ¿para qué estamos? Él te ama, te ama como no te imaginas y tiene una ilusión contigo, no lo dudes, Él quiere hacerte muy feliz, aún no has probado casi nada, te invito a que te lances al mar del Amor de Dios, tú sabes nadar.
En el amor a Dios no importa ni la alegría, ni el dolor, importa tan sólo el amor. No te ocupes de si sientes o no ganas para tal o cual cosa, lo importante es que tomes una decisión con voluntad firme y hagas lo que tienes que hacer. No te guíes demasiado de los sentimientos, en el amor a Él importa la voluntad y el deseo de agradarle, lo demás puede o no puede ser, que va.
En verdad no me tengo por un gran experto en estos temas pero acepten esto como un compartir sencillo y confiado en Jesús.
Hasta la próxima.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Una verdad para poquitos

Gracia y paz para todos Ustedes.
Ayer saqué mi cuenta de cuantos son los que vienen a misa dominical allí donde suelo celebrarla e hice un cálculo de cuántos son los que viven por mi zona. Por si fuera poco, cuando salgo a la calle rara vez encuentro a alguno que suele venir a Misa los domingos. Soy un desconocido para muchísimos y ellos para mí.
Varias veces mirando las asambleas dominicales de aquí y de allá veo que en verdad somos tan poca cosa con relación a todos aquellos a quienes parece no importarles el “tema” de Dios. Me he consolado un poco recordando que Jesús dijo que debemos ser levadura en la masa y claro, como la levadura debe echarse en una ínfima cantidad a la masa...
Pero entre los pocos que vienen a misa también las cosas –creo- son como para descorazonarse. No pocas veces al comenzar la homilía dominical ya he visto a algunos -¿o muchos?- que se acomodan para la “siestita” de precepto. Les he bromeado y les he pedido que por favor por lo menos intenten escuchar al presbítero presente y luego de discernir unos segundos si su discurso es importante o no recién decidan y procedan a dormir o a escucharle con gusto. Pero claro, hay muchos -¿o pocos?- que ya durante la lectura de la Palabra de Dios han decidido hacer uso del descanso dominical muy bien arrullados al ronroneo del lector o de la lectora de turno, que por supuesto, leen taaaaaaaan dulcemente.
No tengo mayor comentario sobre la actitud de los fieles durante la plegaria eucarística que reza el sacerdote dado que cuando celebro trato de estar lo suficientemente recogido, también para no angustiarme si compruebo que los fieles presentes están “en otras”.
Pero saliendo del ambiente litúrgico, al observar el panorama del país, el panorama de nuestra Iglesia local, de nuestras asociaciones y grupos católicos, de nuestras comunidades y allegados a las parroquias también me he sentido un poco abatido: parece que el Evangelio es una cuestión de poquitos, una verdad de muy pocos. No sólo hablamos de números, hablamos de acertar a comprender el Evangelio en toda su magnitud más allá de cumplir con la fachada religiosa y cultual que podría prestarnos a engaños.
Cuando pienso en la historia del Perú sucedida en los últimos diez años del siglo pasado (1990 – 2000) me parece que mi tesis de que la fe católica no ha pegado de verdad en nuestra nación, se comprueba fehacientemente. Es triste que en un país que siempre se ha autodenominado creyente y católico se hayan dado casos tan clamorosos que gritan al cielo por la corrupción que han encerrado y por la degradación humana que han representado y representan... y esto en las altas esferas de nuestra sociedad, ¿y qué será lo que pasa entre la gente pobre de instrucción, cultura, fe y recursos?, ¿podríamos decir que entre ellos ha pegado de verdad el Evangelio? Tengo mis serias dudas.
Pero este no es un discurso para desmoralizar a nadie, tampoco es un genérico tirar piedras a cualquiera. Esto sólo quiere llevarnos a pensar que en verdad entender el Evangelio es una gracia tremenda que sólo viene de Dios y que se necesitan corazones abiertos de verdad a su palabra para construir el Reino de Dios.
Hace algunos días un joven me preguntaba cómo andar honestamente en medio de tanta podredumbre. Debo decir que me conmovió aquel corazón honesto que adiviné en aquel rostro sincero. Traté de decirle algo pero me parece que me quedé corto. Jesucristo es la clave: conocerle a Él, seguirle, confrontar la vida con Él, ir a su Evangelio sin glosas y sin panegíricos y sin lirismos llenos de vacía piadosería. ¡Cuánto bien hace al alma conocer a Jesús por su Evangelio! ¡Cuánto bien nos hace conocer a Jesucristo en su palabra y volverle a ver sentado en el momento diciendo, entre otras cosas, «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» Vayamos a Él, pidamos como aquellos griegos que le dijeron a Felipe: «Señor, ¡queremos ver a Jesús!» Vayan amigos, pidan a los sacerdotes que les muestren a Jesús, exíjanselo, es el deber de ellos y es un derecho que todos tenemos: Ver a Jesús.
Hasta la próxima.

jueves, 25 de agosto de 2011

Una palabra fuerte en medio de ideas débiles

Gracia y paz para todos Ustedes.
Dicen que ahora estamos en un mundo “global” o mejor, “globalizado”. Y al parecer lo propio del mundo así llamado es la firme creencia de que hoy por hoy no hay verdades absolutas ni principios válidos para todos. Fácilmente podemos saber qué es lo que pasa al otro lado del mundo, fácilmente podemos conocer como viven otros seres humanos muy lejos de nuestra patria, vemos sus pecados convertidos en estilo de vida y terminamos pensando que eso es lo que se llama “vida moderna”. En un mundo así, en el que no existen sino opiniones, posturas y puntos de vista, la fe es relegada a las sacristías de las iglesias antiguas, el Evangelio, Palabra fuerte, es silenciado piadosamente.
Hoy nos resulta molesta una palabra fuerte, una palabra decidida, porque detrás de ella va la fuerza de una única verdad. El Evangelio es una palabra fuerte, pero sucede que hemos bajado el volumen de las palabras de Jesús... es que resultan exageradas en un mundo donde por lo general circulan ideas débiles y poco profundas.
Jesucristo necesita gente que quiera decir una palabra fuerte, con la única fuerza de la verdad, con la fuerza que viene de Dios y somos los seguidores de Jesucristo los llamados a pronunciarla sin miramientos ni falsas prudencias.
¿Qué pasaría si más cristianos y católicos se decidieran a tener una palabra fuerte no sólo para sus intereses sino para defender el interés de Dios?
¿Qué pasaría si hubiera un nutrido número de cristianos y católicos que se pusiera firme e hiciera que se cerraran los diarios “chicha”?
¿Qué pasaría si hubiera un buen grupo de seguidores de Cristo que se pusiera fuerte e hiciera que se cerraran muchos hostales que no son otra cosa que solapados prostíbulos donde sus hijos e hijas pierden la pureza de sus almas y se internan en la espiral del pecado, quizá para siempre?
¿Qué pasaría si hubiera un grupo nutrido y fuerte de cristianos y católicos que se pusieran firmes e hicieran que dejen de salir ciertos programas de mala calaña que pueblan la televisión nacional?
¿Qué pasaría si los vecinos del barrio, verdaderamente cristianos, se pusieran fuertes y botaran a los traficantes de drogas que invaden algunas de nuestras calles?
¿Qué pasaría si nuestros católicos y cristianos por una vez siquiera dejaran su habitual mutismo ante tanta barbarie que nos invade?
¿Qué pasaría si aprendiéramos a protestar ante la quiebra de la fe y los valores de nuestro pueblo?
¿Qué pasaría si el Evangelio volviera a ser grito a todo pulmón? ¿Quién nos metió en la cabeza de que la resignación y la pasividad eran virtudes cristianas y católicas?
¿Qué pasaría si nuestros cristianos se uniesen para luchar por causas que verdaderamente valen?
¿Qué habría pasado si los cristianos y católicos se hubieran levantado para decir no cuando les prometían y les daban “desarrollo y progreso” al costo y sacrificio de los valores espirituales y morales que siempre caracterizaron al Perú ayer y siempre?
Seguramente si todo esto hubiera pasado, si los cristianos hubieran hablado, no tendríamos hoy que lamentar tanta debacle moral que cundió en los últimos años de la historia sufrida de nuestro Perú. (debacle moral que aún no superamos)
¡Qué callado tenemos a Jesucristo!
¡Qué callados estamos los seguidores de Jesucristo!

Señor, despiértanos y danos un poco de tu valor, un poco de tu fortaleza, un poco de tu audacia y de tu valentía. Perdónanos por haber convertido tus palabras en un cuentito insignificante y puramente piadoso. Ayúdanos al levarte en la vida y permítenos pasearte con orgullo... porque eres lo mejor que nos ha podido pasar en nuestra vida. Amén.

Hasta la próxima.

jueves, 18 de agosto de 2011

Cuando se tiene una ilusión en el alma

I
¿A qué te suena la palabra ilusión? ¿Qué te sugiere? Es verdad, muchas veces se la emplea para decir que algo es irreal, que es una cosa vana, que no es verdadera. Pero yo prefiero usarla para aludir al sentido, al brillo, al ideal, al noble sueño del alma. Desde luego que no se trata de un sueño “físico” (el sueño nocturno o el que engendra una clase que llamamos “aburrida”) ni tampoco de una ensoñación (el pensar cosas fantásticas, inalcanzables y adormecedoras de la realidad).
Y pienso también que la vida vale la pena vivirse. Y creo –estoy convencido- que la vida es más plena y bella cuando se lleva una ilusión en el corazón. Claro, también se puede vivir de modo periférico, superficial, al estilo pasota (al nivel de las meras apariencias, sin hondura de alma, con puras diversiones superficiales, fijándose sólo en complacer el cuerpo y los sentidos, las vanidades, las modas, etc.). Mucha gente prefiere ese estilo de vida. Es fácil, no implica mayor esfuerzo sino tan sólo dejarse llevar por lo que pide el cuerpo, el instinto, la comodidad y el momento. Y se pretende haber alcanzado la felicidad. Y muy pronto se llegan a usar máscaras o adormecedores para tapar o disimular los fracasos del alma o la soledad y la tristeza que muerde en el interior y que no deja vivir en paz.
Cuando yo hablo de tener una ilusión en el corazón estoy aludiendo a vivir con hondura espiritual y humana. Porque la existencia se hace más digna y bella cuando se elige vivir a fondo, hasta el alma. Y el alma está hecha para llenarse. Quien no llena el alma muy pronto descubrirá el vacío, el sinsentido, la desesperación, la angustia, el hastío, el aburrimiento, el tedio, el cansancio que no se supera. Vivir a fondo es apostarlo todo por la empresa de llenar el alma con lo que realmente vale.
Hemos sido creados por Dios para amar. Esa es nuestra fundamental vocación en esta vida. Quien no ama, quien no aprende a amar (por que es necesario aprender a amar de verdad) se mutila el alma, se niega la propia felicidad. En nuestra adolescencia y juventud se juega nuestra capacidad de amar para toda la vida. En esos años aflora en nosotros ese deseo de tener una ilusión en el alma. Se manifiesta en esa tensión que se da en nuestro organismo, en nuestra fantasía, esa espera expectante de algo que le dé un sentido a nuestra vida, que nos haga felices, que nos dé una alegría infinita. Cuando finalmente se nos descubre una ilusión en el alma entonces nuestros días cambian de color.
Nuestro corazón, nuestra alma, se llena sólo con un amor personal, con el conocimiento de una persona. Dios lo sabe perfectamente, él lo ha diseñado así. Y Dios está dispuesto a llenar cualquier corazón que se abre sinceramente a su amor, a su gracia. Y siendo él Padre Bueno, nos ha enviado a Su Hijo, Jesucristo, para llenar plenamente nuestras almas y para darle una ilusión fuerte y verdadera a nuestras vidas.

II
Yo conocí a Jesucristo cuando tenía 16 años de edad. No es que antes no hubiera sido cristiano ni católico. Fui bautizado a los seis meses de edad. Estudié casi todos mis estudios en un colegio católico, dirigido por religiosos, pero –salvo el día de mi Primera comunión- no había tenido un contacto personal y profundo con la persona de Jesús. Durante unos seis años perdí el contacto con Jesús. Mejor que decir que yo lo encontré debo decir que Él me encontró al final de mi secundaria.
Desde ese entonces he experimentado al vivo lo que significa tener en la vida una ilusión para caminar. Y no es que el camino sea fácil o cómodo, es que cuando se tiene una ilusión en el alma se camina mejor y se pierde menos tiempo en cosas sin importancia, también se sufre pero el dolor es mitigado por la certeza de saberse mirado y acompañado.
Jesús me salió al paso. Yo no había planeado encontrarme con Él. A mis dieciséis años experimenté fuertemente su presencia, su amor, su plenitud en mi interior. Allí mis ilusiones dormidas se despertaron y esa especie de nostalgia de infinito se vio colmada y a la vez amplificada. Me lo presentaron como se presenta a un amigo de toda la vida, como cuando se presenta a la familia un amigo del corazón. Yo nunca me creí un santo –tampoco ahora- y por ello me sentí confundido ante la cercanía del mismo Señor. Recuerdo muy bien una exclamación que me salió de dentro: «Si Jesús es así, ¿por qué no me lo presentaron antes? ¿Por qué no me hablaron de Él?» Lo vi con los ojos del alma y como siempre he sido un poco impulsivo y vehemente –felizmente hasta ahora soy así- me dije a mí mismo: «Este es al que yo estaba buscando, a Él le seguiré» Y así, con el alma traspasada me puse a caminar, a soñar, a correr. Me dijeron ya al inicio: “Cuidado, no corras, te puedes caer” Nunca quise entender aquella advertencia y –aunque a veces tuvieron razón- sigo corriendo auque a veces vaya un poco rengueando y cojeando.
Desde que Jesús se metió en mi vida –sin previo permiso- me ha iluminado el alma y ha hecho más razonable mi vida. Su paso y su entrada a mis días me han dejado una nostalgia tremenda que no cura y una alegría que yo mismo no sé explicar ni es mérito personal ni conquista ascética tan sólo.
Pienso, estoy seguro, de que la fe es un enamoramiento divino, una pasión por Jesucristo. Testimonio que la vida vale la pena ser vivida si se lleva una ilusión en el alma. Testimonio también que Jesucristo, su amor, su alegría, su amistad, pueden llenar de profunda ilusión cualquier corazón, cualquier vida.
Si no hubiera en nuestras vidas un encuentro con el Hijo de Dios en verdad la fe no pasaría de ser una piadosa costumbre. Y la vida también se puede vivir por costumbres que se cumplen cada día. Pero yo prefiero vivirla como una aventura constante, sabiendo que hay Alguien allá arriba que le da calor a mi alma, color al cuadro de mis días y melodía a mi canción muda.

jueves, 11 de agosto de 2011

Un extraño silencio...

Gracia y paz para todos Ustedes.
Hoy comienzo con una pregunta muy seria:¿Qué nos pasa a los creyentes en Jesús? (disculpe quien se siente ofendido por la generalización de entrada). Repito, ¿qué nos pasa a los creyentes en Jesús? Aún no logro entender porqué no hacemos uso de nuestra capacidad crítica para darnos cuenta y combatir un criminal silencio que se ha apoderado de nuestros ambientes de fe. Parece que es un silencio que pocos perciben, es un silencio dañino, es un silencio que mata o en el mejor de los casos adormece tanto que quien lo sufre es ya un muerto en vida.
El silencio éste se apodera de las predicaciones, de las catequesis, de las reuniones de las señoras rezadoras, de las reuniones incluso de religiosos y clérigos de aquí y de allá. Parece que nadie se da cuenta o que nadie quiere darse cuenta para no complicarse la vida. El silencio se vuelve a apoderar incluso de algunos -¿o muchos?- retiros y charlas sacramentales.
A veces también lo he visto en documentos oficiales, en cartas, en declaraciones, en profesiones, en procesiones, en devociones, en múltiples oraciones, en variadas exhortaciones religiosas. Lo he visto inundando calles, plazas, ámbitos de la cultura, del “desarrollo”, de la tecnología, peor aún, lo he visto en los medios políticos. Pero también –se me ha partido el alma al verlo- lo he visto presente en familias modernas, en padres de familia jóvenes, en aquellas casas en donde el vivir es insufrible.
Con dolor, también lo he visto en mi vida, lo he visto en mis conversaciones, lo he visto plagado en fachadas de discreción, de prudencia, en la fachada de las “buenas maneras” que rodean mi vida.
Más que un simple silencio, es una mordaza selectiva para todo lo que respecta a las cosas de Dios, para todo lo que es Dios, para todo lo que es Jesucristo, para todo lo que significa, para todo lo que implica llevarlo en la propia vida.
Hace algún tiempo escuché un lamento muy sentido de un anciano religioso: «Estamos acallando cada vez más a Jesucristo» Sus palabras me resultaron quemantes... pero verdaderas: ¡Qué poco se habla de Jesucristo! ¡Qué poco sale en nuestras conversaciones! ¡Qué poco se nota en nuestras recomendaciones! ¡Qué poco reluce en la vida de los que se dicen creyentes e incluso consagrados o comprometidos!
Estamos acallando cada vez más a Jesucristo. Cuántas catequesis sin Jesucristo, cuántas charlas sin Jesucristo, cuántas misas en la que el único al que no se deja hablar es a Jesucristo. A veces creo que lo hemos amordazado... devotamente, con reverencia, con veneración. Y por ello qué chocante se nos hace el Evangelio cuando le dejamos decir lo que realmente quiso decir desde siempre; qué descubrimientos hacemos cuando alguien nos habla en verdad con el Evangelio en la mano y en el corazón y no sólo con simples moralizaciones.
Qué callado hemos dejado a Jesucristo, quizá ya no quiera decirnos nada pensando que tal vez sus palabras nos causen más aversión o repulsa (Ojalá no sea así). Pienso, estoy seguro, de que el mayor pecado de nuestro tiempo es haber sometido a Jesucristo al silencio, es haberle dejado con la boca tapada. Aunque ese paño que tapa sus labios sea de seda y tenga brocados o esté adornado con hilos de oro se llamará siempre mordaza.
¿Hasta cuándo lo dejaremos tan callado? ¿Hasta cuándo le diremos al oído que en verdad él no sabe nada de la vida humana, de nuestros negocios y de nuestras políticas o estrategias? ¿Hasta cuándo le diremos al oído que él es sólo para las cuestiones “religiosas” o “espirituales” exclusivamente? Jesucristo dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» No dijo sólo: yo soy el camino espiritual, la verdad religiosa, la vida devota. Si Jesucristo es Señor en nuestras vidas, debe tomarlo todo, absolutamente todo, y su voz se debe escuchar en nuestros labios aunque por ello nos quedemos un poco solos o mal vistos, después de todo ¿no fueron de Él estas palabras: «Quien pierde su vida por mí... »?
Hasta la próxima.

jueves, 4 de agosto de 2011

"Sonría por favor"

Gracia y paz para todos Ustedes.
¿Cuándo fue la última vez que sonrió? Cuando Ud. muera, ¿habrá alguien que extrañe su sonrisa? Dicen no pocos autores que sonreír es propio de almas profundas y de mentes lúcidas, es más, los médicos (los médicos que sonríen) afirman que sonreír es signo de salud, de mente sana.
Pero volvamos al inicio, ¿habrá alguien que recuerde su sonrisa, habrá alguien que extrañe su sonrisa cuando Ud. haya partido de este mundo? ¿Qué le parece dejarles como un buen recuerdo a sus seres queridos esa sonrisa que rara vez se iba de su rostro?
A no pocos cristianos les caería bien sonreír, un poquito siquiera. He visto tantas personas devotas que nunca sonríen, ¿qué creerán? Seguramente se figuran el cielo como el salón donde se reúnen esas señoras para rezar medio despiertas, medio dormidas, una parte del Rosario y acabar discutiendo por la colecta o hablando de los ausentes, y claro, todo eso seriamente.
Ciertas personas tienen un rostro en la misa que da pavor. A veces en medio de la celebración me pongo a observar los rostros y los gestos de aquellos que están en misa y veo unas caras que casi me asustan. Quizá sea que no les caigo bien, me digo a mí mismo. Pero creo que si Dios es luz de nuestra vida, que si Jesucristo es lo mejor que tenemos en esta vida, no tendríamos porqué tener esa cara tan seria, y hasta amargada, cuando le celebramos en la Misa.
Yo pienso que en no pocas comunidades eclesiales junto a los avisos que se ponen en la puerta de la Iglesia: colecta para los niños pobres, gran bingo parroquial, gran pollada pro catequesis, gran rifa de la legión de María, etc., bien se podría poner a todo color un sencillo aviso: «HERMANO, SONRÍA POR FAVOR» (en especial durante y después de misa)
Una mañana, a poco de concluir la misa diaria, el padre párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de la Seriedad se disponía a cerrar puntualmente la Iglesia cuando ve que allí cerca al Sagrario había arrodillada una niña, bien recogida ella, que con manos juntas musitaba unas oraciones. El padre Severo (que así se llamaba) estaba algo impaciente por cerrar a tiempo el templo y decide acercarse para avisar a la niña que se acabó el tiempo de orar. ¿Qué le pides al Señor? La niña dice por toda respuesta: Le he dicho «Señor, haz que los malos se vuelvan buenos... y que los buenos se vuelvan simpáticos, por lo menos un poquito»
¡Cuánta necesidad tenemos de hacer un poquito más simpática nuestra fe! A veces he estado tentado de regalar a algunas personas devotas un buen espejo... para que vean el rostro que ponen cuando dicen que rezan, eso sería para partirse de risa en muchos casos.
Usted, ¿qué rostro pone cuando habla con una persona amiga a quien quiere mucho? Y entonces, ¿por qué no pone un rostro así parecido cuando se dirige a Dios a quien dice querer mucho? Y si sonríe a Dios a quien no ve y a quien dice querer, ¿por qué no sonríe a su hermano a quien ve todos los días y a quien Dios le manda amar de verdad?
¡Qué bello sería que cuando Usted salga de este mundo todos le recuerden por esa sonrisa tan afable que sabía regalar a todos, sonrisa de creyente, sonrisa de quien encontró a Jesucristo en su vida, sonrisa de quien a pesar de todo, fue feliz porque tenía a Dios en el alma!
Quizá hoy al llegar la noche y antes de dormir sería bueno que haga esta o parecida oración:
Padre nuestro que estás donde la alegría no tiene fin,
gozosa nos sea tu memoria, venga a nosotros tu alegría infinita,
hágase tu voluntad en el éxito y en el fracaso.
Danos hoy nuestra alegría de cada día ( y dánosla también para mañana),
perdónanos nuestra poca sonrisa, como también nosotros perdonamos
a los que nos asustan y espantan.
No nos dejes caer en la tentación de amargarnos la vida por insignificancias y líbranos de la tristeza si no es tuya. Amén, aleluya.
Hasta la próxima.

jueves, 28 de julio de 2011

¿Qué significa ser santo?

En estos últimos días se lo he preguntado repetidamente al Señor, y Él se ha encargado de responderme mucho mejor y más nítidamente que si fuera Internet. ¿Qué le pregunté? La pregunta era muy sencilla –vaya- : «¿Qué es, finalmente, ser santo?» Si este artículo lo leyeran los seminaristas quizá se escandalizarían no poco, la razón es que yo desde hace varios años vengo hablando de este “tema” aquí y allá, a jóvenes y a no tan jóvenes, entre bromas y seriamente, y qué tal ocurrencia, ahora se lo he preguntado a Jesús, cómo si no lo supiera yo (¡!)
Ser santo, así lo he entendido, es como estar continuamente en sintonía con Dios, es como estar embriagado de su luz, de su presencia, de su alegría, es como sentirse muy amado y envuelto en la atmósfera fascinante del amor de Dios, ser santo es como dejarse llevar por el amor de Dios en medio de la vida, es como volver a ser un niño pequeño totalmente confiado en la fuerza de su Padre querido... creo que así fue Jesús, creo que así fueron los santos, creo que así deberían ser todos los cristianos (bueno, esto último es cosecha mía, lo de antes me lo dijo el Señor, por si acaso).
Y sólo así pude explicarme por qué en la oración ante Él prácticamente no hice nada (¡!). Sólo así, en esa santa “inactividad”, me descubrí muy contento y feliz, había alguien que me escuchaba, que me miraba, que me envolvía con su cariño, era Él.
¿Y por qué les cuento esto? Ya casi olvidaba la razón. Les escribo todo esto, desde mi torre de vigía, para hacerles recordar que la santidad es el deber de cada seguidor de Jesucristo, sea laico o religioso, joven o mayor, hombre o mujer. Esa es nuestra máxima vocación aquí en la tierra. Y San José fue un auténtico atleta de la santidad. Entonces, ¿cómo deberían ser los Amigos de Jesús?
Cuántas veces en medio de la combi, en plena vereda, en medio de los puestos del mercado, Dios mismo se puede derramar con su gracia en nosotros. Cuántas veces Él nos ha estado esperando en los lugares que menos imaginábamos para hablarnos al corazón. Si supiéramos cuánto Él nos ama, lloraríamos de alegría, le dijo Santa María a unos chiquillos hace algunos años.
Cuántas veces aún en medio del dolor podríamos descubrir invitaciones de Dios para amarle en exclusiva, para amarle mejor, para amarle en soledad, para amarle en pureza.
Mi pueblo perece por falta de conocimiento, dice Dios en la Sagrada Escritura. Quizá nuestra peor ignorancia sea la ignorancia de la santidad, quizá lo peor de todo sea vivir no a plenitud sino a medias, con tan poca felicidad y con tan falsas alegrías, ocultando siempre nuestras frustraciones y fingiendo “pasarla bien”.
Él nos espera, tan sólo nos pide un corazón muy abierto a su gracia, tan sólo quiere darnos “un poco” de su amor, dejémosle hablar, dejémonos amar por Él.

jueves, 21 de julio de 2011

Hemos encontrado al Mesías

Gracia y paz para todos ustedes. En estos momentos existen en nuestro país varios cientos de jóvenes que están haciendo una primera experiencia de seguimiento de Jesús en vida consagrada. En varios seminarios, conventos y casas religiosas hay jóvenes que han decidido ir y ver donde vive el Maestro Jesucristo y los suyos. Es nuestro deber como gente de fe, como gente de Iglesia, orar por ellos.
Hace unos días vi un grupo de estos jóvenes que entre contentos y asombrados (a veces también un poco asustados) se están atreviendo a decir SI a Jesucristo y quieren optar por la vida consagrada y/o el sacerdocio. Verlos me ha hecho recordar los inicios de mi propia vocación. De hecho aquellos jeans gastados ya no existen, la vieja mochila negra tampoco, aquellas zapatillas ya no están. Y esa vieja guitarra aulladora ya es parte de la historia. Pero me queda aún esa terca ilusión por darlo todo por Cristo, por su Reino en la Iglesia.
Creo que debemos orar para que nuestros jóvenes no permitan que les maten la ilusión. Este mundo en el que estamos metidos es un gran asesino de ilusiones, de esperanzas y de ideales superiores. La mentalidad actual nos adormece y termina por convencernos de que todo está bien así como es.
Encontrar al Mesías, a Jesucristo, en la vida propia es meterse audazmente en la consecución de un ideal que reclama y pide el sacrificio de la propia vida. Encontrarse al Mesías en el propio camino es lanzarse a una aventura impredecible cada día. La alegría de haber encontrado un tesoro es la que no debe dejar de permearnos a cada momento, la alegría de aquel pastor que encuentra la oveja que se le había perdido.
Encontrar al Mesías es encontrar el sentido de la vida. Copio aquí la siguiente reflexión sobre el sentido de la vida, en el cual se ubica la realidad de la vocación religiosa:
Lo importante de la vida no es tenerla, sino gastarla en alguna causa que merezca la pena. Y también, muchas veces, encontrarle un sentido para seguir viviendo. Lo decisivo no es la duración de la existencia, sino llenar de sentido esa existencia. Todos los seres humanos buscan un fundamento para su felicidad. Y ocurre que, si logran el principal objeto de la vida (propósito y sentido), la felicidad «les sobreviene» espontáneamente.
Todo el secreto de la vida consiste en encontrar razones para vivir, para luchar y para esperar. Sólo quien las halla encuentra la felicidad. El hombre está, incluso, dispuesto a sufrir, con tal de que su sufrimiento tenga un sentido. Aquél que tenga un «porqué» para vivir, puede soportar todos los «cómo».
Las fuentes del sentido se hallan dentro de nosotros, y por ello el primer pecado contra la vida es no detenernos —no entrar en nosotros— para descubrir qué sentido tiene.
Tener un sentido es vivir fascinados y apasionados por alguien o por algo que polariza todas nuestras energías, es haber descubierto un tesoro por el cual estaríamos dispuestos a morir, es sentimos incendiados por un ideal que nos permite salir de nosotros mismos y trascendemos, entregándonos a una gran causa o a un gran amor.
Y esa es nuestra vocación, la vocación de los consagrados: ser contentos y felices al haber encontrado al Mesías y salir de inmediato a contárselo a todos sin demora.
Oremos para que más jóvenes encuentren en su vida al Mesías y para que tengan el valor de dejarlo todo por su causa, para que tengan el valor de ir detrás de él, ver donde vive y quedarse para ser sus amigos cercanos.

jueves, 14 de julio de 2011

¿Eutanasia moral?

Gracia y paz para todos Ustedes. Desde hace algún tiempo ronda en mi cabeza un “descubrimiento”, acaso una constatación, no muy feliz. Se trata de lo siguiente: Hoy en día los jóvenes, incluso también nuestros niños, están absorbiendo una serie de ideas en sus propias escuelas y por los medios de comunicación masiva, ideas que los están convenciendo de una gran mentira: que los valores y la moral que siempre existió, hoy ya no está en vigencia, que era sólo el fruto de una convención humana, fruto de una época (ya superada), que a fin de cuentas ya estamos en otros tiempos, que todo aquello que para sus padres (y abuelos) era verdad hoy ya no lo es, que hoy existen otros principios (mejor dicho, no existen ya más principios)... ¿Será esto un mal sueño en una mala posada? ¡Me gustaría tanto equivocarme al tener esta percepción de la actual realidad de nuestra sociedad!
Pero lo peor no es eso, que nuestros jóvenes y niños piensen eso, lo peor es lo que viene a continuación: que nuestros padres y abuelos (y aquellos que no lo somos, pero que hacemos de guías y maestros de muchos) nos dejemos convencer por quienes piensan así.
Me parece que ya es cruel que un joven (adolescentes incluidos), le diga a su padre (madre) que los principios con los cuales fue educado ya han pasado, que ya hicieron su tiempo y que estos son tiempos nuevos en los que padres y abuelos (léase, mayores de cincuenta años) ya prácticamente no tienen nada que decir.
Pero me parece aún más cruel que los mismos padres y abuelos comiencen a resignarse pensando que sus hijos (nietos) tienen razón y que al fin y al cabo ya para ellos pasó el tiempo y que indefectiblemente están condenados a vegetar, espiritual y moralmente hablando. Me parece que ya es una gran falta de respeto “enterrar” a nuestros mayores haciéndoles creer que sus ideas y principios de la vida ya no tienen vigencia hoy en día, creo que ese es un gran pecado de nuestra juventud actual. Pero es todavía más triste que nuestros mayores comiencen a pensar que es así y que ya no tienen nada que decir, que ya no tienen porqué juzgar nada... me da la impresión que con el moderno pensamiento juvenil dejamos a nuestros mayores amordazados, con tapones en los oídos, arrinconados a ver todo y no decir nada... “por que ya pasó su tiempo”
¡Jóvenes: hay valores y principios que nunca pasarán de moda, hay una ley moral que no depende de lo que hoy se hable en la televisión o se vea en los diarios de medio sol, hay principios de vida y valores morales que están mucho antes que las meras convenciones humanas y sería bueno que tengan por lo menos una cuota de humildad y honestidad para afirmar que con ustedes el mundo no ha comenzado a existir, que mucho más antes que ustedes vinieran al mundo han existido grandes hombres y mujeres que supieron escuchar a sus mayores para saber de verdad lo que es la vida!
¡Padres y abuelos: por favor, no se queden callados, den batalla hasta el final, estén firmemente convencidos de que todo aquello que aprendieron de sus maestros y padres era y es cierto, de que hay cosas que nunca pasarán de moda, por más que de ello ya no se hable en público, por más que de ello ahora se hable con mucho temor y casi a escondidas: la fe, la moral, el respeto a la vida, la pureza, la castidad, el respeto a los padres, la buena educación, la amabilidad, la honestidad, el amor a la verdad, la fidelidad, la honradez, al amor al sacrificio, la abnegación y la renuncia por amor a bienes e ideales mayores. No dejen que los callen fácilmente, hagan relucir su experiencia de vida con una buena dosis de amabilidad y cariño! No opten por la eutanasia moral, no tienen derecho de hacerlo, los jóvenes honrados y honestos queremos escucharlos una vez más. Se lo pide un sacerdote y religioso joven, que bien podría ser vuestro hijo o vuestro nieto.

jueves, 7 de julio de 2011

El realismo de la fe católica

El realismo de le fe católica

Ante el peligro o la moda actual de establecer una fe basada en sentimientos o en puras emociones sin base doctrinal ni sacramental (entiéndase: ante el avance de la ideología propia de los católicos light), me parece conveniente que reflexionemos un poco sobre el realismo y la objetividad de nuestra fe católica, según el querer de Jesucristo.
Muchas personas que se definen católicas viven en la práctica una fe desarraigada del patrimonio más auténticamente católico. Cotidianamente me encuentro con personas que con gran paz de corazón me dicen, por ejemplo, que lo necesario es creer en Dios y nada más. Fácilmente se acaba pensando y viviendo la fe de este modo: “Cristo sí, Iglesia no” es decir: “Yo creo en Cristo pero no en La Iglesia” “Lo importante es creer en Jesús, el resto no interesa”. Posiblemente muchas de estas personas desconocen, por ejemplo, que hace quince siglos atrás (y once siglos antes de Lutero) San Agustín había escrito y repetido que Jesucristo y La Iglesia son uno sólo y que no hay separación alguna entre uno y otro porque ambos conforman el Cristo total.
Son numerosas las personas que aseguran que son creyentes porque “sienten” a Dios en su “corazón”. Pero cuando interrogo a estas personas si acuden a los sacramentos, si reciben la eucaristía, si se confiesan, si se han confirmado, casi siempre me dicen que no, que no van a misa, que no se confiesan, que no se han confirmado. Pero están muy seguras de que “Dios está conmigo”. Todavía más, me ha ocurrido alguna vez que encontrándome con alguna persona que está en una situación de visible pecado mortal me ha dicho que “siente” a Dios en su corazón y por ello se siente muy feliz y agradecido con Dios. Varias veces he concluido que es una gran verdad el hecho de que también el Demonio se viste de ángel de luz para engañar a los elegidos de Dios y les hace creer que tienen a Dios cuando en realidad están en pecado mortal y ni siquiera piensan en odiar su pecado y dejarlo.
Una fe que no “aterriza” en los sacramentos es un engaño, un autoengaño. Lamentablemente estamos metidos en ambientes en los que casi siempre estamos con aquello de “sentir a Dios” aunque luego nunca o casi nunca le recibamos en La Eucaristía, aunque nunca o casi nunca nos confesemos de nuestros pecados ante un sacerdote. Parece que la medida de la fe sea el sentimiento (¡!).
Dios nos envió a Su Hijo y él nos dejó los sacramentos como vida para La Iglesia hasta que venga en el último día. Lo que no entra en esta lógica divina no es fe católica. A veces pareciera que nos estamos aventurando a protestantizar nuestra fe cayendo en el subjetivismo de creernos salvados sólo por sentir o por emocionarnos dejando al final la corriente de la gracia desconectada de nuestras vidas. Cuando a la fe católica se la vacía de la vida de gracia, entonces se la convierte en protestantismo… Y no nos salvan las emociones ni las lágrimas, ni las “campañas de sanación y explosión de milagros” sino la gracia de Cristo que se comunica por medio de los sacramentos de La Iglesia. Si nuestra fe no llega a La Eucaristía no es nada que valga realmente la pena. Los creyentes que llegan a amar La Eucaristía, que la reciben de corazón limpio, que la adoran humilde y silenciosamente, esos creyentes creen y obran según el querer de Jesucristo. Por algo será que el santo padre Juan Pablo II convocó para toda la Iglesia al año eucarístico entre octubre del 2004 y octubre del 2005.
Los que pretenden ser cristianos y católicos sin beber de la gracia de Cristo por los sacramentos viven una situación similar a la del motor de automóvil que quiere funcionar sin combustible. Para decirlo más bíblicamente: existen no pocos cristianos y católicos que pretenden hacer lo que Jesucristo había advertido: sarmientos que pretenden vivir y florecer sin estar unidos a la vid … ¡Y se les ve tan contentos y llenos de “vida”! Lamentablemente estos “casos increíbles” son muy numerosos.
Es fácil vivir una fe muy subjetiva. Fácilmente y sin ninguna fundamentación bíblica ni doctrinal se afirma creer en Jesucristo pero disociándolo de los sacramentos y de la vida de gracia. Las que podemos llamar “religiones del corazón” tienen muchos adeptos. Pululan en nuestro medio muchos “pastores” y “siervos de Dios” que difunden una pretendida aceptación de Jesucristo “en el corazón” pero sin ninguna relación con la Palabra de Jesús: «Yo soy el pan de vida (…) quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (…) quien no come la carne del Hijo del hombre y no bebe su sangre, no tiene vida en él»
Cuando no valoramos ni recibimos La Eucaristía estamos pretendiendo nadar en el aire o volar sin alas.
La Eucaristía es la vida de La Iglesia y fuera de ella y al margen de ella todo vale poco o nada. Si nuestro compromiso apostólico y pastoral no parte y finaliza en La Eucaristía somos unos infelices trabajadores de un reino que no disfrutamos y del cual en realidad no conocemos su verdadero valor.
Si aquel Jesucristo del cual hablamos en nuestras charlas y testimonios no es para nosotros el mismo que está en La Eucaristía, entonces es un engaño. Y si nosotros no tenemos el valor y la honradez de reconocerle y adorarle silenciosamente en Su Presencia eucarística, entonces somos unos palabreadores y nuestras predicaciones y nuestra conversación es ideológica y no tiene ningún valor apostólico. Si pretendemos servir y amar a un Jesucristo que luego no lo vamos a buscar y encontrar en La Eucaristía entonces nos convertimos en charlatanes y nos hemos inventado un Cristo a nuestra medida y según nuestro capricho egoísta (Si al Jesucristo al cual dices conocer no lo encuentras ni le hablas en Su Presencia eucarística, entonces eres un mentiroso porque predicas una fe hueca, una ilusión, una ideología panfletaria, una consigna obtusa e infeliz que no salva ni da vida eterna sino que se ha convertido en un barato calmante que no cura pero que te hace olvidar tu mal de fondo: tu pecado).
Por otro lado, existen no pocos católicos que se han inventado un dogma (creen tener un cierto tipo de infalibilidad… ¡¿Cómo?!). El dogma que ellos creen sin cuestionarse en lo más mínimo es éste: “Yo no tengo por qué confesarme con un sacerdote. Yo me confieso ante Dios. Para eso están las imágenes, las cruces, etc.” Esa es una muestra más de lo que decíamos antes, ese extraño fenómeno de la protestantización de la fe católica que no pocos católicos llevan adelante en sus vidas. Habría que preguntarles a ellos y ellas: ¿Quién sostiene eso en la Biblia? ¿Con qué autoridad se creen eso? Es la tentación se hacer subjetiva, particular y configurable la real, sólida y firme fe católica de siempre.
No se puede servir a Dios y al pecado, no se puede juntar en un mismo corazón cielo e infierno aunque algún cantante diga lo contrario. Dios no está dispuesto a hacerse cómplice de nuestras vidas dobles y de nuestra moral oscura. Jesucristo quiso desde el principio que La Iglesia tuviese el poder de atar y desatar los pecados y aún cuando en su propio corazón el pecador se haya arrepentido y Dios posiblemente le haya perdonado, ese mismo Dios ha querido que todo pecador se acercase al tribunal del sacramento de la reconciliación, administrado por un sacerdote, y sólo así hallar gracia divina, no por el sentimiento ni etéreamente. Esto es parte de la meridiana objetividad de nuestra fe católica.
Si nuestro compromiso apostólico o pastoral no se nutre de los sacramentos recibidos con pureza de corazón entonces no sirve de nada, ya lo decía Jesús: «…Porque separados de mí no podéis hacer nada»
Los católicos comprometidos en tareas apostólicas debemos hacer todo lo posible por marcar la diferencia con relación al mundo que nos rodea, que no tiene el pensamiento de Jesucristo, recordemos bien sus palabras: «Porque les digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los Cielos»
Sólo con los sacramentos bien recibidos y con nuestro cotidiano esfuerzo por vivir al revés en un mundo terco y voluble, podremos dar fruto para la mayor gloria de Dios, porque: «La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos… Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado»

jueves, 23 de junio de 2011

Un soñador

Siempre he pensado que la medida de las realizaciones va de acuerdo a la medida de los sueños que se tienen en el corazón. Y aunque muchas veces las realizaciones no salen como esperamos, no es bueno dejar de soñar.
Sé también que hay gente que mira con desconfianza a quien mucho habla de “sueños”. Se dice “los sueños, sueños son”. Muchos etiquetan como soñadores a los que no pisan tierra usualmente. Yo creo que quienes no pisan tierra no son soñadores, son alienados.
Sostengo que necesitamos soñadores, necesitamos gente con visión larga y alta para este mundo en el que generalmente abundan los de vista miope y de espíritu estrecho.
Sostengo que sumarse a la mediocridad reinante es el más triste de los suicidios. Por eso amo los sueños nobles, porque me resultan antídoto ante tanto conformismo y mentalidad aplatanada.
Admiro a los que tuvieron grandes sueños y supieron conquistar la cima de su propia vocación.
Creo en la bondad, en la sencillez, en la limpieza de alma, en la nobleza de corazón, en la pureza de intención, porque creo en las bienaventuranzas de Jesús y creo en su vida y en su alegría.
Sí, yo hago hoy una cerrada defensa de los sueños. Pero no de esos sueños que necesitan interpretación esotérica sino de aquellos sueños que más son ideales altos por alcanzar. Y junto con los sueños, hago hoy defensa cerrada del honor como el mejor adorno del alma y de la nobleza como el mejor distintivo de quien se dice cristiano.
Aún cuando esta vida es muy dura y cada día tenemos que hacer un acto de fe en la Providencia y en la bondad de los demás, aún cuando haya quienes pongan cortapizas a nuestros ideales, aún cuando existen muchos que sólo se dedican a ver lo negativo, aún cuando a veces tenemos que sufrir la incomprensión de los que son de “nuestro equipo”, aún cuando existe la traición y la mezquindad, aún cuando los amigos fallan y aún cuando Dios mismo a veces opta por el silencio…
Yo creo en mis sueños, y creo que para realizar la utopía sólo necesitamos tiempo y pasión por Cristo. Sí, yo me declaro soñador y aún cuando tenga que morir por mis sueños sabré que hubo uno, muchísimo antes que yo (que soy insignificante), que supo morir por sus sueños, uno que prefirió partirse pero no doblarse, que lo dio todo por la pasión que ardía en su alma, la pasión por la gloria de Su Padre, Jesucristo.
Él murió por su sueño. El sueño de Jesús fue que todos lleguemos a glorificar a Su Padre y que lleguemos a ser felices así. Por ese sueño abrió los brazos en la cruz una tarde de viernes y murió voluntariamente pagando el precio de su sueño.
Yo me declaro soñador, y aunque es poco lo que puedo dar, sé que la lucha por mi sueño finalmente redundará en la realización del sueño latente en el corazón de Cristo.

domingo, 22 de mayo de 2011

El poder de la gracia. Testimonio de Michela.

Hola amigos de "Para ser diferentes". Luego de buen tiempo escribo en este blog. Quiero compartir con Uds. el siguiente testimonio de conversión a la fe por parte de una consagrada católica, Michela. Demos gloria a Dios por su poder y por su amor. Agradezco a una buena hermana de Oasis de Paz por habernos pasado el dato. Aquí va:

Cuando se experimenta el amor de Dios, se aprende que no se puede guardar para uno mismo. Yo llevo diez años viviendo esta forma de amor. Llevando el amor a quienes no conocen el amor de Dios.

La comunidad a la que pertenezco nació en 1984, fundada por Chiara Amirante, que comenzó a llevar la palabra de Dios a los puntos de muerte de la ciudad de Roma. Tantos jóvenes que no conocían la palabra de Dios le pedían: «Chiara, sácanos de este infierno».

Yo llevo doce años en la comunidad. Tengo 40, pero cuando entré, no creía absolutamente nada en Dios. Creía que los sacerdotes y las religiosas se hacían sacerdotes y religiosas por falta de trabajo. Veía una Iglesia que solo daba reglas. Una Iglesia que prohibía todo.

Además, yo me hacía una pregunta: «Si es verdad que Dios es amor, ¿por qué en el mundo hay sufrimiento?». Me lo preguntaba porque con el sufrimiento tuve contacto apenas nací. Mi papá y mi mamá me abandonaron en un hospital recién nacida. Viví mis primeros seis años de vida en un orfanato. Dos meses después de que saliese de allí, el instituto fue clausurado por maltrato a menores. Yo había conocido todo menos el amor, y cuando un niño no conoce el amor, es difícil que de adulto sepa dar amor. Crecí rebelde. En la escuela era instrumento de santificación para los profesores.

A los 18 años ya eres mayor de edad en Italia, así que me fui de la casa en que vivía. Pude hacerlo porque tenía un trabajo, una ocupación. Yo era chef de cocina internacional, muy reconocida. Comencé a trabajar en Italia y el resto de Europa y el dinero empezó a ser el dios de mi vida. Cuanto más tenía, mas quería tener, pero a fin de mes no me quedaba nada.

En lo referente a todo lo que pertenece al mundo de la afectividad, era un desastre. Tenía novios según la estación del año. Uno para el invierno, otro para el verano…. Y me decía: «Yo el corazón no lo meto en esto». Eran novios de usar y tirar, pero cada historia que pasaba, era una herida más que dejaba mi corazón muy lastimado.

Finalmente me enamoré de una persona que todas las madres de familia soñarían para su propia hija. Era inteligente, bueno, perfecto. Pero tenía un pequeño defecto: era un chico católico, un católico convencido. Esto, para mí, solo suponía un defecto por una razón, porque cuando yo le preguntaba cuando nos íbamos a ir a la cama, él me respondía: «Después del matrimonio». Él empezó a hablarme de Dios, pero yo le dije: «Escucha Luca, las relaciones de tres no funcionan. Somos tú y yo. Punto. Dios debe quedar fuera». Él fingió seguirme la corriente.

Cuando ya llevábamos dos años saliendo, vino sin avisar una noche a mi casa. Era la primera vez en ese tiempo que vino a mi casa, por lo que pensé: «Hoy lo hacemos». Pero él tenía otras razones muy diferentes en su cabeza y me dijo: «Escucha Michela, hablé con mi padre espiritual, porque tengo intención de casarme contigo». Yo me le quedé mirando un poco perpleja, pero por un solo motivo: no sabía qué era un padre espiritual. Yo le respondí: «Vamos al registro civil, pedimos una cita, estampamos nuestras firmas y ya estamos casados». Y me dijo: «No. Para mí es importante el sacramento del matrimonio. Nos dan la posibilidad de efectuar un matrimonio mixto donde tu declares ser no creyente, pero yo pueda casarme contigo dentro de la Iglesia». Entonces mi siguiente pregunta fue: «¿Y esto cuanto cuesta?». «Nada», respondió mi chico. Pensé que si no costaba nada y no perdía mi imagen de atea, podía aceptarlo. Sólo le puse una condición: «Organiza tú la boda».

Pusimos una fecha y él comenzó a organizar todo. Era bonito, porque de verdad que Luca era un chico fantástico. Pero nunca me llegué a casar con él. Falleció cuatro días antes de la fecha escogida.

Poco después de comenzar los preparativos, contrajo el VIH por culpa de una transfusión de sangre contaminada. Ahí entré en contacto con la primera verdad de mí vida. Porque yo, con el dinero, hasta ese día había comprado todo y a todos. Pero descubrí que había una cosa que no podía comprar: la vida de mi novio. Eso para mí fue una derrota. Luca partió para el paraíso cuatro días antes de nuestra boda y ahí se me derrumbó el mundo.

Me enfadé con Dios por haberme quitado a mis padres. Me enfadé con Dios por haber sufrido tanta violencia desde pequeñita. Me enfadé con Dios por la muerte de Luca. La noche de su funeral, me marché a la playa y allí mismo hice un juramento: «Dios, si tú no existes, pasaré toda mi vida diciéndoselo a todo el mundo. Pero si existes de verdad, empeñaré mi vida en destruirte».

Ahí empezó mi guerra con Dios. Para buscar a Dios y saber si existía, me acerqué a varias filosofías. Todo lo que era la New Age y el Reiki. Pero ahí no encontré nada de la presencia de Dios. A todo esto, mi vida era triste y angustiosa. Hasta que un día me propusieron comenzar psicoterapia. Yo pensé que si había probado ya tantas cosas, podía probar eso también. Así que comencé a ir un día a la semana. Poco a poco me iba sintiendo mejor en la consulta de aquella doctora. Empecé a ir en vez de un día a la semana, dos días, luego tres, y acabé teniendo cuatro sesiones semanales con ella. La psicoterapia se convirtió en mi droga. Yo no lo sabía, pero no tenía la facultad de decidir nada de mí vida.

Un tiempo después la doctora me dijo que tal vez necesitase sesiones de hipnosis: «Tenemos que entrar a lo más profundo de tus heridas». Le dije que sí. Desafortunadamente no estaba en grado de tomar ninguna decisión. No se lo que hicieron conmigo, pero el problema fue que esta doctora era en realidad una sacerdotisa de una de las sectas satánicas más importantes de Italia. Y yo entré a formar parte de ella, de la mano de mi doctora.

Pasé ahí dos años de mi vida. Dos años que me llevaron a perder mi dignidad de mujer, mi dignidad de ser humano. Allí he visto muerte y violencia. Llegué a alcanzar la muerte del alma. Me convertí en una auténtica marioneta manejada por manos satánicas.

La noche de Navidad de hace catorce años (1996), durante un rito, me dijeron que existía la posibilidad de ser la sacerdotisa de una secta, en una ciudad de Italia. En ese mundo solo importa el poder, el tener, por lo que yo acepté, pero para ser la sacerdotisa tenía que afrontar una prueba de filiación, de pertenencia. Me dijeron: «En Roma hay una joven, de nombre Chiara, que ha fundado hace poco tiempo una comunidad. Está muy protegida por la Iglesia y para nosotros es un obstáculo, porque acerca a muchos jóvenes a Dios. Si tú verdaderamente quieres pertenecer a nosotros y tener el poder, debes hacer una cosa: mata a Chiara». Y acepté.

La noche del 5 de enero partí hacia Roma. Me habían dado toda la información de donde encontrar a Chiara y yo me dirigí a su casa, a la sede de la comunidad. A las 20.00 horas llegué hasta la puerta y sin dudar, convencida de lo que iba hacer, toqué el timbre.

Lo que ocurrió entonces lo tengo que contar desde el testimonio de Chiara, quien no me conocía absolutamente de nada, como es obvio.

Chiara cuenta siempre que, en ese momento, en su corazón escuchó una voz, la voz de la Virgen María que le decía: «Abre tú la puerta, que es una hija mía que tiene una gran necesidad».

Chiara se levantó, caminó apresurada hasta la puerta a cuyo otro lado la esperaba yo, y cuando abrió la puerta hizo una sola cosa. Me abrazo y me dijo: «Bienvenida hija mía. Por fin has llegado a tu casa».

Ese abrazo cambió mi vida. Fue un abrazo indeleble que llegó a mi corazón. Fue más allá de mi cuerpo, de mis brazos. Yo no pude reaccionar, no pude moverme, no pude hacer nada. Chiara me desarmó absolutamente con ese abrazo, con su mirada.

Me llevó dentro, a su pequeña habitación y comenzamos a hablar. Ella me preguntó cómo estaba, y yo sin decir ninguna palabra le entregué el arma con el que la iba a matar. Se lo conté y le dije: «Chiara, para mí ya no hay esperanza». Ella me respondió: «¡Sí, sí que hay esperanza, porque el amor ha vencido a la muerte! ¡Hay esperanza para ti porque hubo quien dio la vida por ti! ¡Y Jesús te ama!».

Yo le contesté: «Chiara, yo les conozco. Sé como son. Tengo poco tiempo. Me matarán y te matarán a ti también». «No Michela –respondió Chiara muy firme-. No lo harán, porque María te quiso en esta casa». Y en aquella casa me quedé.

Obviamente, la primera cosa por hacer era una buena confesión. Llamaron a un sacerdote, pero debido a las actividades en las que había estado involucrada no me pudieron dar la absolución. Hubo que escribir a la Santa Sede, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, toda mi historia. Un cierto cardenal Ratzinger , respondió en pocos días: «Hoy la Iglesia está de fiesta porque un Hijo ha regresado a casa».

También tuve que pasar por varias sesiones de exorcismo. Obviemos los detalles.

Con un permiso muy especial, la noche del 27 de enero, en la capilla de las hermanas de la Madre Teresa, en Roma, pude recibir la comunión, pude consagrar mi corazón al Corazón Inmaculado de María, y hacer los votos de pobreza, obediencia y castidad, más el cuarto voto propio de la comunidad de Chiara, que es el voto de ser y llevar la alegría de Cristo Resucitado.

Ahí comenzó mi camino. Mi camino de sanación, un camino en el que nunca nadie antes pudo sanar mis heridas, y donde sí que las pudo sanar Jesús.

Pero pasado un tiempo, hubo una herida que no había podido sanar. Esa herida era la falta de una madre, porque a mí me faltaba una madre. Me faltaba en Navidad, cuando todas la madres telefonaban a las demás y yo no recibía una llamada. Me faltaba el día que celebraba mi cumpleaños... Esa ausencia de mi madre, cada vez que pasaba esto, reabría las viejas heridas y había que empezar de nuevo.

Un buen día, a Chiara se le ocurrió enviarme a un centro de ayuda para la vida. Se me había encargado abrir una casa de acogida para madres solteras y jóvenes embarazadas con riesgo de someterse a un aborto por miedo o por dificultad. Allí las podríamos acoger. Pero al poco tiempo empecé a recoger un grito de dolor. Era el grito de dolor de aquellas mujeres que habían abortado y que me decían: «¿Sabes? Hoy tendría un hijo de ocho años, pero lo llevé a matar».

Por las noches llegaba a casa y me ponía delante de Jesús, en el sagrario, y le entregaba todo ese dolor que llevaba de las mujeres. Una de esas noches, empecé a escuchar en mi corazón: «Michela, si hoy existes tú, es porque tu madre dijo sí a la vida». Os tengo que decir que cuando se experimenta la misericordia de Dios, la primera cosa que se aprende es a no juzgar. Y yo no tenía ningún derecho de juzgar a mi madre. Porque si una madre llega a abandonar a un hijo es porque hay un gran dolor.

En ese momento comenzó a despertar en mi interior la necesidad de buscar a mi madre, no para juzgarla ni regañarla, sino para darle las gracias por mi vida.

La ley italiana permite obtener información del propio origen y después de las investigaciones pertinentes localicé a mi madre. Comenzamos a telefonearnos, y un día me sugirió conocernos personalmente. La fecha concertada fue el 2 de Junio de 2004. Esa misma mañana partí hacia la ciudad donde ella vivía para encontrarme con ella, como habíamos quedado.

Yo iba sola y en ese viaje había dos partes dentro de mí. Una parte era esa parte humana que se sentía entusiasmada por poder decirle por fin a alguien «mamá». Pero había otra parte más racional que me decía: «Michela, no sabes qué puedes encontrar allá». Mi error fue que en aquella duda venció la parte más humana. Pero el hombre propone y Dios dispone, porque pocos minutos después de encontrarnos, con una mirada que yo no le deseo ni a mi peor enemigo, mi madre me dijo: «Tú para mí no has existido nunca, no has existido hasta ahora, no existes hoy. Sal de mi vida». Yo no sé que siente una madre cuando un hijo dice no a su amor, pero les puedo decir lo que siente un hijo cuando una madre le dice no a su amor…

Fue un gran dolor. Regresé a Roma, cogí a Chiara y sujetándola contra un muro le dije: «¿Pero yo qué le hecho de malo a Jesús? Trabajo para Él, ¿por qué no me puede ayudar?».

A mí pregunta de por qué Jesús me trata así, Chiara me contestó: «¿Sabes, Michela? Santa Teresa de Ávila le preguntó lo mismo a Jesús, y Jesús le dijo que así trataba Él a sus amigos». Ya sabéis lo que Santa Teresa le respondió a Jesús: «Ahora entiendo por qué tienes tan pocos».

Era una situación dolorosa, de la que era difícil salir, por lo que entonces Chiara me propuso unos días de vacaciones. Yo pensé: «Estupendo, me iré a la playa y tomaré el sol», pero Chiara ya había pensado en todo: «Hay un lugar al que puedes ir. Es un pueblo en Bosnia que se llama Medjugorje. Cógete unas vacaciones y vete allí». Yo le dije a Chiara: «A Medjugorje yo no voy, Chiara. Mejor me pagas las vacaciones en Croacia, que está muy cerca y tiene un mar estupendo. Ya cuando esté allí, un día me acerco a Medjugorje. Pero yo no me voy a meter entre las colinas, las piedras y el calor. Eso no son vacaciones». Chiara me respondió: «Te recuerdo que hiciste un voto de pobreza y otro de obediencia. Elige por cual de los dos quieres ir a Medjugorje». Así que elegí el de la obediencia, y voluntariamente vine a Medjugorje.

Llegué a Medjugorje ¡Me daban una pena los peregrinos! Porque yo pensaba que yo estaba allí porque me habían obligado, pero no entendía por qué ellos no iban al mar, pudiendo hacerlo.
En fin, los primeros diez días fueron un desastre. Yo no quise saber nada de peregrinos, ni del fenómeno de Medjugorje, ni de nada.

El día decimoprimero, estaba tras la explanada, cerca de la carpa verde. Estaba tumbada en mi toalla, tomando el sol. En serio, pasaba de todo. Y ahí tirada me vio Marija, una de las videntes. No nos conocíamos de nada, pero a ella le llamó la atención, no sé si verme tumbada tomando el sol, o mi toalla verde chillona. Se acercó a mí y me dijo: «Hola, ¿qué haces?». «Estoy esperando a que comience la Misa». Entonces Marija, sin más, con toda la naturalidad, me dijo: «Vente mañana conmigo a una aparición».

¡Imagínate! Era ridículo. Tanto que me dio la risa y le contesté: «Mira, va a ser mejor que la Virgen María venga a mí, porque yo de aquí no me muevo». Marija me miró un poco sorprendida, en silencio. Al cabo de unos segundos, cuando se me quitó la sonrisa de la cara, me dijo: «Tú vente mañana».

En Medjugorje, si no vives el fenómeno, tampoco es que haya mucho que hacer. Mis primeros diez días allí fueron tan aburridos, que por muy absurdo que pareciese, asistir a una aparición suponía algo distinto en medio de aquel aburrimiento, así que el día siguiente aparecí a la hora que me había dicho Marija en el Oasis de la Paz, donde iba a vivir su aparición. Al llegar allí, aquello estaba lleno de gente.

Yo llegué a las seis y cuarto de la tarde y allí había gente que llevaba más de tres horas, con todo el calor. Yo pensé: «Qué tontería llegar tan temprano, si de toda formas a la Virgen solo la ve la vidente, pero bueno».

Al cabo de unos minutos llegó Marija. Me vio en el jardín, me cogió de la mano y me llevó dentro de la capilla con ella, delante del todo, a su lado. Me llevó hasta allí a rastras y de un empujón me puso de rodillas. Todo el mundo rezaba y yo pensaba: «Qué buenos todos estos peregrinos, mira cómo rezan», pero mi corazón estaba muy cerrado y no quería participar con ellos.
Recuerdo el momento en que comenzó la aparición. Todo el mundo se quedó en silencio y Marija se quedó mirando extasiada hacia arriba. En ese momento pensé: «Cualquiera desearía estar aquí a su lado, ¿cómo es posible que a mí no afecte?». La miré a Marija y vi que, sin emitir ningún sonido, movía sus labios, ¿y saben cual fue mi pensamiento en ese momento?: «Pero ella, con la Virgen, ¿habla en croata o en italiano?». Os prometo que lo pensé, de verdad, incluso quince días después de aquello se lo pregunté a ella. Me dijo que hablaban en croata.

Bromas a parte, en cierto momento de la aparición ocurrió algo. Y se lo cuenta la persona más racional que existe. Empecé a sentir un calor en el cuerpo. Era un calor que llegaba hasta la punta de mis dedos, hasta mis pies. Era un calor maravilloso. Sentí como si algo me abrazara, me rodeara y me cubriese entera, y entonces ocurrió lo más increíble, y es que sentí como si me hiciesen un transplante de corazón. Digo trasplante porque sentí como si algo se metía en mi pecho y me arrancara una piedra de dentro. Era un corazón herido, enfermo, y sentí como si me colocasen un corazón nuevo ahí dentro, en su lugar. Subrayo la palabra transplante, porque no fue un corazón curado, sino un corazón nuevo, que me llenaba de paz el alma, la mente y el cuerpo.

Al acabar la aparición yo no entendía nada de lo que estaba sintiendo, pero era bellísimo. Empecé a darme cuenta de que tenía que marcharme y comencé a repetirme a mí misma que en realidad no pasaba nada, para ver si me calmaba, pero qué va, cada vez que lo decía mejor lo sentía.

Entonces Marija se levantó e hizo lo que hace siempre. Explicó a todos lo sucedido: «He presentado a la Virgen María todas vuestras intenciones de oración. La Virgen María ha orado por ustedes y les ha bendecido». A todo esto yo seguía de rodillas a su lado. Entonces ella, delante de todos me miró y dijo: «La Virgen María ha hecho suyo el dolor de tu corazón. A partir de hoy solo ella será tu madre».

Salí de la capilla. Marija no sabía nada de mi historia. Cuando ella salió yo estaba en el jardín, desconcertada. Me cogió de nuevo por el brazo y, sin estar yo todavía muy convencida de lo que suponía que había pasado, le pregunté: «Marija, tu estabas ahí, ¿me viste durante la aparición?», y ella me respondió: «No, yo no te vi. Pero la Virgen sí».

Desde aquel día hasta hoy he sentido a María en mi vida. La he sentido de una manera muy concreta. He descubierto que cada vez que tengo el rosario en las manos, es María quien me coge de la mano.

Aquella tarde aprendí otra cosa. Era cierto que hasta ese día había trabajado para Dios, pero María quería que yo trabajase con Dios. Y otra cosa bellísima fue que si yo quería ser santa, debía tomar a la Virgen María como modelo de santidad. Os aseguro que eso, para un carácter como el mío, no es nada fácil. No es fácil vivir la obediencia. No es fácil vivir la humildad. No es fácil vivir el silencio de María. El silencio de María bajo la cruz. Pensad que María estaba bajo la cruz.

Aquella fue una experiencia bellísima, porque descubrí que el dolor puede ser transformado en amor por la humanidad. Os digo que si aquella tarde del entierro de Luca dije que Dios no existía, después de doce años puedo deciros que Dios sí que existe.

Durante ocho años he vivido en silencio. Durante ocho años he estado escondida. Pero hace dos años, en un capítulo general de la familia salesiana, Chiara y algunos otros me pidieron que contara mi historia. Al principio tuve miedo. Pero cuando aprendes que la vida no te pertenece a ti, que la vida es un regalo, el miedo puede ser canjeado. Yo hice este pacto con Jesús: «Jesús, si mi vida, mi historia, sirve a un solo joven a encontrar tu misericordia, yo daré mi vida por esto».

Queridos jóvenes, no tengáis miedo del sufrimiento. El sufrimiento existe, sí. El mundo nos dice que no existe, nos enseña cómo cubrirlo, cómo barnizarlo con capas de cosas sin importancia. Pero Jesús nos enseña a vivirlo con Él. Lo que tiene a Jesús clavado en la cruz no son los clavos, sino el amor especial que tiene por cada uno de nosotros. Por eso os ruego, por favor, que como decía san Francisco de Asís, no permitáis que el Amor de los amores no sea amado. ¡Llevemos el amor de Dios a todas partes! Podemos hacerlo, Jesús nos ha enseñado cómo. Somos pequeños, pero seamoslo como decía la madre Teresa de Calcuta: como las gotas del mar, que hacen un océano.

Queridos jóvenes, estáis todos callados. Hay un gran silencio, pero como decía san Pedro, yo no tengo oro ni plata. ¡Lo que yo tengo me llega de la Providencia! Mirad, ni si quiera este rosario que llevo en el bolsillo es mío. Me lo han dado. Queridos jóvenes, yo no tengo nada, y a diferencia de san Pedro yo no hago milagros. Pero os puedo decir una cosa: ¡Que hay un Dios que ha dado su vida! ¡Que hay un Dios que nos ama hasta morir! ¡Que debemos experimentar la alegría de Cristo resucitado!

Mirad ese pedazo de pan. Ese pedazo de pan que nosotros adoramos, ese pedazo de pan blanco con el que nos nutrimos… ahí está realmente el cuerpo de Jesús. Y esto os lo digo con un gran dolor, porque los satanistas creen más que nosotros que ahí está el cuerpo de Jesús. Nosotros tenemos que empezar a creer. Tenemos que empezar a vivir a Jesús. Mirad san Pablo. Él decía: «No soy yo quien vive, es Jesús quien vive en mí» .

Os lo repito, no huyáis del sufrimiento, utilizarlo. Levádselo a Jesús y ese sufrimiento se transformará en amor.

Me despido con una frase de Edith Stein . Cuando Edith Stein se convirtió, le preguntaron por qué se había convertido al catolicismo, y ella respondió: «Yo busqué el amor. Y encontré a Jesús».

LAUS DEO.