martes, 23 de diciembre de 2008

Intrusos en Navidad

El ángel Gucielín había tenido una misión entretenida y lo hizo con todo su espíritu. Casi diríamos que estaba afónico -sino fuera porque los ángeles no tienen garganta- de tanto haber cantado: "Gloria a Dios en las alturas..." "Les traigo una gran alegría, les ha nacido un salvador..." Gucielín estaba muy contento, casi como en el mismo cielo, aunque su misión era bien en la tierra. Fue entonces cuando se le ocurrió asomarse a la gruta de Belén para contemplar el suceso de los sucesos: ¡El Verbo hecho carne!
Había escuchado tantos comentarios de los ángeles mayores que tenía él ahora una gran curiosidad por contemplar ese portento... "Se imaginan: ¡Dios hecho un hombre mortal!", pensaba para sí. De algún modo había crecido su admiración por el mismo Dios: haberse hecho un simple humanito para traerles salvación, qué humilde era Dios.
Antes de entrar en la gruta se sacudió un poco las plumas y las ordenó. Temía no estar a tono con el momento tan solemne. Se deslizó muy lentamente en la cueva y... por un momento no pudo ver nada, habían varias personas allí, eran los pastores, él ya conocía algunos.
Se elevó un poco y pudo ver al fondo a la Señora, pero curiosamente no le vio el rostro y entonces dirigió la mirada al centro de la escena y... "Jo, jo, jo. ¡Feliz Navidad a todos ustedes!" Gucielín casi se cae de la impresión, le fallaron las alas en verdad. Sobre el pesebre estaba un señor gordo y vestido de rojo, con una espesa barba y unas botas curiosas. La mula y el buey lo miraban medio asustados. Los pastores pensaban que él era el Mesías, que él era el centro de la navidad y le ofrecían sus dones. El señor gordo les sonreía tocando su campana y con ese feo "Jo, jo, jo" y observaba con desdén los regalos que los asustados campesinos ponían a sus pies.
Gucielín no sabía qué decir ni pensar.
"No, él no es el Mesías, él no salva a nadie, él no es el centro de la navidad" Eso es, tenía que gritar fuerte esa verdad, que un intruso estaba en el pesebre, que es un fraude, que esa no es la gruta de Belén.
El pequeño ángel montó en cólera y ahora sí que estaba por explotar de indignación, salió de la cueva y pensaba entrar de nuevo y gritar fuerte que ese señor gordo no es el Mesías. Entró decidido y ahora escuchaba a los pastores exclamar asombrados: "Ohhhh" Se elevó un poco y observó como ya no estaba el señor gordo vestido de rojo, no, no, ahora estaba un duende verde con un gorro en punta y otros duendes sobrevolando por el cueva. "Duendes... son duendes" Ni siquiera eran ángeles, eran unos seres pequeños y aparentemente simpáticos, una especie de ángeles enanos y circenses.
"Esto no es posible, esto es una broma de mal gusto o una burla" Gucielín se adelantó y cuando estaba por increpar a los duendes se encontró frente a un muñeco de hielo con una zanahoria como naríz y con una bufanda a cuadros. Nuestro amigo se avalanzó contra él y al querer darle un derechazo vio cómo aquel muñeco se transformaba en un árbol adornado con muchas cajas de colores al pie.
Gucielín se retiró, pensó en pedir refuerzos: alguien o muchos habían falseado la gruta de Belén. Esa no era la primera navidad, no estaba presente el Mesías, no estaba el Verbo hecho carne. Nuestro pequeño amigo se sentía muy mal, le dolía el corazón.
Al salir medio cabizbajo se dio cuenta cómo los pastores se daban la felicitación navideña sin saber por qué o por quién, pero eso no les interesaba en absoluto, querían estar alegres pero en el fondo ni siquiera sabían la razón y tampoco les importaba saberla. Y se desató la música, no tenía nada que ver con las melodías que él y sus amigos entonaban arriba junto a Dios. Y volteó la mirada y se dio cuenta que aquella no era La Señora, que no estaba San José, que en absoluto estaba el misterio de Belén. Y Gucielín vio varios chiquillos y chiquillas bailando como perros y al querer salir de la gruta vio en el suelo muchas botellas de cerveza, comida por doquier y varias cosas más...
Gucielín se sentía muy dolido, él jamás anunció eso, le parecía todo tan grotesco y absurdo.
Tomó vuelo y cuando estaba surcando el cielo... despertó!!!
No lo podía creer, casi se diría que estaba traspirando, le volvió el espíritu a las plumas y se dijo: "Calma pequeño, era sólo un mal sueño, nada más, estate seguro de que eso nunca pasará, nunca"

***********
Es horrible,
es absurda,
es inentendible,
es imposible,
es vacía,
es grotesca,
es mentirosa
una Navidad sin Jesús al centro de todo.
Él es el centro de la navidad.
No hay navidad sin Jesús.

Feliz Navidad con Él, amigos.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Despertar ya!

Hace varios años un entrañable escritor católico, José Luis Martín Descalzo, en uno de sus tan esperados artículos -que ahora se encuentran también en la internet- afirmaba que por lo general los seres humanos vivimos dormidos nueve de cada diez horas de nuestra vida.
Esta afirmación me ha parecido bastante acertada y dramática.
Por lo general tenemos el alma dormida. Podemos tener los ojos abiertos pero podemos tener también el alma extraviada en otra dimensión. Será por eso que el mismo Jesucristo se encarga, en este adviento que hemos comenzado ayer, de insistir en el Evangelio que debemos estar despiertos, que debemos ser vigilantes, que ay de nosotros si el patrón viene y nos encuentra dormidos. Posiblemente el alma inmensa de Jesús se dio cuenta que la mayoría de los humanos vivimos dormidos aún con los ojos abiertos.
Posiblemente nos falta plena conciencia de lo que hacemos. Nos acostumbramos a vivir, nos acostumbramos a todo, incluso al mal, a la injusticia, al dolor, y cómo no, también nos acostumbramos a lo bello, a las cosas buenas y al final ya no las valoramos ni nos sorprendemos de todo ello, nos vamos anestesiando de vivir.
Quizá es también un mecanismo de defensa. Es que a veces la vida se pone dura y necesitamos adormecernos un poco para no impresionarnos demasiado o para no deprimirnos sin remedio.
Y así vamos jugando entre la conciencia y la inconciencia, entre el sueño y la vigilia del alma... nos vamos debatiendo en un estado de letargo, en una especie de standby humano. Tenemos la lucecita que dice "encendido" pero no estamos con los cinco sentidos a punto. Quizá en el indicador personal, en nuestra lamparita de "estado" aparece el icono aquel de esa luna: dormido, pero despierto; despierto pero dormido.
Cuánto necesitamos despertar. No es fácil lograrlo y menos vivir mucho tiempo con el alma despierta. Puede suceder que tengamos tiempos, horas, ocasiones de vigilia pero en suma la mayor parte de nuestra existencia la pasamos en un profundo sueño del alma, ronquidos incluidos.
Sospecho que son los santos, esos hombres y mujeres normales de ayer y de hoy, los que hicieron la apuesta de vivir concientemente. Ellos y ellas vivieron muy despiertos, estuvieron en vigilia permanente. Quizá por ello muchas veces nos han parecido exagerados, sino locos. Es loco aquel que se atreve a estar despierto en medio de un montón de gente dormida, como es un desquiciado el honrado en medio de ladrones.
Es una empresa muy exigente la de estar despierto siempre. Quizá por ello muy pocos lo han logrado de verdad. Estar despierto siempre implica también sentir más hondamente la alegría y el dolor. Y quizá eso nos aterra: preferimos dormir un poco para olvidar, para no recordar que sufrimos, para escapar de algún modo de nuestra dura realidad.
Y Jesucristo nos dice que despertemos, que estemos vigilantes.
Y Él sabe que nos cuesta mucho despertar, nos cuesta mucho velar y orar.
Y Él se apiada de nuestro terrible sueño del alma.
Y mientras dormimos él vela por cada uno, como si fuésemos el hijo único que está enfermo.
Y mientras demoramos en despertar él no se cansa de ninguno de nosotros.
Y Él no ha perdido la esperanza en nuestro despertar.
Y él sueña despierto en el momento en que viviremos despiertos para siempre en la eternidad.
Y mientras seguimos durmiendo él se hace centinela y no deja de gritar: "Despierten ya!!!"
No sabemos el día ni la hora en que Dios vendrá a nuestra vida, pero sabemos que cuando él venga nos traerá la paz del corazón y una alegría de manantial que curará nuestro susto y nuestro miedo de vivir.
Pero, ¿qué pasará si viene con todos sus dones y nos encuentra dormidos?

lunes, 24 de noviembre de 2008

"Ego te absolvo a peccatis tuis..."

Algunos de mis hermanos de comunidad me decían entre serios y bromistas: "Aún tienes el olor a crisma", yo sólo sonreía y rezaba para mis adentros pidiendo al Señor el poder conservarlo siempre. Habían pasado tan sólo algo más de 72 horas desde que aquel venerado cardenal me había impuesto las manos y me había presentado ante el pueblo de Dios como sacerdote. Los primeros tres días los pasé absorto, sorprendido, casi pasmado por lo que el Señor me había regalado, sin mérito alguno de mi parte. Los tres primeros días no había sentido al vivo la grandeza de lo que se me había confiado, era como un chiquillo a quien se le ha regalado algo tan valioso que casi no logra apreciarlo debidamente. Los tres primeros días los pasé así. Había concelebrado con mis hermanos recién ordenados, aún no presidía sólo una Eucaristía, hacía sólo unas pocas horas que había recibido por escrito las licencias ministeriales, el permiso de confesar y absolver. Recibí aquel documento con emoción, lo leí y releí varias veces, estaba firmado por el cardenal. Y una tarde casi todos mis hermanos tuvieron que viajar fuera de Lima. Y quedé -por cuestión de salud- junto con otro hermano recién ordenado "cuidando" el seminario. Ese jueves, igual que el jueves decisivo de Jesucristo me tocó presidir por primera para una comunidad pequeña. Estaba bastante nervioso, había ensayado varias veces el rito de la misa pero otra cosa era lanzarse a presidir de verdad. Me acerqué tembloroso al altar y yo mismo no podía creer lo que me disponía a celebrar. Me agarré del misal, leía despacio y trataba de meterme entero en ese momento sagrado. Los monaguillos de turno me miraban asombrados: hacía unos días me habían visto como diácono ayudando al superior y ahora era yo el que era ayudado por ellos.
Luego me dijo uno de ellos que había cometido un error, que me había olvidado una genuflexión. Yo no me dí cuenta del asunto, ya era para mí suficiente el no haberme perdido con el misal.
Y terminó la misa, mi primera misa. Salí de la sacristía para rezar un poco ante el Sagrario. Y pude darme cuenta de que la gente tenía los ojos puestos en mí. Me sentí perdido.
Yo pensé que allí acababa todo.
Cuando me disponía a levantarme y salir del templo una anciana -que al parecer no era del lugar- me toca el hombro y me dice: "Padre, por favor tiene que confesarme a mí y a mis nietas..." "Claro, claro" Y me puse en camino para el confesionario. Mientras iba trataba de recordar la fórmula de la absolución. Me la había aprendido ya pero ahora no la encontraba en ninguno de mis archivos mentales, eso me puso más nervioso de lo que ya estaba. Tenía ganas de inventar algo y salir corriendo. Trataba de controlar mi temor y repasar la fórmula. Recordaba que un hermano de mi grupo me decía: "Lleva siempre el ritual hasta que te lo aprendas bien" Yo no le había hecho caso y ahora comenzaba a lamentarlo.
Cerré la puerta del confesionario. La viejecilla se arrodilló y comenzó su confesión muy contrita y muy confiada quizá en que yo ya tenía una larga experiencia en el ministerio. Yo de pronto me ví metido en el momento sagrado en el que una persona abre su conciencia a Dios por medio del ministerio de un simple sacerdote. Me daba cuenta así, dramáticamente, de la grandeza que tenía entre manos. Me sentía sobrecogido. ¿Quién era yo para estar metido en todo ello? Sentí un tremendo temor de fallar, de no estar a la altura del encargo. Cuando la anciana acabó su confesión me pidió la absolución y la penitencia. Yo tuve que hacer un esfuerzo superlativo para poder hablar. A duras penas dije alguna cosa. Tembloroso y asombrado levanté la mano derecha para pronunciar aquel: "Ego te absolvo a peccatis tuis...". El Señor me ayudó a recordar en ese instante la fórmula por la cual un simple humano puede de parte de Dios perdonar a sus hermanos. Y sentí que ya no era yo, que era Alguien más quien obraba por mí. Y vinieron las pequeñas nietas y se confesaron y tuve que hacerme violencia para no emocionarme demasiado al contemplar el poder de Dios.
Recuerdo que mi confesor me había dicho por tres veces que no tuviera miedo de equivocarme, que de seguro me equivocaría, eso me consolaba bastante.
Y Dios, Jesucristo, me había puesto como puente -pontífice- entre Él y mis hermanos.
Y una y mil veces más me ví envuelto en esa atmósfera sagrada de la verdad del ser humano y la misericordia de Dios. Y les hablé a ellos de Dios y le hablé a Dios, Jesucristo, de mis hermanos. Y desde entonces agradecí al Jefe tanta consideración para conmigo.
Y desde entonces me esfuerzo por transmitir algo de Dios al que viene a pedir misericordia e intercesión. Y sé que no soy yo, de nada valdría, el que les perdona, sino uno muy grande que se llama Jesús, a quien me honro de servir.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El rap del Camaleón

Este es el rap, el rap del Camaleón.
A todos ustedes hoy les doy mi saludón.
Si tú quieres que ría, todo el día reiré,
si tú quieres que llore, todo el día lloraré.
Nunca me preguntes que es lo que pienso yo,
yo no pienso nada que no pienses tú,
yo no digo nada que no digas tú.
Dime lo que piensas y de acuerdo yo estaré,
me disfrazo de lo que quieras si así te gusta a tí.


Este soy yo, un experto Camaleón,
tú nunca sabrás que es lo que pienso yo,
no me comprometo con nadie nunca yo,
mido mis palabras para ganarme el favor
de todos los que me miran aquí y allá
para cuidar bien mi prestigio personal.
Este soy yo, un experto Camaleón,
nunca pidas mi opinión, qué es lo que pienso yo,
no me inclino hacia nadie, sino hacia mi seguridad,
mido mis palabras para ganarme el favor
de todos los que me miman
y me dan seguridad.


Oye Camaleón, ¿sabes qué es tu actuación?
nunca te comprometes porque eso te da pavor,
siempre harás que el bueno sufra por tu temor,
nunca dirás lo que debes porque cuidas tu "honor",
siempre harás que el malvado ataque sin piedad,
siempre harás que el justo sufra por la verdad.
Oye Camaleón, ¿sabes cuál es tu final?
después de banquetear y de vidas malograr
al abismo irás a parar
por cobarde y transador con el que mentiroso es
y por no querer mostrar la cara de la verdad.



Ese eres tú, un experto Camaleón,
por tu culpa en el mundo no habrá justicia ni verdad,
porque prefieres callar antes que denunciar.
Te tiemblan las piernas ante la verdad,
miedoso y abyecto en tu barro te hundirás.
Ese eres tú, un experto Camaleón,
por tu causa el justo y el profeta hoy y mañana morirán,
por tu causa mis hermanos morirán y morirán,
porque no quisiste actuar cuando debías denunciar.
Porque preferiste tu comodidad cuidar y tu vientre engordar.
Qué pena Camaleón, al abismo irás a parar.


Mira chiquillo, tú no ves la realidad:
en este mundo hay que saber actuar,
eso se llama la cabeza usar
no comprendes que aquí todo se maneja así,
por nadie puedes al fuego la mano poner,
¿sabes por qué? Porque todos son igual a mí.
Mira chiquillo es cuestión de táctica
para estar con todos bien, para nunca chocar,
eso es la cabeza usar.
No seas tonto, por nada ni por nadie hay que apostar,
lo importante es tu pellejo salvar y de todo aprovechar
para lo mejor de la vida gozar y sin tu comodidad molestar.


Soy un Camaleón y me gusta así ser,
es cuestión de habilidad y de a todos contentar,
de nunca comprometer la propia comodidad.
Eso es lo mejor que tú puedes hacer para siempre triunfar.
Eso de por la verdad apostar no es rentable ni lo será,
la vida es sólo una y hay que aprovechar.
Yo elijo aquí todo gozar porque de lo futuro nadie me asegurará.
Soy buen palabreador y nací un cobardón,
la vida me hizo así y así yo moriré,
lo importante es ahora gozar y después ya se verá.
Soy un Camaleón y me gusta así ser.

Mira Camaleón, el Señor te va a hablar:
"Estoy a punto a tí de mi boca vomitar
porque nunca te comprometes con la verdad.
tu técnica de todo aparentar es una brutalidad,
siempre transas por tus cálculos de probabilidad.
Le dices a cada quien lo que le gusta escuchar
y haces a todo el mundo pelear y discutir
porque te gusta siempre jugar con intrigas y poder,
tu corazón pequeño y tu alma estrecha no me podrán ver jamás.
Por tu causa el inocente en esta vida sufrirá
porque no tienes agallas para luchar por la verdad
y por tu culpa el malo siempre éxito tendrá
por eso el día final por tus omisión y tu temor todo pagarás".

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¿Qué nos parece la actitud del Camaleón?
¿Qué enseñanzas podemos sacar?
¿Es difícil ser coherente y fiel a la verdad?
¿Es rentable ser un "Camaleón"?

lunes, 10 de noviembre de 2008

"Tradición y propiedad" (ideologías, 2da parte)

Antagónica a las ideologías anteriores es la postura de quienes por alguna razón defienden y defenderán siempre, si es posible con los dientes, todo aquello que sepa a seguridades humanas: la propiedad privada, las propias tradiciones humanas, todo ello sin que interesen demasiado las personas y sus problemas.
Lamentablemente esta postura ideológica tiene también presencia en los ambientes de fe, en los círculos religiosos y genera también personas violentas o inmisericordes, cegadas para ciertas realidades humanas como el sufrimiento de los inocentes o la injusticia para con los pobres.
Los que se inclinan hacia estas tristes ideologías sostienen por ejemplo que en el mundo hay demasiada gente, que no es posible encontrar tanto alimento para demasiados seres humanos, por ello se inclinan a favor de la esterilización de las mujeres pobres, promueven, como no, el aborto a distintos niveles y eso sí: pueden cortar vidas pero no cortarán sus ansias de tener más y con mucha seguridad. No saben, no quieren enterarse de que en el mundo hay suficiente alimento para todos pero que el problema, el único problema, es que a ellos nunca les dará la gana de desprenderse de "sus cosas" para que otros puedan vivir dignamente (¿Hará falta decir o escribir que el problema está en el injusto reparto de los bienes materiales?).
Los adoradores de "sus cosas" son más elegantes y amables que los "clasistas y combativos" pero son igualmente egoístas. Y quizá en el fondo -como aludí en el anterior artículo- unos y otros son igualmente adoradores del dinero o del poder que tienen o que desean tener. Nótese, por ejemplo, cómo actualmente existe en nuestra sociedad ese híbrido social llamado "izquierdista-caviar", es decir: ese pretendido luchador por la verdad y la justicia, que se engolosina hablando contra el capitalismo y el abuso de los poderosos y que a la par de su discurso lleva una vida propia de un capitalista burgués, con todos sus vicios, modas y comodidades. Luchadores sociales de pacotilla.
El adicto a la Tradición y Propiedad es el favorecedor de las dictaduras y de los atropellos contra los derechos humanos. Consumista empedernido y cegatón voluntario, amigo de la seguridad y amante de su propia comodidad, soberbio a ultranza y falso creyente.
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¿Cómo conquistar el camino de la verdadera libertad?
¿Cómo luchar por la verdad y por la justicia sin caer en el juego del propio egoísmo?
¿Cómo alcanzar la clave de la verdadera honradez para con Dios y con los hermanos?
Nos hace falta volver la mirada al Dios y Hombre verdadero, Jesucristo, que ha venido a mostrarle al hombre cómo debe ser hombre.
Más que un simple líder, más que un caudillo prefabricado, más que un adalid de verdades no tan verdaderas, necesitamos de Jesucristo, el de los evangelios.
Y encontrándolo a él tendremos vida plena.
Amén.

domingo, 2 de noviembre de 2008

"Reciban mi saludo clasista y combativo" (Ideologías, 1ra parte)

A raíz de lo que en estos últimos días me ha tocado vivir, en esta oportunidad quiero referirme al tema de algunas ideologías políticas que subyacen en varios de nuestros países latinoamericanos y que mantienen cautivos a miles de hermanos nuestros.
El título de este artículo de inmediato nos remite a una ideología que según la clasificación clásica es "de izquierdas" y que está muy presente entre nuestro campesinado y algunas elites en nuestras grandes urbes.
Hablando de lo que es una herejía -en el ámbito teológico- alguien no dudo en definirla así: "Es una verdad que se ha vuelto loca". ¿Qué podríamos decir de lo que es una ideología? Para hacer un parangón a la anterior definición yo podría decir que una ideología es una verdad que se ha vuelto paranoica o que tiene personalidad bipolar.
Una de las cosas que me llama profundamente la atención es la actitud paranoide en la que por ejemplo pueden caer los cautivos de ideologías "de izquierdas". Definitivamente no creerán en nada de lo que les digan otros que no piensen como ellos. Definitivamente creerán tener enemigos por todos lados, se juntarán como una piña para 'defenderse' del enemigo que les cerca, se sentirán perseguidos, asediados, intimidados, acorralados...
Yo no sé si todos los cautivos de ideologías de izquierdas sepan lo que dijo Hegel acerca de la necesidad de la dialéctica y de que esta fue la base para entender luego el pensamiento de Marx, por lo menos con relación a la lucha de clases. Sin embargo los que en nuestros países andinos se toman en serio sus ideologías "clasistas" dan por descontada la necesidad de una contraposición precisamente entre clases sociales.
¿Y qué pasa cuando -en nuestros países andinos- no pocos de los que educan a las jóvenes generaciones sufren de esta paranoia ideológica? Seguramente transmitirán sus presupuestos a los más jóvenes y más tarde ellos también verán como enemigo a todo aquel que no sea de su "clase. Y entonces serán "clasistas y combativos". Pero cuando ellos y sus maestros progresen un poco se convertirán muy seguramente en "clasistas caviar", es decir: tendrán una mano empuñada en sus "plataformas de lucha" y con la otra sostendrán sus celulares y sus comodidades capitalistas que en el fondo les atraen desmedidamente.
¡Qué engañoso es el mundo de las ideologías humanas!
¡Cuánto retraso traen en nuestros pueblos de latinoamérica!
Yo apuesto por el Evangelio de Jesucristo, que definitivamente está muy por encima de cualquier ideología, del color que sea, roja o estrellada, azul o con franjas rojas.
Si una ideología es una verdad paranoide, El Evangelio es La Verdad para todos.
Ustedes, ¿qué dicen?

martes, 28 de octubre de 2008

¿Por qué esa actitud?

Sólo hace unos meses -gracias al comentario de unas religiosas amigas- he descubierto el fenómeno de los jóvenes "Emo". Desde ese entonces he estado atento al asunto y me he dado con la ingrata sorpresa de que los Emo no son pocos y que constituyen una moda por lo menos de temer. No creo que todos los chicos y chicas peruanos que visten de negro y rosado y que usan un peinado que les tapa un ojo con el pelo lacio y negro, sepan exactamente qué es ser un Emo pero yo temo más a lo que está detrás.
Y ¿qué está detras? Pues a mi juicio algo simple y a la vez aterrador: ese curioso afán o ese cariño extraño que no pocos le han tomado a lo que significa tristeza, fealdad y autodestrucción personal.
¿Por qué les gusta tanto todo aquello que les sabe a sufrir, a muerte, a desgarro del corazón? ¿Por qué les gustan tanto las canciones esas tan tristes y que les dejan sin esperanza?
Pero no sólo están los Emo con ese cariño por morirse y que se engolosinan con su propia tristeza. Considero también otras tristezas: todos esos modernos dibujos animados en los que se ven muertos, pulverizados, y aniquilados. Y están también esos polos "lindos" con motivos "Heavy metal" por ejemplo, en los que las calaveras, los cráneos, y cosas semejantes son las más atractivas. Vaya repentino cariño por lo horrible.
¿Y qué decir de los tatuajes? Quizá podría admitir un tatuaje hermoso, por ejemplo con el nombre del amor de mi vida. Pero ¿qué decir de esos tatuajes con motivos de muerte y destrucción, eso sí: bien adornaditos?
En fin, ¿de dónde salen todas estas repentinas modas o cariños locos por todo aquello que representa depresión, muerte, violencia, maldad, sadismo, procacidad?
Posiblemente los comerciantes tienen su parte en toda esta movida, pero lo que me hace temer es esa acrítica manera de asumir todo esto por parte -mayormente- de las generaciones más jóvenes. De acuerdo, los comerciantes hacen lo suyo, pero qué pena que estos inescrupulosos puedan encontrar tanta gente bien dispuesta a tragarse -o ponerse- todo lo que ellos ponen en vitrina.
¿Ya no quedará espacio ni tiempo ni lugar para disfrutar de lo hermoso, de lo realmente bello y perfecto?
Sólo por hacer un comentario más estético: muchas chicas piensan que son bellas -y muchos varones piensan que ellas lo son- cuando en realidad a lo más que llegan es a ser provocadoras y nada más. Entre real belleza y real provocación creo que hay distancia.
¿Y qué decir de esos esqueletos humanos: anoréxicos, pálidos, de mirada perdida, serios, poco naturales y muy forzados, en los que se han convertido -¿por culpa de quiénes?- a las modelos de pasarela? Yo por lo menos cuando las veo en la televisión siento una gran lástima por lo que han llegado a ser: unos mamotretos de humanidad.
Y sigamos: ¿Ya no quedará lugar ni espacio ni tiempo para la belleza que sublima, para la perfección que hace brotar poesía?
Hace algún tiempo escuché un audio en el que un poeta moderno de mucho prestigio recitaba sus versos. Me dijeron que era lo mejor de su país y que tenía embrujados a los universitarios. En verdad yo no pude aguantar más de un minuto escucharlo.
¿Tendremos que pensar que hasta la poesía se ha esfumado de la faz de la tierra? ¿Será que ahora ya no tendremos la oportunidad de escuchar versos del alma sino que nos bastará con escuchar la inspiración que tuvo un fulano mientras iba en el bus por la gran ciudad escuchando una pachanga de letra irrepetible y menos todavía digerible?
¿Por qué los modernos amamos tanto lo feo?
¿Por qué a los modernos nos basta un poco de provocación y procacidad?
¿Ya no tendremos capacidad de apreciar lo bello, lo noble, lo puro, lo laudable, lo que es virtud o mérito?
¿Será que lo mortuorio, la improvisación, el desparpajo, la obscenidad y lo feo deberán constituir sí o sí nuestro ambiente de vida?
¿Por qué esa actitud?
He lanzado varias interrogantes en este artículo, son sólo motivaciones a "conversar" este tema apuntando a la finura de espíritu.
Gracias.

lunes, 20 de octubre de 2008

Ángeles de Dios

Me considero una persona afortunada. Y no es que la fortuna la tenga en mí mismo sino en todas aquellas personas que he podido conocer y que más que haberles ayudado desde mi condición sacerdotal, se han convertido para mí en "aliados" por decirlo de algún modo. Ellos son mi fortuna.
Los primeros que me vienen a la mente son esos "paraísos andantes", los niños pequeños con quienes, ¡gracias a Dios!, he podido entablar una gran amistad. Están los "Sin dientes adelante" que cuando me ven simplemente corren para saludarme aunque luego me quede con el traje manchado (eso poco importa en verdad, diría que son gloriosas manchas). Están las "Pilluelas" que convierten mis brazos en columpios y que no saben que me es muy difícil resistir 80 kilos con un sólo brazo. Están esos "Cara de yo no fui" que luego de una indicación de su profesor vienen a mí y me sueltan a bocajarro: "Te quiero mucho"... poco entienden de por qué me quedo bloqueado luego de sus cariñosos asaltos... los que atesoro como gloriosos "Óscar".
Están esos chicos y chicas a los que muchas veces he estado a punto de preguntarles: "¿De qué planeta vienen?" ¿Por qué? Porque los veo tan íntegros y honrados con Dios y con los demás que me hacen dudar de si son de nuestra raza o son ángeles en jeans y zapatillas.
Está "Sor Dulce" que está muy segura de que yo le ayudo mucho con mi ministerio pero que no se da cuenta -felizmente- de que al sólo escucharle me siento evangelizado y atraído a regiones superiores del Espíritu. Está "Sor Claridad" ante quien a veces debo aguantar alguna lagrimilla de emoción por captar tanto amor a Dios y tanta fidelidad. Está "Sor Alegría" ante quien a veces me siento un tanto "envidioso" -se me perdone la palabra- al verla tan llena de esa alegría que no tiene razones humanas sino divinas. En fín, están "Sor Paz", "Sor Pureza", que me evangelizan sin darse cuenta.
Y también están aquellas "Almas gemelas" que viven en santo matrimonio y que me hacen pensar en cómo habrá sido la Sagrada Familia de Nazaret. Veo sus alegrías, sus dolores, sus preocupaciones, también sus defectos pero por sobre todo, esa bondad de corazón que nada ni nadie, ni siquiera la pobreza, han podido arrebatarles.
Y están también esos colegas, aquel "Padre Radical" al que he podido conocer muy de cerca, que lleva en sí un corazón de una sola pieza para Dios y que, en medio de sus modos singulares de ser, tiene un alma muy clara para con Jesucristo. Y está el "Padre Oráculo" a quien cada vez que veo experimento una fuerte descarga de Dios y que en medio de sus chistes y ocurrencias va regalando palabras de Dios, mensajes que vienen de lo alto.
Y está "Doña Corazón grande" que en medio de su humanidad golpeada por la enfermedad se hace servidora de muchos y mantiene una fe y una fortaleza que ya la quisieran tener muchos soldados.
Y están muchos más que me evangelizan silenciosamente con su nobleza de alma, con su franqueza y pureza integérrima, tantos que podrían hacer este artículo demasiado largo para ser parte de un modesto blog.
Yo no pretendo canonizar a nadie, quizá sirva de poco a estas alturas. Yo sólo digo que la gente buena existe y que si hay gente muy mala que a algunos les hace desear morir, también hay gente buena que me hace decir y con convicción: "¡Qué linda es la vida!"
Son ángeles sin alas, serafines con rostro descubierto, arcángeles de aspecto amable, querubines que cantan una canción del alma, gente que da a nuestra alma un nuevo oxígeno, unas tremendas ganas de luchar, de superarse. Son ángeles que nos dan aliento, nos infunden esperanza. Son aquellos y aquellas que hacen parir el corazón y se hacen padres y madres en un sentido más pleno, más total, más amplio, nos dan vida, nos alegran, nos purifican, nos re-crean.
Yo creo que están por todas partes, quizá medio escondidos a veces, sólo hace falta que abramos bien los ojos para verlos o que purifiquemos un poquito el corazón para detectarlos a tiempo, para disfrutar de su presencia.
Sí. Los ángeles existen, los que no vemos y los que vemos entre nosotros, están allí, con el traje humilde, con el uniforme, con el hábito sencillo, con los jeans, con el polito del Pato Donald, con el chupetín en la boca, en fin, con ganas de contagiar un poco de bondad a pesar de que la vida pueda ser dura también. Ángeles que nos recuerdan que a pesar de todo se puede sonreír, esperar, amar, confiar, luchar. Ángeles que muchas veces olvidando que tienen las alas heridas no dejan agitar sus alas y de transmitir luz y paz.
Sí, yo he visto ángeles de Dios... soy un hombre afortunado.
Gracias Señor por esos angelotes.

jueves, 9 de octubre de 2008

¿Adiós debates e intercambio?

Estoy muy agradecido con todas las personas que se han dado un tiempo para hacer los "retornos", los "ecos" sobre lo que en este modesto blog vamos escribiendo y compartiendo. Es bueno para alguien que escribe recibir esas palabras que no necesariamente deben ser cumplidos, felicitaciones o "franeleos" sino que incluso en medio de su desacuerdo nos van diciendo cómo vamos y si nuestra velocidad de camino es buena, si caminamos bien.
Sin embargo me extraña mucho el hecho de que la proporción entre el número de lectores que recibe este blog cotidianamente y el número de comentarios sea muy desigual, hasta abismalmente distante. En otras palabras: me sorprende encontrar tan pocos retornos (a favor o en contra, igual da) a nuestros artículos.
Pensando en esta situación me puse a esbozar algunas explicaciones, una de ellas es la que me ha dejado más "preocupado" por decirlo así. Es ésta: ¿Será que en este tiempo de tanto pluralismo y "mente abierta", en donde cada quien tiene "su" verdad, ya no hay campo para el debate serio e interesante? Y si ya no hay espacio para debatir, ¿será entonces que ya no tendremos progreso de ideas? Porque despues de todo, en un clima y tiempo tan "pluralista" como el nuestro ya se ve muy mal a quien comienza un debate (el relativismo es un dogmatismo con cara moderna que ordena la renuncia total a la autocrítica). Porque no hay nada que haga temblar más a un individuo relativista que la idea de debatir con otro sus propias posturas.
¿Será saludable renunciar a debatir? ¿Es saludable y razonable renunciar al intercambio de ideas serias? ¿No será acaso que en verdad las posturas relativistas y pluralistas de moda que acaparan las mentes de muchas personas no son capaces de resistir el mínimo debate y que por ello se prefiere el silencio con el autoengaño de "yo soy muy respetuoso de las ideas ajenas"? (Es curiosa la actitud del relativismo actual que se jacta de dar espacios para el diálogo pero que cuando ve que alguien piensa distinto no le permite expresarse, en realidad el relativismo sólo acepta a quienes piensan como él, pero le teme a quien tiene una palabra distinta... no es muy coherente)
PARA SER DIFERENTES quiere ser una ventana abierta al diálogo serio y desde la honradez que nos da Jesucristo. Queremos ser un espacio para pensar y hacer pensar desde La Verdad: Jesucristo. En varias oportunidades hemos lanzado artículos y temas con el indisimulable propósito de desatar un sano debate e intercambio de ideas, sin embargo casi siempre nos hemos topado con la desagradable salida de quienes optan por quedarse en silencio y quizá hasta satanicen la misma palabra "debate".
Soy un convencido de que el debate serio y alturado hace posible el avance en el conocimiento de la verdad. Se supone que tanto el pluralismo como la mentalidad relativista de moda deberían acercarnos más a la verdad pero por lo visto ambas constituyen una acrítica, increiblemente dogmática y obtusa renuncia a una confrontación saludable que seguramente les descubriría sus desconexiones lógicas y sus contradicciones de fondo. Porque muy en el fondo la mentalidad aquella que hoy absorbemos es nada menos que un nuevo e indiscutible dogmatismo, el más feroz y el más letal, porque consiste en la renuncia a la autocrítica.
Y por otra parte, esa mentalidad que produce ese sordomudismo relativista se encuentra frente a frente con la actitud desconfiada o temerosa de no pocos creyentes que se resisten -¿por qué?- a combinar fe y razón y a razonar la propia fe para mostrarla razonablemente al mundo.
PARA SER DIFERENTES quiere ser una motivación constante a pensar nuestra fe, o nuestra actitud de fe en la vida práctica. Ayúdennos a lograr esta aportación siempre saludable para todas las personas de buena voluntad. Sé que tanto Mario Mena como Mercedes Da Rosa concuerdan conmigo en esta invitación que lanzo a Uds.
Que el Señor nos ilumine y nos haga caminar.
Bienvenidos todos.

jueves, 2 de octubre de 2008

"Para ser libres nos liberó Cristo"

Una de las realidades más grandes de las que puede gozar el ser humano es la libertad. La verdad origina la libertad, ya lo había dicho el mismo Jesucristo: "Conocerán la verdad y la verdad les hará libres". Y, dramáticamente, la libertad no es algo ya dado sino el fruto de una conquista constante.
Generalmente los humanos vivimos entre claroscuros interiores, estamos salpicados de faltas de verdad en nuestro interior. Las faltas de verdad nos originan temor, agresividad, tristeza, contraposición con otras personas, esclavitud.
La más auténtica libertad es la libertad interior, la que se forja en el corazón, la que se labra cada día desde lo profundo del alma. Y, curiosamente, este mundo nos tira para afuera, es poco amigo de la interioridad, de la paz y de la reflexión, nos impide ampliar nuestras zonas de verdad y detectar, aunque dolorosamente también, nuestros aspectos de mentira y de esclavitud.
Por ello es un gran espectáculo ver personas interiormente libres. No es algo común, ya que muchos de nosotros llegamos a "amar" incluso nuestras esclavitudes y nos atamos a aquello de "más vale malo conocido que bueno por conocer".
Jesucristo ha venido para darnos esa primera libertad, la libertad interior, que la puede gozar incluso el privado de libertad física, el reo, el impedido físico, el paralítico en su cuerpo, el enfermo incurable, el sufriente por ser honesto.
Hace falta mucha valentía para atreverse a ser libres. Es una apuesta riesgosa. Porque el mundo generalmente ha tratado mal a los que son verdaderamente libres, el mundo ama la esclavitud, la aplaude aunque diga condenarla. Los libres son generalmente personas incómodas porque denuncian la esclavitud de muchos, detectan las tinieblas y ponen al descubierto sus obras, como lo dice también Jesucristo.
Queda claro que la libertad verdadera está muy lejos del capricho pueril, del impulso adolescente a hacer lo que viene en gana, de la postura ideológica de nunca aceptar la opinión ajena. La libertad verdadera, la libertad interior, la que nos regala Jesucristo, no tiene nada que ver con una ideología sino que viene del contacto con La Verdad.
¿Se puede hablar todavía hoy de La Verdad? Están muy de moda los discursos de "pluralismo" y de "tolerancia", son discursos que ganan muchos adeptos y atraen audiencia. Sin embargo La Verdad es sólo una: Jesucristo. En el encuentro sincero con Él, hallamos libertad, alegría, paz, sosiego, gozo, plenitud verdadera, profundidad, llenura, compañía, esperanza, consuelo, ungüento para las heridas de la vida.
Jesucristo no ha venido a poner a nadie cortapizas para la alegría, para la vida plena, no ha venido a quitar nada a nadie, sino a dar plenitud, a dar alegría, sentido, paz.
Por ello la verdadera señal de la presencia de Jesucristo es la libertad interior. ¿Libertad interior de qué? Descendamos a lo concreto: libertad de mi propio mal humor, libertad de mi capricho del día, libertad de mi deseo de venganza, libertad de mi envidia que me pone amarillo de alma, libertad de mi deseo desordenado de riquezas, de seguridades materiales; libertad interior de mi propia pereza, libertad interior de mi propia nostalgia, de mi inclinación a la tristeza, al desánimo. Libertad interior de mi deseo de atenazar personas y sujetarlas a mi dominio. Libertad interior para estar dispuesto a ceder en mis puntos de vista, para plantearme la posibilidad de estar equivocado, libertad interior para acoger al otro como es, libertad interior de mis pasiones bajas.
Cuando encontramos estos caminos de libertad somos felices, porque allí es que nos damos cara a cara con la verdad de nosotros mismos y de Dios. Por eso los honestos, los honrados pueden encontrarse más fácilmente con Dios.
Y cuando alguien a encontrado su propia verdad interior, se ha encontrado con Jesucristo y se hace luz para los demás. Porque sólo los libres liberan a sus hermanos.
Atrevámonos a descender a nuestra propia verdad interior para ser iluminados por Jesucristo, que no hay mejor técnica para ser felices que aceptar nuestra propia verdad, amarla y ponerla a la luz de Dios.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Lluvia, barro, resbalones y un fierrazo.... (conclusión)

A la mañana siguiente tenía que visitar una comunidad que ya conocía y que estaba relativamente cerca de la sede parroquial. Hacía un sol envidiable, el cielo despejado, buena música católica en la camioneta y en fin, ¡vida y paz!
Pero como varias veces digo, no puede ser posible tanta felicidad junta en esta tierra. No le había dado mucha importancia al hecho de que el día anterior había "volado" un tornillo del arco de protección de la tolva posterior de la camioneta. Con todos los baches de la carretera seguramente el arco de fierro con su peso habría ido aflojando los demás tornillos y cuando estaba cerca de mi lugar de destino sucedió lo que iba a suceder: se safó totalmente el arco de fierro y lo ví ceder para atrás por el retrovisor. Fue entonces que pensé: ahora rompe las luces de atrás. Frené sin precaución y sin recordar las leyes de la física y el resultado fue muy sencillo: el armazón de fierro se vino contra el parabrisas posterior y lo hizo añicos. Todo en cuestión de segundos. Me quedé atontado por lo que veían mis ojos. Tuve que recoger el armatoste y tratar de meterlo en la tolva o en la cabina, pero no entraba en ningún lugar. Luego de unos malabares lo acomodé como carga de último momento y, con los asientos polvorientos y con muchos restos de parabrisas llegué a mi destino del día.
Un descuido, poca experiencia, y todo lo demás originó esa explosión en mis oídos en un zas. Fue allí que comenzó mi meditación de ese día: cuántos fierrazos en la vida que en unos segundos nos destrozan el esquema, cuán fuertes y firmes debemos ser para poder afrontarlos sin deprimirnos, sin rrenegar demasiado, sin perturbar nuestra paz, sin arruinar cosas bellas que tenemos a mano. Mientras sacaba restos de vidrio y miraba empolvada la camioneta pensaba en todo lo que es necesario limpiar en mi propia vida...
Llegué a la capilla señalada y me dispuse a comenzar la Eucaristía: si eran cinco personas ya era demasiado. Pensaba en la poca efectividad de nuestro esfuerzo. Y mientras elevaba el Cuerpo de Cristo recordé que la última cena fue ante todo un momento familiar, entre pocos, en pobreza y en medio del peligro inminente y que a Jesús ese día se le había roto una gran amistad y ese dolor él lo llevaba adentro, se le había ido uno de sus amigos.
Y concluí la gira pensando en lo pasajero que es todo, excepto aquellos momentos de eternidad donde Dios es el protagonista.
Volví a la sede paroquial con mis vidrios y fierro rotos, empolvado y pensando en que es necesario romper la vida para ofrendarla a Dios.
Y pedí a Jesucristo que nunca se me rompa su amistad.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Lluvia, barro, resbalones y un fierrazo en el parabrisas posterior

Sucesos de dos días de misión en algún lugar de los andes.

Había llovido toda la santa noche. Y se suponía que ya no tendríamos más lluvias hasta dentro de unos meses, pero en fin, supongamos que es parte de esos trastornos por el calentamiento -o enfriamiento- global.
6.30 de la mañana. Bajo un cielo encapotado y con una persistente llovizna, me subo a la camioneta al frente de la parroquia. El amigo con el cual viajaría ese día me dijo que estaba puntualmente a esa hora para salir y yo, como siempre -medio crédulo y medio alemán a la vez- se lo creí (Lo de alemán es por lo puntual, por si acaso, lo otro pueden traducirlo como mejor les parezca). Allí estaba yo observando como la lluvia no se iba y cómo se iba el tiempo en mi reloj y por enésima vez comprobaba lo cruelmente verdadera que es la hora peruana en todo nuestro territorio. Luego de casi media hora de impaciencia apareció el susodicho guía con el que iría a hacer mi primera visita a un distrito muy alejado de la sede parroquial. Tuvimos que hacer algunas gestiones de último minuto en la ciudad –no por cuenta mía- y me aguantaba mi impaciencia con una dentífrica sonrisa.
7.30 a.m. Estábamos en camino hacia aquel lejano distrito. La conversación se animó poco a poco. Este amigo tiene la virtualidad de la conversación animada, cosa que yo, por mi parte, siempre he admirado en los demás y que muy rara vez alcanzo lograr. En todo el camino nos sigue la lluvia, el cielo color panza de burro me hace recordar al de Lima en meses de otoño, invierno y primavera.
No sé de dónde salió el tema de la pasión de Jesús. Me interesó el tema y lo relacionamos con la película aquella de Mel Gibson. Debo aclarar que mi amigo es cineasta y conoce bastante del asunto. Yo de cineasta tengo la “c” (es decir: cristiano, católico, consagrado). Me impresionó el hecho de que Lenin, que así se llama, estuviera tan entusiasta por saber mucho de Jesús. Aunque a él en el fondo le interesaba el tema cinéfilo pero yo lo jalaba al punto de la fe, que es el que guía la película. De pronto estuvimos hablando de las profecías del Siervo de Yavé (“Eran nuestros pecados los que él llevaba… por sus llagas hemos sido sanados”) Yo sentí que Dios mismo estaba cerca, en la camioneta. De pronto creo que comencé a evangelizar. También iban con nosotros otras personas que escuchaban atentamente y sin pestañear. Asi se nos pasaron como dos horas de viaje, en medio de la llovizna y del barro por montones.
Felizmente tres días antes, en una calmada tarde de sábado, había aprendido a conducir con la doble tracción y ya estaba preparado para lo que viniera. Puse entonces la doble tracción y el carro cobró más fuerza en medio de barro y más barro que a veces nos jalaba pero que no era tan fuerte como nuestra Hi Lux 2008. Ellos estaban seguros de que yo tenía una larga experiencia en estos trotes, no imaginaban que era la primera vez que manejaba en tan adversas situaciones y todas ellas juntas: neblina, barro, oscuridad, doble tracción, frío y un camino digno de alguna película de Indiana Jones. Con todo, salí muy bien librado como chofer rutero, sin serlo.
“¿Jesucristo es Dios?” Esa fue la pregunta que detonó mi apología y mi testimonio de fe en esa fría mañana. Le razonaba y le hablaba con la mayor convicción que tenía, mientras miraba mi tablero de control para ver la temperatura, las revoluciones por minuto y la velocidad. Mientras yo le hablaba, él me quedaba mirando medio boquiabierto. A mí me interesaba demostrarle esa gran verdad, la revelación: Jesús es el Señor, Jesús es Dios.
L4, H4, una cuesta bien subida: H4, no forzar el motor, mantenerlo sin fondearlo, sostener la subida… “¿Tanto sufrió Jesús?” Era necesario que se lo explicara y con todos los porqués... “¿Y qué le pareció, padre, la escena de Jesús en el huerto?” Y le tenía que decir que me pareción estupenda… Y salió el tema de la presencia del demonio en toda la pasión de Jesús y que esa era la razón de su cuerpo destrozado y que Jesús se cargó con todos nuestros pecados… cosa que al adversario jamás le gustó. No sé cómo –me pasa varias veces- me veía transportado, como impulsado a sacar cosas de la “base de datos” interior, me sentí muy bien hablando de Jesús, me sentía yo mismo evangelizado.
Y escuchaba también a este amigo con el compartir de sus heridas sufridas por causa de… La Iglesia!!! Respeté sus críticas y en varias de ellas estuve muy de acuerdo con él, aún siendo yo un eclesiástico. Creo que mi pequeña muestra de honradez y sinceridad le golpearon positivamente. Casi siempre que evangelizo de estos o parecidos modos me encuentro con gente dolida por alguna experiencia negativa a causa de “La Iglesia” (Si vamos a hablar de ese tema, pues, yo también tengo mis heridas eclesiales pero las curo cada día y sé que en esa curación está la salvación, el único camino. No me rasgo las vestiduras por los pecados de La Iglesia porque sé que son mis propios pecados y sé que yo tengo –como creyente- parte de culpa y tengo también mis negras historias personales).
A eso de las diez de la mañana habíamos llegado al susodicho pueblo. Todo era barro, la lluvia seguía imperturbable. Mi amigo había organizado un gran evento para los campesinos pero el clima cruel de esa mañana hacía pensar en un fracaso total. Los campesinos estaban alrededor de una plazuela toda convertida en una gran cancha de barro. Nos dispusimos a cruzarla. No había dado ni diez pasos cuando siento que mis pies pesaban unos cuatro kilos demás, mis zapatos tan lindos y elegantes estaban hechos unas paletas de barro, mis elegantes pantalones negros lucían ahora unos extraños adornos color beige. En un primer momento quise molestarme pero decidí reírme de mi “embarración”, no había otra opción que no molestarse, todos estábamos así…
En la pequeña capilla celebré para los campesinos presentes, estaban también muchos escolares traídos por sus profesores. Pude hablarles algo del Evangelio, de las maravillas de Dios, del trabajo humano, de… esperanza. El hecho es que luego de ese pueblo tenía que ir corriendo a otro pueblo donde me esperaban para la Misa y bautismos. Como estábamos al ritmo de la hora peruana ya tenía un retraso en mi cronograma. Luego de la celebración en este barroso lugar me despedí de los amigos y me dispuse a ir al otro lugar. La camioneta estaba para tomarle una foto: había casi perdido su color original, por donde se la tocaba era barro. Hice unos malabares para subir sin mancharme pero mi intento fue un fracaso, al final los asientos, el tablero, los pisos estaban de ese color beige que me acompañaría todo ese día.
Bajaba de las alturas sólo cuando en una curva una señora y su niño me piden que les lleve “hasta abajo”, les dije que subieran y comenzamos a bajar por una carretera que por varios momentos jalaba o arrastraba el carro a izquierda o derecha, me acordaba de cómo conducían los corredores de autos en esos Rallys europeos con pistas llenas de lodo. Así que comencé a maniobrar a contragolpe de los jalones del barro, era adrenalínico!!! Felizmente dominaba el carro, claro, luego de un coleo que me dejó casi atravesado en el camino…
12. 45 pm. Llegué a mi segundo lugar de misión ese día con una hora y media de retraso. Gracias a Dios mis fieles también dominaban la hora peruana y estaban muy tranquilos pensando que el padrecito andaba en lo mismo. Pedí las debidas disculpas y comencé la celebración. Misa de fiesta patronal en un pueblo de sierra quiere decir capilla llena de gente peculiar: las diez señoras devotas, los niños que miran con la boca abierta al padrecito de turno (es que se ve a un sacerdote cada vez que hay fiesta patronal solamente…), los tres o cuatro señores con aliento a alcohol y con cara de “¿On toy?”, los músicos de la banda medio soñolientos y medio alegrones, el catequista que, medio perdido y medio alegre, trata de cantar algo y rezar con voz fuerte, los padres y padrinos de los niños que se van a bautizar, esos sí, más normales pero perdidos en los ritos litúrgicos. En el momento de la homilía trato de romper el hielo. Todos tienen cara de nosotros-somos-creyentes-en-Dios-y-en-todo-lo-que-Ud-nos-diga-padrecito. Quiero lanzar una gracia, algo que los haga reír y pensar a la vez pero me cohíbo, quizá les escandalice, pienso. Así que decido ser serio en las cosas, ellos no dejan de mirar con asombro cada cosa que hago. Al final de la Misa procedo al bautismo de unos 14 niños, se acercan padres y padrinos medio nerviosos y bloqueados, les hablo, mueven la cabeza pero estoy convencido de que casi no me han entendido, sus miradas perdidas me dicen eso. Los que sí se despiertan son varios niños por el agua y por el remojón que les doy, gritos, pataleos... Luego de los siguientes ritos están contentos padres y padrinos. El catequista me invita a almorzar y accedo (Ya no llego para el almuerzo en comunidad…). Puedo decir que comparto la mesa con los pobres: mesa de palos, plato de loza, una cuchara, en una sala-comedor-dormitorio-living room de adobes y pajas con el piso de tierra, abrigados por un fogón y cerca de él unos cuyes que corretean de rato en rato sin disturbar el sueño del dueño de casa que está en el suelo durmiendo porque estuvo de fiesta durante toda la noche (Yo lo observo y veo que está durmiendo en una posición muy incómoda pero luego me doy cuenta de que con varios litros de alcohol adentro cualquiera duerme bien de cualquier manera y en cualquier lugar…)
Luego de acabar con el cuy que me tocó y de beber algo de Coca-cola (¡Oh maravilla!), les agradezco por el almuerzo y me despido en seguida. Se quedan contentos porque el padrecito “ha apreciado nuestro almuercito” Me subo a la camioneta y vuelvo a la parroquia, me espera una hora de viaje por lo menos, el día sigue gris y yo me siento cansado pero por lo menos sabiendo que he podido hacer algo por El Reino aunque es muy dura la realidad.

(Continuará)

domingo, 20 de julio de 2008

Miopía II

La vez pasada escribí sobre una miopía propia de muchos religiosos y sacerdotes hoy en día. Esta segunda miopía que creo que es muy dañina toca a la esfera de muchos educadores de niños y jóvenes hoy en día.
Hace unos días he visto un reportaje sobre los abusos y conductas violentas que tienen estudiantes de nivel secundario contra sus profesores. En muchos lugares los profesores han pasado a ser víctimas de las conductas de sus alumnos: les golpean en plena clase, los amenazan, se burlan de ellos, les ridiculizan.
Muchas de las nuevas técnicas pedagógicas propugnan una mayor libertad para los niños y jóvenes, sostienen que los educadores no les pueden contradecir ni les pueden obligar a nada que ellos no quieran hacer; nuevas corrientes de la educación afirman que no se puede de ningún modo crear ningún sentimiento de culpa en los alumnos, que no se les puede dañar sicológicamente diciéndoles que tal o cual cosa está mal o es inadecuada.
Sería bueno que nos preguntemos por los resultados que se han obtenido con estas nuevas corrientes o ideologías en el sector de la educación de niños y jóvenes, ¿qué frutos se han obtenido? ¿se ha conseguido forjar personas más responsables y maduras, capaces de afrontar la dureza de la vida?
Paralelamente podríamos preguntarnos: ¿por qué hoy en día ha aumentado ostensiblemente la agresividad de los jóvenes con relación a sus educadores? ¿por qué aumentan las conductas inadecuadas y la marginalidad en ellos? ¿son los jóvenes actuales más felices que aquellos que fuimos educados con otro esquema pedagógico? ¿tienen los actuales jóvenes mayor aguante para afrontar la dureza de la vida que los que somos más "antiguos"? ¿abundan entre ellos personalidades fuertes y valientes, firmes y decididas y en mayor proporción a los jóvenes del pasado? ¿hemos conseguido crear nuevas generaciones de personas probas y rectas tanto como en el pasado?
Yo me temo que las respuestas podrían ser desoladoras.
Muchos educadores siguen los nuevos esquemas pero no se atreven a preguntarse si de verdad -en los hechos- sus nuevas pedagogías son capaces de producir gente tan firme, fuerte y moral como las que existían en las generaciones anteriores. Habría que evaluar el árbol por sus frutos, siguiendo la regla de oro dejada por Jesucristo. Pero todo parece indicar que no se tiene la suficiente honradez para hacer una evaluación de tal magnitud ni mucho menos aceptar sus resultados que, estoy seguro como pastor de Iglesia que soy, serían alarmantes.
Es una trsite miopía de no querer cuestionarse sobre si el camino andado ha dado los frutos esperados, se supone mejores que los frutos de las antiguas pedagogías.
¿A dónde podríamos llegar por este ancho camino de educar a los jóvenes sin ofrecerles ninguna resistencia? ¿A dónde podríamos llegar en este camino de laxitud disfrazada de otros títulos que parecen más atractivos y modernos? ¿Será verdad que una persona puede formarse mejor para la vida cuando todo lo tiene fácil, cuando todos le dan la razón o cuando todos se abstienen de llamarle la atención "para no herir sus sentimientos"? ¿Será cierto que una buena formación consiste en educar a un joven de tal manera que se le tenga que decir que sus opiniones son todas muy aceptables y verdaderas y que después de todo nadie tiene la verdad sobre nada?
¿Será correcta una educación que sostenga que hoy no hay nada bueno ni malo en sí mismo, que todo depende de cada uno y que no se puede hablar de mal moral o pecado porque eso es crear inútiles sentimiento de culpa en los niños y jóvenes?
Hay un antiguo refrán popular que dice: "Caballo bien alimentado, mata a su dueño"
¿Podremos entonces explicarnos así porque hoy en día muchos estudiantes insultan, agreden y/o maltratan a sus educadores?
Ciertamente hay bondades que engendran canallas y hay laxismos que crean monstruos.

viernes, 11 de julio de 2008

Pequeño rebaño

El ministerio que Dios me ha encomendado me ha llevado muchas veces a predicar ante asambleas muy numerosas. Recuerdo con mucha alegría aquellas dos oportunidades en las que tuve un auditorio muy atento de nueve mil personas. Otras veces he predicado ante asambleas muy pequeñas. Recuerdo aquellas dos o tres veces en las que prediqué ejercicios espirituales para 4 personas. Me hizo mucho bien enfrentarme a esos dos tipos de auditorios, aprední bastante.
Hace un tiempo leía un libro muy simpático de un pastor protestante argentino; al final de la publicación se reproducían varias fotos de su ministerio con cifras impresionantes: 100 mil personas en un estadio, 70 mil en el otro, una plaza nacional llena, etc, etc. Varias veces también he observado de lejos todo el movimiento de gente que se sucede en mi país ante la presentación de algún cantante evangélico muy conocido. Demás está decir que los cristianos no-católicos manejan bastante bien el tema del márketing y la publicidad, todas sus "campañas" de evangelización tienen el olor de multitud o por lo menos, el olor de masas que impresionan a cualquier católico incauto.
Paralelamente, hace algunos años descubrí una canción muy buena de Migueli, cantante católico español, que se titula: "Con sólo dos o tres". En esa canción el buen Migueli alude a muchas de nuestras reuniones de fe en las que habemos tan pocos que nos sobran los dedos para contar. Cierto, ante esta situación hay personas que inmediatamente ponen el dedo en la llaga: "Los católicos nos estamos quedando cada vez menos" y se blanden muchas razones o explicaciones para esta situación. Yo creo que sí, que muchas veces tenemos culpa los propios católicos y quizá más, los sacerdotes y religiosos. No tengo empacho en aceptar esta situación y las responsabilidades que nos tocan. En varios lugares los católicos pasamos por minoría no sólo numérica sino también minoría en iniciativas y en entusiasmo por la fe.
Sin embargo, muchas (subrayado ese "muchas") veces he concluído que los verdaderos creyentes siempre han sido minoría, siempre han sido un pequeño resto. El mismo Jesús aludió a esta situación cuando daba ánimos y exhortaba a no temer a su "pequeño rebaño".
Y pienso que es así, que en verdad los amigos verdaderos de Jesús siempre serán ese pequeño rebaño.
Pero no se me vaya a malinterpretar: Varias veces he soñado con mucha gente siguiendo a Jesucristo, con muchos jóvenes acercándose a recibirle en la Comunión de la Eucaristía, otras veces he soñado despierto con una gran multitud de gente rezando y cantando a Jesucristo, he soñado con comunidades grandes y fervorosas en la fe, he soñado con muchas vocaciones para la vida consagrada, para el sacerdocio, en fin, he soñado bastante, no lo niego. Pero cuando me he puesto a pensar seriamente en la situación de nuestras comunidades de fe, en la situación de nuestras asociaciones de creyentes (creo conocer bastante), he concluido con la cabeza fría que en verdad los verdaderos discípulos y misioneros siempre han sido pocos, siempre han constituído el resto del pueblo, el "Pequeño rebaño".
Aún en comunidades pequeñas en número no todos logran vivir al mismo nivel la entrega a Dios, siempre hay quienes se quedan un poco solos en la generosidad, siempre hay quienes sufren incomprensión y deben luchar a contracorriente... en medio de sus hermanos creyentes.
Yo creo que no de otro modo se tendría que interpretar lo que dijo Jesucristo en el discurso del monte: "Sean sal y luz del mundo". Es evidente que para poner un poco de sabor a un plato de comida sólo se debe echar un poco de sal, a nadie se le ocurrirá poner 100 gramos de sal para cien gramos de arroz, basta muy poco de sal. Lo mismo con la luz: es inútil llenar el techo de focos de luz o bombillas para alumbrar una habitación, basta con uno o dos a lo sumo.
Se entiende que la sal y la luz siempre son minoría, pero minoría suficiente para alumbrar y dar sabor a nuestra vida.
No quiero quitar el entusiasmo misionero a nadie, no quiero decir que no hay que expandir el Evangelio, todo lo contrario, tenemos que invertir todas nuestras fuerzas en hacer posible que todo el mundo crea en Jesucristo y le ame, pero sabiendo también que lo nuestro siempre es caminar a contracorriente y que con un puñado de gente Jesucristo puede hacer maravillas en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia.
No tengamos miedo si varias veces por creer en Jesucristo, por seguirle, por ser fieles a su Evangelio, por ser fieles a su llamado, nos quedamos un poco en soledad o nos parece que somos minoría: siempre fue así. No nos dejemos deslumbrar por masas que parecen imbatibles y muy creyentes pero que al final caen y desaparecen como la espuma.
No tengamos miedo de ser minoría.
Si Jesucristo está con nosotros -por la gracia-, somos mayoría aplastante.

domingo, 22 de junio de 2008

Miopía

Todos los humanos somos, quien más quién menos, ciegos o miopes para algo, para algunas cosas, para algunas realidades. Por eso necesitamos de alguien que nos haga ver "más allá de nuestras narices", necesitamos de quienes nos abran los ojos a realidades que muchas veces no hemos contemplado por distintas razones. Y, curiosamente, el esfuerzo de abrir los ojos a veces nos resulta fatigoso o nos causa miedo.
Jesucristo dijo de sí que es La Luz del mundo y desde entonces su palabra es iluminadora. Sólo él puede curar nuestra ceguera y nuestros defectos de visión.
Yo sé que lo que voy a exponer a continuación podría sonar o saber a petulancia o algo así, de todos modos, es algo sincero y tiene mi rúbrica propia, no copio el pensamiento de nadie.
No me considero un gran iluminado, pero desde hace varios años yo -religioso católico- vengo constatando la existencia de una especie de miopía de espíritu en no pocos consagrados a Dios (me refiero a religiosos y religiosas). Debo aclarar que yo me siento muy contento de ser un consagrado en la Iglesia Católica y que pienso que es la Vida Consagrada la que podrá dar siempre un respiro más puro y un aire más fresco a la entera Iglesia Católica y a todo el mundo. Sin embargo, la miopía que observo en no pocos de mis hermanos religiosos a mí me trae a veces bastante preocupado. La cosa es, creo, sencilla de explicar: Mientras los jóvenes, por ejemplo, hoy en día van en busca de cosas "más altas", van en busca de cosas que les llenen más en el espíritu, mientras ellos van buscando más espiritualidad, muchas veces nosotros, los consagrados, vamos en dirección opuesta: nos hemos alejado de la vida espiritual, no vamos ya a buscar una experiencia de Cristo sino que ahora nos entretenemos con cosas que pueden ser muy buenas pero que al fin y al cabo no son las más importantes ni las que nos definen.
Me provoca asombro, o quizá peor, estupor, cuando por ejemplo a veces participo de reuniones de consagrados y sacerdotes en las que sólo se habla de la "ecología" o del "problema ambiental" o de las luchas por la justicia, mientras que muchos laicos y no creyentes también (subrayo ese muchos), jóvenes y adultos, hoy quieren encontrar en La Iglesia, en los religiosos, una experiencia de Dios más que otras cosas.
Me causa estupor cuando a veces se me cruza en el camino una persona de buena voluntad y me pregunta cómo debe hacer para orar, para tener una experiencia de Jesús, para tener vida espiritual, y a la vez me cuenta que ya ha ido por algunas parroquias y los religiosos de turno no supieron qué decirle porque lo suyo era "el apostolado social" o que sostenían que la única y fundante experiencia de fe era la de alimentar a los pobres y construir tuberías de desague.
Me causa estupor esa infeliz miopía de aquellos que dicen que miran, observan y están atentos a "los signos de los tiempos" y afirman luego que por eso piensan sólo "horizontalmente" cuando, por el contrario, mucha gente está volviendo sus ojos al cielo y vuelve a la relación vertical con Dios. Me causa temor esa miopía que envuelve a aquellos que por afán de "realismo" no hacen sino cerrar los ojos a la realidad más real: Que muchos hoy en día tienen una irrefrenable hambre y sed de Dios... aunque no lo digan, por el roche que eso significa (No, yo no creo que la nuestra sea una sociedad descreída sino muy por el contrario, tenemos una sociedad muy creyente, pero creyente en cosas que no valen la pena y a las cuales les han puesto el nombre o la categoría de "dios". Basta sólo pensar en lo que significa el fenómeno de la Nueva Era y la espiritualidad difusa (y confusa) que promueve a todo nivel).
Me parece una infeliz y desgraciada miopía la de aquellos consagrados que renuncian a lo espiritual para "encarnarse" en una existencia sin norte superior y sin una estrella alta que los pueda desenfangar de sus propias carnalidades. Lógicamente al final terminan literalmente "encarnados".
Y me duele en el alma que por responsabilidad -o irresponsabilidad diría mejor- de esos miopes mucha gente de buena voluntad acuda cada vez más hoy en día a sectas y agrupaciones orientalistas o americanizadas en donde se les vende o se les regala una espiritualidad difusa y aguada vertida en aljibes que no son capaces de contener el agua (Léase: Yoga, I chi, Tai Chi, Meditación trascendental, Mantras, Eneagramas, etc)
Me duele en el alma que por culpa de no pocos miopes en el espíritu, muchos jóvenes a la hora de buscar una experiencia de lo divino hoy ya ni se les pasa por la cabeza la idea de acercarse a la Iglesia Católica (Léase: parroquias, capillas, grupos, comunidades, etc). Les parece incluso natural que en La Iglesia no exista esa posibilidad de lo divino ya que nos ven muchas veces enfrascados en esas eternas discusiones "de curas y monjas" que a nadie benefician.
A veces pienso que esa miopía la ha difundido en nuestras vidas aquel enemigo de nuestra eterna salvación. En el reino de los ciegos el tuerto es rey. El diablo es un tuerto... y tiene sus primeros ministros.
En fin, no podré estar de acuerdo con la patraña de miopía que sostiene que nuestros jóvenes y nuestra gente sencilla no tiene la capacidad de lo divino y que por eso sólo les podemos llenar la vida con cosas por hacer, incluso con "apostolados" y con ideas que defender sin llegar nunca a lo verdadero y más profundo de las cosas y de Dios mismo.
Me duele la miopía de los que mientras todos -o por lo menos muchos- miran al cielo, ellos están seguros de que no hay que mirar arriba y por el contrario, no se deben despegar los ojos de la tierra. ¿Será que ellos mismos han rechazado ya en la práctica a Aquel que está en lo alto, aún siendo consagrados? Hace varios años escucho a un buen amigo, predicador católico, que califica a esta miopía como el Ateísmo afectivo de los consagrados. ¿Tendremos que aceptar con dolor que es así?
Tenemos el deber de pensar y sentir con La Iglesia. Y, gracias a Dios, La Iglesia ha hablado repetidamente del tema. Pienso ahora en las diversas y repetidas exhortaciones de S.S. Juan Pablo II, de muy feliz memoria, que insistía a los religiosos en convertir sus comunidades en centros de espiritualidad, en oasis de vida divina y que consideraba a la misma Vida Consagrada como una auténtica terapia para el mundo. Me emociona pensar que aquel Santo Padre había concebido tan nítidamente el valor y lo trascendental de la Vida Consagrada. Y antes de él, era el Concilio Vaticano II el que afirmaba con toda autoridad que la Vida Consagrada en La Iglesia tiene un puesto preeminente y pertenece a la vida y la santidad de misma La Iglesia. Y recuerdo también al buen Papa Pablo VI que no dudó en afirmar que La Iglesia sin la Vida Consagrada no sería más La Iglesia de Cristo.
La Iglesia que es Madre y Maestra sabe lo que dice y enseña, no podemos pues seguir y obedecer magisterios paralelos o ideologías extrañas al sentir de La Iglesia de Jesucristo.
Por eso, quiero animar a todos aquellos religiosos y religiosas que viven y obran en sus comunidades como fieles "pararayos" de Dios, y aunque a veces incomprendidos, arrinconados o maltratados, son los que atraen para sus comunidades la auténtica vida divina.
Hermanos y hermanas que apuestan por Jesucristo Vivo sin ideologías extrañas, no olviden que la recompensa está allá arriba, allá donde algunos hace tiempo no miran ni les interesa.
Gracias a todos y a cada uno de ustedes que han apostado por una vida realmente en Cristo y para Dios, gracias por sus cruces, por sus noches oscuras que atraen salvación para muchos hermanos de todo el mundo, gracias por sus luchas que si a veces tienen el signo de la derrota aquí en la tierra, allá en el cielo serán grandes y gloriosas victorias. Gracias consagrados y consagradas que son fieles al Dios de Jesucristo, que no se rinden porque son humildes, porque confían en aquel que les llamó desde siempre.
Dios los guarde siempre y les libre de la miopía que seca el alma y que cuartea el corazón.

aCharla dirigida a religiosos.

lunes, 9 de junio de 2008

¡Este es un asalto! (2da parte)

Luego de haberme liberado de mis primeros asaltantes y cuando comenzaba a respirar aliviado al dejarlos a buen recaudo con su profesora, comencé a caminar por el patio del colegio. En eso se me acercó corriendo un chiquitín que no había sido del grupo de los primeros asaltantes. Tenía seis años, le faltaban los dientes de adelante, tenía una carita de ángel en apuros.

Corrió hacia mí y se me prendió de la mano, me espetó sin tapujos:

"Yo quiero confesarme pronto con Usted... Tiene que ser ahorita... pero aquí no, tiene que ser en la Iglesia..."

Yo había pensado que bastaba una sola impresión fuerte para un día como ese.
Pero no, allí estaba el pequeñín casi jalándome a la Iglesia con un interés impresionante por confesar sus pecados.

Yo me quedé pasmado, nunca me había ocurido algo así.
Le dije que vayamos adelante, cerca del altar, le hice sentar y, muy compungido, me contó sus "pecados" (pongo entre comillas porque en verdad lo suyo no eran sino algunas travesuras comprensibles de un niño pequeño). Pero lo que me asombró fue su dolor por el mal que había hecho, le noté en extremo arrepentido. Su postura era muy seria, él no estaba jugando, no bromeaba, no hacía el papel, nada. Él se estaba poniendo ante el tribunal de Dios y muy sentidamente me contaba sus cosas. A mitad de confesión tuve que hacer un acto de fortaleza para no dejarme vencer por la emoción que me anegaba. Él no lo sabía, pero me estaba dando un tremenda cátedra de eso que los humanos y católicos casi hemos olvidado: la honradez para con Dios (léase también: contrición perfecta, dolor de los pecados, humildad, la verdad, etc). El pequeñito estaba sentado en la banca y sus pies no llegaban a tocar el suelo, sin embargo a mí se me hizo gigante por su corazón bueno. Por un momento pensé que era yo el que tenía que arrodillarme ante él. Me sentía removido.

Le traté de consolar lo mejor que pude, le hablé de que Jesús estaba contento de él, creo que se convenció de ello, y, antes de ir a rezar su penitencia, me preguntó: "¿Puede también venir a confesarse mi mamá?", me lo dijo con preocupación. Claro, le dije. (Debo aclarar que hace ya varias semanas pasó esto y que su mamá nunca apareció...)

Yo pensé para mí: ¿Qué habrá visto este pequeñín para preocuparse tanto por la salud moral de su mamá? Y recordé a varios niños a los cuales yo he escuchado y atendido y que han venido a llorar por los pecados... de sus padres (porque ellos serán bien niños pero tienen muy presentes las desviaciones y pecados de sus padres, aunque ellos juren que sus niños no saben nada....). Y me acordé de la palabra de Jesús: "Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeños, más le valdría ponerse una piedra de molino al cuello y echarse al mar"

Y pensé en tanta pureza e inocencia plasmada en esos pequeñitos. Y por dentro me sentí desecho, porque ante la luz nuestras obras de tinieblas siempre quedan descubiertas.
Finalmente rezamos una oración y le llevé de vuelta a su aula.

Ese pequeño me asaltó, me agarró "en primera" y sin chance para defenderme.
Ahora ya sé porque Dios se entiende bien con los pequeños, ya sé porque la oración de ellos es muy bien recibida por Dios en el cielo.

Gracias pequeño penitente, me hiciste vivir un retiro espiritual comprimido pero no menos profundo y valioso. Dios te conserve con esa alma transparente por siempre.

FIN.

domingo, 1 de junio de 2008

¡Este es un asalto! (parte 1)

Era una mañana que, según había previsto, iría a ser sin mayores capítulos. Al salir del despacho parroquial pasé por delante del templo, que lo dejamos abierto gran parte del día para que los que quieran puedan entrar y visitar al Señor. Decidí entrar y orar en silencio por un tiempo. Llevaba ya unos minutos en silencio con el templo vacío, pasando un buen momento con el Amigo cuando sucedió lo inesperado.

Oí unos gritos y ruido de los que entraban corriendo al templo. Me sobresalté.
Voltée a mirar y me encontré con una sorpresa que jamás imaginé de ese modo.
Agradezco a Dios el que desde hace algún tiempo me ha venido preparando de distintos modos a pasar mejor y asimilar mejor estas experiencias, creo que en ese sentido he crecido más.

Se vinieron contra mí.
Casi me caigo. Me agarraron todos a la vez: en cuestión de segundos yo estaba detenido y cautivo. Gritaban y, definitivamente, yo no tenía el control ni mayor chance para defenderme. Eran varios y sólo me quedaba aguantar y no perder la calma... imposible defenderme.
Uno entró corriendo hacia el altar. Yo pensé: ¡Dios, el lugar más sagrado! Otro fue a la sede y se sentó muy campante, otro tomó el confesionario por asalto, se sentó y comenzó a gritar, mientras que en el presbiterio uno más tocaba a rebato la campanilla y otro con el armonium comenzaba a tocar alguna cosa en tanto que yo estaba sujeto por dos que se habían colgado de mí.
Eran los pequeños alumnos del 1er grado de primaria de nuestro colegio parroquial....

Yo siempre he sido un señor que tiene sus esquemas bien perfectos y cuadraditos y gracias a Dios, como les decía antes, él ya me había estado preparando para dejar mis esquemas en el bolsillo. Mientras veía a estos asaltantes primero con algo de terror y luego con sentimiento de resignación -tenían seis años de edad cada uno- tomar la Iglesia y comenzar una extraña liturgia de gritos, risas, corridas y demás cosas parecidas, cuando supe que me iba ser imposible controlarlos a todos, me senté y medio resignado y cómplice me quedé viéndolos. Me imaginaba nuestras solemnes ceremonias realizadas por ellos con sus caras de juego interminable. Imaginaba toda la Iglesia llena de pequeños de seis años cada quien trepado en un altar abrazado a algún santo o corriendo sin parar por los pasillos sin esa gente que les dice: "Sssshhhhhhhh, silencio, es la casa de Dios".

Gracias a Dios mismo, no había ningún otro grande en ese momento, sólo estaban mis asaltantes y yo. Porque ya me imagino si hubiera estado uno sólo nomás, la que se hubiera armado.... Trataba de imaginarme también a Pedro, el apóstol, espantando a los pequeños y al Señor Jesús haciendo un alto a Pedro y guiñando el ojo a los pequeños para que se acerquen nomás y le ensucien con confianza el manto y la túnica.

Yo no sé si al final habré orado, pero esos pequeños, de los cuales es el reino de los cielos, me hicieron pensar largo rato sobre la sencillez y la candidez de alma. Porque de observarlos -y sufrirlos, se me vinieron abajo muchas de mis complicaciones de "grande".

Felizmente, luego de un tiempo de "hermoso desorden y bullicio" pudieron hacerme caso y abandonar el sagrado recinto no sin antes agradecer a Dios con una sencilla oración (Y yo también agradecí a Dios porque no se metieron con ninguno de los floreros...)

Pequeños asaltantes de esa mañana sin capítulos, Dios les guarde siempre.

lunes, 26 de mayo de 2008

Aquí pago mi deuda contigo.

Hace tiempo que te debía un artículo.
Te lo había prometido y créeme que lo he pensado un sinfín de veces y recién ahora me decido a escribirlo. No te niego que muchas veces ideo escritos primorosos que nunca llego a plasmar o por falta de tiempo o por cierta desidia.
No me resulta fácil escribirte, creo que fue San Agustín el que decía que temía que las palabras dichas o escritas deformen lo que el corazón en verdad siente y experimenta. A veces me pasa algo parecido y quizá también por eso no te he escrito. Pero ahora me lo he propuesto y ya verás.

¡Amigo!
(Creo que así comienzo bien).

Varias veces he escuchado que debemos decir a los nuestros que les queremos mucho estando ellos vivos, que luego ya no tiene sentido. Pero qué difícil nos resulta -por lo menos a mí sí-.
Oye buena gente, yo te quiero mucho. Te valoro como no tienes idea.
Y he aprendido a interpretar tus gestos, te has hecho muchas veces pasar por buen actor pero a mí no me has engañado, sé de qué tratan tus gestos, tus modos de mirar y diversas clases de sonrisas que sabes sacar de la manga. Ayer te ví preocupado. Pero te he visto también otras veces molesto. He respetado tu silencio, aquellos momentos en que tampoco conmigo querías hablar, reconozco que me dolió un poco pero sé que tienes derecho a tu silencio.
También he adivinado unas lágrimas que no han llegado a anegar tus ojos porque te hiciste al fuerte. Pero también -y no me digas cómo- te he visto llorar a escondidas. Yo sé que has sufrido y sufres. Y sé que no te gusta hablar mucho del asunto y sé tambien que cuando has querido hablar del tema no te ha ido bien. Sé que muchas veces te has sentido "un pez de aguas profundas", según tu frase. Sé que has sufrido porque muchas personas se han portado como "pejerreyes" y tú, tremendo animalote, no has sabido cómo ubicarte entre tanto pez chiquito.
"Me he sentido sólo, muy sólo" te has confidenciado varias veces luego de esas interminables reuniones y actividades "de sociedad" y por eso también te he visto llegar con ansias a tu lugar escondido, a tu lugar "soledoso" y por fín allí, pez de aguas profundas, te has sentido a tus anchas.
"Creen que soy muy sociable", me has dicho, y me contabas -entre ingenuo y divertido- que a parte de hablar por razón de tu oficio, luego casi no sabes hablar mucho, que te quedas casi sin palabras en una conversación coloquial, que sufres en una entrevista, que muchos juran que eres "recontra sociable" pero que tú te sientes confundido y con el corazón puesto en tu "ermita" cuando estás entre el gentío.
Y me has contado innumerables veces que no te comprenden los que deberían hacerlo, que no te escuchan, que te han etiquetado, que has sufrido lo indecible porque no te ayudaron los que deberían haberlo hecho. Y te pido perdón porque yo también me quedé callado y no te defendí en el momento oportuno.
Sé que te duele en el alma la insinceridad, que te hiere mucho el doble discurso, que no eres tú lo que llamamos, un diplomático, en absoluto. Sé que extrañas a "la gente con corazón" y que contigo no es la conversación superficial ni la apariencia.
Y me has contado -con dolor- que se han reído de tus sueños y eso te ha golpeado fuerte.
Te pido perdón porque tampoco he sabido consolarte un poco, me he quedado callado como un tonto. Y a pesar de todo, eres un gran terco, me has dicho entre lineas que aún así tu sigues soñando, que no te quitarán tu derecho de soñar en grande, que no te quitarán tu deseo de inmensidad, que nadie podrá apagar tu ilusión por el bien aunque sepas muy bien lo que es el mal y lo has sufrido. Y te agradezco porque no te has dado por vencido. Y me has dicho que posiblemente estás bien loco porque hasta ahora no han conseguido anular tus sueños, que seguramente estás bien enamorado porque por nada del mundo se te ha ocurrido dejar a quien es el amor de tu vida. Y precisamente me has confiado que le extrañas mucho al Jefe, que le echas de menos en ciertos círculos de "creyentes" e incluso de consagrados. Y me has dicho que no te has acostumbrado a tu Dios, que es tu mejor logro en esta vida. Y me has dicho que si no fuera por la fe ya te podrías haber vuelto loco, digo, más loco de lo que felizmente estás.
Oye, no creas que no me acuerdo, que tengo presente lo que me dijiste aquella vez, bien serio, vertiginosamente profundo: "Cuando me muera, por favor, que pongan en mi lápida esto y nada más: "El único éxito que tuve en la vida fue Jesucristo, por él acepté perderlo todo y con él fuí feliz"
¿Recuerdas cuando te sentías morir y me confiabas que habías pasado un mal rato pensando en el juicio personal que Dios te haría? Me has dejado pensando cuando me dijiste que en aquel día tú querías estar "en la parte de atrás del gran auditorio ... detrás de una columna y bien agachado con el rostro entre las manos".
Y me has dicho que tu oración es muchas veces un completo desastre, me has hecho reír a mandíbula batiente al escucharte. Me has contado que en pleno momento espiritual se te ocurría una gracia, un chiste, una imaginación jocosa... He gozado tanto escuchándote. Me lo dijiste un poco asustado... Y pienso que Dios no te condena por ello, que seguro tú le has provocado más de una sonrisa y estoy seguro de que cuando llorabas a solas -"para no hacer roche"- era el mismo Dios el que lloraba contigo.
Y te he tenido que decirte varias veces que Dios está contento contigo, que así yo lo creo, que casi diría que me consta -tampoco me preguntes como lo sé-. Y a duras penas te he convencido.
Quiero decirte viejo, amigo, colega, compañero, camarada, yunta, causita, chochera, mitad de mi alma, que te quiero mucho. Que me alegra haberte conocido. Que tu amistad me ha hecho un gran bien. Que nunca dejes de ser tú mismo. Que nunca cambies. Que el mundo necesita uno como tú. Que allá arriba te miran con cariño. Que aquí abajo también muchos te quieren y dan gracias a Dios por tí aunque -tontos- no te lo dicen a tiempo.
Quiero decirte que he aprendido muchas cosas de tí, que muchos no saben que bastante de lo que hoy soy ante Dios y ante los demás lo soy por tí, porque lo he aprendido de tí, maestro.
Finalmente: yo no sé si este escrito te gustará tanto como me lo imaginé, sólo sé que es sincero, que es de corazón, que si para "los modernos" es "cursi", para mí es lo mejor que me ha podido salir de esta mente que a duras penas puedo controlar.
Gracias, amigo, nunca dejes de ser tú mismo.
Hoy, esta noche, cuando -como acostumbras- eleves la vista al cielo y busques "la estrella del campamento" seguro que la volverás a ver y allí, en medio de esa maraña de lumbreras del cielo verás también tu nombre y la sonrisa de Dios, a quien amas.
Un fuerte abrazo.

domingo, 11 de mayo de 2008

aDios Carlitos

Dicen que el suyo es un país civilizado.
De todos modos él nunca lo llegó a conocer, ni siquiera le dieron tiempo de abrir los ojos, no le dieron chance de presentarse entre nosotros.
Muchas que dicen que defienden los derechos de la mujer afirman que él seguramente no era más que un quiste, una especie de muela fastidiosa que su mamá decidió extraerla porque le resultaba muy problemática... era un niño problema.
De todos modos, él nunca sabrá de todo lo que se ha discutido de los miles y miles que a diario pasan su drama en "limpios" y "seguros" hospitales o en el interior de clandestinos consultorios en donde se arregla "fácilmente" y con "seguridad total" el problema del "atraso menstrual".
Ayer le encontraron.
La señora aquella que le encontró en un balde cubierto de sangre afirmaba en medio de su llanto que le había visto mover un poco el bracito...
Los empleados de limpieza pública le pusieron Carlitos, así le "bautizaron".
De todos modos él ya tenía un nombre en el corazón de Dios.
Carlitos murió en un balde envuelto en su propia sangre.
Estaba ya bien formadito, pero eso no les interesará a quienes aseguran que él no era una persona sino un bulto que no puede considerarse un ser humano todavía.
De todos modos Carlitos no sabrá que hoy tanto como hace varios siglos se discutía si los indios de américa tenían alma o no, ahora en una época tan "civilizada" -la nuestra, claro- hay no pocos que se dicen humanos y que se sientan a discutir si el embrión de un ser humano merece respeto o no, de si merece vivir o no. Algunos dicen que eso no es un tema religioso sino un "tema social"...
Carlitos murió en un balde, no llegó a abrir los ojos.
Quizá resultó un problema para la que fue su madre; quizá el que le engendró no quería hacerse cargo de él; quizá la que hubiera sido su abuela consideró que Carlitos iría a representar una mancha en el honor o en la reputación de su familia y de su buen apellido; quizá Carlitos iría a ser un real problema para la economía de sus engendradores; quizá tuvo la mal suerte de llegar cuando sus engendradores ya no tenían como alimentarle y claro, decidieron "interrumpir el embarazo".
Quizá Carlitos no era más que un bultito de carne que no podía considerarse persona sino sólo cuando hubiera podido hablar y ser fuerte y tener mucho dinero e influencias para poder hacer prevalecer sus derechos y formar una ONG donde pudiera defenderse o atacar a otros carlitos.
Carlitos murió en un balde y le encontraron en la berma central de una avenida. Cerca de él pasaban muy temprano muchos escolares que -gracias a Dios- obtuvieron la gracia de ser considerados personas antes de nacer.
Pero Carlitos no fue el único que murió ayer antes de poder abrir sus ojos.
Porque ayer -y también hoy- murieron 1,095 Carlitos y Juanitas en este Perú que se dice creyente. Porque 400,000 niños mueren por año antes de nacer en un país como el nuestro. Muchos no morirán en baldes en medio de una avenida, muchos morirán destrozados por unos fierros en el vientre de su madre, otros serán quemados con ácidos, otros recibirán una inyección, y todos acabarán en algún botadero porque no lograron la suerte de ser considerados personas...
Dicen que con ellos se fabrican esmaltes de uña que luego usan las señoras y señoritas muy respetables -y las otras también-.
Y todavía existen hoy personas que sufren más porque se mueren las focas en tal o cual lugar, que se desesperan porque se murió una ballena en una playa... Pero a ellos mismos ni les interesa que en sus mismos países diariamente se matan a miles de niños en el vientre de su madre. Seguramente estamos llegando a un extremo de inhumanidad tal que sólo nos conmueve que se mueran unos animales, un toro, una foca bebé, pero no nos dice nada que hayan humanos que promuevan políticas abortistas, es decir, maniobras asesinas de miles y miles de niños que cometieron el único delito de no saber defenderse por sí mismos (Dicen que se trata de considerar el sentimiento de las mujeres que no quieren tener hijos... pero no se les pasa la cabeza que los Carlitos y Juanitas tienen también sentimientos y mueren gritando y sufriendo en silencio...)
aDios Carlitos. Dile a Él -una vez más, como Jesús- que los humanos no sabemos lo que hacemos.
Y tú, Carlitos, perdónanos porque seguramente lo único que haremos será callar y suspirar por tí pero es seguro que pocos o muy pocos gritarán por tí.
aDios Carlitos, sí, anda con Él, arriba te tratarán mejor que aquí.
aDios Carlitos.

lunes, 5 de mayo de 2008

Gracias Fátima

Nada más hermoso que la verdadera humildad, es decir, la capacidad o facilidad para ser conciente de lo que realmente se es, sin pretensiones. No es este un tema fácil de tratarse. Escribo con mucho cuidado y quizá con algo de temor porque no es cosa rara que por escribir también se nos suban los humos, como se dice.
Por gracia de Dios he conocido a mucha gente realmente humilde, los he contemplado y me he quedado muy edificado. Gracias a Dios no faltan los que saben quedarse en el último puesto y no reclaman más que ser los últimos de la fila. He contemplado a gente que aún teniendo derechos, no ha reclamado nada para sí sino el honor de servir y sirviendo se han quedado siempre muy contentos. Esa gente tan buena le ha brindado un oxígeno muy puro a mi alma, por lo que les estaré siempre muy agradecido, como canta Rosendo.
Creo que los humildes son los bien ubicados, los que están en el lugar exacto con la actitud exacta, son los más objetivos y realistas. Contrariamente, los orgullosos, soberbios o pedantes están muy fuera de sitio y proporcionan un espectáculo las más de las veces ridículo o deprimente.
Hace algunas semanas he conocido a varios niños y niñas que me han enseñado "en vivo y en directo" lo que significa ser humilde. Me he quedado deslumbrado en especial ante el alma tan buena y sencilla de una niña que apenas se levanta del suelo en estatura, se llama Fátima. La primera vez que la ví estaba en la secretaría del colegio parroquial, muy seriecita ella y muy en su lugar. Me quedé asombrado por su temprana modestia y recato, bien sentadita y con la mirada baja. Claro, estaba un poco malita y esperaba que le hiciera efecto una pastilla que le habían dado. Y como debe ser, para hablar con los niños hay que ponerse de rodillas, así lo hice y quise conversar algo con esa pequeña. Me explicó su drama con una claridad que ya la querrían tener los políticos actuales o esos filósofos actuales.
Bien ubicada, Fátima me recordó que la humildad es verdad y es la exacta y precisa ubicación de nuestra vida.
Siempre me resulta una lección valiosa el contacto con los niños pequeños y no creo que sea un justo proceder el despreciar a aquellos a quienes mira con más complacencia el Padre Dios. Ellos son una cátedra auténtica.
Yo sé que tú, Fátima, posiblemente nunca leas estas pobres letras pero desde aquí te agradezco por tu almita de niña buena, de niña bien niña, porque -a Dios gracias- conservas esa inocencia y esa sencillez que seguramente arrancan más de una sonrisa de complacencia en el rostro de Dios. gracias Fátima por que eres una niña como debe ser. ojalá cuando crezcas conserves ese frescor de alma, ojalá no se te pegue ni la mezquindad ni el deseo de posesión, ni la impureza, ni ninguna clase de egoísmo, ojalá puedas conservarte siempre así. Y así, llegará un día, Fátima, en que te presentarás contenta y libre ante el buen Dios, mostrando tu vestidura bautismal limpia y fresca, como para provocar la envidia de los mismos ángeles.
Sé siempre así, Fátima, no le niegues al mundo el maravilloso espectáculo de un alma de niña buena. Amén.

lunes, 28 de abril de 2008

En el nombre de Tito

Hace algún tiempo me encontré con una excelente canción de Carlos Seoane, en ella –cuyo título da nombre a este artículo- se relata la actitud de un cristiano y católico que no sólo es “dueño de la parroquia” (ver el artículo anterior de este blog), sino que además se considera el centro de todo lo que existe. He aquí la letra, para pensarla:

Érase una vez un hombre
Que todos llamaban Tito,
Nombre sobre todo nombre
En aquel santo recinto.
Él tenía todas las llaves
Y que nadie tenga duda…
Cuando alguien hacía una copia,
Cambiaba la cerradura.

Un día tuvo un gran disgusto
Por la cuestión del florero
Que él había colocado
Con paciencia y gran esmero…
Nunca falta el comedido
Que lo cambia de lugar…
La presión le subió a treinta
Y lo quiso excomulgar.

Tito abre, Tito cierra,
Tito ordena, Tito entierra,
Tito no quiere cambiar,
No entra y no deja entrar.

Reunió a los grupos parroquiales
Y los retó a los gritos,
Pues ninguno en sus reuniones
Invocaba el nombre de Tito.
Juró que desde ese día
El nombre les cambiaría…
Y llamó Legión de Tito
A la Legión de María.

Pintó la parroquia de celesTITO
Con guardas amarillas paTITO
Sacó las estatuas de todos los santos
Y en su lugar puso sanTITOS.
Consiguió que el sacerdote
Comenzara el santo rito
Diciendo: “En nombre del Padre,
Del Hijo, y también de Tito”.

No soy psicólogo ni psiquiatra, pero en verdad me dejan muy intrigado los casos de “Titos” que suelo observar en varias realidades eclesiales. No sólo se trata de aquel o tal sacristán o presidente de tal asociación de fieles, también se ve algo parecido en estamentos de sacerdotes, obispos y consagrados. C. Seoane en la canción que hemos transcrito afirma: “Tito no quiere cambiar, no entra y no deja entrar”. Ese es un punto que –en cuanto sacerdote y párroco que soy- me preocupa no poco: el hecho de que los Titos al final no gozan de la fe ni permiten que otros lo hagan. Temo mucho que por causa de esos Titos haya no pocas personas que se alejen de nuestros sagrados recintos y consideren la fe como un engaño o como algo por lo menos alienante.
Por mi parte me convenzo cada vez más que el mejor distintivo de una fe verdadera es la capacidad de morir a uno mismo, la capacidad de desprendimiento y de “desapercibimiento”. Después de todo, ¿no trabajamos para que nos vea el Padre del Cielo y sólo él?
Es algo triste cuando los mediadores entre Dios y los hombres nos convertimos ya no en instrumentos sino en finalidad de la religión y por ello, aunque no lo pedimos expresamente, acabamos pensando que sería buena idea –y muy justa además- que al comienzo del santo rito el sacerdote de turno dijera: “En nombre del Padre, del Hijo, y también de Tito”.

domingo, 13 de abril de 2008

Los dueños de la parroquia

Hace varias semanas he pensado en este artículo, no sé si llegaré a plasmar claramente mis impresiones, en todo caso, mi percepción sobre este problema.
Una de las grandes pasiones humanas es el deseo de poseer, de retener algo como propio, de apoderarse de algo o de alguien, de ser dueños de algo; ese afán de poder decir y pensar que tenemos poder sobre algo o alguien, ese afán de sentirnos de algún modo soberanos de algo, reyes de algo, dominadores de algo, expertos o conocedores y/o peritos de algo, casi casi el sentirnos pequeños mesías de algunas personas o de muchas, o por lo menos parecerlo.
Creo que estos impulsos en mayor o menor medida todos los hemos sentido alguna vez. Todavía más: no pocas personas viven como drogadas por este deseo de poseer y de sentirse dueños de algo o de algunos o de muchos.
Yo he relacionado el título con una realidad eclesial clásica y visible: la parroquia, pero se podría aplicar esta idea a otras realidades incluso no confesionales.
Quizá en el marco de la fe o de la práctica de la fe es en donde se nota con más dramatismo este deseo de posesión, este impulso de adueñarse. Yo tengo relativamente poco tiempo de sacerdote, 10 añitos nomás, pero creo haber visto varias cosas, las suficientes como para saber que es algo muy feo -por lo menos- cuando algunos (¿o varios?) creyentes terminan adueñándose de la parroquia, por decirlo así.
Los dueños de la parroquia son, por ejemplo, los que de la fe se saben todo al revés y al derecho y a ellos nadie puede sorprenderlos -ni siquiera con la Buena Nueva!!!-. Es que para ellos la Buena Nueva ya no es nueva, es bien antigua y además ya no les emociona ni asombra... Ya parece que no es Buena tampoco porque ya no vibran con ella y parece que ya no les sirve para nada, como no sea para seguir aburriéndose de la fe. Son los creyentes que se la saben todas y Dios ya no les asombra: se han acostumbrado a creer (me resulta antipático escribirlo).
Pero también hay dueños de la parroquia más pintorescos y quizá más risibles: los dueños de la banca número uno o de la banca número cuatro. Están también los dueños de los floreros, los dueños del cuadrito, los dueños de la velita y del altarcito, los dueños de la sacristía, los dueños de los micrófonos, los dueños de las lecturas de misa, los dueños del salmo responsorial, los dueños de la catequesis, los dueños de las andas de aquella o de esta imágen, los dueños de la fiesta patronal, los dueños de la liturgia, los dueños de los cancioneros, los dueños de las costumbres religiosas (ayyyyy!!!!), los dueños de la profecía, los dueños de la predicación, los dueños de las escobas del templo, los dueños de tal santo o de tal santa, los dueños del Santo Rosario, los dueños de las avemarías, los dueños de las respuestas de la misa, los dueños del confesonario, los dueños del sacerdote de turno, los dueños las campanas, los dueños del campanario entero, los dueños del templo, los dueños de la secretaría parroquial, los dueños.... de Dios!!!
Uffffff!!! Cuántos dueños tenemos!!!
(Y algunos todavía piensan que la Iglesia "tiene poder" sobre los demás, mmmmmmm).
Es curioso, muy curioso que el campo de la fe sea el más susceptible de "adueñamientos" sin control..
Una vez un amgo con el cual compartimos esta impresión me dijo que allí no termina todo porque al parecer a mucha gente le gusta sentirse posesión de otros, como que les gusta tener un dominador, alguien que los doblegue, como que no están felices si no aparece un dueño o dueña de ellas, como que tienen hambre de ser poseídos por alguien. En fin, escuchar eso me chocó bastante pero creo que algo de razón tenía este buen amigo.
Jesús se chocó frontalmente con los dueños de la fe judía: aquellos fariseos a los que Dios ya no podía sorprenderlos de ningún modo. Y Jesús era completamente libre y hacía muy libres a sus amigos, no los atenazaba, no se apropiaba de nadie ni de nada, no le interesaba en absoluto. Él vino a liberar y a forjar personas libres que transmitan libertad, que difundan libertad, la libertad de los hijos de Dios.
Los dueños fácilmente abusan y pisotean, los dueños fácilmente terminan ocupando el lugar de Dios, se convierten en pequeños diocesillos de algunos o de muchos, los subyugan y los van denigrando, se aprovechan de ellos y les quitan vida sino les van matando lentamente.
¡Qué distinto fue y es y será siempre Jesucristo, el Dios de la libertad, de los libres y de los que forjan libertad!
La libertad crea alegría, crea la paz, se alimenta de la verdad y forja hombres y mujeres nuevos, criaturas nuevas para una nueva generación. Libertad que no es ajena a la obediencia con espíritu filial.
Hasta aquí mi pensamiento sobre este tema. Ustedes, ¿qué piensan al respecto?

sábado, 5 de abril de 2008

"Quédate... el día va de caída"

Confieso que casi siempre el tiempo que va entre las 17 y 21 horas de cada día me ha resultado mayormente poblado sino por la nostalgia por lo menos por un sentimiento de lejanía de mi propio centro, de lejanía de mi verdadera patria. No soy en absoluto un místico o algo parecido sino un simple peregrino, un caminante más. Y ahora, mientras por enésima vez vuelvo a encontrarme con aquel hermoso texto evangélico de los amigos de Emaús no me quedo indiferente.
Toda la escena es muy simpática y fundamentalmente eucarística, lo sabemos de sobra. Sin embargo esta vez me ha impresionado, me ha tocado aquel momento en que los amigos que caminan a Emaús dicen al desconocido compañero: "Quédate con nosotros porque el día va de caída". Y he relacionado ese versículo con lo que me suele pasar al atardecer.
Y he recordado que en horas como esas, al atardecer, yo escuché de Jesucristo y sentí arder mi corazón adolescente como nunca antes. Me he visto un chiquillo de dieciséis, flaquísimo y medio perdido en una atmósfera en donde se podía tocar con mano la presencia de Alguien que calentaba el alma, ese deconocido que se había metido en nuestra conversación y que sin darnos cuenta fue enseñándonos todo. Y cuando él hizo un ademán de irse, de seguir su camino yo alcé la mirada y así, en medio ya de la noche le dije: "Hey, Maestro, quédate por favor. Nadie nunca nos ha hablado así, tú has hecho arder mi alma y la has fogoneado, no te vayas" Y he vuelto a verme siempre un poco perdido pero también "pasmado" de la emoción al darme cuenta que El Maestro se ha sentado a mi lado y ha comenzado a partir el pan. Y me he visto alzar mi velita en medio de la noche y decirle otra vez más: "Yo quiero caminar contigo"
Y desde entonces creo que se me ha desatado una gran nostalgia de esa tarde, de esa noche en que sentí arder el corazón. Y vivo de ese "recuerdo" que casi se me convierte en sacramento. Y sé que hoy y mañana cuando vuelva a sentir aquello no será sino un reclamo a volver a pedirle que me parta el pan y que se quede conmigo.
Recuerdo aquel buen amigo que me decía que él no quería que se acabase nunca la misa, que no quería que el sacerdote dijera "Pueden ir en paz", que quería quedarse siempre con él, que no lo quería dejar, que si él se iba volvía la tristeza... Y bendigo su recuerdo.
Y sé ahora que esa nostalgia que se me desata en el alma no es sino un reclamo, un reclamo de infinito, de plenitud, de Su Presencia. Y a la sombra de su presencia me he vuelto un soñador, un poco loco, un poeta, un cantor de una canción extraña que arranca sus notas al viento y que toma letra del alma que llora Su lejanía.
Y ahora sé porqué me provoca las más de las veces no correr sino detenerme cuando Le tengo entre las manos cada vez que le celebro. Y le digo que no se me vaya, que sólo su palabra me hace arder el corazón; que prefiero ser un hombre traspasado por su amor y por su cruz a vivir sentado a una mesa que no alimenta y caminar al hilo de una conversación que agrieta y seca el alma.
Y le voy repitiendo: "Quédate... el día ya va de caída..." Y medio entre la niebla del tiempo y de mi propia limitación creo ver Su rostro y el corazón se me sale del pecho. Y se me nubla el entendimiento cuando pienso que en esas manos que son mis manos es Él mismo que hoy, que también esta tarde y esta noche me parte el pan y se me da en humilde alimento.
Y entonces, medio confundido y asombrado le vuelvo a decir que sí, que vale la pena caminar con Él, que Él, Jesucristo, es lo mejor que me ha podido suceder en la vida.
Y por ello voy como un loco, como un incurable, como un chiflado, a hablar, a animar a mis hermanos, a decirles que hay uno que puede hacer arder el alma, que hay uno que puede apagar las tristezas, que hay uno que da compañía, que nos parte el pan y que se da en comida y que yo le he visto, que me ha llenado de luz el corazón y que lo que más quisiera es que también llenara de luz la vida de todos.