lunes, 5 de mayo de 2008

Gracias Fátima

Nada más hermoso que la verdadera humildad, es decir, la capacidad o facilidad para ser conciente de lo que realmente se es, sin pretensiones. No es este un tema fácil de tratarse. Escribo con mucho cuidado y quizá con algo de temor porque no es cosa rara que por escribir también se nos suban los humos, como se dice.
Por gracia de Dios he conocido a mucha gente realmente humilde, los he contemplado y me he quedado muy edificado. Gracias a Dios no faltan los que saben quedarse en el último puesto y no reclaman más que ser los últimos de la fila. He contemplado a gente que aún teniendo derechos, no ha reclamado nada para sí sino el honor de servir y sirviendo se han quedado siempre muy contentos. Esa gente tan buena le ha brindado un oxígeno muy puro a mi alma, por lo que les estaré siempre muy agradecido, como canta Rosendo.
Creo que los humildes son los bien ubicados, los que están en el lugar exacto con la actitud exacta, son los más objetivos y realistas. Contrariamente, los orgullosos, soberbios o pedantes están muy fuera de sitio y proporcionan un espectáculo las más de las veces ridículo o deprimente.
Hace algunas semanas he conocido a varios niños y niñas que me han enseñado "en vivo y en directo" lo que significa ser humilde. Me he quedado deslumbrado en especial ante el alma tan buena y sencilla de una niña que apenas se levanta del suelo en estatura, se llama Fátima. La primera vez que la ví estaba en la secretaría del colegio parroquial, muy seriecita ella y muy en su lugar. Me quedé asombrado por su temprana modestia y recato, bien sentadita y con la mirada baja. Claro, estaba un poco malita y esperaba que le hiciera efecto una pastilla que le habían dado. Y como debe ser, para hablar con los niños hay que ponerse de rodillas, así lo hice y quise conversar algo con esa pequeña. Me explicó su drama con una claridad que ya la querrían tener los políticos actuales o esos filósofos actuales.
Bien ubicada, Fátima me recordó que la humildad es verdad y es la exacta y precisa ubicación de nuestra vida.
Siempre me resulta una lección valiosa el contacto con los niños pequeños y no creo que sea un justo proceder el despreciar a aquellos a quienes mira con más complacencia el Padre Dios. Ellos son una cátedra auténtica.
Yo sé que tú, Fátima, posiblemente nunca leas estas pobres letras pero desde aquí te agradezco por tu almita de niña buena, de niña bien niña, porque -a Dios gracias- conservas esa inocencia y esa sencillez que seguramente arrancan más de una sonrisa de complacencia en el rostro de Dios. gracias Fátima por que eres una niña como debe ser. ojalá cuando crezcas conserves ese frescor de alma, ojalá no se te pegue ni la mezquindad ni el deseo de posesión, ni la impureza, ni ninguna clase de egoísmo, ojalá puedas conservarte siempre así. Y así, llegará un día, Fátima, en que te presentarás contenta y libre ante el buen Dios, mostrando tu vestidura bautismal limpia y fresca, como para provocar la envidia de los mismos ángeles.
Sé siempre así, Fátima, no le niegues al mundo el maravilloso espectáculo de un alma de niña buena. Amén.

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