Estoy
bastante impresionado, diría más, escandalizado al ver que ciertas personas y
grupos que están metidos en las cosas de Dios suelen medir la bendición del
Señor en términos monetarios, en números y cifras, en cuentas y respaldos bancarios. Seguramente seré yo un ingenuo pero nunca se
me ha ocurrido pensar así.
Gracias al
Señor, desde muy temprano me enseñaron -con las palabras y el testimonio de
vida- que la santidad más tiene que ver con la pobreza y el desprendimiento que
con el acumular cosas materiales o engrosar cuentas bancarias. Y es que no hay matrimonio posible entre Gracia de Dios e intereses económicos. O se apuesta por la gracia de Dios o se comienza con la idolatría del tener.
Hace casi
cuatro años, guiado por la mano poderosa y providente del Señor, me embarqué en
una aventura espiritual que hoy es mi vida entera, me refiero a la Obra R.P.S., la que iniciamos y llevamos adelante junto con la M. Karina Mendívil. Hace algunos meses estando en oración le dije
al Señor que acepte mi ofrenda, la ofrenda de mi vida. Por ello le hice la
promesa de vivir y morir pobre, desprendido, desapercibido, renunciando a ese
demonio tan sutil que es la ambición de cosas materiales y el afán por tener
cada vez más dinero y poner en él la confianza y la esperanza. He decidido vivir y morir pobre. Y no porque no me quede otra alternativa, a
decir verdad siempre las he tenido, aun permaneciendo fiel a mi vocación
religiosa y sacerdotal. Pido al Señor su gracia para ser fiel a este propósito.
He visto con
estupor y hasta con dolor cómo predicadores, pastores, líderes cristianos y
católicos, hasta ministros sagrados, han decidido tener como expresión frecuente el verbo “Prosperar”: tú
prosperas, yo prospero, él prospera, nosotros prosperamos, ellos
prosperan… Sé prosperado, te prosperará,
debo prosperar, hemos prosperado, tenemos que prosperar; el Señor te prosperará, me prosperará. Letreros incontables de “Jehová Jhire” o
“Yavé Yire”. Lunes empresariales, martes
de prosperidad, miércoles de abundancia, jueves de negocios en la fe, viernes
de acumulación de bendiciones, sábado de festejo por las bendiciones, etc. ¿Qué
estamos haciendo? Es una disimulada
adoración del ídolo del tener, el dios Mamón, hemos resucitado al dios pagano del dinero y la prosperidad. También a eso le llamamos "progreso". Y claro, somos gente de progreso si tenemos más, si podemos lucir más y mejores cosas, si tenemos "lo último" de la moda, de la tecnología, del confort, etc.
Una idolatría muy actual, la del éxito (progreso, prosperidad, medidos en cifras y réditos). Es decir que ahora un hombre o una mujer de
Dios debe ser, sí o sí, un tío que maneja billete, una tía que presume de ser
“nice” o "pipirinais". Ateísmo disimulado en billetes,
que de cuando en cuando van a dar a la canastilla de la limosna o al sobre del
diezmo (para luego querer recibir más y más y más).
No. La bendición no se mide por dinero, no se
mide en números. Quien se desespera por dinero en una obra que se supone es de
Dios, esa persona no es un creyente, es un interesado, un banquero camuflado,
un inversionista con pinta de devoto, un negociante idólatra que mira a Dios
como se mira a una vaca lechera. Quien lo
primero que piensa es en el diezmo que puede sacar o en el provecho material
que puede obtener por un servicio de fe, quien obra así es un idólatra, no cree
en Dios ni en nadie, es un individuo muy peligroso.
La bendición no se mide en dinero. Jamás los hombres y mujeres de Dios obraron así. Jamás el verbo “prosperar” o "progresar" tuvo nada que ver con el seguimiento de Jesucristo. Reto a cualquier biblista aficionado o profesional a que me muestre una sola cita bíblica que diga lo contrario. Porque las verdaderas obras de Dios siempre tuvieron el sello de la pobreza más real, del desprendimiento más efectivo, de una descarada capacidad de compartir sin esperar nada a cambio. Y ese es el mejor testimonio de la fe, eso es lo que más convence a la gente alejada de la fe: el desinterés, la generosidad, la capacidad de compartir por el hecho de amar y punto.
La bendición no se mide en dinero. Jamás los hombres y mujeres de Dios obraron así. Jamás el verbo “prosperar” o "progresar" tuvo nada que ver con el seguimiento de Jesucristo. Reto a cualquier biblista aficionado o profesional a que me muestre una sola cita bíblica que diga lo contrario. Porque las verdaderas obras de Dios siempre tuvieron el sello de la pobreza más real, del desprendimiento más efectivo, de una descarada capacidad de compartir sin esperar nada a cambio. Y ese es el mejor testimonio de la fe, eso es lo que más convence a la gente alejada de la fe: el desinterés, la generosidad, la capacidad de compartir por el hecho de amar y punto.
Jamás
Jesucristo podrá aceptar como discípulos y servidores suyos a quienes lo
primero que tenían en el corazón era una calculadora y a quienes lo primero que
pensaban era en el dinero. “Busquen
primero el Reino de Dios y lo demás se les dará por añadidura” Parece que aún no lo hemos entendido. Buscamos dinero, buscamos cosas, buscamos
seguridades, buscamos tener, acumular, poseer, guardar, ponerle nombre a todo,
sellarlo, marcarlo, “mío” “tuyo”, prosperar, progresar.
Educamos a los niños y jóvenes con esa mentalidad: debes tener mucho,
debes traer mucho dinero, debes ser un hombre, una mujer de éxito, debes
alcanzar tus metas (sobre todo si tus metas son tener mucho dinero y muchas
cosas, hacer muchos viajes, gozarla y pasarla bien para que luego cuando llegues a viejo digas satisfecho: "Fui un hombre, una mujer, de éxito") y si debes tener un sueño en la
vida, pues que ese sueño se mida también en cifras y que tenga varios ceros a la derecha. Y los educamos a pensar que cualquier sueño,
cualquier ideal de vida que no se pueda medir en números es inaceptable, que es
una locura, que es un fracaso. Tantos
papis y mamis que se alegran porque el hijo o la hija ya se perfilan como
grandes negociantes, grandes profesionales, grandes políticos, gente “de
mundo”, gente “con nivel” (entendiendo mundo y nivel, entendiendo "grandeza" como
tener harta plata, varias casas, viajes constantes, todo tipo de comodidades,
la mesa siempre llena y variada, la ropa de moda “de marca” dicen, y muchos
aparatitos que sirven para intentar llenar los vacíos del corazón. Ah, claro que sí: de cuando en cuando vamos a
Misa para pedir a Diosito que nos conserve nuestro dinero y si es posible nos
lo haga aumentar, prosperar, dicen).
Oh verdadera
pobreza que se mide en desprendimiento, en la apuesta y búsqueda total y descarada de Tu Reino, en confianza ilimitada en el poder de
Dios
Oh pobreza
evangélica, que se mide en la serenidad ante la escasez material, cuando ya el
corazón se ha entregado a Dios con verdad y totalidad y sólo espera en Él.
Oh pobreza
evangélica, desconocida hasta por los propios consagrados a Dios, que a veces
acaban pensando que sirven a Dios cuando acumulan, cuando hablan de “mejorar el
nivel o la calidad de vida” cuando en el fondo sólo se trata de querer tener
más y mejor.
Oh pobreza
evangélica, que eres despreciada cuando se habla de “éxito” y por eso se te
pinta con los colores del fracaso, de la mala suerte, de la mala cabeza, de la
maldición incluso.
Oh pobreza
misteriosa que eres la que más nos acerca al misterio de Dios hecho hombre:
Jesucristo, nacido pobre en Belén, vivido pobre en Nazaret, muerto pobre en el
Calvario y Resucitado pobre para ascender libre, desprendido al Cielo.
Oh pobreza
que te traduces en sencillez, en paz, en alegría, en sosiego, en libertad interior
de tantas ataduras absurdas y nefastas.
Oh pobreza
que rechazas como por instinto toda vanidad, toda superficialidad, toda
mundanidad guiada por la concupiscencia del tener y acumular.
No. La
bendición no se mide en dinero. La bendición se mide en pobreza, en sencillez,
en paz, en pureza, en obediencia, en humildad.
Sí. Me agrada más un templo sencillo y pobre,
unos cristianos desprendidos, unas comunidades en donde es posible y real el
compartirlo todo. Me agrada mucho más el
Jesucristo pobre. Sí. Sé que antes no pensaba así. Me arrepiento de todo corazón. Hoy elijo pobreza con Jesucristo.
Señor Jesús,
contágiame de tu amor por la real y verdadera pobreza. Amén.