jueves, 30 de abril de 2015

"Derecho a equivocarse"



Me pregunto si en verdad existirá el “derecho a equivocarse”.  Ya voy escuchando la apología de semejante “derecho” varias veces.  Lo primero que se me ocurre pensar es que todo ser humano, cualquier ser humano, puede equivocarse.  Pienso que todos nos equivocamos diariamente.  Y también pienso que una equivocación es la resultante de haber buscado la Verdad en el lugar incorrecto.  Y el que se equivoca, el que se da cuenta de su error, cuando se le abren los ojos reconoce su error y está dispuesto a enmendar.  La Verdad siempre libera.

Sin embargo, me da la impresión de que hoy en día varias personas arguyen su “derecho a equivocarse” para justificar su testarudez o su contumacia.  No puedo yo, si soy honesto, sostener semejante “derecho” cuando ya me dí cuenta de mi error –o cuando me lo han hecho ver-.  Si invoco ese extraño derecho quizá sea porque en el fondo se reconoce el error pero no se quiere salir de él.  De ahí se pasa fácilmente a exigir otro derecho: “derecho a permanecer en el error”.

Lo más meridianamente razonable es que el ser humano una vez que reconoce su error renuncie a él y se adhiera a la Verdad, renunciando a su error antiguo.  Porque el ser humano fue creado para buscar la Verdad –y no el error- y está llamado por su propia naturaleza a adherirse a la Verdad una vez que la ha conocido o que se la han hecho conocer.  Quien persevera en el error luego de darse cuenta de ir por el camino equivocado, esa persona se pervierte, se denigra.  Y si yo termino amando mi error, me degrado como persona.  Amar el error es estar en pecado y es un modo muy concreto de autodestruirse.  No existe pues tal derecho a equivocarse.  Sólo existe el derecho de conocer la Verdad.  Invocar un derecho es exigir una cosa buena para el ser humano, que le hace mejor y más feliz; por ello todo derecho apunta a algo que es bueno, verdadero, justo y noble.  No se puede, pues, invocar el derecho de algo que no sólo es malo sino que atenta contra el mismo ser humano.  Porque el error siempre es un atentado contra la dignidad humana, nunca será bueno, ni justo, ni noble.

Quizá en el fondo de ese reclamo absurdo lo único que haya sea una actitud terca y necia para querer hacer prevalecer la propia voluntad por encima de la Voluntad de Dios.  Quizá sea un desgraciado capricho proveniente de un yo soberbio que sólo tiene ganas de reconocer sus propios derechos pero no los de los demás, menos todavía el derecho de Dios.  Debe ser de un origen tan maligno ese pretendido “derecho” que a lo único que lleva es a la infelicidad y a la negación de la propia alma.

Definitivamente yo opto por el derecho de reconocer el propio error y por el deber humano de seguir La Verdad.  Y para reconocer La Verdad y seguirla es necesario ejercitarse en la abnegación de sí mismo, en la capacidad de renuncia al propio yo y al orgullo malsano que siempre deja soledad y vacío.

Por algo será que Jesucristo –Camino, Verdad y Vida- nos advirtió con claridad: “Quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.

Concédenos, Señor, amor por La Verdad y aversión por el error.  Amén.