viernes, 29 de noviembre de 2013

El imperio de los sentimientos.



Hace varios años, cuando estudiaba filosofía y teología, en una de esas frías mañanas de invierno limeño, entre el estudio y las clases, uno de mis profesores se detuvo durante toda su clase en un discurso sobre el ocaso de la razón y el desinterés por La Verdad como rasgos distintivos del tiempo que nos toca vivir.  Hace veinte años ese discurso me pareció un tanto exagerado.  Hoy veo que ese profesor tenía mucha razón. 

Vivimos un tiempo en el que todos –más o menos- nos dejamos llevar no por la razón, menos por La Verdad, sino por los sentimientos y la emoción.  Los muchachos y las chicas, por lo general, buscan “nuevas sensaciones”.  Incluso los no tan jóvenes muchas veces toman decisiones y hacen opciones en su vida llevados por un “es que así me siento bien”.  Se coleccionan “experiencias” en donde lo principal es que uno se sienta “bien”.  Así, mañana yo podría también decir que voy a hacerme seguidor de un maestro espiritista en tanto que “me sentí bien” cuando fui a consultarle y cuando me sometí a una “terapia”.

Hace unas semanas nomás, luego de celebrar la misa dominical en la capilla de nuestro Monasterio, una señora me consultaba si era bueno que ella, siendo católica, también participara en unas reuniones de creyentes pentecostales.  De hecho yo le dije que no se lo recomendaba para nada.  Sobre todo previendo que es una persona muy poco instruida en su fe católica y que era muy probable que al final terminara muy confundida.  El argumento de la señora me dejó perplejo: me dijo que ella no vería nada malo en ir ya que “ahí me he sentido bien”.  ¡Plop! diría la revista Condorito.   Creo que es como un indicativo de lo que pasa con mucha gente: no importa qué es verdad y qué es mentira, qué es Voluntad de Dios y qué es engaño del demonio, importa una cosa: si me siento bien o no cuando hago algo o cuando decido algo.  Es el mundo resbaladizo y engañoso de lo subjetivo, el imperio de los sentimientos y de las emociones.  Se llega a identificar el bien y la verdad con lo que provoca un buen sentimiento o una hermosa sensación.  Así las cosas ya no hay lugar para la reflexión, para la contemplación de La Verdad, para el desarrollo de la razón… no hay lugar para Dios.  En todo caso, se podrá incluir a Dios en la propia vida si es que proporciona buenas sensaciones…

No digo que los sentimientos y la emoción no tengan su parte de importancia en la vida humana.  Lo que me preocupa, como pastor de almas, es que precisamente sentimiento y emoción-sensación sean los criterios de valoración de la existencia.  Incluso hasta en el ambiente de fe podemos terminar pensando que la Voluntad de Dios siempre me hará sentir bien, que los caminos de Dios siempre tendrán que traerme hermosas sensaciones.  Cuántas veces habrá que meditar en la Crucifixión de Jesucristo: Él no se sintió bien dejándose clavar en La Cruz, sin embargo sabía que ése era el camino, camino de obediencia.  Tantas veces el hacer la voluntad de Dios nos acarrea ese no sentirnos bien, pero todo ello direccionado a alcanzar la Vida Eterna. 

Somos una generación que ha olvidado el camino real de la Santa Cruz, por ello también nos hemos inventado espiritualidades que sólo buscan hacernos sentir bien, pero salvarnos y santificarnos: para nada.  Sin embargo, tantas veces el hacer la Voluntad de Dios será poner el hombro y la espalda para recibir la Cruz de Cristo (y eso no es sentirse bien), y sólo podremos apretar los dientes, cerrar los ojos y confiar en que algún día despuntará la aurora de la justicia de Dios, algún día vendrá el desquite de nuestro Dios y la liberación de todos los que sufríamos en este mundo por ser fieles al Dios Único y Verdadero: Jesucristo.

Definitivamente una religiosidad o una espiritualidad que sólo provoca “sentirnos bien” o que sólo nos proporciona “hermosas sensaciones” es una religiosidad engañosa, mentirosa, falsa, un placebo espiritual y hasta posiblemente un muy inteligente engaño del Demonio, enemigo de nuestra salvación.

Porque los bonitos sentimientos, sensaciones y emociones de esta vida son pasajeros pero la Palabra de Dios permanece para siempre y todas esas cosas que nos hacen sentir bien en esta tierra son nada en comparación a la gloria que algún día se nos descubrirá en el cielo.

Es verdad que la fe en Jesucristo a veces nos proporciona una experiencia de cielo y por ello a veces decimos que durante tal o cual evento, en tal o cual oración, en tal o cual Misa hemos sentido la presencia de Dios, hemos sentido como una fragancia de cielo.  Todo ello puede suceder y no creo que sea malo.  Mi advertencia está en que no hay que buscar sólo esas cosas.  No hay que basar nuestros discernimientos sólo en ese criterio de “sentirse bien”.  San Ignacio de Loyola en sus Reglas para sentir rectamente se encarga de recordarnos que a veces el mal espíritu trae falsas consolaciones y una falsa paz a quienes están empecatados y, contrariamente, el buen espíritu aguijonea o inca fuertemente a esas mismas personas para moverlas a conversión.  Y como se podrá deducir: Nadie se siente bien cuando lo aguijonean.  Sin embargo puede ser una tremenda bendición del cielo ese “no sentirse bien” al escuchar la Palabra de Dios o al oír una predicación del Evangelio o el sentir esa incomodidad que viene al recibir una amonestación o una corrección del pastor correspondiente. 

Definitivamente los fariseos del tiempo de Jesús no se sentían bien al escuchar al Maestro, pero esos aguijones constantes de parte de Jesús eran un ancla de salvación que Dios les ofrecía pero que ellos no quisieron aceptar.  Seguramente habrían oído de buen grado a los falsos profetas que sí les decían lo que ellos querían oír, ese ronroneo de gata melosa que no salva ni da vida eterna pero que seguro les hacía sentir bien.

Me alegro de haber sido formado “a la antigua”, como dicen algunos.  Es verdad que no pocas veces me siento como “fuera de lugar”, medio “desubicado” entre tanto subjetivismo y relativismo a todo nivel.  Pero creo que todo fiel cristiano católico que decide ser coherente con su fe, en definitiva se sentirá igual.   Conozco personas y familias enteras que caminan a contracorriente del mundo.   Ya lo había dicho Jesucristo: “Ustedes están en el mundo pero no son del mundo”.  Y Él también dijo: “Quien persevere hasta el final se salvará”.

¡Vaya tarea que tenemos como creyentes y como miembros de La Iglesia! 

Pidamos a Jesucristo que nos haga desear La Verdad y también la gracia de asumir los costos que implica su seguimiento en este mundo.  Que así sea.