lunes, 5 de noviembre de 2012

Gratuidad

El evangelio de esta mañana (Lc 14, 12-14) me ha cuestionado profundamente.  La Lectio Divina se me volvió increíblemente provocadora, tremenda.  Dios es bueno conmigo y me tiene tanta misericordia al enseñarme algo nuevo cada mañana, al hacerme saber que tiene Él una infinita capacidad para sorprenderme cada vez. 

Y hoy creo que Jesús me ha retado a la GRATUIDAD.  Hace algun tiempo leí algo sobre el tema -que dicho sea de paso muy pocos lo tratan-.  La síntesis es ésta, según veo: DAR POR EL HECHO DE DAR. DAR POR EL GUSTO DE DAR.  DAR CON EL ÚNICO INTERÉS DE DAR.

Y qué bello que Dios sea así.  Porque Dios tiene la hermosa capacidad de dar sin más interés que alegrar a los demás, sin esperar nada...  Dios domina el arte de dar con la ilusión de dar, dar por dar.

Jesús -en el evangelio de hoy- cuestiona al que le invitó a comer: "Amigo, debes aprender a dar sin más, dar a fondo perdido".  Por ello, a Jesús no le parece ningún atrevimiento el invitar a los pobres a comer, porque ellos no tienen como recompensar a su benefactor.  Ahí está lo bueno, pensaría Jesús.

Y cuánto debemos aprender este arte de DAR SIN MÁS. 

Cuántas caridades interesadas podemos detectar y descubrir en nosotros.  Porque sí, porque nos detenemos demasiado en calcular, en medir, en sopesar, en proyectar las gratitudes de los demás. Damos con interés a futuro.  Pobres de nosotros cuando perdemos así el tiempo y la vida: En medio de cálculos mezquinos y ridículos.

DAR a fondo perdido es al final la lógica del mismo Amor de Dios.  Porque: ¿Qué beneficio propio podía haber previsto Dios amándonos a nosotros, los humanos? Ninguno.  ¿En qué se beneficia Él amándonos?  En nada.  Él es grande e inmenso porque no tiene interés personal, porque es... LIBRE.

Y cuánto tenemos que superar el amor carnal, egoísta e interesado.  Hasta nos han educado así.  Hasta en nuestras familias la lógica dominante es: Ama a quien lo merece.  Ama a los que nos caen bien.  Ama a los buenos.  Ama a los de tu propia sangre.  Ama a tus amigos (y su contrario: Odia a tus enemigos).  Por ello crecemos y nos educamos con esa soterrada y horrible lógica: "Qué saco yo de esto",  "Cuánto voy a recibir",  "Qué beneficio me trae",  "Cuanto hay si hago esto o lo otro".  Y hasta hemos hecho de este modo egoísta de pensar, nuestro sistema de vida: Así vivimos, así rezamos, así nos tienen por inteligentes, así nos felicitan, así tenemos títulos, así sufrimos, así amamos, así llevamos la vida, así tenemos hijos, así nos apegamos a las cosas, así también pretendemos ser santos, así creemos ser también cristianos perfectos, así creemos agradar a Dios, así... morimos.

La mujer que se ha convertido en madre, ama mucho al hijo de sus entrañas, eso es bueno sí, pero también está la contraparte: Cuando aquel niño o niña crezca, su mamá también irá anidando -a veces más, a veces menos- la secreta esperanza de que aquel hijo o hija luego le recompensará todo lo sufrido, todo lo pasado, todo lo llorado por su causa.  Y luego no será raro escuchar a madres llorosas y quejumbrosas que entre dientes lloran la "ingratitud" de sus hijos, porque les "han fallado", porque no cubrieron sus "expectativas" de retribución (económica, las más de las veces).  Y al final, aquella señora quejumbrosa no sabrá jamás lo qué era amar sin interés... porque amó a su hijo con un secreto interés: Que el hijo le retribuya en su ancianidad.

Pero felizmente Dios no es así, Dios supera infinitamente el amor de una madre.  Dios ama a fondo perdido:  Ama sin interés, ama sin necesitar nada, ama por el gusto de dar.  ¡Qué bello es Dios, qué hermoso es Dios, qué magnífico es Dios, qué deslumbrante, que inmenso!

Enséñanos Jesús a amar a tu estilo.  Permítenos superar la mirada pequeña, el egoísmo enquistado en el alma, la mezquindad que como una bilis invade nuestro interior.  Purifícanos, Señor y ayúdanos a entender el valor de la gratuidad.
Amén.