miércoles, 19 de junio de 2013

Paranoia anticatólica

Considero una gracia inmerecida el haber recibido del Señor, a poco de haberme convertido, el don de amar a La Iglesia.  Desde que conocí a Jesucristo, Él y La Iglesia son prácticamente lo mismo o en todo caso, inseparables.

Amo a La Iglesia.  Amo lo que ella significa, lo que hace, lo que vive.  Me siento mal cuando la atacan y la acorralan injustamente, cuando la juzgan sin conocerla, cuando la desprecian por prejuicios que hay en el ambiente, cuando la desfiguran por los pecados de sus hijos, cuando la silencian, cuando no le permiten hablar, cuando no le conceden el derecho de pronunciarse sobre temas que conciernen a la salvación del hombre, de todos los hombres.  Sufro también cuando La Iglesia se estanca por la falta de conversión de algunos de sus hijos, cuando se encierra por las mezquindades de otros de sus hijos, cuando a veces se esclerotiza por la falta de conversión de algunas comunidades que la integran.  Y gozo también cuando La Iglesia triunfa, cuando logra sus objetivos de evangelización, cuando es reconocida como fuente de verdad, cuando es santificada por la santidad de muchos de sus hijos, cuando da gloria a Dios por sus hijos mártires, cuando es fiel en sus hijos fieles, cuando es obediente en sus hijos obedientes.

Y creo que en general los católicos debemos recobrar la autoestima, debemos levantar la cabeza con dignidad, con alegría, con esperanza, incluso diría que con un santo orgullo, porque -más allá de la infidelidad de algunos de sus hijos- es definitivamente más grande y luminoso el testimonio de fidelidad y coherencia en tantos hijos suyos que han vivido y que viven el Evangelio sin hacer mucha publicidad, sin fotos en el facebook, sin afiches, sin avisos ni documentales, sin convocar a megaeventos, sin reportes periodísticos dominicales.

Esto es muy necesario hoy más que nunca, sobre todo cuando la misma Santísima Virgen María ha puesto los puntos sobre las íes: "Yo como Madre quiero a mis hijos en la comunidad de un único pueblo, en el que se escucha y cumple la Palabra de Dios" (Mensaje del 2 de junio del 2013, en Medjugorje).  No es entonces un punto accesorio el pertenecer a este único pueblo fundado por Jesucristo; no es ninguna cosita sin importancia el formar parte de este único pueblo debidamente organizado y con sus pastores legítimos.  No se trata pues de "Jesucristo sí, Iglesia no".  No, en absoluto.  Y la indicación está viniendo del mismo Cielo.

Y es verdad que en muchos lugares hoy se respira y vive una especie de "paranoia" anticatólica.  Algo muy triste. Y creo que muchas veces sucede esto por una elemental falta de conocimiento de cómo son las cosas en realidad. Se lanzan prejuicios acerca de La Iglesia y aún se crean desafectos contra todo lo que tenga el signo católico.  Y eso nunca será justo.  A mí me causa no sólo tristeza sino también horror cuando por este medio -internet, blogs mediante- hay quienes escriben tantas cosas que no tienen pies ni cabeza y se atreven a meter ideas contra la Iglesia en mentes jóvenes, en adolescentes ingénuos, en gente poco instruida que con leer un post ya creen que saben "le verdad sobre La Iglesia Católica".  Y no hablo aquí de los videos bien ensamblados con fotos -youtube mediante- super montadas donde la consigna es muy sencilla: hacer quedar mal a La Iglesia Católica embarrando de cualquier cosa a sus pastores: los obispos y sacerdotes.

Y así, claro, se pueden entender ciertas posturas anti-vaticano de personas que nunca estuvieron en el Vaticano.  Así se pueden entender ciertas opiniones anti-católicas de personas que no saben en realidad lo que significa ser católico.  Así uno se explica ciertas ideas anti-clericales de personas que nunca han conocido o tratado con más de dos clérigos católicos o monjas en su vida.  Así, con tantas ideas metidas a la fuerza con malicia y arteramente, podemos comprender ciertas posturas anti-papistas de ciertas personas que nunca han conocido a ningún Papa personalmente -y ni siquiera han leído una sola encíclica en toda su vida-.  Pero claro, los que peor opinan de ciertas cosas son los que menos las conocen.

Yo sufro mucho cuando no se conoce la Verdad y se expanden por el ambiente tantas mentiritas.  Y sobre nuestra sufrida Iglesia Católica, mi Madre y mi Maestra, se han dicho tantas mentiras y leyendas negras....  Mentirotas y mentiritas que a veces repetimos sin investigar ni leer más, cosas que decimos porque "todos" lo dicen".  Y nos sucede como en la conversación de dos o tres tipos que toman licor en un bar o en una cantina de barrio: siempre hablan de lo mismo, sin conocer la verdad sobre el tema... Pero siempre estarán de acuerdo en ello y siempre pensarán así.

Hoy más que nunca necesitamos abrirnos a La Verdad, necesitamos de honradez para dejarnos interpelar por ella, por La Verdad.  Necesitamos honradez para dejarnos cuestionar por ella.  Porque La Verdad nos hará libres.  Y La Verdad es una persona real y concreta: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.  Y la Verdad es que Él, Jesucristo, y Su Iglesia son Uno solo. Y hablo de una unión total de voluntades, no por nada Jesucristo le dijo a Pedro: Lo que tú ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.

No nos dejemos llevar tan acríticamente por cierta paranoia anticatólica que no es veraz.  Démosle alas al Espíritu de Dios para que Él nos enseñe toda la verdad, en comunión y en sintonía con nuestros legítimos pastores, el Santo Padre, los obispos y sacerdotes.


miércoles, 12 de junio de 2013

El gusto por lo feo



Sí, sí.  Ya sé que me van a decir que “de gustos y colores no han escrito los autores” y que cada quien tiene todo el legítimo derecho de decir "me gusta" o "no me gusta" tal cosa y que si a un fulano le gusta llevar un mono peludo en la cabeza pues tiene todo el derecho y que si a menganita le gusta ir vestida como la bruja baratuja pues allá ella con su gusto y que nadie la critique por eso.  Y que lo que a tí te gusta puede que a mí no y debo respetarlo.  Bueno, bueno.  Creo que es verdad que cada quien tiene un gusto distinto en tantas cosas de la vida.  Pero, digo yo, ¿es que ya no hay lugar para un márgen universal -humano y digno- de estética o de hermosura en las cosas humanas?

Y pregunto eso porque a mí me da la impresión de que conforme va pasando el tiempo, de ése márgen al que me refiero pues ya no queda ni el recuerdo.  Es decir: las cosas son cada vez más feas y cuanto más feas más nos atraen, más nos gustan, nos seducen.  Y es verdad, hoy a los chicos (niños, adolescentes y jóvenes), les seduce horrores cosas que –según ése margen que yo todavía uso y seguiré usando aún a costa de aparecer anticuado o anacrónico antediluviano- son estéticamente feas y más que feas, horrorosas, desagradables, y no digo más.

¿A qué me refiero?   

Pues miren, les cuento algo:  Un día yo pasaba por la puerta del aula de proyecciones de video en un colegio y por pura curiosidad me introduje para ver qué película estaban viendo los chiquitines de 1ro de secundaria.  Casi grito cuando veo que todos estaban extasiados viendo una película de terror, toooodititos bien concentrados viendo como saltaban las cabezas y chorreaba la sangre y casi salpicaba la misma cámara y la pantalla, sierras eléctricas sobre cabezas, sables sobre cuellos, vidrios sobre cuerpos, etc.  Ayyyy.  Salí medio atontado.  Y los chiquitines luego me decían, ¿no le gusta, padre?  Mi gesto era más que elocuente.  Y ellos estaban sorprendidos de mi opinión contraria: a todos les encantaba ver eso (Lo curioso es que varios de ellos luego me dijeron que no querían ver “La Pasión de Cristo” porque dizque “había mucha sangre en esa película”…  Así nace la hipocresía en los futuros adultos).  Díganme ustedes si eso no es tener gusto por lo horrible.

¿Otro caso?  Un día voy conduciendo el automóvil de mi comunidad y casi choco con otro vehículo porque me quedé espantado al ver uno de esos gigantescos paneles publicitarios que hay a la vera de las pistas.  Era una señorita dizque muy “top model” ella.  No piensen mal, lo que me dejó perplejo fue su rostro: a mí me parecía que se estaba muriendo, porque estaba pálida, los ojos con sombras negras, sin sonreír siquiera, con una mirada vaga, yo diría triste, eso sí: luciendo un vestido dizque muy pipirinais….  ¿Acaso eso no es feo?  Perdón, ¿esa no es una fea a la que alguien le ha puesto en la cabeza que se ve muy linda?  Vaya gusto por lo feo.

¿Un caso más?  Un buen día vino a visitarme un muchacho que hacía un buen tiempo había acabado la secundaria en un colegio cuyo nombre no diré pero que era muy exigente en la disciplina y en la buena presentación de sus alumnos.  Y ese muchachito era uno de los más aplicados en ese sentido.  Pero ahora estaba yo frente a lo que quedaba de ese otrora muchacho bien presentable.  Casi le digo: “Perdón, ¿de qué planeta vienes?”  El cabello era tipo casco de motociclista –redondo y liso- y todo para adelante, tapando las orejas y gran parte de los ojos, tenía un polo negro con letras entre blancas y rosadas, los pantalones estaban tan pegados a sus piernas que yo demoré unos minutos en calcular cómo era posible que se los haya puesto y peor todavía, me preguntaba cómo iba a hacer él para salir de esos pantalones.  Estaban tan apretados que sus piernas perfectamente dibujadas se asemejaban –me disculpan- a las patas de un gallo –por no decir gallina-.  Y para remate unas zapatillas que le quedaban bien ridículas.  Yo no sabía si alegrarme por verle o darle mis condolencias por el fallecimiento de su buen gusto…

Yo no sé a qué se debe el creciente gusto por lo feo.  Y la cosa no es sólo de estética visual.  Si vamos a hablar de música –ya sé que voy a chocar con varios de mis lectores- pues no deja de parecerme una horripilancia musical eso que llaman: “reggetón”, un auténtico insulto a la música.  Y no me detengo ahora a hacer una crítica a las letras, que para eso tendría que invertir unos treinta artículos de este blog…  Sólo me quedo  en el aspecto meramente musical: un auténtico descalabro del buen gusto.

¿Y qué diremos del mundo de la TV?  En verdad, en mi comunidad no vemos la TV.  Pero las pocas veces que la veo cuando estoy de visita en algún lugar y veo, por ejemplo, los dibujos animados actuales no dejo de sentirme un marciano cuando observo que a los niños les gusta mucho personajes que son realmente feos.  No hay punto de comparación con los dibujos animados que hoy podemos llamar “antiguos”.  Personajes deformes, ojos saltones, cuerpos desproporcionados, movimientos irregulares, facciones desencajadas, voces feas, colores chillones, nada de armonía visual.  ¿Será que a los pequeños ya les van inoculando en el alma el gusto por lo feo?

¿Y el Facebook y la internet?  Aaaaaaaayyyyyyyyyyy.  Sí, sí.  Ya sé que probablemente más de uno querrá considerarme -luego de leer este artículo- como “contacto restringido”.   Me impresionan las fotos feas por lo feas que son.  No puedo creer que sean tan feas y que las luzcan con orgullo sus autores o sus protagonistas.  Y la gama va desde las simplemente feas por detalles de encuadre, fallas en la iluminación, etcétera, pasando por las fotos atrevidas: desde la chica que hace disfuerzos y exagera sus poses para verse “sexy” -según ella-, las más de las veces gracias al photoshop, hasta la otra que presume de ser coqueta y salta hasta el cielo cuando alguien de sus “amix” le dice: “wow, que linda que estás amia”.  “Lindas” que en el fondo son sólo provocadoras.  “Bellas” que sólo llegan a ser coquetas (taaaanto se extraña la verdadera belleza, que se busca atenuar su ausencia con la coquetería y la provocación que raya en lo vulgar y grosero).  Y están también las fotos que presentan personas haciendo muecas feas, fingiendo ser muy, pero muy malos y malas, cuanto más malísimos así les gusta.  El gusto por aparecer malos, muy malos. 

Y están las superestrellas de la canción, de la actuación, del cine, que cuando comenzaron sus carreras eran sinceramente guapos y guapas, sencillamente lindos, pero con el tiempo y al cosechar éxitos, dinero y fama en abundancia les viene el bicho de aparecer feos para terminar de enloquecer a sus seguidores y seguidoras.  Pienso –por citar un ejemplo nomás- en The Beatles y en aquellas dos fotos de su álbum recopilatorio en la que se ve “el antes” y “el después” de sus fachas: comenzaron bien formalitos, bien al terno, bien peinaditos y arregladitos, y en la foto de años después yo sólo les puedo reconocer porque están ubicados en el mismo lugar y en el mismo orden para la foto…

¿Quién nos librará de lo feo?  ¿Será que la auténtica belleza se nos ha escapado?  ¿Será que la auténtica belleza ya no entra en nuestros esquemas? 

La belleza está hecha de orden, de armonía, de luz, de sinceridad, de limpieza, de almas claras y profundas, de almas en paz, de almas luminosas, de corazones puros, de corazones que aman la modestia y el recato, de amor por la castidad y la limpieza, de ideales nobles, de espíritus abiertos a La Verdad. 

La belleza –la verdadera belleza- desecha automáticamente cualquier cosa artificial o empaquetada, está en contra de maquillajes que mienten.  La belleza es verdadera y no inflada.  La belleza proviene del interior y no de las cosas que uno se pone o se carga o se introduce al cuerpo.

Algo para las chiquillas y las no tan chiquillas que les gusta lucirse en el facebook: la verdadera belleza no es artificial, por ello las mujeres más lindas no necesitan maquillaje.  Un alma pura se refleja en los ojos.

Dios es la suprema belleza, el supremo bien, la suprema verdad, es la perfecta armonía.  Quizá nos gusta tanto lo feo porque hemos olvidado al que es la fuente de toda belleza, de toda bondad, de toda luz, de toda armonía.  Quizá amamos lo feo porque aún no nos hemos encontrado con la belle za de Dios: Jesucristo.

Pero el Dios hermoso, Jesucristo, está cerca, a la puerta, llamando hoy como ayer. 

Y si Él hoy toca a tu puerta, ¿qué le dirás?

¿Le dirás que tú eliges Su belleza y que estás dispuesto a desechar tanta fealdad?

Jesucristo, el más hermoso entre los hijos de los hombres.

miércoles, 5 de junio de 2013

Pastores a la medida



Hace varios años escuché, en una clase de teología, la frase “religiones a la medida”.  Este tipo de “religiones” son más que nada inventos a la medida del capricho, remedos de espiritualidad, corresponden a nuestras ansias de gozar de una religión que nos dé lo que más nos gusta, lo que satisface nuestros gustos y nada más.  Y es que los humanos no pocas veces nos inventamos también religiones a la medida de nuestros caprichos o a la medida de nuestros intereses, que en estos casos son muy poco espirituales.

Por este tiempo he venido meditando seriamente en lo que Nuestra Madre del Cielo, María Santísima, nos viene insistiendo a menudo en sus mensajes desde Medjugorje.  Son ya varias las veces en que ha insistido sobre la necesidad de orar por los pastores de La Iglesia (El Papa, los obispos, sacerdotes y religiosos).  Ha pedido también de amarlos y no juzgarlos.

Y precisamente aquí se ubica esta reflexión: en el hecho de que si a veces nos inventamos religiones a la medida de nuestros gustos o preferencias, podemos también caer en el error de buscar pastores a la medida de nuestros caprichos o a la medida de nuestras ideas o preferencias.  Y en verdad, detrás de toda religión o espiritualidad a la medida está un pastor a la medida de nuestros intereses.

Y si nos dejamos llevar fácilmente por nuestros caprichos o si vamos buscando algún interés humano o alguna ventaja o si vamos buscando algo o alguien para justificar nuestros errores o pecados, pues también podemos buscar y encontrar pastores a la medida de nuestras volubilidades.  Y entonces si tal pastor me dice algo que no me gusta entonces buscaré otro que sí me diga lo que quiero escuchar, si tal sermón me resulta incómodo, aunque sea verdadero, buscaré un sermón más “light”, si tal adhesión me resulta muy comprometedora, buscaré otra menos comprometedora, etc.

Me impresiona bastante el constatar que no poca gente con cierta vida espiritual va buscando pastores a la medida: a la medida de sus propias visiones personales, de sus propios egoísmos y cerrazones.  Tampoco Jesucristo llegó a colmar las expectativas de los fariseos y herodianos, por citar sólo dos grupos religiosos de su tiempo.  Jesucristo no era un pastor a la medida de ellos.

Y bien fácilmente nos sale criticar por lo bajo, lanzar alguna acusación, deslizar algún cuestionamiento a nuestros pastores, tacharlos por sus opiniones, poner o someter a debate sus declaraciones, poner en discusión sus enseñanzas.  Buscamos muchas razones: desde el hecho de que no nos guste su sonrisa hasta el hecho de que habla muy fuerte o no es tan democrático como otros y un largo etcétera.

Y sin embargo ahí esta María Santísima, la Reina de la Paz, para decirnos que amemos a nuestros pastores, que oremos por ellos, que no los juzguemos…

Tanto nos cuesta entender que Dios tiene voluntades muy concretas, aunque nos resulten duras de cumplir.  Tanto nos cuesta entender la obediencia.  Tanto nos cuesta la humildad.

Dios nos conceda la gracia de no seguir nuestros caprichos, de no seguirnos a nosotros mismos sino a Jesucristo por medio de la obediencia a nuestros pastores de Iglesia.