jueves, 23 de junio de 2011

Un soñador

Siempre he pensado que la medida de las realizaciones va de acuerdo a la medida de los sueños que se tienen en el corazón. Y aunque muchas veces las realizaciones no salen como esperamos, no es bueno dejar de soñar.
Sé también que hay gente que mira con desconfianza a quien mucho habla de “sueños”. Se dice “los sueños, sueños son”. Muchos etiquetan como soñadores a los que no pisan tierra usualmente. Yo creo que quienes no pisan tierra no son soñadores, son alienados.
Sostengo que necesitamos soñadores, necesitamos gente con visión larga y alta para este mundo en el que generalmente abundan los de vista miope y de espíritu estrecho.
Sostengo que sumarse a la mediocridad reinante es el más triste de los suicidios. Por eso amo los sueños nobles, porque me resultan antídoto ante tanto conformismo y mentalidad aplatanada.
Admiro a los que tuvieron grandes sueños y supieron conquistar la cima de su propia vocación.
Creo en la bondad, en la sencillez, en la limpieza de alma, en la nobleza de corazón, en la pureza de intención, porque creo en las bienaventuranzas de Jesús y creo en su vida y en su alegría.
Sí, yo hago hoy una cerrada defensa de los sueños. Pero no de esos sueños que necesitan interpretación esotérica sino de aquellos sueños que más son ideales altos por alcanzar. Y junto con los sueños, hago hoy defensa cerrada del honor como el mejor adorno del alma y de la nobleza como el mejor distintivo de quien se dice cristiano.
Aún cuando esta vida es muy dura y cada día tenemos que hacer un acto de fe en la Providencia y en la bondad de los demás, aún cuando haya quienes pongan cortapizas a nuestros ideales, aún cuando existen muchos que sólo se dedican a ver lo negativo, aún cuando a veces tenemos que sufrir la incomprensión de los que son de “nuestro equipo”, aún cuando existe la traición y la mezquindad, aún cuando los amigos fallan y aún cuando Dios mismo a veces opta por el silencio…
Yo creo en mis sueños, y creo que para realizar la utopía sólo necesitamos tiempo y pasión por Cristo. Sí, yo me declaro soñador y aún cuando tenga que morir por mis sueños sabré que hubo uno, muchísimo antes que yo (que soy insignificante), que supo morir por sus sueños, uno que prefirió partirse pero no doblarse, que lo dio todo por la pasión que ardía en su alma, la pasión por la gloria de Su Padre, Jesucristo.
Él murió por su sueño. El sueño de Jesús fue que todos lleguemos a glorificar a Su Padre y que lleguemos a ser felices así. Por ese sueño abrió los brazos en la cruz una tarde de viernes y murió voluntariamente pagando el precio de su sueño.
Yo me declaro soñador, y aunque es poco lo que puedo dar, sé que la lucha por mi sueño finalmente redundará en la realización del sueño latente en el corazón de Cristo.