Descubrir a Jesucristo
como tesoro, como la perla de gran precio, como lo más valioso de la vida…
Hacer este descubrimiento en la fe, hacer esta experiencia, nos lleva tarde o
temprano a darLe también todo: la vida, el corazón, el alma. Y esto no sólo por quince minutos sino para
siempre. Y en esta donación total de cada
día nos vamos dando cuenta de que hay todavía “mil cosas” pequeñas y grandes
que debemos también entregar, ofrendar, dejar, regalar. Y a medida que las damos, que nos
desprendemos de ellas, que nos hacemos más libres, más disponibles, es ahí que
descubrimos y experimentamos una más profunda y hermosa capacidad para gozar
del tesoro que es Jesucristo.
Todo lo que he descrito
en el párrafo anterior es lo que yo conozco por radicalidad. Y Jesucristo, Su Evangelio, Su camino, son por
definición “radicales”, es decir que piden un compromiso y una entrega desde la
raíz. Y es por ello que estoy firmemente
convencido de que ser cristiano y ser “radical” son prácticamente la misma
cosa. En esencia y en rigor no podría
existir un cristiano que no sea radical.
Y si ese cristiano no es radical, pues simplemente no es cristiano.
Y es verdad que,
habiendo dejado que la mundanidad se infiltre y a veces campee en nuestros
ambientes de fe, hemos inventado ese híbrido de mal gusto que se llama “cristiano
a ratos” (Gracias al Santo Padre Francisco por habérnoslo recordado). Pero un cristiano “agua tibia”, un cristiano “part
time”, un cristiano “a ratos” simplemente no es cristiano, es una
falsificación, es un creyente pirata, es una mala fotocopia de un cristiano;
podrá a lo sumo ser un creyente indefinido pero no ha entendido a Jesucristo,
no ha entendido el Evangelio.
Por todo lo dicho, una
entrega “a medias” a Jesucristo se convierte en una ofensa a la gloria de Dios,
es un insulto a la santidad del que es Tres veces Santo. Por ello cuánto nos conviene cada día avanzar
en aquella adhesión radical a Jesucristo: Ser sus discípulos “desde la raíz”. Pero cuando en nuestro medio, aún en los
ambientes de fe y de regular práctica religiosa nos vemos rodeados y envueltos
de un aire cargado, de un oxígeno viciado de “medias tintas”, y guiados por
ello transamos y decidimos aceptar la rebaja espiritual y moral, al dejarnos
llevar por “lo que se usa”, “lo que se lleva”, es ahí donde y cuando nos
transformamos en traidores a la causa de la santidad de Jesucristo. Y si en esa lógica nos acostumbramos a
ofrendar la vida en pequeñas pildoritas, en grajeas, por pastillitas, al estilo
“te doy mi limosna, Diosito lindo”; si ya nos parece que hacemos muchísimo esfuerzo y sacrificio yendo a misa cada domingo sin
falta; si nos parece que hemos hecho algo heróico al confesarnos una vez al
año; su cada vez que nos piden una colaboración (espiritual, material, lo mismo
da) para una obra de fe siempre resultamos con alguna excusa para no hacerlo (“no
tengo tiempo”, y otras excusas) entonces es que ya estamos dejando de ser
cristianos, ya el mismo nombre de cristianos nos queda demasiado grande.
Y lo peor viene
después. Porque si vivimos “a medias” el
seguimiento de Jesucristo de Jesucristo es muy probable que se nos vuelva
antipático todo aquelcreyente que sí quiere ser radical con Dios. Vamos creando en el alma un pánico, un
terror, una fobia, una resistencia casi visceral hacia todo aquello que implique
o quiera decir radicalidad, una fuerte antipatía ante todo lo que supere
siquiera sólo un poco nuestra mediocridad.
Y hasta ya nos puede parecer una exageración la misma palabra “radicalidad”. Nos parecerá un exceso, un entusiasmo
desbordado y temporal el atrevimiento de alguien que quiere ser radical con
Dios. Y entonces será muy fácil que nos
convirtamos en expertos “bomberos”, hábiles personas con todas las estrategias
para apagar cualquier fuego, todos los fuegos, más todavía si se tratase del
fuego de amor por Jesucristo. Y entonces
no dudaremos en deslizar esa insidiosa frasesita que es la asesina de muchas
intenciones de santidad y perfección evangélica: “Yo también pensaba así cuando
tenía tu edad, pero…” Pero nunca
completaremos la frase, nunca la completaremos honestamente diciendo: “pero no
tuve el valor de realizar mi ideal y ahora me envejezco sin pena ni gloria”.
Y ahí está la fobia a
todo lo que es radical: Radicalofobia.
Un especie de envidia ciega ante aquel que decide “ver más allá y ver
más lejos” por amor de Jesucristo. Y
además tenemos muchos argumentos para consentir ese pánico, para vivir de
él. Pondremos muchas razones en contra
de cualquier proyecto de santidad. Llamaremos
fácilmente “fanático” a cualquiera que quiere ser coherente con el llamado del
Evangelio. Y si finalmente queremos
aparecer como más cultos ante los demás podremos usar la palabra “fundamentalista”
a cualquiera que tenga un fuego de Dios y de paso así apagaremos su fuego y
podríamos dejarlo cuestionado de por vida (Quien queda mal ante “la opinión
pública”, que en el fondo es la opinión de unos cuantos que manejan la opinión
de la mayoría, ése pobre puede darse por “muerto en vida”, “quemado” dicen).
Y así, ya que estamos
enlodados en una fuerte mediocridad espiritual, tacharemos de “loco” a todo aquel
que tenga una ilusión, que viva por un ideal, que decida ser generoso al 100%
con Dios.
Y así, seguiremos
nosotros –bien pulcros, presentables, con buena imagen, con prestigio-
inteligentes y hábiles, bien “vivos”, nadando en el charco de nuestra tibieza,
sintiendo de cuando en cuando el gemido de nuestra alma que lentamente se va
muriendo con una sensación de haberse fallado a sí misma y a Dios.
¿Eres capaz de reconocer
tu propia Radicalofobia?
Dios puede tenderte una
mano. Pero es necesario que reconozcas
primero tu error.
¿Tienes algunos síntomas
de Radicalofobia? Aquí te enumero
algunos síntomas más comunes:
- -
Reza
muy poco y mal. “No tengo tiempo” dice.
- -
Le
resulta inaguantable rezar un Rosario. “Mucho
se repite” dice.
- -
Se
pone de mal humor cuando el sacerdote se alarga un poquito en la Misa
dominical. “Ya está cayendo pesado” dice.
-
- Mira
su reloj durante el tiempo de oración. “¿Cuándo
acaba?” piensa.
-
- Considera
insufribles los “avisos parroquiales”. “Resiste,
resiste, ya se acaba” piensa.
- -
Llega
tarde a Misa y se va antes de que acabe.
“Ya cumplí” suele pensar.
- -
Experto
en desanimar posibles vocaciones a la vida religiosa o al sacerdocio, las considera
“ideas locas”. “No pierdas el tiempo en
esas cosas” le dice a cualquier joven o señorita que está pensando en serio consagrarse
a Dios.
- -
Nunca
habla de su fe en su círculo social o laboral.
“Una cosa es la religión y otra cosa son mis negocios” dice y piensa.
- -
Siente
una flojera tremenda para asistir a cursos de formación en la fe. “Lo importante es creer en Dios” Y por ello su fe es en verdad sin bases
serias, ignorante.
-
- Cuando
colabora económicamente con La Iglesia suele dar lo que le sobra, si es posible
dará la moneda falsa, el billete que en otros lugares no reciben. Piensa que la limosna es dar lo peor, lo que
uno no necesita, lo que sobra, lo que está malogrado, lo que no sirve…
-
- Está
presente cuando hay un evento social, deportivo, artístico, deportivo o para
recaudación de fondos para una obra de fe, pero huirá como por encanto y no se
le verá en los momentos de oración, en los retiros, en los momentos de
meditación de la palabra, en los cursos de formación, en los momentos de
decisión en la fe. Nunca se comprometerá
de verdad con la fe.
- -
Cuando
examina su fe, siempre le parecerá que no tiene necesidad de confesarse.
-
- Cuando
se le pide sacrificar su día de descanso, su sueño, su comodidad, siempre
encuentra excusas para no hacerlo.
- -
Califica
fácilmente como “exagerado”, “loco”, “fanático” a cualquier cristiano que le
supera un poco en generosidad para con Dios.
- -
Fácilmente
se considera “liberal” y tacha de “conservador” a cualquier persona que es
radical para con Dios. Opta por caminar “por
la libre”.
-
- Se
inclinará a defender causas buenas pero que pueden resultar vacías o engañosas,
así, en lugar de comprometerse más con Jesucristo preferirá preocuparse “por la
ecología”, “por los animales”, etc. Socializará
su fe, la podrá convertir en una mera actuación filantrópica y nada más.
- -
No
le gusta obedecer, ya la palabra “obediencia” le parece negativa. No obedece de verdad a ningún superior y
fácilmente escoge un camino en paralelo al de La Iglesia.
-
- Considera
como “críticas” (injustas, claro) todas las correcciones o llamadas de atención
que le hacen sus superiores en la fe.
Quien se deja invadir
por la Radicalofobia y no admite su error, tarde o temprano deja también de ser
cristiano, lo perderá todo.
“Et
ne nos inducas y tentationem, sed libera nos a Malo”.
(Y
no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del Malo).