Me formé seguramente en
otros tiempos. Desde un inicio conocí la
palabra: Obediencia. Y no me resultó
chocante el tener que obedecer, aun cuando varias cosas se me hicieron pesadas
siendo adolescente. Crecí sometido a
varias “pruebas” de carácter: Sufrí negaciones de parte de mis educadores,
antes y después de ingresar en vida religiosa.
Nunca me sentí traumatizado ni víctima de ningún sistema educativo o
formativo. Me exigieron mucho y traté de corresponder a lo que se me
pedía. No me sentí reprimido, sólo sé
que fui disciplinado. Tampoco es que
haya sido el número uno de la clase, del grupo, del seminario o de la comunidad
religiosa. Creo que fui un educando
promedio.
Con todo, han pasado
varios años desde mi formación inicial como religioso, y más años desde que
dejé las aulas del colegio y de la universidad.
En cierto momento de mi vida religiosa se me encomendó la
responsabilidad de un colegio parroquial, luego yo mismo inicié un trabajo
pastoral con jóvenes y adolescentes. Y
me di cuenta -con dureza- de que los adolescentes y jóvenes actuales no han
gozado de la firmeza de sus educadores, indudablemente les han educado de otro
modo. Saben mucho más, tienen muchos más
conocimientos y nociones de cosas que yo a su edad. Manejan muchos conceptos, manejan bien el
mundo cibernético. Muchas veces su mundo
cotidiano se circunscribe a presionar unas cuantas teclas y botones al día. Y
en medio de todo viven con una firmeza ausente.
Recuerdo que en mis
tiempos de colegial nos exigían, por ejemplo, el “corte de cabello escolar” y
así lo llevábamos. Una vez recibí una
fuerte corrección de parte del auxiliar de disciplina por estar mal parado,
apoyado en una pierna en plena formación, eso me bastó para no hacerlo nunca
más. Admiraba a los de la escolta que,
según veía, parecía que ni pestañaban durante la formación general. Me resultaban admirables. Incluso los menores nos jactábamos de conocer
a alguno de ellos. Cuando el profesor
hablaba todos escuchábamos, salvo si se trataba de algún profesor que sabíamos
no tenía carácter. En la revisión de
tareas y cuadernos era una absoluta vergüenza el hacer la tarea durante la
revisión de cuadernos, quien lo hacía sufría la mirada de escándalo de los
demás e inmediatamente quedaba descalificado como persona decente por parte de
los mismos alumnos. Cuando algún
profesor llamaba al padre de familia o apoderado al colegio, el alumno en
cuestión sufría lo que yo supongo sufrirá un pecador impenitente ante el juicio
final de parte de Dios. Ver tus nombres
y apellidos en el mural de los mejores del salón era un verdadero honor. Tuve un profesor que revisaba limpieza de
orejas, de dientes, pañuelo en el bolsillo, peine decente y uñas cortadas y
limpias. Por llevar de mal modo el
uniforme escolar podías recibir una sanción. Tus compañeros te respetaban si
sabían que eras buen alumno. Está en mi
mente el homenaje sentido que se hacía de los mejores alumnos y el vacío que se
hacía a los que no se esforzaban. Nos
educaron en el sentido del deber, en el sentido del honor personal. Guardo aquello como un tesoro en el corazón.
Y otra de las cosas que
más recuerdo es que durante aquellas mañanas de formación general teníamos que
estar de pie a veces dos horas seguidas o incluso más. Era una cuestión de carácter y
fortaleza. Yo mismo probaba mi capacidad
de concentración y aguante en esas circunstancias y en medio de triunfos y
fracasos aprendí un poco lo que era la fortaleza. Cuando conocí a Jesucristo, esa fortaleza se
transformó también en motivación y esperanza, me regalo una alegría infinita.
Yo no me siento
resentido hacia mis educadores, no me traumaron, no me reprimieron; sé que
detrás de esas palabras dichas autoritariamente estaba una necesidad que ellos
veían en nosotros: necesitábamos formar el carácter para ser fieles al bien y a
la verdad, para ser fieles a nuestra propia alma. Es verdad que uno se siente fatal cuando –a
los 14 o 15 años- recibe una o dos negativas seguidas cada día de parte de sus
educadores, pero sé que eso es necesario para la formación de una personita que
carece –por su propia edad- de estabilidad emocional, psicológica o
afectiva. Yo agradezco a mis educadores
por sus NO a mis peticiones, a mis ideas, a mis iniciativas. Ello me ayudó a formar mi carácter.
Sé que estas cosas puede
que no sean hoy en día entendibles a no pocos educadores y formadores, que
piensan que “eso” era antes y ahora “eso” ya no se usa. Yo frente a ese común modo de pensar hodierno
siempre me pregunto:
¿Por qué no hacer una
evaluación?
¿Por qué no preguntarnos
con honestidad y realistamente si el actual modo de educar y formar a las jóvenes
generaciones tiene éxito?
¿Se ha conseguido con el
actual sistema educativo y formativo un mayor éxito que con el sistema antiguo
de educación?
¿Podemos decir que con
el actual modo de educar imperante en nuestra sociedad formamos personas más firmes,
más fieles a la verdad y al bien que con el antiguo modo de educación?
¿De verdad ha sido un
avance dejar toda palabra autoritaria para que campee una desmedida
“democracia” y “horizontalismo” que no produce personas firmes y fieles a la
verdad y al bien?
No basta con decir que
ciertas cosas hoy ya no se usan. Es
necesario evaluar si lo que hoy se hace produce en realidad mejores frutos que
con el modo “antiguo” de proceder.
Finalmente: Por razones
de mi propia vocación religiosa estoy muy cerca de muchos jóvenes y
adolescentes. Los quiero mucho, me preocupa su modo desenfadado de ver la vida,
su poca proyección hacia los demás, ese creer que con ellos comienza y acaba la
historia. Pero lo que más me preocupa de ellos es que, en general, nadie los ha
formado en el carácter, nadie les ha formado ni entrenado en el uso de su
voluntad, nadie los ha disciplinado ni les ha mostrado que la libertad es una
conquista personal de cada día. Y por
ello a veces los observo y los veo buenos, con un corazón bueno, con sus
locuras propias, pero con poca fortaleza para hacer el bien y con poco aguante
para vivir y sufrir por La Verdad. Es la
firmeza ausente. Yo sueño en que vuelvan
a surgir educadores y formadores honestos y exigentes, fieles a su propia alma
–más que sólo fieles a sus programas con ejes transversales- educadores que
pongan a prueba a sus educandos y los reten a ser libres en La Verdad. Que así sea.