lunes, 21 de abril de 2014

La firmeza ausente



Me formé seguramente en otros tiempos.  Desde un inicio conocí la palabra: Obediencia.  Y no me resultó chocante el tener que obedecer, aun cuando varias cosas se me hicieron pesadas siendo adolescente.  Crecí sometido a varias “pruebas” de carácter: Sufrí negaciones de parte de mis educadores, antes y después de ingresar en vida religiosa.  Nunca me sentí traumatizado ni víctima de ningún sistema educativo o formativo. Me exigieron mucho y traté de corresponder a lo que se me pedía.  No me sentí reprimido, sólo sé que fui disciplinado.  Tampoco es que haya sido el número uno de la clase, del grupo, del seminario o de la comunidad religiosa.  Creo que fui un educando promedio. 

Con todo, han pasado varios años desde mi formación inicial como religioso, y más años desde que dejé las aulas del colegio y de la universidad.  En cierto momento de mi vida religiosa se me encomendó la responsabilidad de un colegio parroquial, luego yo mismo inicié un trabajo pastoral con jóvenes y adolescentes.  Y me di cuenta -con dureza- de que los adolescentes y jóvenes actuales no han gozado de la firmeza de sus educadores, indudablemente les han educado de otro modo.  Saben mucho más, tienen muchos más conocimientos y nociones de cosas que yo a su edad.  Manejan muchos conceptos, manejan bien el mundo cibernético.  Muchas veces su mundo cotidiano se circunscribe a presionar unas cuantas teclas y botones al día. Y en medio de todo viven con una firmeza ausente.

Recuerdo que en mis tiempos de colegial nos exigían, por ejemplo, el “corte de cabello escolar” y así lo llevábamos.  Una vez recibí una fuerte corrección de parte del auxiliar de disciplina por estar mal parado, apoyado en una pierna en plena formación, eso me bastó para no hacerlo nunca más.  Admiraba a los de la escolta que, según veía, parecía que ni pestañaban durante la formación general.  Me resultaban admirables.  Incluso los menores nos jactábamos de conocer a alguno de ellos.  Cuando el profesor hablaba todos escuchábamos, salvo si se trataba de algún profesor que sabíamos no tenía carácter.  En la revisión de tareas y cuadernos era una absoluta vergüenza el hacer la tarea durante la revisión de cuadernos, quien lo hacía sufría la mirada de escándalo de los demás e inmediatamente quedaba descalificado como persona decente por parte de los mismos alumnos.  Cuando algún profesor llamaba al padre de familia o apoderado al colegio, el alumno en cuestión sufría lo que yo supongo sufrirá un pecador impenitente ante el juicio final de parte de Dios.  Ver tus nombres y apellidos en el mural de los mejores del salón era un verdadero honor.  Tuve un profesor que revisaba limpieza de orejas, de dientes, pañuelo en el bolsillo, peine decente y uñas cortadas y limpias.  Por llevar de mal modo el uniforme escolar podías recibir una sanción. Tus compañeros te respetaban si sabían que eras buen alumno.  Está en mi mente el homenaje sentido que se hacía de los mejores alumnos y el vacío que se hacía a los que no se esforzaban.  Nos educaron en el sentido del deber, en el sentido del honor personal.  Guardo aquello como un tesoro en el corazón.

Y otra de las cosas que más recuerdo es que durante aquellas mañanas de formación general teníamos que estar de pie a veces dos horas seguidas o incluso más.  Era una cuestión de carácter y fortaleza.  Yo mismo probaba mi capacidad de concentración y aguante en esas circunstancias y en medio de triunfos y fracasos aprendí un poco lo que era la fortaleza.  Cuando conocí a Jesucristo, esa fortaleza se transformó también en motivación y esperanza, me regalo una alegría infinita. 

Yo no me siento resentido hacia mis educadores, no me traumaron, no me reprimieron; sé que detrás de esas palabras dichas autoritariamente estaba una necesidad que ellos veían en nosotros: necesitábamos formar el carácter para ser fieles al bien y a la verdad, para ser fieles a nuestra propia alma.  Es verdad que uno se siente fatal cuando –a los 14 o 15 años- recibe una o dos negativas seguidas cada día de parte de sus educadores, pero sé que eso es necesario para la formación de una personita que carece –por su propia edad- de estabilidad emocional, psicológica o afectiva.  Yo agradezco a mis educadores por sus NO a mis peticiones, a mis ideas, a mis iniciativas.  Ello me ayudó a formar mi carácter. 

Sé que estas cosas puede que no sean hoy en día entendibles a no pocos educadores y formadores, que piensan que “eso” era antes y ahora “eso” ya no se usa.  Yo frente a ese común modo de pensar hodierno siempre me pregunto:

¿Por qué no hacer una evaluación? 

¿Por qué no preguntarnos con honestidad y realistamente si el actual modo de educar y formar a las jóvenes generaciones tiene éxito? 

¿Se ha conseguido con el actual sistema educativo y formativo un mayor éxito que con el sistema antiguo de educación? 

¿Podemos decir que con el actual modo de educar imperante en nuestra sociedad formamos personas más firmes, más fieles a la verdad y al bien que con el antiguo modo de educación? 

¿De verdad ha sido un avance dejar toda palabra autoritaria para que campee una desmedida “democracia” y “horizontalismo” que no produce personas firmes y fieles a la verdad y al bien?

No basta con decir que ciertas cosas hoy ya no se usan.  Es necesario evaluar si lo que hoy se hace produce en realidad mejores frutos que con el modo “antiguo” de proceder.

Finalmente: Por razones de mi propia vocación religiosa estoy muy cerca de muchos jóvenes y adolescentes. Los quiero mucho, me preocupa su modo desenfadado de ver la vida, su poca proyección hacia los demás, ese creer que con ellos comienza y acaba la historia. Pero lo que más me preocupa de ellos es que, en general, nadie los ha formado en el carácter, nadie les ha formado ni entrenado en el uso de su voluntad, nadie los ha disciplinado ni les ha mostrado que la libertad es una conquista personal de cada día.  Y por ello a veces los observo y los veo buenos, con un corazón bueno, con sus locuras propias, pero con poca fortaleza para hacer el bien y con poco aguante para vivir y sufrir por La Verdad.  Es la firmeza ausente.  Yo sueño en que vuelvan a surgir educadores y formadores honestos y exigentes, fieles a su propia alma –más que sólo fieles a sus programas con ejes transversales- educadores que pongan a prueba a sus educandos y los reten a ser libres en La Verdad.  Que así sea.

No hay comentarios.: