martes, 27 de septiembre de 2011

"En la cátedra de Moises se han sentado..." (I parte)

I

El mundo en que vivimos está en poder del Maligno, que duda cabe.  Jesucristo lo había ya advertido en el Evangelio.  Él fue muy claro al decir que Su Reino no es de este mundo (Cfr. Jn 18,36) y que Satanás es el príncipe de este mundo (Cfr. Jn 12,31). Es así que el maligno está suelto en el mundo y tiene una cierta libertad para hacer estragos en el Pueblo de Dios.

Es una terrible ingenuidad el pensar que el mundo (según la categoría de San Juan en sus escritos) está de acuerdo con la fe en Jesucristo.  El mundo es un aliado estratégico del maligno y juntos tejen mil telarañas para que el Evangelio y la persona misma de Jesucristo no aparezcan ni resuenen en nuestras calles y plazas.  Mundo y maligno juntos bajan el volúmen de la Verdad de Jesucristo, ocultan el bien, hacen aparecer imposible la santidad en nuestros tiempos y sacan a la luz las torpezas y desaciertos de los creyentes y los ponen ante nuestros ojos como los únicos frutos de la verdadera fe.  Mundo y maligno hacen espacio y fabrican el caldo de cultivo del pecado.  Pero el maligno sabe también infiltrarse en las filas de los creyentes y hace estragos.

Uno de los estragos u obras más sutiles y demoledoras que lleva adelante el maligno en nuestras comunidades es adormecer e impedir la conversión del corazón en no pocos creyentes.  Y más todavía cuando estos creyentes no convertidos (es decir, que no han conocido el amor de Dios) se transforman en los primeros que detienen el avance del Reino entre nosotros.  Podemos tener el nombre de cristianos y católicos pero puede ser que el Evangelio no ha bajado a lo más profundo del corazón y no lo ha transformado.

A mí me resulta evidente esta realidad en el hecho, baste un ejemplo, de que el lider de una comunidad cristiana o eclesial sea el primero en ofender los mandamientos de la ley de Dios y viva una doble moral.  O cuando constato que los que dirigen alguna obra evangelizadora o religiosa son los primeros ocupados en satisfacer exclusivamente sus intereses personales, materiales.  O cuando quien tiene la obligación de enseñar y guiar en santidad a sus hermanos es el primero en vivir bajo la esfera del pecado y del sacrilegio...
Y por razones como esas es el mismo Reino de Dios el que no echa raíces fuertes entre nosotros y al final se cumplen las palabras de Jesús: "En la cátedra de Moises se han sentado los escribas y fariseos.  Hagan pues y observen todo lo que les digan, pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen" (Mt 23,2-3).

Y por ello no pocas veces tenemos un Reino de Dios maniatado, mutilado, amordazado, adormecido y bloqueado.  Y por ello muchas veces las mejores iniciativas apostólicas o esprituales quedan bloqueadas, truncadas, frustradas o eliminadas.  ¿El enemigo en casa?  A veces me parece que sí.

Y también pienso que debemos hacer más fuertes las alas del Espíritu Santo en nosotros para poder romper tantas barreras de incredulidad, indiferencia, cerrazón, autosuficiencia y mezquindad: tanta carnalidad.
Y pienso que la única manera de contrarrestar tanta carnalidad, tanta adoración del "dios vientre" (Cfr. Filp 3,18-19), tanto culto al dinero, tanta adoración de la vanidad, del poder humano, es y será nuestro esfuerzo por dar alas al Espíritu en nosotros.

(continuará)

jueves, 22 de septiembre de 2011

El "hermano sufrimiento"

Gracia y paz para todos Ustedes.
El hermano sufrimiento. Ya parece mucho llamarlo hermano. Para no pocos es algo así como un chiste de mal gusto el llamarle hermano. En verdad muy pocos aceptamos tenerlo cerca de nuestra vida. Es algo así como aquel “amigo” al que aceptamos sólo por teléfono, a cincuenta kilómetros de distancia y una vez cada que él se acuerde.
¿Quién nos dijo que el sufrimiento no era de casa? ¿Quién nos engañó haciéndonos creer que el hermano sufrimiento no era de la familia? ¿Quién lo asoció a: desgracia, mala suerte, o pero aún , quién lo asoció a: maldición? No tenemos tantas respuestas a mano.
Cuando conocí a Jesucristo la vida se me iluminó, lo viví resucitado, lo viví lleno de gozo, casi podía contemplar su sonrisa y sentir su paz, podía dejarme abrazar por su alegría y ensanchar los pulmones con su amistad tan llena de dinamismo y luz. Ese fue el Jesucristo de mis dieciséis años.
Pasaron unos años, varios. Aquel Jesucristo se ponía un poco más serio, nos veía contentos contándole como los demonios salían corriendo al poder de nuestra voz, sí, se alegraba con nosotros pero tenía que decirnos algo más, tenía que decirnos esa parte del discurso en la cual se deja la sonrisa y se piensa de verdad, esa parte del discurso del padre de familia en la que se anuncia que habrá que ajustarse los cinturones, en la que habrá que dejar muchas cosas y prepararse a cosas difíciles que nos pedirán fortaleza y paciencia. Llegó aquel día y Jesús se me puso bastante serio, qué curioso: justo ese día yo estaba radiante de alegría y ni me había dado cuenta de su rostro entre serio y preocupado. Apreté los labios como tratando de no hacer caso de ese gesto que me comenzaba a dar susto. Me dijo que era necesario conocer otro lado de Su Rostro. Me hice al que no entendía.
Vino el hermano sufrimiento. Al principio me pareció demasiado. En verdad, siempre pensé que ese tipo de cosas nunca me pasarían, que mi vida era lo suficientemente vulgar como para estar sólo adornada de vulgares e insignificantes sufrimientos. Era ese Rostro de Cristo tan propio del Viernes aquel en que era coronado de espinas. Entonces me di cuenta de que recién conocía a Jesucristo de verdad y me di cuenta de porqué Jesús siempre tuvo y tendrá pocos amigos de verdad: su amistad cuesta la vida y existen muy pocos dispuestos a dejarse clavar en una cruz sin insultar a nadie ni maldecir su suerte.
No me gustó esa entrada del hermano sufrimiento en mi vida. Nos quedamos mucho tiempo a solas los dos y sin hablar nada, no era necesario hablar nada, cuando uno sufre lo que más vale es el lenguaje del corazón. Tuvo que pasar un buen tiempo para aceptarle como hermano y compañero de camino. Era lo mismo que aceptar como rostro amado aquel de Jesús en el Viernes Santo. Me pareció a veces imposible estar enamorado de un rostro ensangrentado y desfigurado. Imité a la Verónica y me llevé el Rostro del Amigo en el pañuelo y con Él enjugué una y mil veces aquellas lágrimas silenciosas derramadas a solas. Sólo mucho tiempo después comprendí que era el mismo Jesús, ese de mis 16 años, pero con un rostro más verdadero, casi diría, con su verdadero rostro.
Ha pasado un tiempo y el hermano sufrimiento me visita con entera confianza, ya he aprendido a abrirle la puerta serenamente. Hasta me he atrevido a sonreírle.
Hoy me he atrevido a pensar que en verdad el Hermano sufrimiento no es otro que Jesús mismo, veo que es una misteriosa visita de Dios mismo, que en verdad es un honor tenerlo en casa y que gracias a Él se descubren los corazones verdaderamente generosos (y quedan al descubierto también por él, los corazones chiquitos). Me he dado cuenta de que el sufrimiento es una presencia misteriosa de Dios, que es una misteriosa visita de Su Gracia y que es el que modela a los Amigos de Dios.
Si ya sufrimos, hagamos el intento de abrirle las puertas de casa con serenidad y corazón amplio. Si aún no sufrimos nada relevante, pidamos a Dios el don de ser generosos cuando nos visite.
Hasta la próxima.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El "hermano fracaso"

Gracia y paz para todos Ustedes.
Desde niños nos prepararon para ser ganadores, para ser vencedores, para salir siempre airosos en todo, para ser efectivos y eficaces, para hallar siempre soluciones a todo y para que nada nos detenga hasta conseguir nuestras metas. Incluso nos dijeron que ser cristianos era lo mismo que ser victoriosos. Pero bien pronto, siendo algo honestos, hemos tenido que aceptar que las cosas no son así, que en verdad rara vez salimos victoriosos (porque somos honrados), rara vez alcanzamos éxito en nuestras resoluciones, que en verdad nuestras argucias y planes no son eficaces casi siempre, que en verdad lo más cercano a nuestra existencia es eso que se llama fracaso (qué mal nos suena la palabra, que antipática nos resulta).
Es el fracaso otro de los hermanos que no nos caen bien, que lo aceptamos en casa porque no tenemos otra alternativa, sabemos que es de la familia pero nos resistimos a creerlo porque no nos cuadra la idea de tenerlo tan cerca.
A raíz de más de una visita del hermano fracaso al rincón de mi vida me puse a pensar un día que en verdad no tenía porqué sorprenderme su cercanía. La explicación mejor me pareció la cruz y aquel crucificado en ella. Me parece que aquel Viernes Santo que se multiplica por los siglos y que muchas veces se hace vida cotidiana en el camino de muchos anónimos crucificados debe ser recibido con los brazos abiertos y con corazón amplio y generoso.
¿Fracasó Jesús aquél Viernes Santo? Estoy seguro que sí. Aquél día marcó para toda la historia el mayor fracaso que pudo haber existido y por ese fracaso fuimos salvados y hemos obtenido de él el perdón de nuestros pecados. Jesucristo fracasó aquel día y a partir de allí todos los que le seguirían de verdad tendrían que pasar por sus fracasos con la misma entereza que la de aquél galileo, hijo de un carpintero, bien fracasado económicamente.
Entonces no nos debería asustar ni deprimir tanto el hermano fracaso, es un misterioso camino de victoria, es un camino que conduce a la luz.
Sólo fracasa quien se atrevió a hacer algo distinto, quien se atrevió a ser auténtico, sólo fracasa el que se atreve a ser coherente con sus principios. El mundo no suele aceptar a ninguno que se atreva a superar un poco su habitual mediocridad. Los humanos solemos matar (instantánea o lentamente) a aquellos que triunfan, tenemos en lo hondo del corazón una pulsión tenebrosa que nos impulsa a mirar mal a quien consigue ver más que nosotros, a aquél que se atreve a surcar un nuevo camino. Generalmente los que nunca fracasan es porque en verdad nunca intentaron nada, a lo más se limitaron a hacer lo que siempre vieron hacer a otros.
Por otro lado, el hermano fracaso es como la valla sobre la cual hay que saltar sin detenerse en la carrera de la vida. En realidad todo verdadero éxito es la suma de muchos fracasos, grandes y chicos, estruendosos o solapados. El hermano fracaso es un compañero desafiante en el camino, pero es un hermano.
Creo que, entre líneas, existe una novena Bienaventuranza en el Evangelio: «Bienaventurados los bien fracasados, porque de ellos será el éxito del Reino de los cielos»
Escribo estas líneas para quienes experimentan el fracaso en sus vidas, ¿qué les quiero decir? Les quiero decir más que un simple «¡ánimo!», les recuerdo tan sólo que hubo Uno que fracasó estrepitosamente hace dos mil años y que por Su fracaso nos dio a todos la esperanza de que nuestros fracasos cambiarán de signo cuando un día nos encontremos allí donde Él mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos, allí donde ya no habrá dolor porque ya nos lo habremos bebido hasta el fondo en esta vida.
Meternos en el camino del Evangelio de Jesucristo es meternos en una rara escuela en la que sólo nos sostiene el fracaso triunfal del Maestro. Después de todo, ¿quienes somos nosotros para exigir un camino más cómodo que el del Maestro?
Hasta la próxima.

jueves, 8 de septiembre de 2011

¿Vida espiritual?

Hace algunas semanas una buena persona me preguntó ¿Qué es tener vida espiritual? Yo esbocé una respuesta que en ese momento tenía en el corazón. Creo que esta persona estará contenta de que comparta aquí con Ustedes, Amigos de San José, aquello que le dije en esa oportunidad, con algunos retoques. Aquí va.
Me preguntas qué es vida espiritual, qué significa tener vida espiritual. La vida espiritual, según voy entendiendo, es un constante camino de subida. Es un camino de conocimiento interior que va de menos a más. Todo se reduce a conocer cada vez más a Jesucristo, el motivo de nuestra vida. Sucede que desde que nos hemos adherido a la fe conscientemente, estamos comprometidos con Él y nunca acabamos de conocerle. Siempre Su Rostro es para nosotros una aventura, una búsqueda. Conocer más de su misterio debe ser una ilusión constante en nuestro camino de fe.
Conozco muchas personas que por el hecho de saber de memoria algunas oraciones, porque acompañan varias procesiones, porque encienden algunos cirios, etc., se sienten muy católicos, muy de fe... pero desconocen lo que es vivir una vida en el Espíritu, su fe no es profunda, es exterior, meramente ritual y vacía... no conocen a Jesucristo, no tienen vida espiritual.
¿Has pensado alguna vez que hoy mismo puedes conocerle más a Jesucristo? ¿Has pensado que hoy en la Eucaristía Él tiene para decirte una palabra nueva al corazón? ¿Has pensado que hoy mismo Él te está esperando en el Sagrario y te ama como no te imaginas? ¿Te has puesto a pensar de verdad cuánto Dios te ama y cuánto le deberías amar?
Entonces me dirás que ya comprendes algo de vida espiritual. Avanzar en vida espiritual será entonces acrecentar un deseo profundo de Dios en tu alma. Se trata de llegar a tener una profunda, avasalladora, incontenible, irreductible, indisimulable pasión por Dios. Llegar a ese punto significa vivir de verdad, tener vida espiritual.
A veces creemos que Dios es “sólo” para creerse intelectualmente. Creer es adherirse, poner el corazón en Él. Dios es para gustarse, para saborearse, para paladearse, para experimentarse, para respirarlo, para que nos dé su alegría perfecta. Tú tienes derecho a deleitarte con Dios, a que Él sea tu delicia; este debe ser el fin de tu vida espiritual. Ganarte su amor debe ser tu meta y tu anhelo.
Los santos han sido sólo eso: hogueras inapagables de amor, de pasión por Dios. Dios se les convirtió en “sufrimiento”, en sueño repetido, en idea fuerte y fija en el corazón y en la mente. Cuando Dios se convierta para tí en una sana obsesión, entonces comprenderás qué cosa es tener vida espiritual y vida interior. Tienes dentro de ti un potencial que aún no conoces para amar a Dios, te recuerdo aquello que dijo Jesús a la Samaritana: «Si conocieras el don de Dios...» Este debe ser para ti el motivo de una naciente ilusión, el comienzo de una búsqueda verdadera de Aquél que es el único que podrá llenar plenamente tu corazón y del Único que podrá hacer vibrar tu alma de emoción hasta el infinito.
Ahora quizá me entiendas que la oración es ante todo “devolución” de amor, respuesta sincera, confiada, grito de alegría, de esperanza, lugar de refugio, de tomar nuevas fuerzas, punto de partida para una verdadera y sana alegría. Él te ama. Vida espiritual es buscarlo a Él con verdaderas ganas (aunque a veces el sentimiento y el fervor no se sientan).
Creo que estar ilusionado por Cristo y sus cosas es como estar un poco “chiflado” y haber perdido el cuidado y la prudencia. La gente siempre se cuida al hablar, los que aman casi no se preocupan de ello, los niños menos, ellos son libres y sólo saben ser sinceros en sus gestos y en sus palabras, cuando encuentran un poco de amor simplemente se abren a quien les ama y ya, no hacen raciocinios, simplemente aman y se dejan amar. Será por eso que Jesús habló tanto de ser como niños y Él mismo, es mi certeza, fue un “grande” con corazón de niño y por ello fue feliz. Al final creo que lo mataron por ser muy feliz, porque era muy feliz con su Padre, porque su Padre le llenaba el alma y porque no disimuló su amor por Él, era un niño orgulloso por su Papá, lo amaba de veras y por ello nos amó. Tener vida espiritual es como haber vislumbrado algo que otros quizá no lo ven, es como haber visto una luz especial que descubre para nosotros una alegría nueva; tener vida espiritual es como tener la mirada encendida e ilusionada, porque se ama y no se puede dejar de amar, porque se sabe que hemos elegido la parte mejor, la que nunca nos será quitada, frente a la cual cualquier belleza, cualquier caricia, cualquier afectillo es nada.
Después de todo, si nuestra vida no respira ilusión por Cristo, ¿para qué estamos? Él te ama, te ama como no te imaginas y tiene una ilusión contigo, no lo dudes, Él quiere hacerte muy feliz, aún no has probado casi nada, te invito a que te lances al mar del Amor de Dios, tú sabes nadar.
En el amor a Dios no importa ni la alegría, ni el dolor, importa tan sólo el amor. No te ocupes de si sientes o no ganas para tal o cual cosa, lo importante es que tomes una decisión con voluntad firme y hagas lo que tienes que hacer. No te guíes demasiado de los sentimientos, en el amor a Él importa la voluntad y el deseo de agradarle, lo demás puede o no puede ser, que va.
En verdad no me tengo por un gran experto en estos temas pero acepten esto como un compartir sencillo y confiado en Jesús.
Hasta la próxima.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Una verdad para poquitos

Gracia y paz para todos Ustedes.
Ayer saqué mi cuenta de cuantos son los que vienen a misa dominical allí donde suelo celebrarla e hice un cálculo de cuántos son los que viven por mi zona. Por si fuera poco, cuando salgo a la calle rara vez encuentro a alguno que suele venir a Misa los domingos. Soy un desconocido para muchísimos y ellos para mí.
Varias veces mirando las asambleas dominicales de aquí y de allá veo que en verdad somos tan poca cosa con relación a todos aquellos a quienes parece no importarles el “tema” de Dios. Me he consolado un poco recordando que Jesús dijo que debemos ser levadura en la masa y claro, como la levadura debe echarse en una ínfima cantidad a la masa...
Pero entre los pocos que vienen a misa también las cosas –creo- son como para descorazonarse. No pocas veces al comenzar la homilía dominical ya he visto a algunos -¿o muchos?- que se acomodan para la “siestita” de precepto. Les he bromeado y les he pedido que por favor por lo menos intenten escuchar al presbítero presente y luego de discernir unos segundos si su discurso es importante o no recién decidan y procedan a dormir o a escucharle con gusto. Pero claro, hay muchos -¿o pocos?- que ya durante la lectura de la Palabra de Dios han decidido hacer uso del descanso dominical muy bien arrullados al ronroneo del lector o de la lectora de turno, que por supuesto, leen taaaaaaaan dulcemente.
No tengo mayor comentario sobre la actitud de los fieles durante la plegaria eucarística que reza el sacerdote dado que cuando celebro trato de estar lo suficientemente recogido, también para no angustiarme si compruebo que los fieles presentes están “en otras”.
Pero saliendo del ambiente litúrgico, al observar el panorama del país, el panorama de nuestra Iglesia local, de nuestras asociaciones y grupos católicos, de nuestras comunidades y allegados a las parroquias también me he sentido un poco abatido: parece que el Evangelio es una cuestión de poquitos, una verdad de muy pocos. No sólo hablamos de números, hablamos de acertar a comprender el Evangelio en toda su magnitud más allá de cumplir con la fachada religiosa y cultual que podría prestarnos a engaños.
Cuando pienso en la historia del Perú sucedida en los últimos diez años del siglo pasado (1990 – 2000) me parece que mi tesis de que la fe católica no ha pegado de verdad en nuestra nación, se comprueba fehacientemente. Es triste que en un país que siempre se ha autodenominado creyente y católico se hayan dado casos tan clamorosos que gritan al cielo por la corrupción que han encerrado y por la degradación humana que han representado y representan... y esto en las altas esferas de nuestra sociedad, ¿y qué será lo que pasa entre la gente pobre de instrucción, cultura, fe y recursos?, ¿podríamos decir que entre ellos ha pegado de verdad el Evangelio? Tengo mis serias dudas.
Pero este no es un discurso para desmoralizar a nadie, tampoco es un genérico tirar piedras a cualquiera. Esto sólo quiere llevarnos a pensar que en verdad entender el Evangelio es una gracia tremenda que sólo viene de Dios y que se necesitan corazones abiertos de verdad a su palabra para construir el Reino de Dios.
Hace algunos días un joven me preguntaba cómo andar honestamente en medio de tanta podredumbre. Debo decir que me conmovió aquel corazón honesto que adiviné en aquel rostro sincero. Traté de decirle algo pero me parece que me quedé corto. Jesucristo es la clave: conocerle a Él, seguirle, confrontar la vida con Él, ir a su Evangelio sin glosas y sin panegíricos y sin lirismos llenos de vacía piadosería. ¡Cuánto bien hace al alma conocer a Jesús por su Evangelio! ¡Cuánto bien nos hace conocer a Jesucristo en su palabra y volverle a ver sentado en el momento diciendo, entre otras cosas, «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» Vayamos a Él, pidamos como aquellos griegos que le dijeron a Felipe: «Señor, ¡queremos ver a Jesús!» Vayan amigos, pidan a los sacerdotes que les muestren a Jesús, exíjanselo, es el deber de ellos y es un derecho que todos tenemos: Ver a Jesús.
Hasta la próxima.