jueves, 22 de septiembre de 2011

El "hermano sufrimiento"

Gracia y paz para todos Ustedes.
El hermano sufrimiento. Ya parece mucho llamarlo hermano. Para no pocos es algo así como un chiste de mal gusto el llamarle hermano. En verdad muy pocos aceptamos tenerlo cerca de nuestra vida. Es algo así como aquel “amigo” al que aceptamos sólo por teléfono, a cincuenta kilómetros de distancia y una vez cada que él se acuerde.
¿Quién nos dijo que el sufrimiento no era de casa? ¿Quién nos engañó haciéndonos creer que el hermano sufrimiento no era de la familia? ¿Quién lo asoció a: desgracia, mala suerte, o pero aún , quién lo asoció a: maldición? No tenemos tantas respuestas a mano.
Cuando conocí a Jesucristo la vida se me iluminó, lo viví resucitado, lo viví lleno de gozo, casi podía contemplar su sonrisa y sentir su paz, podía dejarme abrazar por su alegría y ensanchar los pulmones con su amistad tan llena de dinamismo y luz. Ese fue el Jesucristo de mis dieciséis años.
Pasaron unos años, varios. Aquel Jesucristo se ponía un poco más serio, nos veía contentos contándole como los demonios salían corriendo al poder de nuestra voz, sí, se alegraba con nosotros pero tenía que decirnos algo más, tenía que decirnos esa parte del discurso en la cual se deja la sonrisa y se piensa de verdad, esa parte del discurso del padre de familia en la que se anuncia que habrá que ajustarse los cinturones, en la que habrá que dejar muchas cosas y prepararse a cosas difíciles que nos pedirán fortaleza y paciencia. Llegó aquel día y Jesús se me puso bastante serio, qué curioso: justo ese día yo estaba radiante de alegría y ni me había dado cuenta de su rostro entre serio y preocupado. Apreté los labios como tratando de no hacer caso de ese gesto que me comenzaba a dar susto. Me dijo que era necesario conocer otro lado de Su Rostro. Me hice al que no entendía.
Vino el hermano sufrimiento. Al principio me pareció demasiado. En verdad, siempre pensé que ese tipo de cosas nunca me pasarían, que mi vida era lo suficientemente vulgar como para estar sólo adornada de vulgares e insignificantes sufrimientos. Era ese Rostro de Cristo tan propio del Viernes aquel en que era coronado de espinas. Entonces me di cuenta de que recién conocía a Jesucristo de verdad y me di cuenta de porqué Jesús siempre tuvo y tendrá pocos amigos de verdad: su amistad cuesta la vida y existen muy pocos dispuestos a dejarse clavar en una cruz sin insultar a nadie ni maldecir su suerte.
No me gustó esa entrada del hermano sufrimiento en mi vida. Nos quedamos mucho tiempo a solas los dos y sin hablar nada, no era necesario hablar nada, cuando uno sufre lo que más vale es el lenguaje del corazón. Tuvo que pasar un buen tiempo para aceptarle como hermano y compañero de camino. Era lo mismo que aceptar como rostro amado aquel de Jesús en el Viernes Santo. Me pareció a veces imposible estar enamorado de un rostro ensangrentado y desfigurado. Imité a la Verónica y me llevé el Rostro del Amigo en el pañuelo y con Él enjugué una y mil veces aquellas lágrimas silenciosas derramadas a solas. Sólo mucho tiempo después comprendí que era el mismo Jesús, ese de mis 16 años, pero con un rostro más verdadero, casi diría, con su verdadero rostro.
Ha pasado un tiempo y el hermano sufrimiento me visita con entera confianza, ya he aprendido a abrirle la puerta serenamente. Hasta me he atrevido a sonreírle.
Hoy me he atrevido a pensar que en verdad el Hermano sufrimiento no es otro que Jesús mismo, veo que es una misteriosa visita de Dios mismo, que en verdad es un honor tenerlo en casa y que gracias a Él se descubren los corazones verdaderamente generosos (y quedan al descubierto también por él, los corazones chiquitos). Me he dado cuenta de que el sufrimiento es una presencia misteriosa de Dios, que es una misteriosa visita de Su Gracia y que es el que modela a los Amigos de Dios.
Si ya sufrimos, hagamos el intento de abrirle las puertas de casa con serenidad y corazón amplio. Si aún no sufrimos nada relevante, pidamos a Dios el don de ser generosos cuando nos visite.
Hasta la próxima.

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