jueves, 15 de septiembre de 2011

El "hermano fracaso"

Gracia y paz para todos Ustedes.
Desde niños nos prepararon para ser ganadores, para ser vencedores, para salir siempre airosos en todo, para ser efectivos y eficaces, para hallar siempre soluciones a todo y para que nada nos detenga hasta conseguir nuestras metas. Incluso nos dijeron que ser cristianos era lo mismo que ser victoriosos. Pero bien pronto, siendo algo honestos, hemos tenido que aceptar que las cosas no son así, que en verdad rara vez salimos victoriosos (porque somos honrados), rara vez alcanzamos éxito en nuestras resoluciones, que en verdad nuestras argucias y planes no son eficaces casi siempre, que en verdad lo más cercano a nuestra existencia es eso que se llama fracaso (qué mal nos suena la palabra, que antipática nos resulta).
Es el fracaso otro de los hermanos que no nos caen bien, que lo aceptamos en casa porque no tenemos otra alternativa, sabemos que es de la familia pero nos resistimos a creerlo porque no nos cuadra la idea de tenerlo tan cerca.
A raíz de más de una visita del hermano fracaso al rincón de mi vida me puse a pensar un día que en verdad no tenía porqué sorprenderme su cercanía. La explicación mejor me pareció la cruz y aquel crucificado en ella. Me parece que aquel Viernes Santo que se multiplica por los siglos y que muchas veces se hace vida cotidiana en el camino de muchos anónimos crucificados debe ser recibido con los brazos abiertos y con corazón amplio y generoso.
¿Fracasó Jesús aquél Viernes Santo? Estoy seguro que sí. Aquél día marcó para toda la historia el mayor fracaso que pudo haber existido y por ese fracaso fuimos salvados y hemos obtenido de él el perdón de nuestros pecados. Jesucristo fracasó aquel día y a partir de allí todos los que le seguirían de verdad tendrían que pasar por sus fracasos con la misma entereza que la de aquél galileo, hijo de un carpintero, bien fracasado económicamente.
Entonces no nos debería asustar ni deprimir tanto el hermano fracaso, es un misterioso camino de victoria, es un camino que conduce a la luz.
Sólo fracasa quien se atrevió a hacer algo distinto, quien se atrevió a ser auténtico, sólo fracasa el que se atreve a ser coherente con sus principios. El mundo no suele aceptar a ninguno que se atreva a superar un poco su habitual mediocridad. Los humanos solemos matar (instantánea o lentamente) a aquellos que triunfan, tenemos en lo hondo del corazón una pulsión tenebrosa que nos impulsa a mirar mal a quien consigue ver más que nosotros, a aquél que se atreve a surcar un nuevo camino. Generalmente los que nunca fracasan es porque en verdad nunca intentaron nada, a lo más se limitaron a hacer lo que siempre vieron hacer a otros.
Por otro lado, el hermano fracaso es como la valla sobre la cual hay que saltar sin detenerse en la carrera de la vida. En realidad todo verdadero éxito es la suma de muchos fracasos, grandes y chicos, estruendosos o solapados. El hermano fracaso es un compañero desafiante en el camino, pero es un hermano.
Creo que, entre líneas, existe una novena Bienaventuranza en el Evangelio: «Bienaventurados los bien fracasados, porque de ellos será el éxito del Reino de los cielos»
Escribo estas líneas para quienes experimentan el fracaso en sus vidas, ¿qué les quiero decir? Les quiero decir más que un simple «¡ánimo!», les recuerdo tan sólo que hubo Uno que fracasó estrepitosamente hace dos mil años y que por Su fracaso nos dio a todos la esperanza de que nuestros fracasos cambiarán de signo cuando un día nos encontremos allí donde Él mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos, allí donde ya no habrá dolor porque ya nos lo habremos bebido hasta el fondo en esta vida.
Meternos en el camino del Evangelio de Jesucristo es meternos en una rara escuela en la que sólo nos sostiene el fracaso triunfal del Maestro. Después de todo, ¿quienes somos nosotros para exigir un camino más cómodo que el del Maestro?
Hasta la próxima.

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