miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Y por qué no la castidad?

¿Y por qué no la castidad?
Sí, escribo este artículo exponiéndome -entre otras cosas- a la risita burlona, al sarcasmo o incluso frente a la posibilidad de que alguien me enrostre el caso de cierto curita o monjita que no cumple bien este compromiso hecho con voto religioso.

¿Y por qué no la castidad?
Eso es lo que me pregunto, por ejemplo, ante el tema punzante del SIDA. Con la debida disculpa de los productores y vendedores (Químicas y Farmas incluídas...) de toda clase de preservativos, jebes, pastillas, tapones, píldoras del día siguiente o de la noche anterior. Claro, promover la castidad como forma de prevenir el SIDA les malograría el negocio redondo, eso sí (Aunque varios de estos grandes señores creen que todos los sacerdotes católicos nos chupamos el dedo oyendo el discurso de los "derechos sexuales" cuando en el fondo -lo sé- sólo es un buen argumento para defender las millonadas de plata que ganan gracias a convertir a nuestros adolescentes y jóvenes en animalitos de distinto tamaño que ya que no pieden usar el cerebro ni la razón usan la píldora y el condón)

¿Y por qué no la castidad?
Es lo que me pregunto yo al ver a parejitas de enamorados y novios, lindos ellos, que comenzaron siendo Romeo y Julieta y ahora "ya no es como antes". Claro, creyeron que "era necesario" conocerse también sexualmente para "fortalecer" su amor. Pero ahí los veo, con un astío, con un sentimiento de frustración, con una muy escondida tristeza al ver de que "el amor" de sus vidas acabó por robarles la inocencia: ¿Qué curioso "amor" no? Claro, después cantarán en el karaoke que el amor no existe, que es una ilusión, etc. ¿Por qué no la castidad?

¿Y por qué no la castidad?
Es lo que me pregunto al ver muy de paso la televisión, esa caja boba que embrutece a miles cada día y que va metiendo en las mentes de grandes y chicos que aquello de la castidad es sólo un sueño, a lo sumo un discurso para bebés o niños inocentes.

¿Y por qué no la castidad?
Es lo que me pregunto al ver que en la internet no pocas chiquillas, jovencitas y señoras se esfuerzan tanto en parecer atractivas, provocadoras, desenvueltas, "sexys" y por eso aparecen en poses "sugerentes' (que sus amiguísimas generalmente califican como "lindas"), medio vestidas medio desvestidas, medio coquetas medio insinuantes..... (¿Es que nadie les habrá enseñado cómo funciona la psicología y la afectividad varonil?) (A propósito: ¿De qué les hablarán a los chicos en la secundaria en el famoso curso de "Persona Familia y relaciones sociales"?) ¿Por qué no la castidad?

¿Y por qué no la castidad?
Es lo que me pregunto yo viendo en varios distritos limeños y en varias urbanizaciones otrora residenciales el pulular de hoteles, hostales, hospedajes, "hosteles" sin mencionar los burdeles declarados, los bares con foquito verde, las discos y los lupanares conocidos por muchos.

¿Y por qué no la castidad?
La castidad no cuesta monedas ni billetes del bolsillo.
La castidad no provoca resacas ni del cuerpo ni del alma.
La castidad no provoca tristeza.
La castidad no te convierte en fugitivo de tu propia conciencia.
La castidad no te provoca dolores de cabeza, ni de corazón ni de alma.
La castidad no te hace esclavo de nada ni de nadie.
La castidad no te obliga a buscarte cosas para olvidar.
La castidad no te hace agachar la cabeza y sentirte mal cuando se habla de inocencia.
La castidad no te trae vergüenza cuando debes vestirte de blanco.
La castidad no te trae problemas de embarazos no deseados.
La castidad no te ata a una persona que sólo busca tu cuerpo.
La castidad no te obliga a ir al psicólogo o al terapeuta para traerte paz.
La castidad no te provoca ninguna enfermedad ni en el cuerpo ni en el alma.
La castidad no te hace escapar de la presencia ni de la santidad de Dios.

Pero aún así, sé muy bien que ni las autoridades ni los gobiernos de nuestro país y de nuestro continente temdrán el valor de promover la castidad, no les resulta rentable... y como tampoco les interesa verdaderamente el progreso moral de sus conciudadanos, tampoco le darán importancia: "asunto religioso" dirán.

¿Y por qué no la castidad?
Tú tienes la respuesta.

jueves, 15 de marzo de 2012

¿Quién te hizo creer eso?

Este artículo es el resultado de varias constataciones hechas "en el camino". Y es que estoy impresionado, muy impresionado, al escuchar por aquí y por allá, en boca de chicos y chicas de varias edades una -a veces velada, a veces abierta- afirmación que no me la trago desde ningún ángulo, por donde se mire.
¿Qué afirmación? Algo más o menos así: "Yo no estoy hecho para eso" "¿Yo santo?, nooooo pues" Es decir, parece que se han encargado de convencernos de que no tenemos arte ni parte en la candidatura a la santidad de vida. Pero no sólo se trata de terminar convenciéndose de que nunca se terminará en plenos altares laterales de iglesia, rodeados de flores y velitas sino que, ante todo, se trata de una malévola convicción de que no estamos hechos ni siquiera para una vida moralmente coherente con el Evangelio. Ese "algo" que nos hace pensar que no estamos hechos para cosas altas sino para cosas bajitas, las cosas de siempre, las cosas que todos hacen sin más cuestionamientos.
El tema se pone peor cuando, por ejemplo, se le propone a un chico o chica la posibilidad de ser un consagrado al Señor en vida religiosa.... Ya he perdido varios amigos y amigas por el sólo hecho de haberles hablado "a bocajarro" sobre su vocación religiosa.
Y ahí está ese bicho, acaso ese parásito mental o espiritual, que nos hace pensar que nosotros no somos santos ni buenos, que no estamos hechos para cosas más grandes que la mediocridad reinante en nuestro medio.
Y ese mismo bicho mental o espiritual nos va comiendo por dentro en medio de una vida mediocre, sea en medio de la pobreza o en medio de una vida burguesa y egoísta pero con fachas de "vida recta".
¿Quién nos hizo creer eso? ¿Quién nos convenció de que no podemos sino limitarnos a caminar por los caminos que otros ya han caminado? ¿Quién nos llenó de miedo?
Abrirse y superar el miedo a la propia superación, abrirse y superar el miedo a lo nuevo de Dios, abrirse y creer en los propios sueños, abrirse y creer en lo imposible es convertirse.
En esta cuaresma podemos dar ese paso: abrirnos y convertirnos.
Abrirnos y convertirnos de verdad a Dios, abrirnos y convertirnos a la aventura del Evangelio, abrirnos a la vida nueva de Jesucristo.
Porque, digámoslo claramente: existe uno (ya sabes quién es) que susurra a los oídos de los sencillos esas palabritas que dañan en alma, que le hacen olvidar al águila sus alas y le convencen de que nació para ser gallina de corral y nada más. Convertirse es escuchar la voz del Señor que nos dice "Levántate y ponte a andar".