jueves, 15 de marzo de 2012

¿Quién te hizo creer eso?

Este artículo es el resultado de varias constataciones hechas "en el camino". Y es que estoy impresionado, muy impresionado, al escuchar por aquí y por allá, en boca de chicos y chicas de varias edades una -a veces velada, a veces abierta- afirmación que no me la trago desde ningún ángulo, por donde se mire.
¿Qué afirmación? Algo más o menos así: "Yo no estoy hecho para eso" "¿Yo santo?, nooooo pues" Es decir, parece que se han encargado de convencernos de que no tenemos arte ni parte en la candidatura a la santidad de vida. Pero no sólo se trata de terminar convenciéndose de que nunca se terminará en plenos altares laterales de iglesia, rodeados de flores y velitas sino que, ante todo, se trata de una malévola convicción de que no estamos hechos ni siquiera para una vida moralmente coherente con el Evangelio. Ese "algo" que nos hace pensar que no estamos hechos para cosas altas sino para cosas bajitas, las cosas de siempre, las cosas que todos hacen sin más cuestionamientos.
El tema se pone peor cuando, por ejemplo, se le propone a un chico o chica la posibilidad de ser un consagrado al Señor en vida religiosa.... Ya he perdido varios amigos y amigas por el sólo hecho de haberles hablado "a bocajarro" sobre su vocación religiosa.
Y ahí está ese bicho, acaso ese parásito mental o espiritual, que nos hace pensar que nosotros no somos santos ni buenos, que no estamos hechos para cosas más grandes que la mediocridad reinante en nuestro medio.
Y ese mismo bicho mental o espiritual nos va comiendo por dentro en medio de una vida mediocre, sea en medio de la pobreza o en medio de una vida burguesa y egoísta pero con fachas de "vida recta".
¿Quién nos hizo creer eso? ¿Quién nos convenció de que no podemos sino limitarnos a caminar por los caminos que otros ya han caminado? ¿Quién nos llenó de miedo?
Abrirse y superar el miedo a la propia superación, abrirse y superar el miedo a lo nuevo de Dios, abrirse y creer en los propios sueños, abrirse y creer en lo imposible es convertirse.
En esta cuaresma podemos dar ese paso: abrirnos y convertirnos.
Abrirnos y convertirnos de verdad a Dios, abrirnos y convertirnos a la aventura del Evangelio, abrirnos a la vida nueva de Jesucristo.
Porque, digámoslo claramente: existe uno (ya sabes quién es) que susurra a los oídos de los sencillos esas palabritas que dañan en alma, que le hacen olvidar al águila sus alas y le convencen de que nació para ser gallina de corral y nada más. Convertirse es escuchar la voz del Señor que nos dice "Levántate y ponte a andar".

No hay comentarios.: