sábado, 23 de mayo de 2009

Sanidad

Dicen que todos tenemos, quien más quién menos, nuestros propios achaques, es decir: nuestras pequeñas o grandes dolencias de salud. Me parece que es cierto. Pero me resulta impresionante la obsesión que tienen no pocas personas en el cuidado de su salud física. Quizá por ello es que la ciencia médica es hoy por hoy -junto a la industria de armamento- un excelente negocio.

Y digo que me impresiona la obsesión por la salud física, me sorprende todo lo que algunos hacen por sentirse bien o lucir bien, como también me asombra su angustia cuando pierden salud, cuando son víctimas de alguna enfermedad grande o pequeña.

Y claro, no faltan los que ofrecen curaciones rápidas y prontas, los que ofrecen salud total, los que prometen sanación total. No faltan los "pastores" o "enviados de Dios" para sanar a los demás. Y nuestra gente, esas personas obsesionadas y angustiadas por salud, va muy fácilmente detrás de ellos para pedirles, para rogarles que los cure, que los sane, que les quite su enfermedad porque "si hay salud, hay todo", dicen.

No voy a hacer una apología de la enfermedad ni tampoco voy a decir que debemos preferir el sufrimiento, no voy a canonizar el dolor por el dolor ni a fustigar cualquier curación y sanación. Lo que pretendo decir es que muchas de esas enfermedades podrían desaparecer si antes y por sobre todo buscásemos una auténtica SANIDAD.

¿Qué entiendo por sanidad?

Ante todo, aquello que invocaba San Pablo en la carta a los Filipenses: "Por lo demás hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor, ténganlo en aprecio. Todo cuanto han aprendido, recibido y oído y visto en mí, pónganlo por obra y el Dios de la paz estará con ustedes" (4, 8-9).

Pienso que esa sanidad es hoy mucho más necesaria que varias sanidades o sanaciones del cuerpo. Para no caer en la dictadura del cuerpo tendríamos que pensar más en lo que nos ha exhortado San Pablo.

La verdadera sanidad es la del corazón. Porque, ¿de qué nos valdría un cuerpo robusto, una salud de hierro si el interior está a oscuras?

Jesucristo lo había dicho muy claramente: "De dentro del corazón salen las malas intenciones, los asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre, no el comer sin lavarse las manos" (Mt 15, 19-20)

Es muy claro que en la mente y en el corazón de Jesucristo lo que más vale es la interioridad del hombre, su corazón sano y limpio. Todo lo demás, lo externo, será sólo el reflejo de lo que se lleva en el corazón. La sanidad es entonces cuestión del corazón más que una simple corrección externa o pulcritud.

¿Acaso no estamos muy necesitados de esta sanidad en nuestro mundo de hoy?

Esta sanidad no se consigue en una campaña de "explosión de milagros" (que es un excelente negocio religioso para ciertos "pastores"). Esta sanidad del corazón es un proceso del Espíritu Divino, es una obra de Dios que toma su tiempo y tiene sus etapas. Pero es preciso dejarse trabajar por el Espíritu, de lo contrario nos quedaremos con las fachadas huecas de una religiosidad insignificante.

Optar por una vida sana será optar por actitudes que contagien paz, alegría, esperanza, optimismo, luz, claridad, bondad, amabilidad, ternura, servicio. Esa es la mejor ecología humana que podemos ofrecer al mundo. Necesitamos gente así, gente sana de verdad, aunque quizá lleven una enfermedad física pero interiormente sanos y luminosos. Esa gente es como Jesucristo.

A este respecto los que nos llamamos creyentes en Jesucristo deberíamos preguntarnos si logramos dar el testimonio de una vida sana en este mundo. Porque es triste encontrar a veces círculos religiosos, grupos o asociaciones de fe, que incluso pueden llevar una etiqueta muy militante y ortodoxa pero que carecen de esta sanidad de alma. Sobre todo los que somos católicos podemos caer en ese error: el creer que son suficientes las fachadas de fe, los gestos y los ritos externos y a la vez olvidar que lo fundamental es honrar a Dios con un corazón sano y que una oración y un rito son más agradables a Dios cuando son avalados por un alma desprendida, humilde y veraz.

Pidamos a Jesucristo, el Señor, el don de un alma sana para darle gloria, ser felices y hacer felices a los demás.

lunes, 11 de mayo de 2009

Alberto

Alberto, espero que en algún momento llegues a leer este sencillo artículo, ojalá tus ocupaciones te lo consientan.
Hace unos días nomás que tu nombre ha saltado a una palestra tristemente famosa, la de los escándalos propios de los medios de comunicación. Tu actitud se ha vuelto el motivo de discusión en ambientes sagrados y profanos. Confieso que ví tu programa de televisión sólo una o dos veces hace tiempo y a retazos. Sé que mucha gente te seguía en tus apariciones en los medios, muchos te estimaban -seguramente ahora también- y se fiaban plenamente de tus consejos y orientaciones. Por lo poco que pude conocer de tu labor evangelizadora y pastoral me dí cuenta de que eras un valor para la obra de Dios; me alegré bastante al saber que contaba con un hermano en el ministerio que fuera tan bien dotado para la comunicación y que tuviera tanto carisma para atraer almas a Jesucristo.
Hace unos días me enteré casi de paso de lo que estabas haciendo, del nuevo giro -para nosotros- que le habías dado a tu vida. He sufrido al ver lo que te pasaba, lo que habías decidido hacer con tu vida sacerdotal. He sufrido porque sé que no pocas personas se han visto de algún modo defraudadas de un padre Alberto que daba una imagen más limpia y transparente de su vida en el seguimiento de Jesucristo.
No te estoy condenando hermano, sólo te digo que muy posiblemente hubieras quedado mejor si te presentabas a tu obispo y le comunicabas tu actual decisión así, sin dañar la sensibilidad y la fe de tanta gente sencilla. Pero también te recuerdo hermano que tú decidiste libremente por la vida del ministerio sacerdotal según el rito católico latino y sabías bien todo lo que ella implicaba e implica, celibato incluído.
No me parecería honesto de tu parte que aprovecharas -como algún medio lo ha sostenido- de tu situación para reclamar a La Iglesia un cambio de parecer en el tema del celibato sacerdotal en occidente.
Muchas cosas se han dicho en los medios, bastante gente ha ganado buenos puntos de raiting con tu "noticia", muchos medios gráficos o televisivos han ganado más dinero con tu "destape". Se ha especulado mucho sobre tí y de paso nos ha caído, como Iglesia-institución, una serie de burlas y barro sobre el ministerio de muchos sacerdotes que no pensamos ni vivimos como tú actualmente has decidido pensar y vivir. Ya te puedes imaginar.
Yo puedo entenderte y comprenderte, soy confesor también. Sin embargo debo decirte que me ha chocado el verte y escucharte en aquella entrevista que concediste a un programa de Univisión. Digo que me ha impresionado negativamente porque allí te mostraste poco delicado y poco considerado, por no decir fresco, en las cosas que afirmaste. No te las voy a repetir, tu sabes bien lo que dijiste. Eso me afectó, te lo digo. Y si tú usaste ese medio tan famoso y visto yo sólo uso este muy modesto blog para expresarme a nombre de quienes deploramos tu actitud en ese entonces. Uno de nuestros obispos peruanos ha afirmado que te ha faltado un poquito de humildad, creo que no le falta razón, te digo lo mismo.
¿Sabes? Hay varias personas que nos están mirando ahora con compasión a los sacerdotes católicos a raíz de todo esto. A mí en lo personal me disgusta que me miren con compasión porque elegí a los 18 años de edad consagrarme a Jesucristo. No me siento un discapacitado ni emocional ni afectivamente, no me siento reprimido ni obligado al celibato sacerdotal. No sé tú cómo lo tomaste Alberto, pero yo me encontré con Jesucristo hace ya buen tiempo y me dí cuenta, en medio de mi personal limitación, de que Él podía llenar perfectamente mi corazón y mi natural vocación de amar y ser amado. No me siento medio hombre por ser célibe, ni me siento en inferioridad de condiciones por haber entregado mi capacidad de amar a Jesucristo. ¿Sabes Alberto? Me siento feliz de haberme consagrado a Él y a su Reino. No reclamo compasión ni rebajas en las "disciplinas eclesiásticas". Tampoco me creo un superhombre ni me creo superior a tí o a otros fallidos colegas. Sé que la consagración a Jesucristo siempre ha sido un terreno resbaladizo, más todavía si uno está muy expuesto a tantas cosas. Cada día me acerco a Él, Jesucristo, y le reafirmo con ilusión y esperanza, mi entrega juvenil. Sé que soy poca cosa y que llevo mi tesoro en vasija de barro, pero eso me hace amar más el don que me ha sido concedido de lo alto. Y si tú hoy dices a los cuatro vientos que no tienes por qué pedir perdón a nadie por amar a una mujer, yo te digo otra cosa: Que grito con orgullo y alegría mi consagración a Jesucristo, que no me siento menos por haberle entregado mi corazón a Dios, que en absoluto reclamo compasión a nadie por ser célibe o casto, que quisiera gritar a los cuatro vientos que Jesucristo es mi vida y es mi alegría, que Él es capaz de llenar el alma y el corazón de cualquier varón normal, que no considero el celibato ni la castidad un tema tabú sino un don que inmerecidamente he recibido y que me ha realizado como persona humana. Soy feliz con Jesucristo.
Alberto, estoy rezando por tí. Yo te recomiendo que comiences una nueva y diferente vida, creo que te ayudará bastante y a ver si -de paso- nos ayudas ante la andanada de ex-sacerdotes o sacerdotes-rebeldes que se apoyan en tu "drama" para irse en contra de lo que La Iglesia con legítima autoridad ha establecido para sus sacerdotes. Y tú ya te habrás dado cuenta de que esos fallidos colegas tienen una facilidad enorme para atraer cámaras y llenar páginas de periódicos y revistas, cosa que nunca o casi nunca tendremos oportunidad de hacer los sacerdotes que somos fieles y trabajamos en silencio sin reflectores ni titulares.
Alberto, voy a seguir rezando por tí.
Sólo te pido que vivas honradamente la vida, del modo que elijas, y que el Señor te acompañe.
Hasta luego.

domingo, 3 de mayo de 2009

Modernas vicisitudes del Buen Pastor

¡Atención a todos!

¡Modernos investigadores cibernéticos, en circunstancias aún no esclarecidas, hallaron hace unos días un USB en forma de papiro antiguo en el que se ha encontrado un escrito revelador!

¡Según las primeras averiguaciones de la policía cibernética, se trataría de un reciente escrito que continúa de algun modo el Evangelio según San Juan!

Esta noticia ha remecido ciertos ambientes sagrados y profanos ya que se trataría de la continuación en el tiempo de la antigua Parábola del Buen Pastor. Luego de nuestras investigaciones hemos podido encontrar en calidad de primicia para este blog parte del texto de la continuación de la parábola antes mencionada. Se lo ofrecemos en primicia para ustedes:


Evangelio según San Juan
Capítulo 79, versículos del 110 al 119


"Y el Buen Pastor dijo:
"Yo soy La Puerta, nadie va al Padre sino por mí"
Y entonces un grupo de ovejas muy modernas levantaron la patita y dijeron en coro:
"No puedes ser tan verticalista. Dí mejor que eres "Una puerta" y que otros pueden ir al Padre por otros caminos, no sólo por tí"
Y el Buen Pastor replicó:
"Yo soy el Camino"
Y entonces una oveja representante de las Ovejas por la Libre Elección (OLE), dijo:
"No, Buen Pastor, ya han pasado esos tiempos, hoy debemos ser más democráticos, ¿entiendes? Cada quien tiene sus caminos y no puedes forzar sus vidas, tienes que respetarlas"
Y dijo el Buen Pastor:
"Yo soy la Vida"
Y ovejillas inquietas y machos cabríos respondieron:
"No te metas mucho en nuestras vidas, no puedes quitarnos nuestra autonomía, esta bien que seamos tus ovejas pero no es para tanto, ¿no? No hay que ser tan fanáticos..."
Y dijo el Buen Pastor:
"Yo soy la Verdad"
Y entonces muchas ovejitas comenzaron a balar incontenibles e incontrolables, tanto que ya parecían lobos (lobos vestidos de ovejas, claro). Entonces una de ellas, la más gorda y vieja, hizo callar a todo el rebaño y gritó con aires de autosuficiencia:
"¡No nos puedes imponer tu verdad, tenemos que andar en consensos, tenemos que consultar a las bases para ver si están de acuerdo en que tú seas "El Camino, La Verdad y La Vida" y también tenemos que decidir en consenso los reales alcances de tu función de Buen Pastor para evitar totalitarismos; no puedes ser tan autoritario, no puedes imponernos tu visión del pastoreo, eso ya no se usa hoy en día!"
Y todas las ovejas balaron de alegría por su líder. Y entonces todas, en asamblea general, decidieron que en adelante, ya no serían más ovejas, que ya no tendrían más pastores, decidieron que ya eran "mayores de edad", que a ellas nadie les podía trazar el camino. Les incomodó el hecho de tener que obedecer a cualquier pastor, que no sólo querían escuchar la voz del Buen Pastor sino que querían conocer otras voces, que tenían que conocer la realidad fuera del redil, que también los lobos eran buena-gente, que los lobos no eran tan malos como se decía, que todo dependía del lado por donde se miraban las cosas, que en todo hay bondad y maldad, que nada es absoluto...
Y entonces, haciéndose a un lado del plenario ovejuno, una oveja con aires de intelectualidad se le acercó al Buen Pastor, que había quedado pensativo, y le dijo casi al oído: "Mira Buen Pastor, yo te respeto y te admiro, en verdad sé que eres bueno, pero... ¿cómo te diré? Ehhh... Tienes que ser más cuidadoso y delicado, no debes ser tan vehemente, ¿me entiendes? Calma y prudencia, tú sabes: calma y prudencia" (lo dijo remarcando cada sílaba). "Entiendo lo que quieres decir pero... no es aplicable. No te hagas problemas, no te radicalices mucho en tu postura, no seas extremista, te van a dejar sólo si te pones así. En cambio, si les dices lo que ellos desean escuchar, entonces correrán a tus pies sin dudarlo, es cuestión de táctica, ¿me entiendes...?"
Y el Buen Pastor replicó:
"Yo soy el Buen Pastor, yo doy mi vida por mis ovejas, al asalariado no le importan las ovejas. Yo conozco a las mías y las mías me conocen..."
Y entonces, sintiéndose muy ofendida, la oveja con aires de intelectualidad fue y avisó a la oveja gorda y vieja y juntas pasaron la voz a todas las ovejas y las amotinaron y decidieron dar muerte al Buen Pastor.
Y tomaron preso al Buen Pastor y lo llevaron a presencia del lobo.
Y el lobo abrió el hocico y dijo:"

Lamentamos no haber conseguido las otras partes del texto.
Ofreceremos más detalles de este hallazgo impresionante en nuesta próxima edición...

viernes, 1 de mayo de 2009

Juan

Luego de echar unas cuantas miradas a los evangelios, una de las cosas que más sorprende en Jesucristo es su tremenda generosidad. Pareciera que su corazón se derrama y se abre como un torrente de bondad ante cualquier gesto de apertura, de sintonía con él, así se trate de algo pequeño, de una mirada confiada, de un detalle sin palabras. Y no hay duda que la generosidad del corazón de Jesucristo es infinita.
Y una de las cosas que nos deja pensando es que Jesús es tajante al decir que sólo los que son "como niños", sólo ellos entrarán en el Reino de los cielos. Nótese que no dice "los que son buenos", "los que se portan bien", "los que no hacen mal", sino: "los que son como niños".
Y ese es el gran misterio de nuestro seguimiento de Jesucristo: Que por lo general cuando esuchamos eso simplemente no le damos importancia, nos parece una "cosa de niños", una cosa de poca monta, una cosa accesoria. Generalmente nos enfrascamos en moralismos sin fin, en establecer normas y seguir tradiciones o incluso en cuidar imágenes, pero aquello de "ser como niños" ni lo entendemos bien ni nos interesa grandemente, "hay cosas más importantes" después de todo, según nosotros.
Y sin embargo en el "ser como niños" está la clave de una verdadera imitación de Jesucristo, de un verdadero camino de santidad. Y para ser como niños habrá que detenernos a contemplar con calma y paciencia las actitudes, los gestos y las disposiciones de los niños, de los pequeños, de los inocentes.
Yo doy gracias a Dios por el hecho de que Él se me ha manifestado muchas veces en la presencia, en la voz, en el cariño y en la alegría de los niños. No le pido a Dios manifestaciones ni signos extraordinarios para caminar en la fe o para creerle, me basta contemplarle en los pequeños, en los inocentes. Sus sonrisas, sus palabras, sus juegos han sido y son para mí los mejores signos de la presencia de Dios, de su cercanía y también de su cariño incondicional. Y viéndolos me parece entrever mejor el corazón de Jesucristo, me parece que le entiendo un poco mejor, se me torna más claro aquello de ser "como niños" y pienso, si no es falta de respeto por Él, que Jesucristo fue siempre un niño grande, o mejor: un grande con alma de niño.
Hace unos días nomás estuve visitando una pequeña comunidad campesina ubicada a más de 3 mil metros de altura. Era una mañana cubierta de neblina y fina llovisna. Luego de saludar a las autoridades y profesores de la escuela rural me dirigí a la capilla. Al entrar, se me enterneció el corazón al verla repleta de niños pequeños. Niños pobres, hijos de campesinos, con sus ojotas, vestidos pobremente. Me emocioné más y tuve que hacerme fuerte al sentir que me aplaudían y me miraban como si fuera yo una gran visita. No me siento grande ni mucho menos tan importante. Pero aquellas caritas con los ojos bien abiertos me cautivaron. Luego de algunas palabras y de confesar a algunos que eran mayores, me dispuse a comenzar la Eucaristía. Cantaban fuerte y muy decididos y aunque quizá ese corito no era el de la Capilla Sixtina, a mí me parecía estar probando un poco de cielo adelantado.
Yendo adelante en la celebración reparé en el rostro y en la mirada de un niño pequeño que estaba en la primera banca, a sólo un metro y algo del altar de misa. Yo lo miraba de rato en rato para ver cómo él miraba lo que yo hacía. Aquel pequeño tenía los ojos bien abiertos, casi diría que se bebía con los ojos cada cosa que yo hacía. Pero no sólo miraba, todo él estaba metido en cada rito de la Misa, estaba como extasiado, sus manos tan pequeñas se habían quedado como suspendidas en algun gesto que estaba por hacer pero que quedó a medias porque sus ojazos estaban comiendo y bebiendo las cosas de Dios. Yo estaba impresionado.
Al momento de la homilía pude notar que él me seguía con la mirada, se reía y asentía las cosas que yo iba diciendo, diría que él gozaba cada cosa y que era libre por ello. Él disfrutaba ese momento de Dios, se sentía feliz. Y así transcurrió la misa: él estuvo atento a todo y no se perdió nada.
Al final de misa ellos cantaban y luego de aprender una canción que les enseñé iban saliendo para volver a la escuela. No pude aguantar más y lo "capturé": "¿Cómo te llamas?" Con esos ojazos bien abiertos y sonrientes me contestó: "Juan" y se fue corriendo. Luego intenté encontrarlo en el recreo de la escuela pero ya no lo ví más.
Quizá los niños pequeños como Juan entienden mejor aquello que dice la Biblia: "Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas..."
Así habrá sido y debe ser el corazón de Jesucristo.

Juan: Donde quiera que estés, te agradezco por tu alma clara y por ese modo de meterte en las cosas de Dios. Gracias pequeño porque eres una hermosa transparencia de Dios, gracias porque muy seguramente sabes lo que significa ser "como niño" y porque te pareces mucho a Jesucristo.
Gracias Juan, nunca pierdas esa alma grande y abierta para con Dios.