miércoles, 27 de agosto de 2008

Lluvia, barro, resbalones y un fierrazo en el parabrisas posterior

Sucesos de dos días de misión en algún lugar de los andes.

Había llovido toda la santa noche. Y se suponía que ya no tendríamos más lluvias hasta dentro de unos meses, pero en fin, supongamos que es parte de esos trastornos por el calentamiento -o enfriamiento- global.
6.30 de la mañana. Bajo un cielo encapotado y con una persistente llovizna, me subo a la camioneta al frente de la parroquia. El amigo con el cual viajaría ese día me dijo que estaba puntualmente a esa hora para salir y yo, como siempre -medio crédulo y medio alemán a la vez- se lo creí (Lo de alemán es por lo puntual, por si acaso, lo otro pueden traducirlo como mejor les parezca). Allí estaba yo observando como la lluvia no se iba y cómo se iba el tiempo en mi reloj y por enésima vez comprobaba lo cruelmente verdadera que es la hora peruana en todo nuestro territorio. Luego de casi media hora de impaciencia apareció el susodicho guía con el que iría a hacer mi primera visita a un distrito muy alejado de la sede parroquial. Tuvimos que hacer algunas gestiones de último minuto en la ciudad –no por cuenta mía- y me aguantaba mi impaciencia con una dentífrica sonrisa.
7.30 a.m. Estábamos en camino hacia aquel lejano distrito. La conversación se animó poco a poco. Este amigo tiene la virtualidad de la conversación animada, cosa que yo, por mi parte, siempre he admirado en los demás y que muy rara vez alcanzo lograr. En todo el camino nos sigue la lluvia, el cielo color panza de burro me hace recordar al de Lima en meses de otoño, invierno y primavera.
No sé de dónde salió el tema de la pasión de Jesús. Me interesó el tema y lo relacionamos con la película aquella de Mel Gibson. Debo aclarar que mi amigo es cineasta y conoce bastante del asunto. Yo de cineasta tengo la “c” (es decir: cristiano, católico, consagrado). Me impresionó el hecho de que Lenin, que así se llama, estuviera tan entusiasta por saber mucho de Jesús. Aunque a él en el fondo le interesaba el tema cinéfilo pero yo lo jalaba al punto de la fe, que es el que guía la película. De pronto estuvimos hablando de las profecías del Siervo de Yavé (“Eran nuestros pecados los que él llevaba… por sus llagas hemos sido sanados”) Yo sentí que Dios mismo estaba cerca, en la camioneta. De pronto creo que comencé a evangelizar. También iban con nosotros otras personas que escuchaban atentamente y sin pestañear. Asi se nos pasaron como dos horas de viaje, en medio de la llovizna y del barro por montones.
Felizmente tres días antes, en una calmada tarde de sábado, había aprendido a conducir con la doble tracción y ya estaba preparado para lo que viniera. Puse entonces la doble tracción y el carro cobró más fuerza en medio de barro y más barro que a veces nos jalaba pero que no era tan fuerte como nuestra Hi Lux 2008. Ellos estaban seguros de que yo tenía una larga experiencia en estos trotes, no imaginaban que era la primera vez que manejaba en tan adversas situaciones y todas ellas juntas: neblina, barro, oscuridad, doble tracción, frío y un camino digno de alguna película de Indiana Jones. Con todo, salí muy bien librado como chofer rutero, sin serlo.
“¿Jesucristo es Dios?” Esa fue la pregunta que detonó mi apología y mi testimonio de fe en esa fría mañana. Le razonaba y le hablaba con la mayor convicción que tenía, mientras miraba mi tablero de control para ver la temperatura, las revoluciones por minuto y la velocidad. Mientras yo le hablaba, él me quedaba mirando medio boquiabierto. A mí me interesaba demostrarle esa gran verdad, la revelación: Jesús es el Señor, Jesús es Dios.
L4, H4, una cuesta bien subida: H4, no forzar el motor, mantenerlo sin fondearlo, sostener la subida… “¿Tanto sufrió Jesús?” Era necesario que se lo explicara y con todos los porqués... “¿Y qué le pareció, padre, la escena de Jesús en el huerto?” Y le tenía que decir que me pareción estupenda… Y salió el tema de la presencia del demonio en toda la pasión de Jesús y que esa era la razón de su cuerpo destrozado y que Jesús se cargó con todos nuestros pecados… cosa que al adversario jamás le gustó. No sé cómo –me pasa varias veces- me veía transportado, como impulsado a sacar cosas de la “base de datos” interior, me sentí muy bien hablando de Jesús, me sentía yo mismo evangelizado.
Y escuchaba también a este amigo con el compartir de sus heridas sufridas por causa de… La Iglesia!!! Respeté sus críticas y en varias de ellas estuve muy de acuerdo con él, aún siendo yo un eclesiástico. Creo que mi pequeña muestra de honradez y sinceridad le golpearon positivamente. Casi siempre que evangelizo de estos o parecidos modos me encuentro con gente dolida por alguna experiencia negativa a causa de “La Iglesia” (Si vamos a hablar de ese tema, pues, yo también tengo mis heridas eclesiales pero las curo cada día y sé que en esa curación está la salvación, el único camino. No me rasgo las vestiduras por los pecados de La Iglesia porque sé que son mis propios pecados y sé que yo tengo –como creyente- parte de culpa y tengo también mis negras historias personales).
A eso de las diez de la mañana habíamos llegado al susodicho pueblo. Todo era barro, la lluvia seguía imperturbable. Mi amigo había organizado un gran evento para los campesinos pero el clima cruel de esa mañana hacía pensar en un fracaso total. Los campesinos estaban alrededor de una plazuela toda convertida en una gran cancha de barro. Nos dispusimos a cruzarla. No había dado ni diez pasos cuando siento que mis pies pesaban unos cuatro kilos demás, mis zapatos tan lindos y elegantes estaban hechos unas paletas de barro, mis elegantes pantalones negros lucían ahora unos extraños adornos color beige. En un primer momento quise molestarme pero decidí reírme de mi “embarración”, no había otra opción que no molestarse, todos estábamos así…
En la pequeña capilla celebré para los campesinos presentes, estaban también muchos escolares traídos por sus profesores. Pude hablarles algo del Evangelio, de las maravillas de Dios, del trabajo humano, de… esperanza. El hecho es que luego de ese pueblo tenía que ir corriendo a otro pueblo donde me esperaban para la Misa y bautismos. Como estábamos al ritmo de la hora peruana ya tenía un retraso en mi cronograma. Luego de la celebración en este barroso lugar me despedí de los amigos y me dispuse a ir al otro lugar. La camioneta estaba para tomarle una foto: había casi perdido su color original, por donde se la tocaba era barro. Hice unos malabares para subir sin mancharme pero mi intento fue un fracaso, al final los asientos, el tablero, los pisos estaban de ese color beige que me acompañaría todo ese día.
Bajaba de las alturas sólo cuando en una curva una señora y su niño me piden que les lleve “hasta abajo”, les dije que subieran y comenzamos a bajar por una carretera que por varios momentos jalaba o arrastraba el carro a izquierda o derecha, me acordaba de cómo conducían los corredores de autos en esos Rallys europeos con pistas llenas de lodo. Así que comencé a maniobrar a contragolpe de los jalones del barro, era adrenalínico!!! Felizmente dominaba el carro, claro, luego de un coleo que me dejó casi atravesado en el camino…
12. 45 pm. Llegué a mi segundo lugar de misión ese día con una hora y media de retraso. Gracias a Dios mis fieles también dominaban la hora peruana y estaban muy tranquilos pensando que el padrecito andaba en lo mismo. Pedí las debidas disculpas y comencé la celebración. Misa de fiesta patronal en un pueblo de sierra quiere decir capilla llena de gente peculiar: las diez señoras devotas, los niños que miran con la boca abierta al padrecito de turno (es que se ve a un sacerdote cada vez que hay fiesta patronal solamente…), los tres o cuatro señores con aliento a alcohol y con cara de “¿On toy?”, los músicos de la banda medio soñolientos y medio alegrones, el catequista que, medio perdido y medio alegre, trata de cantar algo y rezar con voz fuerte, los padres y padrinos de los niños que se van a bautizar, esos sí, más normales pero perdidos en los ritos litúrgicos. En el momento de la homilía trato de romper el hielo. Todos tienen cara de nosotros-somos-creyentes-en-Dios-y-en-todo-lo-que-Ud-nos-diga-padrecito. Quiero lanzar una gracia, algo que los haga reír y pensar a la vez pero me cohíbo, quizá les escandalice, pienso. Así que decido ser serio en las cosas, ellos no dejan de mirar con asombro cada cosa que hago. Al final de la Misa procedo al bautismo de unos 14 niños, se acercan padres y padrinos medio nerviosos y bloqueados, les hablo, mueven la cabeza pero estoy convencido de que casi no me han entendido, sus miradas perdidas me dicen eso. Los que sí se despiertan son varios niños por el agua y por el remojón que les doy, gritos, pataleos... Luego de los siguientes ritos están contentos padres y padrinos. El catequista me invita a almorzar y accedo (Ya no llego para el almuerzo en comunidad…). Puedo decir que comparto la mesa con los pobres: mesa de palos, plato de loza, una cuchara, en una sala-comedor-dormitorio-living room de adobes y pajas con el piso de tierra, abrigados por un fogón y cerca de él unos cuyes que corretean de rato en rato sin disturbar el sueño del dueño de casa que está en el suelo durmiendo porque estuvo de fiesta durante toda la noche (Yo lo observo y veo que está durmiendo en una posición muy incómoda pero luego me doy cuenta de que con varios litros de alcohol adentro cualquiera duerme bien de cualquier manera y en cualquier lugar…)
Luego de acabar con el cuy que me tocó y de beber algo de Coca-cola (¡Oh maravilla!), les agradezco por el almuerzo y me despido en seguida. Se quedan contentos porque el padrecito “ha apreciado nuestro almuercito” Me subo a la camioneta y vuelvo a la parroquia, me espera una hora de viaje por lo menos, el día sigue gris y yo me siento cansado pero por lo menos sabiendo que he podido hacer algo por El Reino aunque es muy dura la realidad.

(Continuará)