Desde que, a los 16 años, experimenté la
presencia de Jesucristo en mi vida, nunca me preocupé por lo que los demás
pudieran pensar acerca de mis decisiones y del camino que elegí para
vivir. Luego de trabajar como laico en
una obra apostólica con niños y familiares, El Señor me llamó a consagrarme a
Él dentro de una prestigiosa congregación religiosa católica (Oblatos de San
José). Con ellos aprendí muchas cosas y
experimenté lo bueno que es Dios para quien se le confía. Amé sinceramente todo lo que aquella
comunidad amaba e hice todo lo que estuvo a mi alcance para mostrarme como hijo
agradecido. Pero yo no contaba con que
en el plan de Dios había para mí una sorpresa que rebasaría ampliamente mis
aspiraciones y proyectos personales.
Cuando estaba por cumplir doce años en
el ministerio sacerdotal, Dios me volvió a llamar. Y ahora la llamada era para iniciar un camino
nuevo, que aún ahora, cinco años después de haberlo iniciado, no termino de
conocer. Obrando en consecuencia de un
llamado superior, pedí y obtuve los permisos necesarios para alejarme de
aquella comunidad religiosa y comenzar este nuevo camino. Salí de la destinación pastoral donde me
encontraba en el más absoluto silencio y dejando todo en orden, facilitando de
algún modo la llegada del sacerdote que iría a ser mi sucesor en aquella
parroquia. Puedo decir con toda seguridad
que salí de aquella parroquia en el mejor momento de mi trabajo pastoral. Aun llevando algunas cruces, había logrado
varias cosas en el poco tiempo que serví allí (no las voy a enumerar ahora). Tampoco tuve problemas con mis antiguos
superiores: recuerdo que nos despedimos en los mejores y más respetuosos
términos, con la promesa de la oración y la seguridad de la amistad en el
Señor. Ellos saben que no miento.
Sin embargo, también en estas cosas
entra a tallar el ‘teléfono malogrado’ y tanto el chisme como la aguda
imaginación de algunas cabezas hicieron lo suyo. A poco tiempo de haberme embarcado en esta
nueva aventura, me fui dando cuenta de que ahora mi nombre estaba
proscrito. Luego me enteré, sin proponérmelo,
que se habían borrado mis señas y que en algunos lugares prácticamente se había
prohibido a algunos grupos de fieles el pronunciar siquiera el primer nombre de
este servidor. Fue así que perdí muchos
amigos y los que aún me quedaban se vieron obligados a no conocerme o a
tratarme casi a escondidas. Sé entonces lo
que es quedarse solo y casi sin apoyos humanos.
Sé que, aun cuando no cambié de número de celular ni varié de correo
electrónico, de pronto muchos o casi todos los antiguos compañeros ya no tenían
forma de comunicarse conmigo ni conocían mis datos. ¿Qué historia oscura o escabrosa se habría
inventado y difundido para que varios que hasta hacía poco eran mis amigos
ahora de pronto ya no soportaban siquiera que se pronunciara mi nombre? ¿Cuál
fue el delito que cometí? Lo
desconozco. Pero es muy posible que para
algunas personas haya cometido el grave desatino de decidir caminar por la
senda de la libertad de espíritu. Sé que
fui materia de algunas polémicas y también de conversaciones de pasillos y
trastiendas. Cuando me despedí de mis
antiguos superiores se me recomendó no buscar contacto alguno con ningún
miembro de los Oblatos de San José por espacio de dos o tres años. He obedecido fielmente.
Han pasado cinco años desde que salí de
entre ellos. No estoy resentido. Tampoco pienso volver atrás. Estoy tranquilo. Las heridas que he podido sufrir han sido ya
curadas por la mano amorosa y paterna de Dios.
Sólo me queda una sencilla acción de gracias por haber sido llamado a
cumplir en mi propia carne aquella palabra del Señor en la que se asegura a los
discípulos que serán bienaventurados si proscriben sus nombres por causa del
Evangelio.
No me considero mejor o más grande que
nadie, sólo sé que desde hace cinco años se me ha otorgado la responsabilidad
de un don que jamás pude seriamente imaginar y que aún no acabo de comprender,
y todo esto sin mérito alguno de mi parte.
Si considero, sobre todo, lo que he vivido estos últimos ocho meses veo
que vale la pena haber pasado todo lo pasado y tengo por bien sufrido todo lo
sufrido. Las manifestaciones del amor de
Dios han sido tan variadas, sencillas, profundas, contundentes y hermosas que
ahora veo que camino en la dirección correcta y espero continuar así.
Escribo hoy para pedir la caridad de
vuestra oración. Porque quiero entender
mejor el llamado que Jesucristo me ha hecho.
No me arrepiento de las decisiones que tomé por seguir la Voluntad de
Dios en mi vida. Todo lo contrario: sé
que fueron las correctas, aunque hayan sido a veces incomprendidas. Sin embargo, siento que necesito de la
oración de mis amigos y conocidos, de los generosos lectores de este sencillo
blog, también de la oración de quienes posiblemente no me quieren o de quienes
pude haber herido por mis faltas de caridad o por mi poca virtud. Tengo como una intuición dentro: la de que
pronto se debe desatar en mí una vida nueva, un nuevo fuego. Me siento poco preparado para ello, por eso
pido la ayuda de vuestra oración e intercesión.
Oren por mí, para ser dócil a lo que el Espíritu de Dios me pida.
Jesucristo es lo mejor que me ha pasado
en la vida y mi deseo mayor es llegar a verle algún día.
Gracias.
El Señor les bendiga a manos llenas.
Fr. Israel del Niño Jesús, R.P.S.