viernes, 29 de noviembre de 2013

El imperio de los sentimientos.



Hace varios años, cuando estudiaba filosofía y teología, en una de esas frías mañanas de invierno limeño, entre el estudio y las clases, uno de mis profesores se detuvo durante toda su clase en un discurso sobre el ocaso de la razón y el desinterés por La Verdad como rasgos distintivos del tiempo que nos toca vivir.  Hace veinte años ese discurso me pareció un tanto exagerado.  Hoy veo que ese profesor tenía mucha razón. 

Vivimos un tiempo en el que todos –más o menos- nos dejamos llevar no por la razón, menos por La Verdad, sino por los sentimientos y la emoción.  Los muchachos y las chicas, por lo general, buscan “nuevas sensaciones”.  Incluso los no tan jóvenes muchas veces toman decisiones y hacen opciones en su vida llevados por un “es que así me siento bien”.  Se coleccionan “experiencias” en donde lo principal es que uno se sienta “bien”.  Así, mañana yo podría también decir que voy a hacerme seguidor de un maestro espiritista en tanto que “me sentí bien” cuando fui a consultarle y cuando me sometí a una “terapia”.

Hace unas semanas nomás, luego de celebrar la misa dominical en la capilla de nuestro Monasterio, una señora me consultaba si era bueno que ella, siendo católica, también participara en unas reuniones de creyentes pentecostales.  De hecho yo le dije que no se lo recomendaba para nada.  Sobre todo previendo que es una persona muy poco instruida en su fe católica y que era muy probable que al final terminara muy confundida.  El argumento de la señora me dejó perplejo: me dijo que ella no vería nada malo en ir ya que “ahí me he sentido bien”.  ¡Plop! diría la revista Condorito.   Creo que es como un indicativo de lo que pasa con mucha gente: no importa qué es verdad y qué es mentira, qué es Voluntad de Dios y qué es engaño del demonio, importa una cosa: si me siento bien o no cuando hago algo o cuando decido algo.  Es el mundo resbaladizo y engañoso de lo subjetivo, el imperio de los sentimientos y de las emociones.  Se llega a identificar el bien y la verdad con lo que provoca un buen sentimiento o una hermosa sensación.  Así las cosas ya no hay lugar para la reflexión, para la contemplación de La Verdad, para el desarrollo de la razón… no hay lugar para Dios.  En todo caso, se podrá incluir a Dios en la propia vida si es que proporciona buenas sensaciones…

No digo que los sentimientos y la emoción no tengan su parte de importancia en la vida humana.  Lo que me preocupa, como pastor de almas, es que precisamente sentimiento y emoción-sensación sean los criterios de valoración de la existencia.  Incluso hasta en el ambiente de fe podemos terminar pensando que la Voluntad de Dios siempre me hará sentir bien, que los caminos de Dios siempre tendrán que traerme hermosas sensaciones.  Cuántas veces habrá que meditar en la Crucifixión de Jesucristo: Él no se sintió bien dejándose clavar en La Cruz, sin embargo sabía que ése era el camino, camino de obediencia.  Tantas veces el hacer la voluntad de Dios nos acarrea ese no sentirnos bien, pero todo ello direccionado a alcanzar la Vida Eterna. 

Somos una generación que ha olvidado el camino real de la Santa Cruz, por ello también nos hemos inventado espiritualidades que sólo buscan hacernos sentir bien, pero salvarnos y santificarnos: para nada.  Sin embargo, tantas veces el hacer la Voluntad de Dios será poner el hombro y la espalda para recibir la Cruz de Cristo (y eso no es sentirse bien), y sólo podremos apretar los dientes, cerrar los ojos y confiar en que algún día despuntará la aurora de la justicia de Dios, algún día vendrá el desquite de nuestro Dios y la liberación de todos los que sufríamos en este mundo por ser fieles al Dios Único y Verdadero: Jesucristo.

Definitivamente una religiosidad o una espiritualidad que sólo provoca “sentirnos bien” o que sólo nos proporciona “hermosas sensaciones” es una religiosidad engañosa, mentirosa, falsa, un placebo espiritual y hasta posiblemente un muy inteligente engaño del Demonio, enemigo de nuestra salvación.

Porque los bonitos sentimientos, sensaciones y emociones de esta vida son pasajeros pero la Palabra de Dios permanece para siempre y todas esas cosas que nos hacen sentir bien en esta tierra son nada en comparación a la gloria que algún día se nos descubrirá en el cielo.

Es verdad que la fe en Jesucristo a veces nos proporciona una experiencia de cielo y por ello a veces decimos que durante tal o cual evento, en tal o cual oración, en tal o cual Misa hemos sentido la presencia de Dios, hemos sentido como una fragancia de cielo.  Todo ello puede suceder y no creo que sea malo.  Mi advertencia está en que no hay que buscar sólo esas cosas.  No hay que basar nuestros discernimientos sólo en ese criterio de “sentirse bien”.  San Ignacio de Loyola en sus Reglas para sentir rectamente se encarga de recordarnos que a veces el mal espíritu trae falsas consolaciones y una falsa paz a quienes están empecatados y, contrariamente, el buen espíritu aguijonea o inca fuertemente a esas mismas personas para moverlas a conversión.  Y como se podrá deducir: Nadie se siente bien cuando lo aguijonean.  Sin embargo puede ser una tremenda bendición del cielo ese “no sentirse bien” al escuchar la Palabra de Dios o al oír una predicación del Evangelio o el sentir esa incomodidad que viene al recibir una amonestación o una corrección del pastor correspondiente. 

Definitivamente los fariseos del tiempo de Jesús no se sentían bien al escuchar al Maestro, pero esos aguijones constantes de parte de Jesús eran un ancla de salvación que Dios les ofrecía pero que ellos no quisieron aceptar.  Seguramente habrían oído de buen grado a los falsos profetas que sí les decían lo que ellos querían oír, ese ronroneo de gata melosa que no salva ni da vida eterna pero que seguro les hacía sentir bien.

Me alegro de haber sido formado “a la antigua”, como dicen algunos.  Es verdad que no pocas veces me siento como “fuera de lugar”, medio “desubicado” entre tanto subjetivismo y relativismo a todo nivel.  Pero creo que todo fiel cristiano católico que decide ser coherente con su fe, en definitiva se sentirá igual.   Conozco personas y familias enteras que caminan a contracorriente del mundo.   Ya lo había dicho Jesucristo: “Ustedes están en el mundo pero no son del mundo”.  Y Él también dijo: “Quien persevere hasta el final se salvará”.

¡Vaya tarea que tenemos como creyentes y como miembros de La Iglesia! 

Pidamos a Jesucristo que nos haga desear La Verdad y también la gracia de asumir los costos que implica su seguimiento en este mundo.  Que así sea.

viernes, 18 de octubre de 2013

Vivir lento, libres y simples.

Hace muy poco que he vuelto a ver y escuchar a una "vieja" amiga: Gigi Pantoca De Arco.  Aunque el nombre suene inverosímil, esta buena amiga de nuestra Comunidad no lo es. 

Gigi es la personificación de la simplicidad y de la libertad humanas, todo en un sólo frasco.  Y es un frasco tipo clown.  Al escuchar sus relatos y anécdotas, que parecen episodios de serie cómica, me doy cuenta de que ese estilo de vida simple y libre es muy posiblemente lo que soñó y vivió Francisco de Asís en la época de oro del franciscanismo.  De algún modo creo que así habría sido el estilo de vida de Jesucristo y sus discípulos. 

Y es verdad: ¿Por qué estar hambreando constantemente ser "personas de éxito" cuando lo más importante es ser, simplemente ser? 

¿Por qué estar siempre corriendo de acá para allá, estresados por la hora, nerviosos y agitados y no reclamar nuestro derecho de "vivir lento"? 

¿Quién ha pontificado o quien ha dictado un dogma en el que se establece que teniendo más cosas se es más feliz cuando la felicidad no consiste en tener cosas sino en ser libre de las cosas?  

¿Quién ha dispuesto que para "triunfar en la vida" debemos ser los primeros, cuando no se ha descubierto la belleza de ser últimos, libres, pobres y sencillos?

Cuánta complicación en nuestra vida cotidiana.  Cuánta agitación constante.  Cuánta ansiedad en nuestro modo de obrar "a la moderna".  Más "modernos", más ansiosos.  Más poseedores de cosas, más ansiosos.  Más metidos en las cosas del mundo y menos llenos de paz.

Sí, necesitamos un estilo de vida sencillo, simple, pobre, desprendido; necesitamos redescubrir una vida más sencilla, una vida más simple, pobre incluso, desapegada de toda ilusión por tener, por imponerse, por aparentar ser "mejor".

Y esto no sólo lo pienso por los religiosos y religiosas, lo pienso y lo sueño por todos en general, también por los laicos y sacerdotes.  Creo que siendo más simples se acabarían tantos líos inútiles en nuestra sociedad y en La Iglesia.

Gigi Pantoca me ha hecho pensar en todo esto.  Y he vuelto a soñar en Francisco de Asís y su revolución de lo simple y pobre, de la vida en sencillez.  Quiera Dios que este servidor y su Comunidad puedan vivir así.

Porque también es verdad que vivir así es una gracia, es un regalo.  Ayúdenme a pedirlo y obtenerlo para mis hermanos de Comunidad y para mí.  Gracias. 

sábado, 12 de octubre de 2013

"Y Jesús lloró" (Jn 11,35)



En estas últimas semanas, los creyentes y católicos que estamos en el Perú nos hemos visto sacudidos por algunas noticias muy tristes –escándalos- por parte de algunos obispos que ejercían su apostolado en nuestro país.  De hecho, todo escándalo siempre trae dolor y tristeza, estupor y desconcierto.  Es el dolor de La Iglesia, es el dolor de Jesucristo mismo al ver que hay hermanos en la fe que dejan que el mal venza en sus vidas. 

No dejo de pensar que cada pecado, aún el más pequeño, de cualquiera de nosotros causa el llanto de Jesús.  Cada pecado es una herida en el Corazón de Jesucristo.  Cada pecado es volver a crucificar a Jesucristo, dice la Sagrada Escritura (Heb 6,6).  Y si el pecado viene de parte de los que fueron llamados a ser pastores del pueblo de Dios, es una crucifixión aún más dolorosa para el Santo Cuerpo de Jesucristo.

Ciertamente, jamás se podrá minimizar un escándalo, pero también es verdad que no podemos juzgar a los que lo cometen.  Todos los seres humanos tenemos un poco piel de Judas.  También El Señor podrá perdonar a los que causan escándalo si se arrepienten sinceramente. 

Pero es también deplorable la actitud de cierto tipo de prensa que se ha encargado -y se está encargando- de hacer una investigación a niveles que, a mi juicio, ya no le corresponde.  Hacer carnicería con el que comete un pecado o un crimen es también inhumano.  Es matar la esperanza del que pecó y de los que se sienten escandalizados con su pecado.  Aumentar las tintas sobre algo sucedido, inventar historias "anexas" al hecho real, es una injusticia.  Resaltar y publicar algo negativo con el puro ánimo de sólo vender audiencia, teleaudiencia o aumentar el número de lectores es una manipulación inmoral y criminal.  Dios no está de acuerdo con quien se ensaña con su hermano que ha caído.  Dios no está de acuerdo con quien se siente con todo el derecho de hacer trizas a quien pecó o al que incluso cometió un crimen.

Sí, Jesús llora también hoy.  Llora también por Su Iglesia en el Perú.  Llora en todo lugar del mundo donde se pretende mezclar arteramente el pecado con la gracia; llora también cuando el pecado es solapado y nunca llega a convertirse en escándalo porque "se cuida" que nadie lo sepa.  Y no sólo hablo de pecados de los que son pastores del pueblo de Dios (Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas), hablo también de los pecados de cualquier fiel y creyente que vive una doble vida y tiene el desparpajo de rasgarse las vestiduras y sentirse escandalizado: hipocresía le dicen.

Sí, Jesús llora.  Llora a mares cuando ve que hay mucho “negocio con el maligno” aún entre creyentes.  Jesús llora cuando ve que muchos que dicen creer en Él le siguen "un poquito de lejos" porque no tienen amor suficiente como para dejarlo todo por Él.  Jesús llora cuando ve el adulterio de muchos creyentes que un poquito creen en Su Evangelio y otro poquito viven mundanamente.

Sí, Jesús llora.  Y, como ya lo había dicho hace varios años un buen escritor católico: Siempre es Viernes Santo.  Sí, también hoy vamos todos por la calle del Calvario, quien llevando cruces y muriendo a cada paso, quien tirando piedras con una furia que ni él se explica, quien latigueando, quien insultando, quien llorando sin poder hacer más, quien indiferente y mirando de lejos, quien ocupado en otras cosas, quien divirtiéndose a costa de la muerte de otros, quien mirando el reloj para pedir que ya se acabe pronto todo, quien instigando al mal, quien riéndose de todo, quien mintiendo, quien detrás de la muchedumbre para manipularla y dirigirla según su interés, quien orando en silencio, quien tratando de alzar la voz en contra de la multitud, quien sufriendo con el que sufre, quien dando su vida en silencio.  Siempre es Viernes Santo.

Sí, Jesús llora también hoy.  Y de otro lado también el Demonio -nos lo ha recordado el Papa Francisco- sigue haciendo su trabajo.  Y parece que el maligno está últimamente muy desesperado.  Y parece que está disparando maldad y muerte en fuego cruzado contra La Iglesia.   Por ello creo firmemente en la verdad de lo que Nuestra Señora, La Reina de la Paz, en Medjugorje alguna vez contó a los videntes: Que Satanás fue a pedirle a Dios un tiempo y que Dios le concedió cien años de relativo poder para hacer sus fechorías en el mundo.  Y creo que ese tiempo ya está por acabarse, por ello el maligno está más que furioso y está disparando todos sus dardos a diestra y siniestra.  Y aunque a veces parece que va ganando la batalla, no es así.

Sí, Jesús llora. Y creo que los que queremos ser fieles a Jesucristo debemos hoy más que nunca abrazarnos fuertemente a Su Cruz, adherirnos con toda el alma a Su Palabra y a Su Poder.  Este es el tiempo de la fidelidad, éste es un tiempo de gracia. Porque toda crisis es tiempo de gracia, es tiempo de examen.  Creo firmemente que Jesucristo necesita almas fieles que se decidan a ser para Él consuelo y alegría, que sean capaces de devolverle amor por amor, vida por vida, fidelidad por fidelidad.  Éste es nuestro tiempo.

Por eso, ante todo lo que vamos pasando como Iglesia, hoy vuelvo a decir:

Creo y espero en Dios.  Sé que Él no se ha quedado con los brazos cruzados, que por alguna razón nos ha enviado al Papa Francisco, que por alguna razón hay muchas y pequeñas luces de esperanza en la misma vida consagrada al interior de La Iglesia. 

Creo en las nuevas comunidades de religiosos y religiosas que miran las cosas con un sentido más alto y profundo.  Estoy convencido que, aunque el ambiente general es a veces mundanizado, también hay sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que quieren y buscan otra cosa, que viven santamente, que viven de verdad pobremente, que hacen de su castidad no sólo una ofrenda posible sino gozosa y fecunda espiritualmente. 

Creo en los nuevos santos, en los miles y miles de santos que vendrán luego de este tiempo difícil, dramático pero hermoso; creo que vivimos un tiempo maravilloso lleno de retos, de ilusiones por el bien y la verdad, aún en medio de un mundo mentiroso y oscuro. 

Creo en la santidad, creo en la Verdad, creo en la Luz, creo en la Vida, creo en la victoria final del Bien. 

Creo en tantos hombres y mujeres que hoy y mañana escogerán sufrir por la verdad antes que hacer sufrir a la verdad. 

Creo en los santos anónimos que derraman nobleza, desinterés, generosidad, bondad.

Creo firmemente en la necesidad de la vida consagrada, en la necesidad del sacerdocio.  Creo en los santos con hábito y sotana.  Creo en los santos con breviario y Rosario en la mano.  Creo en los santos que ayunan y rezan mucho.  Creo en los santos que no temen estar de rodillas ante El Santísimo Sacramento.  Creo en los santos de comunión frecuente.  Creo en los santos de confesión frecuente.  

Creo en un mañana lleno de santidad, creo en una nueva primavera de La Iglesia, creo en los nuevos religiosos, religiosas y sacerdotes que no tienen miedo de entregarse totalmente a Jesucristo. 

Creo que es posible hacer de la vida un holocausto para Dios, creo que es posible ser santos. 

Creo en Jesucristo, Él es todo eso para mí.

Señor, aquí me tienes.  
Mi vida es poca cosa.  Pero te la vuelvo a dar.  
Renuevo mis votos ante Ti: Soy tuyo, ahora y siempre.  
Aquí tienes mi corazón, es para Ti.  
Que mi vida sirva para consolar tu Sagrado Corazón.
Yo te amo.  Tú eres todo para mí.
Amén.

lunes, 16 de septiembre de 2013

La "conformidad con el grupo"



Hace algunos días ha caído en mis manos un tremendo e impresionante libro del Papa Benedicto XVI, se titula: “Orar” y es una magnífica recopilación de muchos de sus escritos en donde se nota claramente su pensamiento, luminoso de principio a fin.  En la primera parte del libro me he encontrado con varias frases y pensamientos felices y acertados.  Dice por ejemplo: “La renuncia a la verdad y la huida hacia la conformidad de grupo no son un camino para la paz.  Este género de comunidad está construido sobre arena”.  Esta sentencia me han provocado escribir ahora.

Creo que nadie duda que vivimos en un tiempo en que la paz es cada vez más rara.  No hace falta que en cada país se desate una guerra o se encienda un enfrentamiento armado. Nuestras mismas calles, nuestras plazas, nuestras casas, nuestros modos de comunicación no tienen paz, no conocen la paz, no respiran paz, no la producen, no saben de ella.  Para quien vive en una gran ciudad ya se le ha hecho cotidiano ver, por ejemplo, paredes y muros pintarrajeados, cosas que violentan, muestras evidentes de falta de paz.  Los modos de hablar en las conversaciones coloquiales, las palabras ofensivas como lenguaje común y la burla como estilo de comunicación en las redes sociales, nos indican que no sabemos lo que es la paz.

Y todo esto, ¿de dónde viene?  ¿Por qué no conocemos la paz si es algo de lo que cada día hablamos?  Benedicto XVI nos da una clave muy cierta y luminosa: Hemos renunciado a La Verdad.  No nos interesa La Verdad, nos perece algo teórico, propio quizá de algún filósofo perdido en el tiempo, una clase de lenguaje desusado y poco práctico.   

Y es así.  Hoy no nos interesa la referencia a La Verdad, porque nos manejamos cotidianamente por las opiniones mayoritarias, por las ópticas personales, por las preferencias, por las “tendencias”, por los “índices”, por las estadísticas, por las líneas de pensamiento, a lo sumo.  En la práctica no nos interesa saber que hay Una Verdad -así, con mayúsculas- que puede y debe regir nuestra vida, nuestros actos y que obliga a ciertas opciones y elecciones.  Preferimos manejarnos por cosas “más” prácticas: Lo que ahora me conviene, lo que me da más gusto o placer, lo que me da sensaciones fuertes, lo que me emociona más, no importa si algunos dicen que es malo.  Siendo así las cosas, no tenemos -como sociedad- un horizonte seguro ni firme, no hay una base segura e inmutable sobre la que podamos movernos y vivir.  Por ello todo cambia, y vertiginosamente.  Las opiniones son cambiadizas, variables, también fácilmente manipuladas o teledirigidas.  Por eso al final ya nos parece lógico y normal que “nada es para siempre”.

Es pues el nuestro el tiempo del relativismo.  A todo nivel.  En todas las áreas de la vida.  Es la excusa, el argumento ideal, para no pronunciar las duras palabras: Compromiso, Absoluto, Para siempre. 

Y claro, buscando en qué o en dónde anclar la vida y en qué basar las opciones y elecciones de cada día, nos encontramos con una salida aparentemente inteligente, en realidad cómoda: La conformidad con el grupo, el consenso del grupo (cualquier tipo de grupo humano al que queramos pertenecer).  Es la ley.  Y esa es la única “verdad” aceptable.  Pienso tal y como el grupo me lo dicta.  Vivo tal y como el grupo me lo indica.  Consultaré todo al grupo, será mi nuevo gurú. 

¿Qué nos queda?  Conformar la vida a lo que el grupo directa o indirectamente nos diga, a lo que el grupo indique como acertado, a lo que el grupo diga que es necesario.  Conformar mis gustos y estilos de vida a lo que el grupo mande.  De ahí se derivan expresiones como esta: “Todo el mundo hace así”, “Ya nadie piensa así”, “Ahora las cosas son así”, “Todo ha cambiado, eso era en otros tiempos” y otras parecidas. 

Y es así que, como sociedad, hemos renunciado a pensar y creer en La Verdad (La Verdad tiene un Nombre propio y es una Persona: Jesucristo, Dios y Hombre verdadero).  Y en nuestro afán de ser “libres” hemos caído en las garras de una solapada y misteriosa dictadura: La opinión del grupo (dictadura del relativismo).  Difícil entonces ir a contracorriente, teóricas y metafóricas entonces las palabras de Jesucristo: “Yo soy el Camino, La Verdad y La Vida” (Jn 14,6). 

Los que nos sabemos cristianos, discípulos de Jesucristo y miembros de Su Iglesia -que subsiste en La Iglesia Católica- sabemos también que lo que diga, mande o piense un grupo (el que sea), no necesariamente es la Voluntad de Dios, no es La Verdad.

Si el grupo, la masa, la mayoría, la opinión común, fuera la que comunicara la verdad de las cosas, entonces habríamos de concluir que el Viernes Santo fue muy justo dar muerte a Jesucristo por blasfemo, así lo dijo la mayoría, así lo dijo el grupo.  Y todos sabemos que no es así, que si la mayoría -el grupo- gritó: “Crucifícale, crucifícale” no era esa la Verdad.  Ese día se demostró que la Verdad muchas veces es minoría y que casi nunca gana en la discusión, ni en el proceso –en ningún proceso-, ni en el debate –en ningún debate-.  La enseñanza de aquel Viernes Santo es que la voz de Dios es una voz muy tenue y que sólo es oída por quienes no vociferan, por quienes no presionan, por quienes han renunciado a imponerse, por quienes no quieren pisar a los demás, por quienes han renunciado a hacer “movidas” –lobbys- por lo bajo.   

La Verdad se deja oír por quienes tienen no sólo la valentía de negarse a sí mismos sino también la firmeza de vencer su propia pereza existencial para buscar algo mejor, algo más alto que sus propios intereses.  La Verdad se deja oír por quienes saben ser diferentes en un mundo homogenizado –"globalizado", dicen-.  La Verdad se deja oír y se da a conocer por quienes deciden ser coherentes aun siendo parte de una risible minoría sin voz ni voto, sin fama ni numerosos seguidores.

La conformidad con el grupo no trae la paz.  Porque la paz va de la mano con La Verdad.  Si como sociedad hemos renunciado a La Verdad, hemos entonces también renunciado a la paz.  Cualquier grupo que no esté anclado en La Verdad y que huye de ella va hacia el sinsentido, hacia la amargura, hacia la violencia.

¡Cuánta fortaleza se necesita para vivir y caminar en clave cristiana y católica!  ¡Cuánta valentía necesitamos para –llegado el caso- saber “desentonar” elegantemente para ser coherentes con La Verdad que nos ha salido al encuentro y que no deja de llamarnos.

Necesitamos vencer al mundo, a este solapado totalitario mundo que no acepta a quienes tienen el discurso diferente (el de La Verdad).  Necesitamos recordar una vez más las palabras del Maestro y Señor, Jesucristo: “¡Ánimo! No tengan miedo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

Vencer al mundo es posible si sabemos –con la gracia de Dios- ser disconformes, insatisfechos, críticos con el mundo que nos rodea, con la sociedad consumista y superficial que nos mete por las narices un sinnúmero de cosas que no valen nada y que trata de alimentarnos, a lo más, con algodón de azúcar.  Debemos aprender a ser muy críticos con el ritmo, la música y el baile que este mundo nos ha impuesto para escuchar y bailar.  ¡Tantos grupos y de variadas maneras presionan cada día sobre nuestra fe, tantos visibles e invisibles “bloques de presión” que arrinconan o pretenden arrinconar nuestra adhesión a Jesucristo y a La Iglesia!

Señor Jesús, haznos libres y disconformes con cualquier grupo u “opinión común” que nos mueva a arrinconarte en el desván.  Señor, haznos sagaces y valientes para vivir y caminar a contracorriente, para Tu Gloria y por Tu Amor.  Amén.

    

jueves, 22 de agosto de 2013

"Radicalofobia"



Descubrir a Jesucristo como tesoro, como la perla de gran precio, como lo más valioso de la vida…  Hacer este descubrimiento en la fe, hacer esta experiencia, nos lleva tarde o temprano a darLe también todo: la vida, el corazón, el alma.  Y esto no sólo por quince minutos sino para siempre.  Y en esta donación total de cada día nos vamos dando cuenta de que hay todavía “mil cosas” pequeñas y grandes que debemos también entregar, ofrendar, dejar, regalar.  Y a medida que las damos, que nos desprendemos de ellas, que nos hacemos más libres, más disponibles, es ahí que descubrimos y experimentamos una más profunda y hermosa capacidad para gozar del tesoro que es Jesucristo.

Todo lo que he descrito en el párrafo anterior es lo que yo conozco por radicalidad.  Y Jesucristo, Su Evangelio, Su camino, son por definición “radicales”, es decir que piden un compromiso y una entrega desde la raíz.  Y es por ello que estoy firmemente convencido de que ser cristiano y ser “radical” son prácticamente la misma cosa.  En esencia y en rigor no podría existir un cristiano que no sea radical.  Y si ese cristiano no es radical, pues simplemente no es cristiano.

Y es verdad que, habiendo dejado que la mundanidad se infiltre y a veces campee en nuestros ambientes de fe, hemos inventado ese híbrido de mal gusto que se llama “cristiano a ratos” (Gracias al Santo Padre Francisco por habérnoslo recordado).  Pero un cristiano “agua tibia”, un cristiano “part time”, un cristiano “a ratos” simplemente no es cristiano, es una falsificación, es un creyente pirata, es una mala fotocopia de un cristiano; podrá a lo sumo ser un creyente indefinido pero no ha entendido a Jesucristo, no ha entendido el Evangelio.

Por todo lo dicho, una entrega “a medias” a Jesucristo se convierte en una ofensa a la gloria de Dios, es un insulto a la santidad del que es Tres veces Santo.  Por ello cuánto nos conviene cada día avanzar en aquella adhesión radical a Jesucristo: Ser sus discípulos “desde la raíz”.  Pero cuando en nuestro medio, aún en los ambientes de fe y de regular práctica religiosa nos vemos rodeados y envueltos de un aire cargado, de un oxígeno viciado de “medias tintas”, y guiados por ello transamos y decidimos aceptar la rebaja espiritual y moral, al dejarnos llevar por “lo que se usa”, “lo que se lleva”, es ahí donde y cuando nos transformamos en traidores a la causa de la santidad de Jesucristo.  Y si en esa lógica nos acostumbramos a ofrendar la vida en pequeñas pildoritas, en grajeas, por pastillitas, al estilo “te doy mi limosna, Diosito lindo”; si ya nos parece que hacemos muchísimo esfuerzo  y sacrificio yendo a misa cada domingo sin falta; si nos parece que hemos hecho algo heróico al confesarnos una vez al año; su cada vez que nos piden una colaboración (espiritual, material, lo mismo da) para una obra de fe siempre resultamos con alguna excusa para no hacerlo (“no tengo tiempo”, y otras excusas) entonces es que ya estamos dejando de ser cristianos, ya el mismo nombre de cristianos nos queda demasiado grande.

Y lo peor viene después.  Porque si vivimos “a medias” el seguimiento de Jesucristo de Jesucristo es muy probable que se nos vuelva antipático todo aquelcreyente que sí quiere ser radical con Dios.  Vamos creando en el alma un pánico, un terror, una fobia, una resistencia casi visceral hacia todo aquello que implique o quiera decir radicalidad, una fuerte antipatía ante todo lo que supere siquiera sólo un poco nuestra mediocridad.  Y hasta ya nos puede parecer una exageración la misma palabra “radicalidad”.  Nos parecerá un exceso, un entusiasmo desbordado y temporal el atrevimiento de alguien que quiere ser radical con Dios.  Y entonces será muy fácil que nos convirtamos en expertos “bomberos”, hábiles personas con todas las estrategias para apagar cualquier fuego, todos los fuegos, más todavía si se tratase del fuego de amor por Jesucristo.  Y entonces no dudaremos en deslizar esa insidiosa frasesita que es la asesina de muchas intenciones de santidad y perfección evangélica: “Yo también pensaba así cuando tenía tu edad, pero…”  Pero nunca completaremos la frase, nunca la completaremos honestamente diciendo: “pero no tuve el valor de realizar mi ideal y ahora me envejezco sin pena ni gloria”.

Y ahí está la fobia a todo lo que es radical: Radicalofobia.  Un especie de envidia ciega ante aquel que decide “ver más allá y ver más lejos” por amor de Jesucristo.  Y además tenemos muchos argumentos para consentir ese pánico, para vivir de él.  Pondremos muchas razones en contra de cualquier proyecto de santidad.  Llamaremos fácilmente “fanático” a cualquiera que quiere ser coherente con el llamado del Evangelio.  Y si finalmente queremos aparecer como más cultos ante los demás podremos usar la palabra “fundamentalista” a cualquiera que tenga un fuego de Dios y de paso así apagaremos su fuego y podríamos dejarlo cuestionado de por vida (Quien queda mal ante “la opinión pública”, que en el fondo es la opinión de unos cuantos que manejan la opinión de la mayoría, ése pobre puede darse por “muerto en vida”, “quemado” dicen).

Y así, ya que estamos enlodados en una fuerte mediocridad espiritual, tacharemos de “loco” a todo aquel que tenga una ilusión, que viva por un ideal, que decida ser generoso al 100% con Dios.

Y así, seguiremos nosotros –bien pulcros, presentables, con buena imagen, con prestigio- inteligentes y hábiles, bien “vivos”, nadando en el charco de nuestra tibieza, sintiendo de cuando en cuando el gemido de nuestra alma que lentamente se va muriendo con una sensación de haberse fallado a sí misma y a Dios.

¿Eres capaz de reconocer tu propia Radicalofobia?

Dios puede tenderte una mano.  Pero es necesario que reconozcas primero tu error.

¿Tienes algunos síntomas de Radicalofobia?  Aquí te enumero algunos síntomas más comunes:

-         -  Reza muy poco y mal.  “No tengo tiempo” dice.
-         -  Le resulta inaguantable rezar un Rosario.  “Mucho se repite” dice.
-         -  Se pone de mal humor cuando el sacerdote se alarga un poquito en la Misa dominical.  “Ya está cayendo pesado” dice.
-          - Mira su reloj durante el tiempo de oración.  “¿Cuándo acaba?” piensa.
-          - Considera insufribles los “avisos parroquiales”.  “Resiste, resiste, ya se acaba” piensa.
-         -  Llega tarde a Misa y se va antes de que acabe.  “Ya cumplí” suele pensar.
-         -  Experto en desanimar posibles vocaciones a la vida religiosa o al sacerdocio, las considera “ideas locas”.  “No pierdas el tiempo en esas cosas” le dice a cualquier joven o señorita que está pensando en serio consagrarse a Dios.
-         -  Nunca habla de su fe en su círculo social o laboral.  “Una cosa es la religión y otra cosa son mis negocios” dice y piensa.
-         -  Siente una flojera tremenda para asistir a cursos de formación en la fe.  “Lo importante es creer en Dios”  Y por ello su fe es en verdad sin bases serias, ignorante.
-          - Cuando colabora económicamente con La Iglesia suele dar lo que le sobra, si es posible dará la moneda falsa, el billete que en otros lugares no reciben.  Piensa que la limosna es dar lo peor, lo que uno no necesita, lo que sobra, lo que está malogrado, lo que no sirve…
-          - Está presente cuando hay un evento social, deportivo, artístico, deportivo o para recaudación de fondos para una obra de fe, pero huirá como por encanto y no se le verá en los momentos de oración, en los retiros, en los momentos de meditación de la palabra, en los cursos de formación, en los momentos de decisión en la fe.  Nunca se comprometerá de verdad con la fe.
-         -  Cuando examina su fe, siempre le parecerá que no tiene necesidad de confesarse.
-          - Cuando se le pide sacrificar su día de descanso, su sueño, su comodidad, siempre encuentra excusas para no hacerlo.
-         -  Califica fácilmente como “exagerado”, “loco”, “fanático” a cualquier cristiano que le supera un poco en generosidad para con Dios.
-         -  Fácilmente se considera “liberal” y tacha de “conservador” a cualquier persona que es radical para con Dios.  Opta por caminar “por la libre”.
-          - Se inclinará a defender causas buenas pero que pueden resultar vacías o engañosas, así, en lugar de comprometerse más con Jesucristo preferirá preocuparse “por la ecología”, “por los animales”, etc.  Socializará su fe, la podrá convertir en una mera actuación filantrópica y nada más.
-         -  No le gusta obedecer, ya la palabra “obediencia” le parece negativa.  No obedece de verdad a ningún superior y fácilmente escoge un camino en paralelo al de La Iglesia.
-          - Considera como “críticas” (injustas, claro) todas las correcciones o llamadas de atención que le hacen sus superiores en la fe.

Quien se deja invadir por la Radicalofobia y no admite su error, tarde o temprano deja también de ser cristiano, lo perderá todo.

“Et ne nos inducas y tentationem, sed libera nos a Malo”.
(Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del Malo).