miércoles, 25 de marzo de 2009

"Yo no soy santo"

Ayer te ví.
Y así me respondiste: "Yo no soy santo"
Y enseguida te pusiste a reir, con una risa que no era tuya.
Te reías, y mientras lo hacías veía que tus ojos no se reían.
Yo no soy adivino ni tengo poderes especiales,
pero "mis antenas" me decían y me dicen que en el fondo tú no te reías,
que en el fondo te sentías atado, que en el fondo tú llorabas.
Pero claro, tenías que reirte, era lo mejor para tí en ese momento, ¿no?
Dime:
¿Quién te convenció de no ser santo?
¿Quién te convenció de que jamás podrás llegar a serlo?
Porque en el fondo ese es el motivo de tristeza, ¿o no?
Esa tristeza que ocultas con tu risotada, con tu mueca grosera,
con ese fastidio que sientes de tí mismo,
al descubrir eso que muy en el fondo de tí no se ríe jamás.
Pero vamos, dime, ¿quién te metió esa idea?
¿Quién te dijo que eras un negado a la santidad?
¿Quién te va machacando eso cada día?
¿Quién va ahogando lo mejor de tí cada día?
¿No es verdad que por culpa de aquel tipo
es que vas llorando en lo profundo de tu alma cada día?
"Yo no soy santo"
Me lo dijiste en un tono que pretendió herirme.
Pero no me has herido.
Muy al contrario, yo sospecho que cada vez que lo dices
y cada vez que lo piensas te vas hiriendo tú mismo y te desangras lentamente.
Yo no te culpo.
Yo quisiera que me aclares quién te convenció de eso que repites
y de lo cuál quieres convencerte sin lograrlo totalmente (por eso sufres).
Mira,
arriba en el cielo hay un Padre que hace tiempo te está esperando.
En su mesa hay un lugar vacío y Él espera que pronto tú llegues.
Él no ha perdido la esperanza en tí, Él te recuerda cada día.
Él tiene tu rostro grabado en su mano y en su alma
y cada día abre su puerta y aguarda tu llegada.
Allá arriba no tendrás un reproche, sólo una fiesta.
Allá arriba ese Padre te dice lo contrario:
"Tú, hijo mío, sí puede ser santo. Tú puedes ser infinitamente más
de lo que ahora eres y puedes ser feliz".
¿Te atreverás hoy a escuchar Su Voz?
Porque la otra voz no te ama.
Todo depende de tí.
Hasta pronto, hermano.

domingo, 8 de marzo de 2009

"Los tuyos, los míos y los suyos"

Nuestro mundo está lleno de contradicciones. Hoy por hoy nos llenamos la boca hablando de pluralismo, de libertad, de igualdad de oportunidades, subimos los volúmenes de voz cuando se trata de condenar los fudamentalismos y las intolerancias.

Pero curiosamente no dejamos de hacer selecciones y grupos. Por eso están los tuyos, los míos y los suyos.

Muy fácilmente nos hacemos de grupos que nos apoyen, que nos veneren, que nos den seguridad o que nos den la razón simplemente. Allí están los tuyos.

Tenemos mucho miedo de ir solos, tenemos que ir en grupo, pensar en grupo, creer en grupo, soñar en grupo, decidir en grupo, incluso hasta algunos están pidiendo amar en grupo.

Nos da miedo caminar solos, con la sola verdad personal, preferimos escudarnos en los otros, en los demás, en su compañia. Y sobre todo, tememos bastante pensar distinto del común de la gente (tememos mucho pensar distinto del grupo). Nos da mucho miedo caminar solos con nuestra verdad, quedarnos solos por defenderla con coherencia. Nos han metido en la cabeza que debemos caminar, vivir, creer, soñar en grupo. Nos sentimos seguros así. Y lo peor de todo es que, si tenemos cierto liderazgo nos formamos grupos y nos apropiamos de ellos, "los míos".
Y si tengo a los míos, pues serán muy distintos de "los suyos". Tendremos que contraponernos a ellos, a los suyos, tendremos que distinguirnos. Los líderes les haremos prometer fidelidad y lealtad a "los míos" y condenaremos cualquier acercamiento a "los suyos"... porque simplemente no son "míos".

Todo esto sucede cuando no tenemos muy grande el corazón, cuando nuestras miras son demasiado humanas, "de tejas para abajo". San Pablo nos recuerda que las divisiones, rencillas y disensiones son fruto de la carne y traen muerte.

Jesucristo nos invita en esta cuaresma a ensanchar el corazón, a no odiar a quienes nos odian, a perdonar, a abrir lo horizontes personales, a derribar esos muros que hemos construido con los letreros de "los tuyos, los míos y los suyos".

Porque amar al enemigo es aprender a ser cristiano de verdad.

Enemigo es aquel que nosotros hemos colocado dentro del perímetro de "los suyos". Enemigo es aquel que nos ha colocado la etiqueta de "no es mío".

Amar al enemigo es destruir esos muros y barreras que han formado grupillos que no tienen nada que ver con el Evangelio de Jesucristo. Amar al enemigo es ensanchar el corazón y dar la mano a quien no consideramos "nuestro".

Enemigo es aquel que no nos comprende, aquel que nos combate porque no pensamos igual que él. Enemigo es aquel que no se cansa de malograr nuestra paz, aquel que no nos ve bien porque de alguna manera le incomodamos sin saberlo ni buscarlo nosotros.

La perfección cristiana no está en las abundantes oraciones sino en la abundante acogida de aquel que no nos ama, de aquel que no amamos.

Que Jesucristo, el de corazón grande, nos ayude y enseñe a amar a su estilo, sin barreras y sin banderas.

domingo, 1 de marzo de 2009

¡Cuando cuatro amigos se juntan!

- ¡Por favor señora, hágase a un lado!

La doña no se daba por enterada, nadie le quitaría la oportunidad de escuchar a ese joven Rabí tan afamado. La entrada estaba atorada de gente, nadie se movía, ni se daban por enterados de que detrás de ellos estaban estos cuatro trayendo a Pepe Lucho, sí, el paralítico de hacía años.

- Señor, disculpe, ¿puede darnos pase?
- Lo siento muchacho, yo llegué antes- Pero...
- Es inútil Juan, aquí nadie se va a mover
- Pero hombre, es que no les importa que...
- Tranquilo Juan, por algo será
- No, no. No me resigno, hombre, no es justo.
- ¿Y si...?
- ¿Qué estás pensando Carlos? Dilo.
- No sé. No nos vamos a ir de aquí sin que el Rabí...
- Claro, hay que ver la manera.
- La casa es de Don Pedro, es buena gente...
- ¿Y?
- No sé, yo digo: El techo. ¡Nos subimos al techo!
- Muchachos, no se preocupen, no...
- No hombre, de aquí no saldrás sino hasta que el Rabí te haya visto, él te va a curar, ya verás.
- Bueno, aquí nos jugamos el todo por el todo. Don Pedro está al fondo. Ni modo, no va a salir, el comprenderá que era necesario. Bueno, el techo se podrá arreglar después.
- ¿Qué? Pero cómo...
- Tranquilo, hombre, de esto nos encargamos nosotros...
- Claro, vamos pronto.

Y se subieron al techo Carlos y Juan, en tanto que los otros dos, Fred y Saúl iban levantando la camilla como podían. Juan ya se había conseguido unas sogas y cordeles.

A duras penas consiguieron subirlo al techo y allí estaba el pobre Beto viendo las estrellas más cerca ahora. Él no veía necesaria tanto alboroto... y eso que el alboroto recién iba a comenzar.

Carlos comenzó a sacar la sprimeras tejas sin hacer mucho ruido, Juan le siguió. De pronto ya estaban los cuatro arriba sacando tejas, haciendo el cálculo del lugar exacto. Y luego algunas maderas y esterillas afuera y ya se veía abajo al Maestro hablando de Su Padre.

Y fueron agrandando el boquete.

Los de abajo los miraban con cara de pocos amigos, otros se reían. El Maestro se sonreía y les hizo señas de bajarlo ya. Amarraron la camilla con los cordeles y ahí estaban los cuatro descolgando a su amigo con mucho cuidado. Nadie dijo nada.

Beto estaba asustado, ni moverse de temor podía. Hacía varios años que estaba así, sin mover un dedo, como un muerto si no fuera porque podía ver y oir perfectamente. Ahora se veía bajando y las estrellas alejarse un poco de él. Y el Maestro mismo lo recibió junto con Don Pedro y Santiago. Lo colocaron en el suelo. Los cuatro amigos desde el techo observaban todo.

- Por favor Maestro -pensaba Carlos- cúralo ahora mismo, mira que sólo tú eres nuestra esperanza.

El Maestro miró a los cuatro amigos sentados en el techo, al pie del boquete y dijo:

- Dichosos los que tienen cuatro amigos de verdad, porque ellos podrán sanar de sus parálisis y podrán tener vida nueva.

Y mirando al paralítico le dijo:

- Levántate, toma tu camilla y vuelve a casa, no necesitas más catequesis. Cuida a esos cuatro amigos, no los pierdas, la fe de ellos te ha salvado y su amistad es la que hoy te ha curado. Porque te digo que tus pecados están perdonados y desde hoy tienes la oportunidad de ser feliz haciendo el bien.

Y doña Emilia comenzó a aplaudir y todos le siguieron. El Maestro se sonreía y miraba a los amigos, los señalaba: "A ellos". Carlos y los otros tres estaban anegados de la emoción. Don Pedro por momentos pensaba cuánto le iba a costar reparar el techo.

El Maestro siguió hablando a los presentes, nadie se movía a pesar de estar ya bien avanzada la noche. Y mirando por el boquete las estrellas que tapizaban el cielo dijo: "Que brille vuestra luz sobre los hombres para que den gloria al Padre del cielo".

Y esa noche la amistad hizo el milagro. Porque Jesús curó a ese paralítico no por su fe necesariamente sino por la fe de sus amigos.

¿Quién nos diera tener cuatro amigos de verdad?
¿Qué no daríamos por tener cuatro amigos que tienen fe y... audacia?
Sí, dichosos los que tienen cuatro amigos de verdad, cuatro amigos con fe y audacia de verdad, por que ellos se curarán de todas sus parálisis.