miércoles, 26 de diciembre de 2012

Noble de alma

Ayer he participado del entierro de un tío muy querido, Augurio. 

Aún estoy asimilando lo que ha sucedido.  Con él siento que se fue toda una época maravillosa para mi familia y para todos los que le conocieron.

A poco de comenzar la Misa de exequias me piden que yo pronuncie la homilía.  Tuve un poco de confusión interna porque no estaba seguro de cómo hablar en esas circunstancias.  Tenía sentimientos encontrados. Con todo, intenté decir algo sencillo y verdadero.

Y en él y por él pienso en tanta gente sencilla que ha dado su vida para que otros se sientan bien, para que otros vivan mejor.

Gracias a Dios mi tío era pobre.  Pobre nació y pobre murió.  Pero a los que le conocimos nos ha dejado el recuerdo de un alma noble.  Y preciso lo de "noble".  Me parece que alguien es "noble" cuando en su alma lleva una misteriosa combinación de bondad, sencillez, humildad, servicialidad, generosidad.  Y encontrar personas así no es muy fácil.  Y qué bueno es encontrar personas que no quieren saber nada con mezquindades ni intereses personales.  Y qué raro es encontrar personas que saben dar y saben darse para que otros estén bien, sean mejores o sean felices.  Y para dar y darse no es necesario tener dinero. 

Y mientras ayer le recordaba sentado al volante de su "microbus", con esos lentes oscurecidos y con esa infalible "guayabera" color claro, con esos bigotitos estilo Pedro Infante y con esa serenidad de siempre, he dado gracias a Dios por todos esos padres de familia de condición humilde que trabajan y se sacrifican diariamente por los suyos.

Gracias tío bueno, tío ocurrente y reilón, pero siempre bueno.  Llévanos también ahora en tu carro, toca ya el claxon para decirnos que ya es hora, que ahora vamos a un lugar más hermoso que la playa.  Suelta el freno y llévanos por la bajada de Armendáriz y mientras nosotros, niños pequeños, nos ocultamos gritando entre los pies de los adultos, llévanos rápido y grita "No hay freno" y ponte a reír mientras nosotros gritamos.  Llévanos tío por "la ruta de siempre", por La Rosa Toro y por donde pasaba la 58. 

Llévanos ahora también por tu ruta, porque ya sabemos que estás junto a Dios, ya sé que te han visto contento, que te han visto bien guapo y sonriente con los brazos abiertos saludando a los amigos nuevos, ya sabemos a dónde nos llevaba tu ruta, ya sabemos que has soltado tus frenos y te has ido a la otra orilla donde estás con Jesús.

No nos olvides, pide por nosotros, pide por nuestra sencillez, pide por tu hijo sacerdote y también por este sobrino tuyo -también sacerdote- tan huraño, pero que ahora te extraña.

Gracias, Señor, por lo que significó haberle conocido.  Gracias por los que permaneciendo sencillos han sido capaces de conocer los secretos de Dios, que sólo se revelan a los pequeños.  

jueves, 20 de diciembre de 2012

"Las regias no sienten frío"

Recién hace unos días que me he aprendido la frase que da título a este artículo.  No lo había pensado antes así.  Gracias a una conversación muy curiosa durante un almuerzo es que la aprendí y reflexioné sobre lo que está detrás.  Gracias Julio.

El punto es sencillo: Chiquilla, señorita o señora que quiere ser o sentirse "regia" tendrá que aprender a dominar su frío.  Si lo domina podrá mostrar mejor sus atributos físicos.  Así que ya no importará si estamos a 5° centígrados, no importará si estamos a la 1 de la mañana en Puno en pleno invierno.  Si una regia está allí en la calle deberá comerse su frío, con tal de mostrar que es eso: regia.

Todo con tal que las vean.  Podrán estar quizá al borde de una neumonía o algo así, pero en todo caso morirán regias, lindas.  Claro, para eso: bienvenidos cigarrillos, bienvenido alcohol, bienvenidas muchas cosas más que se pueden fumar.  El culto a la carne en el sentido más literal de la palabra.

"Mostrar las carnes lo más que se pueda, mostrar todo y más todavía", parece ser la regla de oro de las regias y de las que quieren serlo.

¿Y qué decir desde un punto de vista más cristiano?  Habría que decir poco y bien dicho: eres lo que muestras. Si muestras carnes, eres carnes.  Si muestras piernas, eres piernas, si muestras..., etc.  Tú muestras lo que te enorgullece.  Si te enorgullecen ciertas glándulas de tu cuerpo y en ellas has puesto tu gloria, pues prepárate porque te durarán bien poco, salvo que tengas dinero para algunas o varias operaciones y para meterte implantes, plástico, cartón, madera, silicona, metales y demás cosas con tal de no dejar de ser regia.  Vanidad sin cuento.  Endiosamiento del cuerpo.

Pero si te empeñas en tener un alma pura, un corazón limpio, no te atraerá la moda o el afán de mostrarte.  Aquí también me pongo a relfexionar sobre lo que hoy en día muchos y muchas muestran en el Facebook, por ejemplo.  Me parece digno de estudio el observar todas las poses, posturas, gestos, miradas, muecas, etc., que se suelen dar para mostrarse en las fotos que se publican.  Todos quieren ser o por lo menos parecer regios, regias.  Muchos bendecirán el photoshop porque les arregló la vida y el perfil.  Y a la hora de tomarse las fotos habrá que hacer toda una sesión para estar lindos.

Definitivamente los regios y las regias no saben de modestia, se rigen por la ley de la admiración.  Ellas aseguran que les gusta sentirse admiradas, vistas, felicitadas, etc.  ¿Ingenuas o torpes?  Ellos harán lo mismo también y al final: ¡cuánta vanidad!

Cuánta vanidad, cuánto culto del "dios vientre", como diría San Pablo. 

Al observar a las regias que no saben tener frío, uno se pone a pensar también en la vaciedad de la vida.  Porque es vaciedad el vivir sólo "de la carrocería para afuera", es decir al nivel de la piel, de la epidermis.  Y es una pena que las regias, y quienes piensan y viven como ellas, nunca lleguen a usar o estrenar las partes más altas, excelsas y nobles de su vida: la inteligencia, la voluntad, el noble ideal, etc.  Bueno, quizá sea sencillo: para las regias "la vida es ahora" y punto.  El alma de mosquito no podrá siquiera imaginar lo que significa: eternidad, paz, bienaventuranza.

Y pienso en todas esas chiquillas, señoritas y señoras que van por la vida sin sentir nada de frío pero con el objetivo indesmayable de "ser vistas" o "ser admiradas" como dicen ellas.  Y pienso también que están haciendo todo lo posible para que no pocos varones acaben no sólo ni tanto admirándoles, sino identificándoles con el objeto deseable, y acaban viéndoles del mismo modo que un hambriento ve la pierna de un "pollo a la brasa", del mismo modo que un goloso ve el delicioso pastel o como el borracho ve la botella de alcohol.

Las regias no saben que son objeto de rapiña, ellas prefieren pensar que el gran ave que pronto las robará con sus garras sólo les estará llevando a dar "un pequeño paseo" para mirar el panorama.

¡Virtud de la modestia y del recato, las extrañamos en nuestra vida moderna!

jueves, 13 de diciembre de 2012

El coraje de decir SI

La felicidad es una conquista. Una conquista cotidiana, permanente. No es para nada una especie de “chupeteo delicioso” de momento.

Contrariamente, estamos tan acostumbrados a definir y a que nos definan la felicidad como algo maravilloso que se siente de pronto, un sentimiento, una emoción, un burbujeo instantáneo.

Creo que lo importante para ser feliz es la disposición a llegar hasta el fondo en la búsqueda del propio camino, llegar más allá de lo meramente sensible, llegar a identificar lo que la propia alma anhela de verdad y tener el coraje de aceptarlo y de darlo todo por conseguirlo. Por ello, creo que una condición importante para conseguir el don de la felicidad es la valentía, el coraje.

Porque es preciso tener coraje para aceptar el camino de felicidad que Dios nos ha trazado. Ese es un punto importante. Muchas veces Dios nos ha trazado un camino de felicidad que no coincide con nuestros sentimientos de momento. A lo sumo, aquellos son sólo cortezas, cáscaras de felicidad. Dios nos pide ir más al fondo, hasta el final. Y eso es más que dejarse llevar por un sentimiento o por una emoción que surge no sabemos cómo.

Y aquí me veo obligado a dar “mi testimonio”. Muchas veces me ha pasado que yo he fijado mi mirada en cosas, objetivos, metas, personas, afectos, sueños que si bien es cierto me emocionaban y los ambicionaba con toda el alma sin embargo al final no eran mis caminos de felicidad. Dios me estaba señalando cosas, objetivos, metas, personas, afectos y sueños más altos, más perfectos, más veraces, más bellos. Y Dios me ha pedido el coraje de dejar esas pequeñas metas, esas cosas “imperfectas”, esos objetivos medianos, esas personas no ideales, esos afectos limitados, esos sueños bajitos, para mirar a otros horizontes. Y lógicamente uno pasa el momento de confusión, casi de vergüenza, al darse cuenta de que estaba ambicionando poco, de que Dios mismo nos tenía preparado algo mejor y más pleno. Y en mi caso he tenido que decir SI para rectificar el camino, o para comenzarlo de verdad. Y he precisado de coraje, de valentía.

Pienso en este momento en los varones y mujeres, jóvenes y maduros, a quienes Dios ha llamado a una especial vocación de consagración en La Iglesia. Y pienso en aquellos que por diversas razones parece que no tuvieran el coraje suficiente. Y definitivamente, toda vocación a una especial consagración a Dios es una cuesta arriba, es un camino a contracorriente, es calvario y pascua, es Redención. Y decir SI a un camino así implica contar con cierto coraje, con cierta valentía.

¿Y qué pasa cuando el miedo entra en juego? Sentir miedo no es sentir nada malo. Es algo natural, el miedo nos obliga a ser cuidadosos, a vigilar. Los valientes, las personas que tienen coraje no es que no sientan miedo sino que no le hacen caso, no se le quedan mirando, no le dan mucha importancia. En el Evangelio observamos aquella escena en la que Pedro está comenzando a caminar sobre el agua y, de pronto, al sentir la fuerza del viento y del oleaje siente miedo y comienza a hundirse. Se hunde al hacer caso de la fuerza del viento y del oleaje. Si hubiera mantenido la mirada en Jesús sin hacer caso de lo demás jamás se hubiera hundido.

Y lo más triste es cuando una persona llena de miedo comienza a pensar que al final de cuentas no tiene ninguna obligación de seguir lo que le pide su alma, que debe conformarse con una felicidad mediana o chiquita, que nadie le llama a cosas tan grandes. Y muchas veces comienza allí una vida superficial, guiada por sentimientos y afectos primarios, autoimponiéndose una limitación de alma, una limitación espiritual y moral. Igual a la fábula de aquel pato salvaje que prefiere engordar para dejar de pensar que puede también volar.

Pero podemos superar el miedo si no le damos mucha importancia. Podemos superar el miedo si pensamos –si no dejamos de pensar- en lo bien que nos sentiremos luego de traspasar la barrera que tenemos que superar. Porque ninguna alegría y placer es comparable a lo que uno siente luego de haber superado su miedo y luego de haber traspasado ese aro encendido que le hacía temer tanto. Esa alegría y ese placer son maravillosos.

Varias veces he pensado en cuál habría sido el pensamiento dominante de los mártires cristianos durante las épocas de persecución de la fe cristiana. Vienen a mi mente los relatos del martirio de un grupo de católicos japoneses de siglos pasados que morían “empalados” (con el cuerpo atravesado por un palo puntiagudo) a orillas de la playa o de aquellos que morían cantando himnos de alabanza a Dios mientras los ahogaban lentamente en lagos de agua hirviendo. Ninguno de ellos negaba su fe, ninguno daba marcha atrás, grandes y chicos morían con esperanza de resucitar junto con Jesucristo. Consideraban esos momentos de dolor como simplemente pasajeros, los veían como un segundo de dolor frente a una eternidad de días con plena y auténtica felicidad. Quizá apretaban los dientes, se encomendaban en oración, cerraban los ojos, pero en su alma hacían el propósito de no dar marcha atrás. Y en verdad la prueba duraba sólo un poco de tiempo y era nada con relación a la eternidad que se les abría ante sus ojos.

Para decir SI a cualquier invitación de Dios se requiere coraje. Y si el miedo viene, pues no se le da importancia, se piensa en lo que ganaremos y en lo bien que nos sentiremos luego de pasar esa pequeña prueba.

Pienso en aquellos chicos y chicas que han sido llamados por El Señor a una especial consagración como religiosos o religiosas. En verdad me sorprende ver en varios de ellos demasiado miedo. Y lo que es más, fácilmente se acomodan a proyectos de vida que no les van a pedir mucho coraje: empequeñecen los límites de su felicidad, los acortan. Por no enfrentarse con un gran reto, simplemente cambian de camino. Y creo que al final hasta se exponen a traicionar a Jesucristo.

Comparto algo más de “mi testimonio”. Tenía yo unos 12 o 14 años de edad. Mi terror de cada lunes era el curso de Matemáticas. Mi terror era doble: el curso y el profesor. Y a veces se transformaba en triple: el curso, el profesor y el examen. El día que tenía examen de matemáticas simplemente no tenía hambre, no hablaba con nadie y la noche anterior no había dormido casi nada. Era algo así como un mini juicio final. Recuerdo que antes de varios de estos exámenes iba a mi papá y le decía: “Papá, me siento un poco mal, mejor hoy no voy al colegio, yo luego me pongo al día… por favor”. Y mi padre me miraba muy serio y siempre me decía lo mismo: “Mira: Tú vas al colegio, das el examen y te enfrentas. Un hombre no puede huir a sus problemas. Si escapas no arreglas nada, será peor. Enfréntate y verás”. Y así me enfrenté muchas veces y, aunque muchas veces resulté malherido por las terribles calificaciones que recibí, pude ir fortaleciendo mi carácter.

Dios siempre nos reta a mirar “más arriba”, a fijarnos en metas más altas. Él siempre nos pone a prueba y tiene esa permanente ocurrencia de subir el nivel de nuestros ideales. Nos incomoda, nos aguijonea, nos desestabiliza, nos malogra el aburguesamiento en el que nos hemos metido.

Así es el Verdadero Dios, así es Jesucristo. Quien quiere ser su amigo debe abrazarse fuertemente de Él, cerrar los ojos y no despegarse de Él. Eso es fe.

Oremos para hayan más chicos y chicas, varones y mujeres, que tengan el coraje de decirle al Señor: SI.