lunes, 18 de agosto de 2014

“Sé lo que El Señor me pide, pero yo no quiero eso”



Desde hace algunos años vengo siendo testigo de cuánto El Señor Jesucristo hace por amor de muchos de sus hijos.  A varios de ellos Él les ha mostrado ciertamente Su Rostro y les ha dejado ver Su Gloria, les ha regalado esos dones maravillosos.  Y Jesús, siempre generoso, también a muchos de ellos les ha pedido algo específico: Que le entreguen sus vidas para siempre, que se consagren a Él en exclusiva.  Yo he conocido a varias de estas ‘vocaciones’ y, cosa curiosa, luego de conversar un poco con cada cual muchas veces me han disparado a quemarropa un: “Yo sé que El Señor me llama a una vida consagrada, pero yo no quiero eso”  La frase en muchos casos puede variar en algunos vocablos pero la idea es la misma.

¿A qué se debe este tipo de reacciones?  No niego que he tardado mucho, pero mucho tiempo, en entender la frase y la reacción.  Porque cuando sentí que Jesucristo me llamaba jamás se me cruzó por la mente decirle que no; sentí miedo, me quedé medio congelado pero no se me ocurrió decirle no.  Pero volvamos a lo planteado.  Yo pienso que este tipo de reacciones expresan el consabido disloque entre nuestra voluntad personal y la Voluntad de Dios.  Por decirlo así: Yo miro para la izquierda y Él mira para la derecha; Él me pide justo lo que yo no quiero; Él me exige que deje a un lado mis cosas para hacer campo en mi vida a Sus cosas; Él me pide un camino que implica esfuerzo y sacrificio y yo siempre he luchado por darme gusto en todo y satisfacerme en todo; Él me pide que esté a Su servicio a tiempo completo y yo sólo quiero darle algunas horas cuando tengo ganas; Él me pide cruz y negación de mí mismo y yo sólo pienso en gozar, disfrutar y complacerme en todo; Él me pide seguirle a Su manera y yo sólo pienso en seguirle a mí manera; Él me pide Santidad verdadera y yo me empecino en ser santo a medias; Él me pide apasionarme por Su Reino y yo quiero también tener un ojito abierto para el mundo, para mi mundo.

Y yendo todavía más allá, hace unos días me puse a tratar el tema con El Señor en oración y llegué a este ‘descubrimiento’: Pareciera que a muchos de nosotros no nos han educado en el amor por La Verdad y por El Bien.  Hemos sido, muchas veces, educados para seguir nuestros gustos y caprichos, a eso le hemos llamado libertad y nos hemos acostumbrado a conseguir las cosas sin esfuerzo, sin que su consecución implique para nosotros abnegación.  Hemos interpretado ‘libertad’ como seguimiento del propio capricho.  Hemos aprendido a juzgar buenas o malas las cosas según las emociones que nos causan, según los sentimientos o según nuestra voluble subjetividad.  ¿Y dónde queda la Voluntad de Dios?  Queda en ningún lado, queda a lo sumo sometida a nuestra voluntad personal, que tampoco es tan voluntad nuestra sino el seguimiento ciego de nuestros caprichos y afectos más o menos desordenados hacia las cosas y las personas o hacia nosotros mismos.  Y éste es, lamentablemente, el más grave problema de nuestra actual visión sobre la educación de los niños y jóvenes: No los educamos en el ejercicio de la voluntad.  La voluntad es la facultad de querer el bien, es decir que está ordenada al Bien y está en íntima relación con la Verdad.  No se trata de querer cualquier cosa y de cualquier manera.  No sería digno de la naturaleza humana el querer algo que es malo y/o algo que es mentira.  Nuestra capacidad de querer se hace fuerte cuando conoce el Bien y la Verdad.  Pero la voluntad debe ser educada, debe ser entrenada y su mejor educación y entrenamiento se producen con el ejercicio de la negación de sí mismos, materia no sólo olvidada sino repudiada en nuestros ambientes escolares y de educación superior.  Ellos y ellas, nuestros muchachos y muchachas, tienen muchísimos conocimientos, saben de cosas que los que superamos los cuarenta años ni conocemos.  Sin embargo no saben sujetar su voluntad, su capacidad de querer, al Bien y a La Verdad.  Es más, en nuestro tiempo realizarse personalmente quiere decir dejarse llevar por la subjetividad propia que le dicta implacablemente qué es lo que se debe hacer, al margen de toda otra voluntad, menos todavía si se trata de la Voluntad de Dios.

Y es que, muchas veces, la Voluntad de Dios es totalmente contraria a nuestros gustos y deseos.  Y para seguirla con toda seguridad tenemos que negarnos a nosotros mismos.  No por nada Jesucristo lo dijo claramente: “Quien quiera seguirme niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame”.  Pero, ¿cómo podría uno negarse a sí mismo si desde pequeño se le ha educado a satisfacerse en todo, a complacerse en todo? ¿Cómo poder seguir a Jesucristo si desde siempre crecimos con el ideal de seguir el propio gusto y capricho al cual le hemos puesto el nombre de “libertad”?  ¿Y cómo seguir la Voluntad de Dios una vez conocida si no tenemos fuerza suficiente en ese músculo superior del ser humano que se llama voluntad humana?

No es suficiente pues, conocer qué es lo que Dios quiere de mí, es necesario además tener suficiente fuerza para cumplirla en nuestras vidas.  Y, es triste constatarlo muchas veces, cuando sentimos que no tenemos fuerzas para hacer lo que Dios quiere de nosotros nos sale más cómodo decir “no quiero”, “no me gusta”, “no es lo mío”, “no me veo así”, o incluso pontificar con una frase solemne y dogmática: “Creo que no es la voluntad de Dios para mí”.

Yo estoy absolutamente seguro de que Jesucristo sigue llamando tanto hoy como ayer a muchos varones y mujeres para consagrar sus vidas en servicio exclusivo de Su Reino, estoy seguro de que al igual que a los apóstoles les sigue diciendo: “Sígueme”.  Yo rezo cada día para que a tantas llamadas exista tanta disponibilidad, confianza y audacia. Pido por ello el don de la fortaleza para tantas vocaciones que hoy La Iglesia necesita.  Porque una cosa es cierta (y aunque sea totalmente opuesta a algo que viene circulando por ahí y que falsamente se le atribuye al Papa) y más que cierta: Necesitamos más santos con hábitos y con sotanas, más santas con toca y con velo, porque si no hay Vida Consagrada, La Iglesia podría acabar siendo como cualquier otra ONG y esa definitivamente NO es la Voluntad de Dios.

domingo, 29 de junio de 2014

¿Una nueva herejía?



Hace algún tiempo “buceando” en internet me encontré con un artículo muy interesante, basado en una reflexión del P. Miguel de Bernabé y que alude a “La herejía sin nombre”. 

En este blog muchas veces he aludido a ciertos extravíos de algunos fieles católicos que, en materia de fe y conducta moral, muchas veces se alejan de la verdadera fe católica.

A mí me parece que sí existe una nueva herejía, y ésta tiene características muy definidas, que según veo son las siguientes:

- Dogmas a la carta. Es decir que el hereje moderno acepta unos dogmas y rechaza otros: Los que no le agradan.  Esta es una manera muy extendida de enfocar la fe.  Con frecuencia yo suelo escuchar a personas afirmar que ciertas definiciones solemnes de la Iglesia no les convencen, que prefieren unas y desechan otras.  Se cree, por ejemplo, en el amor misericordioso de Dios, pero no se cree en la mediación de La Iglesia para lograr el perdón de los pecados.  En materia moral, por ejemplo, se suele decir: "Soy católico, pero en este tema yo pienso distinto de La Iglesia".  Siendo así, el hereje moderno va configurando su propia fe según sus puntos de vista personales.  Sólo así se puede entender la existencia de agrupaciones tales como: “Católicos por el derecho a decidir” y otras parecidas.

- Creatividad dogmática “infalible”.  Son creativos según su conveniencia. Por ejemplo ya se ha inventado un “dogma” que se acepta sin dudar en muchos ambientes y que dice así: “Todas las religiones son iguales y tienen algo de verdad”.  A la vez ponen en duda, o niegan, que la fe católica sea la única totalmente revelada y la verdadera.  A esta creatividad dogmática se suma el hecho de realizar interpretaciones abusivas y arbitrarias de ciertos documentos de La Iglesia, por ejemplo yo he escuchado varias veces que ciertos líderes, laicos y clérigos, afirman que “El Concilio Vaticano II ha dicho esto y aquello…” cuando no es verdad.  Cuando no tiene una debida formación doctrinal y espiritual, el hereje moderno se convierte también en: “Ignóstico”, es decir: Ignorante de su propia fe.

- Esta vida es todo lo que tenemos y no existe otra vida.  Un cristianismo sin piso superior es, a la larga, un cristianismo sin Jesucristo, una ideología como otras, un proyecto humano, una invención de hombres, una moda, un sentimiento, pero nada más.  Por ello el hereje moderno afirma: “Aquí en esta tierra está el cielo y el infierno.  Aquí en esta vida todo se paga”.  “No existe el cielo, no existe el infierno”. “Quiero una fe que me ubique con los pies en la tierra más que con los ojos en el cielo”.  Si no existe el cielo ni el infierno, entonces nuestra fe es sólo una ideología y bien la podemos cambiar por otra cosa, la podemos cambiar según la moda que se lleva.  Cualquier persona que lee con detenimiento y honestidad el Evangelio se dará cuenta de que Jesucristo en cada página alude a estas dos realidades eternas: Cielo e Infierno.

- La conversión es “para el final”.  No pocas personas aplazan su conversión personal a Jesucristo “para el final”, para segundos antes de morir, posiblemente.  “Ahora no tengo tiempo para eso”.  Casi casi, se piensa que Dios y Sus cosas son no para la vida sino para el momento de morir.  Como que se cree que las cosas de la fe, de “la religión”, como le llaman, no dan para vivir ni para tener vida plena.  Incluso ciertos teólogos han inventado aquello de que "Dios nos concederá al morir la posibilidad de optar por la salvación o por la condena, al margen de cómo hayamos vivido".  Eso no existe.

- Cuánto más disimules tu fe, tanto mejor para ti.  Me sorprende la tremenda capacidad de mimetismo que desarrollan no pocos creyentes.  Es decir: Prefieren no aparecer diferentes, ni siquiera como creyentes y menos como católicos.  Por eso nos callamos, no hablamos de nuestra fe, nos quedamos mudos cuando debemos testimoniar nuestro amor a Jesucristo… Dejamos a Dios que se defienda solo… Total, ¿es Dios, no?  Nos camuflamos, nos disfrazamos, adquirimos el color, la forma o hasta el olor de lo que nos rodea.  Y siendo así… Nos mundanizamos, somos como la sal cuando pierde su sabor… ¿Con qué se la salará?  ¿El arte de muchos creyentes?  Mimetizarse.  Sólo como muestra: Me sorprende que gente muy creyente cuando se mete en las redes sociales muy pocas veces da a conocer su fe en Jesucristo, menos todavía su fidelidad a la Iglesia Católica.  A veces pienso que ahora también existen los: "Católicos caleta" (Católicos camuflados, disfrazados, mimetizados).

- Falso ecumenismo de lo católico con lo pagano.  Y por ello es que en la mente de quien se deja llevar por esta herejía tan sutil conviven ideas propias de un cristiano-católico con ideas y creencias propias de un pagano, de un no creyente.  Así se puede explicar porque en varios católicos coexisten creencias supersticiosas junto con puntos de fe bíblica; costumbres y tradiciones paganas (pre-incas, aztecas, mayas, hindúes, etc.) junto con algunos puntos de fe católica: Práctica de sacramentos, oración, etc. Se llega a unir lo puro con lo impuro, cosa que ya fustigaba San Pablo en sus cartas.  Pero al final lo pagano sale triunfando en la vida del hereje moderno y así quien comenzó en el espíritu termina en la carne.

- Fobia a una auténtica vida espiritual.  El hereje moderno no conoce la vida espiritual, suele afirmar que “eso” no es útil ni es necesario.  Tiene pavor a todo lo que pueda parecer místico y espiritual.  Le causa un tremendo miedo cuando ve que otro creyente –laico, clérigo o religioso- se mete en oración profunda y silenciosa, le parece una exageración, un gesto de fariseísmo.  El hereje moderno no logra ver la utilidad de la vida contemplativa, por ejemplo.  Valora más el “activismo” que la oración.  El hereje moderno detesta el silencio y el recogimiento.  Le parece escandaloso un creyente que tenga el valor de arrodillarse para orar.  “¿Oración? ¿Retiro de silencio?  Cosas del medioevo, eso ya no se usa”.  Muchas veces promueve una fe ruidosa, “dinámica”, “animada”, “alegre”, pero poco profunda, poco comprometida, poco centrada en una verdadera conversión interior.  Al final nos quedamos con un cristianismo sin Jesucristo...  Y eso, ¿sirve de algo?

-Amantes de la “Teología del mosquito”.  Esto quiere decir que el hereje moderno puede hacer teología de cualquier cosa y se detiene en muchos temas sin llegar a lo medular del Evangelio.  Me asombra que hoy, por ejemplo, varios teólogos centren sus estudios y reflexiones en la “ecología” pero contrariamente, ¡qué callados se les nota en temas de defensa de la vida humana frente a la ideología de género! (tan nociva para la humanidad); ¡qué callados frente a la lacra del aborto!  ¡Qué callados frente a la deformación de la institución familiar y del matrimonio!  Se guarda un vergonzoso silencio sobre lo importante pero se puede hablar y escribir de cualquier cosa, para ello: Muchos libros, conferencias, charlas, simposios, retiros.  Siendo así puedes toparte con creyentes y teólogos que te hablan de todo menos de Jesucristo.

-Promueve una fe católica sin Iglesia.  El hereje moderno suele defender su fe “católica” con las uñas, si es posible.  Pero no sabe qué significa pertenecer a La Iglesia Católica.  Tampoco sabe ni le interesa mucho estar en comunión con los legítimos pastores (El Papa, el Obispo diocesano, el Párroco, el Superior).  El hereje moderno anda por su lado, “por su cuenta”.  Puede también vivir una “fe católica paralela” a la Iglesia Católica (¡!).  Incluso no tiene reparos en irse en contra de los legítimos pastores, si es necesario. 
 
Estas características de la nueva herejía me vienen a la mente luego de conocer varios casos y cosas en el ambiente de fe.  Yo rezo para que este mal disminuya y por eso predico el Evangelio y la Fe de la Iglesia tal como ella lo entiende y transmite con toda autoridad.

Y ustedes, amigos, ¿qué piensan de esta nueva herejía?

jueves, 19 de junio de 2014

DEJEN LAS LENTEJITAS EN PAZ, POR FAVOR.

Hace algún tiempo, cuando un amigo me contaba las “creencias” propias de su pueblo natal, quedé muy sorprendido al escuchar, por ejemplo, que sus paisanos solían comer lentejitas los días lunes y la razón era muy simple: atraían dinero para la casa.  Traté de sonreír discretamente y me di cuenta de que hace rato también las lentejitas entraron al mundo de las supersticiones populares.  Y como las lentejitas, hay muchos otros alimentos y cosas que se usan o que se evitan para que todo “vaya bien” y para que no nos pase nada “malo”.

¡Si nuestras vidas dependieran de unas lentejas…!  De fondo está el tema tan extendido de las supersticiones.  “Creencias”, les dicen.  Es una absoluta verdad que la Sagrada Escritura, la Biblia, condena firmemente este tipo de “creencias”.  Algunas personas han llegado al extremo de unir incluso este tipo de cosas con elementos de religiosidad católica. Y claro, los detractores de la fe católica se llenan la boca afirmando que nuestra fe impulsa y ama las supersticiones.  Y nada puede ser más falso e injusto.

Cierto que nos falta instrucción de fe.  Y claro, cuando no hay experiencia auténtica de Jesucristo, llenamos el corazón y el ansia religiosa con una increíble variedad de “creencias”, que más que eso son supersticiones. 

Una vez un amigo ingeniero me contaba que muchos de sus colegas han optado, cuando construyen un edificio, en obviar el piso número 13.  Claro, el número 13 es, según estás “creencias”, de mala suerte.  Y ciertamente, quieren ahorrarse un “mal destino”.

Lo más triste y nefasto de las supersticiones es que se concede a ciertos objetos, gestos o ritos “poderes”, “fuerzas” o “virtualidades” que de hecho no tienen.  En una palabra: divinizamos las cosas, gestos o ritos.  Y divinizar una cosa creada es ofender gravemente a Dios.  Porque es afirmar tácitamente que algo que Él ha creado tiene más poder y más inteligencia que Él mismo.  Se confía más en una creatura que en el Creador.  Se llega a depender de una cosa, de un gesto o de un rito.  Acabamos esclavizados, dependientes, confiados en cosas que no nos dan la salvación. 

Las supersticiones:
-          infunden temor,
-          cortan la visión de eternidad: nos hacen pensar sólo en esta vida, en esta tierra, en las cosas que vemos;
-          nos hacen fijar la atención más en la “suerte” que en la salvación eterna;
-          se piensa en cómo vivir sin fatalidades más que en vivir santamente;
-          se piensa que la muerte es como un monstruo malvado y no una simple puerta a la eternidad, como en verdad lo es para un seguidor de Jesucristo. 
-          ya no hay pecado en el horizonte, simplemente se habla de “mala suerte”;
-          ya no hay necesidad de salvación, sino de “protección”;
-          ya no hay campo para la oración, sino para “invocaciones”;
-          ya no importa la conversión personal sino el “cumplimiento exacto” de ciertos ritos, gestos o el uso exacto de objetos que traen “suerte”;
-          ya no hay mandamientos divinos que cumplir sino “cábalas” y “ritos” que realizar sin falta ni tardanza;
-          ya no hay libertad personal sino un “destino” que depende de los astros, de las cosas, de los colores, de los alimentos o de los números;

Pienso que como verdaderos católicos, deberíamos hacer una especie de limpieza total de supersticiones.  Yo propongo que un buen día nos atrevamos a renunciar a cualquier creencia absurda y supersticiosa que en el fondo nos aparta de la confianza en el verdadero y único Dios Vivo: Jesucristo. 

Todo lo que los Evangelios no consideren como válido para salvarnos, no lo debemos aceptar.  Para ello ciertamente habrá que estudiar más la Palabra de Dios, realizar más seguido –si es posible diariamente- la Lectio Divina, por ejemplo.

Cuántas veces he observado que algunas personas que se dicen muy de fe están tan apegadas a ciertas “creencias” que más son supersticiones y necedades.  ¡Cuánta confianza se pone en aquello que no salva ni da vida eterna!  ¡Cuánto tiempo gastado en supercherías!  ¡Cuánto dinero desperdiciado en necedades!  ¡Cuánto miedo y esclavitud por aferrarse a cosas que desagradan a Dios y que son abominación! 

Y no hemos hablado mucho de los famosos horóscopos, absurdas invenciones, necias programaciones, estúpidas predicciones que arrastran a tanta gente a una vida dependiente de cosas que nunca les salvarán ni les darán vida eterna.  Y tantos fetiches, amuletos y demás cosas que se llevan entre las prendas con la finalidad de que todo nos “vaya bien”.  ¡Tanta inútil creencia en energías, chakras, vibraciones, magnetismos, áureas!

Definitivamente, cuando se saca a Jesucristo del corazón, de la propia vida, se vende el futuro a charlatanes y se embarga la vida en supercherías.  También el internet está plagado de cosas así.  Me sonrío al ver o al recibir a veces algunas fotos con mensajes que terminan así: “Envíala a tus contactos en este momento y en nueve segundos recibirás una bendición”.  Lo más probable es que recibas una buena descarga de virus.

Jesucristo ha venido a darnos vida y vida en abundancia, no permitamos que ciertas “creencias” sin fundamento arruinen nuestro camino de salvación y distraigan nuestro espíritu de su empeño por vivir una vida auténticamente santa y ofrendada al Señor.