martes, 11 de octubre de 2011

"En la cátedra de Moisés se han sentado..." (III parte)

III

No digo que esta triste situación de los "creyentes de cofradía" sea la tónica general entre los fieles católicos de nuestro medio. Lo que sí digo es que esa mentalidad está bien extendida en algunos sectores eclesiales y hace mucho daño al mismo Pueblo de Dios, paraliza la efusión del Espíritu de Dios en medio de nosotros, retrasa por tiempo indefinido el Nuevo Pentecostés al que nos llama insistentemente el magisterio de los últimos Sumos Pontífices. Esta mentalidad ajena y extraña al Evangelio paraliza la fe, bloquea la caridad y nubla la esperanza cristiana, infiltra en las venas de La Iglesia un maligno colesterol espiritual y no permite muchas veces la renovación de elementos y miembros en nuestras asociaciones e instituciones religiosas. Y algo muy triste: esta mentalidad ajena al Evangelio bloquea el ansia de santidad en los jóvenes y en las personas que recién se convierten y se agregan a La Iglesia.

El "creyente de cofradía" es el primero que se opone a la renovación en santidad de La Iglesia. Al aferrarse a sus costumbres humanas y al no querer dar paso a la Palabra de Dios él mismo bloquea la novedad del Espíritu Santo, bloquea la conversión de nuestras comunidades y por ello muchas bendiciones se quedan como suspendidas, muchos milagros de vida nueva quedan bloqueados y no terminan de darse. El "creyente de cofradía" teme lo nuevo, se opone a cualquier cosa que sepa a renovación, tiene mucho miedo a la revisión de la fe y de la vida, teme confrontarse con su verdad, prefiere pensar que nunca se equivoca y hace lo posible para convencerse de que él -o ella- ya lo sabe todo y ya lo ha visto todo. Su lógica dominante es la de la prudencia y la de la experiencia: es el más prudente y el más experimentado de la comunidad. Todo lo juzga desde esas dos categorías: prudencia y experiencia, esa es su máxima sabiduría (sabiduría humana, claro, no divina). Por prudente nunca se aventurará a dar paso al Espíritu Santo, no vaya a ser que le muestre un camino nuevo y más verdadero. Por prudente no se aventurará a lo nuevo y por experimentado y adorador de la "experiencia personal" carecerá de sencillez y humildad y será muy difícil que se abra a La Verdad.

Por todo esto necesitamos hacer crecer el Espíritu en nosotros para que ahogue y saque a flote todo lo carnal que podemos tener anidado en el interior de cada uno. Si los creyentes católicos no asumimos este reto tendremos la grave responsabilidad de haber puesto sobre los hombros de La Iglesia un peso muerto que luego será más difícil de llevar y de remover. Y por sobre todo, le habremos hecho un muy mal marketing a la persona viva e inigualable de Jesucristo Nuestro Señor.

Seguramente nos seguiremos topando con la realidad de creyentes que estando en la Cátedra de Moisés no den -espiritualmente hablando- la medida. Lo nuestro será asumir con sencillez y humildad una nueva actitud, más evangélica y más del agrado de Dios para salvar a más hermanos y hacer más fácil el acceso de todos al Reino de Dios.

¿Estamos dispuestos a tomar este reto?

martes, 4 de octubre de 2011

"En la cátedra de Moises se han sentado..." (II parte)


II

Creo que se nos conoce poco a los católicos (fieles, sacerdotes, religiosos y religiosas incluídos) como personas del Espíritu, como hombres y mujeres de Dios. Muchas veces sólo llegamos a dar el testimonio o la imagen de ser personas "dedicadas al tema religioso". Porque estoy seguro de que la distancia que existe entre una persona externamente devota y una persona DE Dios, es muy grande.

Y es aquí donde yo constato con no poco dolor y tristeza una realidad que cunde en algunos sectores de nuestro catolicismo peruano: nos contentamos con ser "creyentes de cofradía". Solemos ser muy "religiosos" pero sabemos poco o nada lo que significa ser gente que vive una seria vida espiritual. ¿Será que los creyentes que quieran vivir una seria vida espiritual están obligados "sí o sí" a migrar a las sectas de tipo oriental donde -entre mantras y yogas- se les infunde una confusa espiritualidad?
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¿Y cómo es un "creyente de confradía"? Es un creyente que tiene estos rasgos:

* Sus "creencias" no modifican su vida práctica. Cree en Dios como quien sabe que existe en algún lugar el planeta Júpiter. Su fe es una cuestión teórica, se trata de saber que existe Dios y punto. Pero esa fe no le mueve a cambiar nada de su comportamiento, él o ella piensan: "Una cosa es mi fe y otra cosa es mi vida, son aspectos distintos de la vida de cada quien, cada cosa en su lugar"

* Tiene algunos signos de devoción. Se persigna, reza un poco, lleva algún detente, se pone un hábito cuando se acerca la fiesta de su patrón, puede llevar al cuello una cruz, una medalla, etc. Pero su fe sólo llega ahí y no da para más. Ni que decir que nunca se planteará el dar testimonio de su fe por medio de sus palabras. Se queda mudo ante los demás, no defiende su fe, ni defiende a La Iglesia de quienes la atacan arteramente, es más: será quizá uno de los primeros que hable mal de sacerdotes o religiosas, el primero que se queje de la misma Iglesia (¡!)

* Ama el dinero y sus placeres. Convierte la fe en un buen negocio, busca ocupar los más altos cargos de asociaciones o instituciones religiosas, no tendrá reparo en lucrar con la devoción de la gente que tiene buena voluntad. Pretende servir a Dios y también a sus propios bolsillos... al final sólo cree en el dios-dinero y usará la fe como escudo protector de su negocio vil y asqueroso.

* Ama las procesiones y las imágenes más que a Jesucristo mismo. Es un experto -o experta- en organizar, dirigir y programar procesiones. Sabe arreglar andas, contratar bandas, adornar cuadros, comprar estatuas, edificar altares, mandar hacer urnas, pedestales; sabe vestir y desvestir santos, coleccionar mantos bordados para luego cuidarlos como se cuida la bóveda de un poderoso banco y vivir poniendo sólo en esas cosas su corazón y su fe. Sin embargo le importará poco o nada Jesucristo en la Santísima Eucaristía o en los demás sacramentos, "Esas son cosas del cura y de las monjas" dirá. Por todo ello será el primero en recibir sacrílegamente la Eucaristía (para que todos vean que sí comulga y es "un católico hecho y derecho") No mostrará ningún respeto de las cosas verdaderamente santas: Los sacramentos. Vivirá pegado y prendido de sus yesos y de sus bultos, de sus cuadros y de sus andas, esas cosas tendrán para él más valor que todo lo demás (aún siendo católico terminará siendo un idólatra auténtico). ¿Vivir en gracia? No sabrá lo que es eso ni sabrá lo que es tener vida espiritual. Su fe no será bíblica: sustituirá la Sagrada Escritura por el libro de devociones. Tampoco sabrá leer los Evangelios, ni le interesará formarse en la fe, ni asistirá a retiros ni jornadas de crecimiento en el Espíritu porque él -o ella- ya lo saben todo y nadie les vendrá a enseñar nada nuevo.

* Tiene doble vida. Su conducta externa frente a la comunidad creyente en general le hará aparecer como una persona correcta y de buenas intenciones, pero por lo bajo su vida se manejará según oscuros intereses y pasiones: "Es mi vida privada" se dirá para absolverse a sí mismo. Al final podrá rezar un poco y a la vuelta de la esquina o en la misma Iglesia -y bien bajito- podrá calumniar vilmente; aprenderá el arte de acercarse a las cosas santas con el corazón muy alejado de Dios: combinará la devoción y la brujería, por ejemplo. Combinará el rezo y el chisme, la adoración y el robo, la devoción y el adulterio, el juramento y la mentira, la bendición y la maldición, el elogio y el insulto, la ayuda y la envidia, la confidencia y la intriga, el "Alabaré" y el "atacaré".

* Curiosamente, no pocas veces se presentará como el defensor de "la más genuina tradición católica" y, cual Apóstol Santiago estará a punto de salir a pasear con caballo y espada en mano para cuidar celosamente las "costumbres" católicas frente al asecho de sacerdotes y fieles "modernistas" que hablan más de Jesucristo Vivo que de tradiciones y costumbres humanas (que él considera más santas que el Santísimo mismo). Por ello mismo no pocas veces será un soterrado impulsor de acciones para cambiar, alejar o quitar de en medio a sacerdotes que los enfrentan y desenmascaran en sus doctrinas poco santas y menos evangélicas.

* Es un vanidoso sin alma y sin gracia. Jesús ya había hablado de ellos cuando dijo: "... Todo lo que hacen es para que los vea la gente... Se pasean por las plazas... les gusta que les hagan reverencias... Ya han recibido su paga..." (Cfr. Mt 6,1-4). Ocupan casi siempre los primeros puestos, les gusta los asientos de honor y se ponen fácilmente "en vitrina" con la "cara de yo no fui". Ofrecen el triste espectáculo de malos remedos de santos sobre los escaparates de la fe.
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(continuará)