I
Desde
hace varios años, me llama poderosamente la atención el gran divorcio que se ha
creado entre los temas que ocupan los diálogos y las discusiones clericales,
por un lado, y -por otro lado- la creciente necesidad de espiritualidad que experimentan
los fieles sencillos y las personas de buena voluntad. Es un fuerte signo de los tiempos que los
clérigos y religiosos católicos mayormente no sabemos discernir.
Definitivamente,
clérigos y laicos vivimos mundos muy distintos.
Y es que:
- Mientras
sacerdotes y religiosos navegamos -no todos es verdad, pero sí una gran
mayoría- en las aguas de una creciente ‘preocupación ecológica’ por “la casa
común”, los fieles sencillos -los creyentes de a pie- se ven muy necesitados de
una interpretación de fe acerca de sus sufrimientos y de lo que les sucede en
el día a día.
- Mientras
clérigos y religiosos nos enfrascamos en programas pastorales con muchos y
rimbombantes ‘ejes pastorales’ -las más de las veces indescifrables y con
visibles prejuicios ideológicos-, los fieles sencillos -los creyentes de a pie-
nos preguntan y se preguntan por la santidad y por la eternidad, por qué es lo
que hay después de la muerte.
- Mientras
clérigos y religiosos estamos metidos hasta la coronilla en discursos acerca de
la ‘sinodalidad’ de moda, los fieles sencillos -los creyentes de a pie- esperan
que sus sacerdotes y religiosos les enseñen a orar mejor, por ejemplo.
- Mientras
muchos fieles sencillos -los creyentes de a pie- encuentran a Jesucristo en
adoración eucarística, varios clérigos e incluso enteras comunidades de religiosos
están como obnubiladas por el yoga, por la meditación zen y por otras prácticas
de la Nueva Era.
- Mientras
que incluso algún obispo afirma que “nadie se convierte rezando ante el
Sagrario”, fieles sencillos -católicos de a pie- experimentan el poder y la
Gracia de Dios cuando oran en silencio ante el Sagrario y cuando adoran en
silencio a Jesucristo en la Eucaristía.
- Mientras
varios sacerdotes -y algún obispo- están como obsesionados por cómo acabar con
el ‘clericalismo’, tanto que ya proponen abiertamente que los laicos sean
párrocos, no pocos fieles sencillos y personas de buena voluntad sólo quieren
ver a sus sacerdotes como… sacerdotes (y se preguntan por qué los religiosos no
quieren mostrarse como… religiosos).
- Mientras
que no pocos sacerdotes y religiosos se esfuerzan por dejar de transparentar a
Dios, muchos fieles sencillos -creyentes de a pie-, se preguntan de dónde les
viene a sus pastores tanto afán por dejar de ser lo que están llamados a ser:
hombres y mujeres de Dios.
- En fin,
mientras que fieles sencillos y personas de buena voluntad ahora miran hacia el
cielo, sacerdotes y religiosos estamos como obsesionados por tener ‘los pies en
la tierra’, absolutamente horizontalizados, tremendamente alérgicos a cualquier
cosa que sepa a ‘verticalismo’.
Y claro,
si así veo que están no pocos pastores, podría deducir ya cómo están las
entidades pastorales:
- Mientras
varias instituciones católicas -parroquias, colegios religiosos, medios de
comunicación, servicios de catequesis, etc.- ahora se han vuelto muy ‘de la
tierra’, los fieles sencillos y la gente de buena voluntad de pronto sienten la
necesidad de una espiritualidad católica alta y profunda.
- Mientras
en muchas parroquias sólo se ofrecen algunas devociones tradicionales y mucha
acción social, los fieles sencillos y la gente de buena voluntad de pronto
sienten necesidad de silencio y soledad para estar con Dios.
- Mientras
a varios sacerdotes y religiosos se les ha metido en la cabeza un desmedido
afán por hacer y hacer cosas sin parar nunca, muchos fieles desconcertados
observan cómo es que en sus parroquias lo que menos se puede hacer es… rezar en
silencio y con calma.
- Mientras
muchas catequesis y charlas de fe están plagadas de palabras ambiguas e
ideologizadas: comprometerse, inculturarse, encarnarse, diversidad, pluralismo,
tolerancia, igualdad, equidad, género, etc., no pocos fieles se ven obligados a
migrar incluso a sectas y confesiones cristianas donde sí encuentran respuestas
claras y definidas a sus legítimas y urgentes necesidades espirituales.
Con
espanto y dolor, he venido constatando cómo es que varios sacerdotes y
religiosos hacen un tremendo apostolado para… alejar de Dios. Es muy duro y triste pensarlo y escribirlo,
pero esto sucede cada día en varios lugares.
Me explico mejor contando brevemente algunos casos reales:
- ¿Aquel
jovencito viene mucho a rezar? Enseguida lo voy a poner para ayudar en el
comedor parroquial para que se le vayan esas ideas de la cabeza.
- ¿Aquella
muchacha viene mucho a la adoración eucarística? Ahora verá, debe aprender a
pisar tierra y dejarse de falsos misticismos.
- ¿Un
muchacho viene para pedir consejo sobre si hacer una promesa de castidad hasta
el matrimonio? ¡Por favor, sé hombre, no
te reprimas!
- ¿Una
muchacha quiere intentar la vida contemplativa?
¡Por favor! ¡Eso ya pasó de moda, ahora la Iglesia es activa y misionera,
estamos ‘en salida’!
- ¿Aquel
grupo pide a su párroco instaurar más horas de adoración eucarística? ¡Qué se creen! ¡Ahora verán cómo desaparecen
sus afanes pseudomísticos!
- ¿Un
grupo Provida pide apoyo de la parroquia? ¡Aquí no es lugar para fanáticos!
He
observado que:
- Mientras
en algunas homilías el sacerdote de turno se enfrasca en un discurso social o simplemente
cultural, los fieles sencillos se preguntan cuándo les hablarán por fin de la
Palabra de Dios.
- En
otras homilías el discurso del sacerdote es tan poco convincente y
extremadamente adormecedor y aburrido, tanto que las personas de buena voluntad
y los fieles sencillos se preguntan por qué aquel sacerdote no predica como
quien de verdad cree y ama a Dios. Y es
que no pocos clérigos al predicar muestran un discurso tan barroco, tan formal
y acartonado, tan políticamente correcto y diplomático, tan lírico y vacío, que
los fieles de a pie extrañan mucho a Jesucristo cuando con sencillez y de modo
directo hablaba a orillas del lago de cuánto los amaba el Padre Dios.
- En fin,
mientras grupos no católicos se empeñan por evangelizar de verdad, los clérigos
y religiosos católicos invertimos demasiado tiempo hablando de la
evangelización, pero sin llegar a realizarla de verdad. Discutimos mucho sobre
programas, documentos y lineamientos, nos llenamos la boca citando textos del
Magisterio, citamos ‘Aparecida’ con abundancia -para estar al día-, pero de
esas interminables reuniones, simposios, congresos y cursos poco -muy poco-
llega a convertirse en evangelización real.
Los más ‘encarnados’ citarán con más profusión ‘Medellín’ y ‘Puebla’,
usando las palabras clave: ‘realidad’, ‘pueblo’, ‘lucha’, ‘historia’.
¿Qué
queda de todo ello? En varias reuniones
eclesiales siento que se le extraña mucho a Jesucristo. Sí, a veces se dice que es muy importante el
encuentro con Jesucristo, pero de ahí a decidirnos por tener más horas de
Adoración eucarística ya hay mucho trecho.
Hasta ahora, por ejemplo, no he conocido una diócesis o una congregación
religiosa en la que todos se hallan puesto de acuerdo para adorar al Santísimo
más horas o para hacer una cadena de oración.
Cuando alguien sugiere acciones de importancia espiritual sólo se
escuchan los grillos como respuesta. No
se nota mucho que seamos una Iglesia que adora y contempla. Esos temas: adoración y contemplación, los
hemos relegado para los místicos, que por otro lado ni conocemos ni nos importa
mayormente que existan. Nuestras
parroquias no están para eso.
Me parece
que a muchos clérigos y religiosos nos han inoculado el ‘virus del realismo’:
nuestros discursos clericales y religiosos están llenos de ‘la realidad de
nuestros pueblos’, estamos muy ‘comprometidos con nuestra historia’, somos muy
‘encarnados’, ‘caminamos con el pueblo’, nos consideramos muy misioneros porque
llevamos comida e impulsamos ollas comunes, repartimos muchos víveres, somos
gente con los pies en la tierra. Por lo
mismo, somos ecológicos, nos gusta mucho todo lo que lleve el mote de ‘derechos
humanos’, nos encanta la frase ‘dignidad humana’ y por eso la tenemos siempre
al día; hacemos incesantes ‘análisis de la realidad’, de ‘la situación’ actual,
nos gusta plantear el FODA, usamos mucho la palabra ‘coyuntura’, nos gusta
además las rimbombantes palabras: ‘perspectiva’, ‘dimensión’, ‘misión-visión’; nos
creemos absolutamente inclusivos porque hasta hemos aprendido a decir ‘todos y
todas’, ‘hermanos y hermanas’ (y también todes, todxs, tod@s, etc.), e incluso
usamos ese vocabulario en los documentos eclesiales; nuestros colores ahora son
el verde, cuando no el rojo o el morado, e incluso el arcoíris (y no me refiero
a los colores litúrgicos, sino a los modernos colores ideológicos que hoy están
de moda, el que pueda entender que entienda).
¿Qué hemos hecho de la Iglesia?
II
A esta
altura de mi reflexión, creo que debo hacer una aclaración: amo profundamente mi
vida consagrada y mi sacerdocio, amo a Jesucristo, amo a mi Madre, la
Iglesia. Me siento feliz de mi propia
vocación, no tengo problemas de identidad eclesial, no ansío ser laico. No reclamo un Concilio Vaticano III, tampoco
añoro el pasado como el camino único para vivir mi fe. Sin embargo, pido a mis hermanos sacerdotes y
religiosos un poco más de coraje y altura para contemplar los signos de los
tiempos. Porque creo que de eso se
trata. Aun cuando hablamos también bastante
acerca de los ‘signos de los tiempos’ no sabemos lamentablemente interpretar un
claro signo de los tiempos: el ansia creciente de vida espiritual que muchos
creyentes y personas de buena voluntad tienen en el corazón. Repito: hemos hecho muy ‘de la tierra’ la
Iglesia, mientras que mucha gente ha vuelto su mirada al cielo. Los clérigos y religiosos hemos
horizontalizado la vida de fe, mientras los creyentes de a pie y las personas
de buena voluntad hoy más que nunca están abiertas y deseosas una vida
espiritual que les ayude a subir hasta Dios.
Estamos muy empecinados por combatir misticismos, pero a la vez no
queremos ver ni corregir modernismos.
Víctimas
de raras ‘teologías’, clérigos y religiosos repetimos sin cesar frases y
palabras, acusaciones y juicios sino errados por lo menos superados hace mucho
tiempo. Me sorprendo mucho cuando se
habla en reuniones pastorales de cosas que a los laicos muchas veces no sólo no
les interesa, sino que simplemente no logran entender. Recuerdo muy bien cuando hace varios años en
un ilustre centro de estudios de teología se organizó un simposio teológico
acerca del tema del Reino de Dios y, entre conferencias y disertaciones, de
pronto una señora intervino muy sorprendida.
Sus palabras fueron, un poco más o menos, estas: ¿Por qué se hacen
tantos problemas acerca del Reino de Dios si es evidente que el Reino es
Jesucristo? Aun hoy recuerdo no sólo el
gesto escandalizado de aquella creyente fiel sino también el rostro asombrado de
profesores y eminentes teólogos. No la
entendieron. Luego de un incómodo silencio
siguieron en sus interminables discusiones.
Hacemos mucha teología de reinos que no son de Dios ni de Jesucristo.
La falta
de objetividad nos gana. Recuerdo un
hecho que hace años contaba muy divertido un profesor de teología. En cierto
lugar populoso de la gran Lima, había un sacerdote muy ‘encarnado’ con su
pueblo. Para ser coherente con sus
ideas, aquel clérigo usaba pantalón de bayeta, ojotas de caucho en los pies,
chullo y poncho con llamas y motivos incaicos… en la gran ciudad. La gente joven y también los mayores miraban
con extrañeza a su párroco, mientras todos ellos andaban en jeans, zapatillas, chompas
o camisetas estampadas y casacas. Él clérigo
aquel quería ser muy ‘inculturado’, pero en un medio en el que esa cultura,
aunque nos duela, no existe más ni es parte de la vida cotidiana de la gente. Hacemos el ridículo cuando perdemos la
objetividad.
De mis
tiempos de párroco me viene ahora el recuerdo y la imagen de una muy moderna hermana
religiosa, ‘inculturada’ y debidamente ‘encarnada’ con ‘las luchas de los pobres’. En las reuniones del decanato (en donde
también participaban todas las religiosas), casi siempre ella tomaba la palabra
para ‘denunciar’ cosas y muchas veces usaba la muletilla de ‘los pobres’ en sus
argumentos. Yo la observaba en silencio,
¿qué veía? Aretes, cabello pintado, maquillaje,
ropa fina y propia de ‘señora bien’, el cigarrillo encendido entre los dedos,
uñas bien pintadas, pañoleta de seda al cuello, piernas cruzadas y actitud ‘bien
empoderada’… y, para coronar el panorama ‘comprometido’ y ‘liberador’: un
automóvil caro y reluciente esperando a la puerta, listo para transportarla en
su ‘labor social’.
Hasta
hace poco tuvimos en el Perú como encargado de la presidencia del país, a un
señor que hacia finales de su gobierno les pedía a sus detractores que le explicasen
qué es ser un ‘caviar’. Curiosamente, él
fue uno de los más gráficos exponentes de la ‘caviarada’ peruana. Vamos a ver: era un tipo aparentemente culto,
pianista, poeta, escritor, con gustos muy refinados para la música y para la
comida, dado a vestir ‘con clase’; tenía un ritmo de vida propio de ejecutivo
de una trasnacional: café a las once del día, periódico, crucigrama,
galletitas, música clásica, etc. Pero,
por otro lado, él mismo era un fervoroso socialista, creyente férreo de la
‘revolución’ cubana, fan indisimulado de guerrilleros y terroristas, defensor
de todo anti imperialismo opresor. Ese es
un caviar: un socialista de palabras vacías, un rebelde de pacotilla, un izquierdoso
engreído, un súper revolucionario que cuida muy bien sus ingresos personales, un
comunista que vacaciona en Europa, un caudillo del pueblo pero que vive como un
real jeque árabe, un socialista que vive como capitalista. En suma: un mentiroso de doble vida.
Pero ¿por
qué hablo del tema de los ‘caviares’?
porque observo que varios religiosos y sacerdotes ‘inculturados’ son en
buena medida también caviares. En mis
más de veintiséis años como religioso, hasta ahora sólo he conocido dos
religiosos consecuentes con sus ideas encarnadas. Pero felizmente he conocido sí, a muchos religiosos
y sacerdotes que -sin necesidad de ser caviares o de acabar ideologizados-
hicieron mucho bien a muchos, sirviendo a Dios santamente y ayudando a su gente
pobre con generosidad. Ellos hicieron
más por los sencillos que tanto ideologizado. Pero qué le vamos a hacer, parece
que estamos en tiempos difíciles también para la opción por la santidad.
A veces
me da la impresión de que quienes hoy queremos optar -legítimamente- por la
oración, por la adoración y el silencio contemplativo estamos obligados a vivir
un poco en la clandestinidad y casi debemos pedir disculpas por no ser tan
‘realistas’ y ni ‘comprometidos’ con la historia. Por ello se da el caso de los grupos e
instituciones centrado en la adoración eucarística y que son exigentes con sus
miembros son vistos fácilmente como fundamentalistas o integristas. Existe una desconfianza eclesial hacia lo
espiritual tan grande -¿o será miedo?-, que no se corresponde con el interés que
debería existir por corregir la mundanidad de los fieles. Se paran las antenas, todas las antenas,
cuando se detecta un real afán de santidad, pero no se hace lo mismo para
corregir afirmaciones cercanas a la herejía o frente a la ambigüedad pastoral
en algunos temas delicados. Y todo esto,
¿no huele a apostasía silenciosa?
III
Las
circunstancias de mi vida y la obediencia religiosa, se encargaron de hacer que
sólo haya sido párroco por dos años y medio, mientras que he sido formador de
religiosos por más de veinte años. Esa
situación me permitió conocer -en mis tiempos de formador- la realidad pastoral
desde otro punto de vista. Gracias a
Dios me encontré en una situación tal que muchas personas de diversas
parroquias e instituciones católicas me buscaban para confesiones, consejería y
dirección espiritual. Con gran asombro
fui constatando que muy pocos sacerdotes y religiosos realmente alientan a sus
fieles a tener una seria y profunda vida espiritual. He visto que el tema no les interesa
mayormente. La gran mayoría de clérigos
y religiosos están como obsesionados por evitar en sus fieles los ‘excesos de
espiritualidad’. Frente a ellos, un gran
sector de fieles vive una vida espiritual que fácilmente podríamos considerarla
como ‘anorexia de alma’. Si los pastores
no tienen vida espiritual, ¿qué podrán inculcar a sus fieles?
He tenido
la bendición de escuchar a muchos fieles de diversas parroquias e instituciones
católicas en coloquios personales. A
partir de esa experiencia he visto claro que se trata de mucha gente que en
verdad ha experimentado el amor de Dios, pero que a la vez -en su gran mayoría-
observan asombrados cómo sus pastores ‘van en otra dirección’. También hay varios fieles que, interpretando
mal el sentido de la obediencia y comunión, poco a poco se dejan ganar por
‘teologías’ o ideologías que heredan de sus pastores. Los resultados de esto son iniciativas
pastorales en las que el clima de evangelio se enrarece, grupos de fe que se
convierten en una especie de sindicatos o comités de partido político
izquierdoso con un vago aire cristiano.
¿Es eso permear las realidades humanas de espíritu evangélico, como lo
indicó el Concilio Vaticano II para misión de los laicos? Si existen clérigos y religiosos
ideologizados -caviares-, habrá también un ‘laicado caviar’, muy comprometido y
encarnado, pero sin discernimiento espiritual.
¿Se cumplirá también hoy aquel reproche que el Señor hace a los fariseos
que cuando encuentran un prosélito lo hacen merecedor del infierno el doble que
ellos?
Clérigos
y laicos en los últimos años hemos aprendido a usar la frase del Papa
Francisco: Pastores con olor a oveja.
Creo que la observación del Santo Padre es buena, en tanto que hay
clérigos que más tienen aire de jefes y fuerte olor de capataces. Sin embargo, se ha mal usado esa sabia frase
del Papa Francisco, a tal punto que ahora sería bueno preguntarse cómo ayudamos
a los legítimos pastores para que vuelvan a tener olor a pastor. El tema de la igualdad se ha convertido en igualitarismo
y el ‘olor a oveja’ se ha convertido en ovejismo. De tanto pretender oler a oveja, varios
pastores han renunciado en la práctica a ser pastores. Se da el triste caso de pastores que no guían
a las ovejas ni las apacientan, sino que animan a sus ovejas a dejarse llevar
por ellas mismas. Pastores reducidos a meros
‘acompañantes’, ‘animadores’, ‘hermanos mayores’ que sólo sugieren pero que tienen
miedo de hacerse obedecer, amigos de consensos o de las opiniones mayoritarias... Si los pastores llegan a tener la importancia
propia de una maceta de corredor, ¿quién los necesitará? ¿Cómo podrá subsistir el sacerdocio si cada
día los sacerdotes se autoconvencen de que su misión no es tan importante como
la de los laicos? ¿Cómo podrá subsistir
la vida consagrada si los religiosos se autoconvencen de que “estamos en el
tiempo de los laicos”?
Durante
varios años me resistí a aceptar la idea, o la realidad, de una posible
infiltración ideológica en el clero y en la vida religiosa católica. Hoy veo que es una dolorosa realidad. No puedo interpretar de otro modo todo lo que
antes he expuesto en este escrito. Recordemos
que la batalla espiritual que se traba en torno a nosotros es fundamentalmente
un combate intelectual, de ideas y proposiciones (lo ha dicho claramente el P.
Fortea, cuya autoridad teológica y espiritual es innegable). Pues bien, creo que con lo dicho hasta aquí
ya se puede ver cuán grande es el daño que han hecho y hacen ciertas ideas que
se han adosado a la mente clerical católica y en la vida consagrada. Porque son ideas sin correlato real ni
objetivo. Esa es en esencia -a mi
juicio- la infiltración que sufre la Iglesia católica actualmente. De las ideas nacen las acciones y quedan las
costumbres. Satanás es muy astuto y,
como todo caudillo de un ejército, tiene también espías e infiltrados en el
ejército contrario. El enemigo de
nuestras almas se viste como ángel de luz para engañar a los hijos de Dios, nos
lo dijo San Pablo (Cfr. 2Cor 11,14). He
percibido esta situación por el ‘simple’ hecho de constatar cómo y en qué
medida se bloquean muchas veces las mejores iniciativas y planes apostólicos,
los mejores proyectos de evangelización.
Existe una voluntad perversa que impide la expansión y crecimiento de
cualquier cosa buena. Muchas veces una
lengua bífida astuta e influyente, una sutil calumnia por lo bajo, una frase
mentirosa pero repetida día y noche, pueden obtener un efecto devastador dentro
de la Iglesia. Enteras comunidades
religiosas fundadas para la mayor gloria de Dios y en honor de la Santísima
Virgen, hoy sobreviven con apenas un hilo de vida espiritual, al estar empantanadas
en frases absurdas, consumiendo medias verdades y guiadas por prejuicios
ideológicos machacados día y noche entre sus miembros. Los centros de estudios para religiosos han
quedado muchas veces reducidos a botín de guerra para ciertos grupos
ideológicos. Y los emisarios del enemigo
parece que se regodean satisfechos cuando logran vaciar un noviciado o
desmantelar un seminario. Se ha llegado
a la triste situación de que apenas se tienen noticias de un seminario o de una
comunidad religiosa con muchas vocaciones y que mantiene una seria vida de
oración y devoción, se lanzan a intervenirla o a desmantelarla poco a poco. Soy testigo de esto. Enteras provincias religiosas han quedado reducidas
a minúsculos grupos de religiosos secularizados y desidentificados, sin norte,
sin fervor, sin esperanza. Son los tristes
logros, los vergonzosos éxitos, las infelices metas logradas por quienes buscan
ante todo destruir todo ‘clericalismo’ o ‘verticalismo’ en la vida religiosa y
en el clero de la Iglesia. Hace muchos
años un Santo Padre dijo que había que abrir las puertas y ventanas al Espíritu
Santo, pero creo que nos hemos pasado de la raya: hemos abierto puertas y
ventanas, pero también hemos desmontado los techos y nos hemos tirado abajo los
muros… y precisamente no es el Espíritu Santo lo que ha fluido.
Hace
varios años, durante algunos ejercicios espirituales, el recordado y querido P.
Ignacio Muguiro (+), nos habló del ateísmo afectivo de los consagrados a
Dios. Esas meditaciones siempre me
impresionaron y movieron a reflexión.
Hoy, varios años después de que fueron pronunciadas, aquellas palabras
de tan benemérito sacerdote y religioso llegan a su cumplimiento. Hoy se ha extendido aquel ateísmo afectivo, y
me temo que está por convertirse en una verdadera apostasía. La apostasía -recordemos- es la renuncia que
hace una persona a su fe religiosa, es el abandono consciente y voluntario de
la fe en Jesucristo. En tal sentido, creo
que no sólo han sido apóstatas los cristianos que se negaron a profesar la fe
por salvar sus vidas de una muerte segura, sino también los fieles y clérigos
que sin haber salido visiblemente de la Iglesia han deformado tanto el
contenido de su fe y entrega al Señor que sirven a ideas y consignas extrañas
al Evangelio y a lo que enseña legítimamente la doctrina de la fe católica,
sobre la base de la Tradición y de la Sagrada Escritura.
IV
A falta
de una seria vida espiritual entre clérigos y religiosos, nos hemos alineado
con el mundo. En este sentido, no me
sorprende ya el observar cómo casi todos los sacerdotes y religiosos han
acatado sin dudar y muy tranquilamente las consignas y las imposiciones que el gobierno
mundial a la sombra ha establecido a raíz de la propagación del “bicho hecho
en China”. Episcopados y diócesis
enteras han acatado de modo silencioso, acrítico, sumiso e inmediato todo lo
que los gobiernos de turno dicen con relación al bicho. Prácticamente, la primera institución
religiosa que ha acatado todo lo que los impulsores de la actual “pandemia” han
dispuesto, ha sido la Iglesia Católica.
Es verdad que hemos visto honrosas excepciones: algunos obispos y
episcopados que han decidido en libertad seguir con los servicios religiosos
casi invariables, defendiendo la soberanía de la fe y con una actitud
razonablemente crítica frente a lo que está ocurriendo.
Hasta
antes del “bicho” los religiosos de muchos lugares derramaban mucha tinta
escribiendo acerca del ‘profetismo’ de la vida consagrada. Apareció el “bicho” y el profetismo se quedó
en el papel. Los ‘profetas afónicos en
la gran ciudad’ cambiaron el discurso y se convirtieron en propagandistas e
impulsores -¿activistas?- de las terapias genéticas experimentales… ¿Es ese el
‘profetismo’ de los profetas de Dios?
Me
sorprende tremendamente la miopía de gran parte de sacerdotes y religiosos, que
renunciando a todo sano discernimiento espiritual aceptan como verdades más que
dogmáticas los prejuicios ideológicos y las imposiciones absurdas acerca del
cuidado de la salud y del tratamiento ante el ‘bicho’. Si en varios temas -por ejemplo- los teólogos
y pastores católicos de moda dan oído a lo que dicen o defienden los cristianos
protestantes, con relación al ‘bicho’ no hay ecumenismo que valga. Y es que, en este punto, se debe admitir que muchos
pastores protestantes y líderes evangélicos han demostrado tener más sabiduría
y discernimiento que los clérigos y religiosos católicos, y así han instruido
oportunamente a sus fieles para que resistan firmes en la Verdad. En el lado católico, hemos visto el triste
caso de algunos párrocos que incluso han establecido que sólo volverán a
recibir fieles en sus templos parroquiales si previamente todos ellos se
vacunan. He visto el triste caso de un
arzobispo ha salido en las redes sociales para establecer que “sólo podremos
volver a celebrar la Eucaristía como Iglesia si todos los fieles se vacunan”. Es decir, de modo silencioso y sin decretos
ni discusiones teológicas se acaba de agregar un requisito para recibir los
sacramentos, más fuerte incluso que el estar en gracia de Dios: tener que vacunarse
previamente. Porque si esto es verdad,
habrá que enseñar a los niños en la catequesis que para recibir la Santa
Comunión deben 1. Estar en gracia de Dios, 2. Haber hecho el ayuno eucarístico,
3. Saber a quién se va a recibir, 4. Haber recibido la vacuna. Del mismo modo, para confesarse, habrá que
explicar a los fieles penitentes que aparte de arrepentirse de los pecados,
tener dolor de corazón, proponer la enmienda, es necesario vacunarse antes de
confesar los pecados al sacerdote… de lo contrario no podrían recibir el perdón
de Dios… Y quizá el requisito para orar ante el Santísimo sea, más que tener fe
en la Eucaristía, el estar vacunado.
¿Alguien sabe si ya se modificó el Código de Derecho Canónico en este
sentido? Pido a los sacerdotes
canonistas que por favor nos informen sobre lo que dice el Código de Derecho
Canónico. Por favor, avísenme, que no me
he enterado de que últimamente se haya cambiado la legislación sobre los
sacramentos en la Iglesia. Quizá mañana
o pasado tengamos que modificar el Credo y decir: “Creo en la Iglesia que es
una, santa, católica, apostólica y vacunada”.
Varios
reconocidos médicos y científicos han advertido que el recibir la Comunión en
la mano no es la solución para evitar los contagios con el bicho, que el
recibirla en la boca es lo más seguro.
Sin embargo, fieles a lo que manda el gobierno mundial a la sombra,
muchos episcopados han asumido la comunión en la mano. Y nadie puede decir nada en contra. Es una orden y se acata en silencio
¡Finalmente todos comenzamos a ser obedientes!
Me
gustaría saber dónde está aquella Iglesia con “los pies en la tierra”, que por
lo mismo debe estar a tono con la ciencia y el avance moderno, ya que en el
tema de cómo enfrentar el “bicho” no ha consultado a la ciencia ni se respalda en
ella, sino que -sin mayor discernimiento- ha obedecido lo que dicen
instituciones dirigidas por personas que no son científicas. ¿Fuentes científicas? Helas aquí:
- El Dr.
Luc Montagnier (+), médico francés y premio nobel de medicina, científico y especialista en el tema de las vacunas a nivel
mundial, ha aclarado que las nuevas cepas del bicho se producen precisamente
por la progresiva ‘vacunación’ de la población… Sin embargo, varios obispos y
sacerdotes salen a las redes a alentar la ‘vacunación’ masiva de los
fieles…
- El
reconocido científico Dr. Robert Malone, inventor de la tecnología aplicada a
la ‘bakuna’ contra el bicho conocida como ARNm, ARN mensajero, ha advertido del
peligro de que la ‘vacunación’ masiva y repetitiva aumente la peligrosidad de
la infección por el bicho… Y sin embargo varios pastores y episcopados “llaman”
e “instan” a los gobiernos a comprar y promover las ‘bakunas’ para todos…
¿Cómo
interpretar todo esto? ¿Dónde quedarán
los miles de afectados por las ‘bakunas’? ¿Qué haremos con los muertos por las
‘bakunas’? ¿Quién los cargará? ¿Quién
asumirá la responsabilidad de las muertes que se producen luego de
inocularse el experimento genético?
¿Quién manifestará caridad para con los afectados de modo grave y
permanente por la inoculación del experimento genético?
La ONU
por medio de la OMS ha sido, es y será la primera responsable de las miles de
muertes y daños permanentes en muchas personas desde la aparición del
bicho. La OMS, ante la evidencia de sus
fallos y discursos falsos ha dicho y se ha desdicho en muchos temas referentes
al bicho. Los primeros que se levantaron
de modo crítico y razonable han sido muchos médicos y científicos honestos,
gracias a los cuales en varios lugares del mundo el miedo y el engaño han sido
vencidos. Y sin embargo, los legítimos pastores
de la Iglesia Católica están muy callados, muy preocupados por decir siempre lo
que es políticamente correcto, escrupulosamente ocupados por no desentonar, muy
afanados por cuidar sus títulos y sus zonas de confort. Pero todavía más, muy interesados en obedecer
ciega y neciamente cada cosa que receta y ordena la OMS, como si lo que desde
ahí se dispone fuesen los modernos y últimos mandamientos de la ley de
Dios. Así pues, a falta de una seria y
evangélica vida espiritual, hemos llegado tener un profetismo de papel, una
coherencia endeble y vacía, una rectitud que no es más solida que una cáscara
seca. Perros mudos que no ladran cuando ven venir al lobo, dice la
Sagrada Escritura (Cfr. Is 56,10-11).
V
Nos hemos
alineado con el mundo, nuestra palabra no tiene mordiente, nuestra autoridad es
enclenque, nuestro prestigio es más apariencia que realidad. Allí nos ha encontrado el asalto del enemigo
con su plan miserable de gobierno y poder mundial. Aquí una vez más se nota la lejanía de
percepción que existe entre lo que viven y observan los fieles de a pie y lo
que el clero y la vida religiosa observa e intuye. Y es que la gente más lúcida de entre los
laicos se va dando cuenta de la existencia del malévolo plan del Demonio para
someter a los hijos de Dios quitándoles la fe en Jesucristo y la identidad
cultural propia. Frente a eso, los
pastores ciegos miran para otro lado.
Hace
algunos años sucedió lo mismo con el avance de la Ideología de Género:
cuando estaba apareciendo esa fea maraña de mentiras pasadas por verdad, varios
sacerdotes y religiosos decían que esa tal ideología no existía, que eran ideas
de fanáticos y alarmistas exaltados, que todo era un prejuicio fundamentalista
de gente muy asustada. Ahora que aquella
maraña ideológica se ha asentado silenciosamente entre nosotros, los pastores
están calladitos, del tema no se habla.
Las conferencias episcopales apenas si dicen algo: de lo realmente
importante no se quiere hablar. Hablemos
del medio ambiente, de la cultura e incluso de la política, pero de esos temas
no. La Iglesia en muchas de sus
instituciones ha adoptado los temas y tópicos propios del marxismo cultural
que se está imponiendo: violencia de género, ecología y casa común, inclusión y
tolerancia. Pero no, no se hable de
pecado, de oración ni de conversión.
Muchos pies sobre la tierra, mucho realismo, pero ¿dónde está el
corazón?
Gracias a
Dios, cada vez somos más las personas que advertimos la configuración creciente
de un gobierno mundial a la sombra, que se está construyendo también
debido al silencio de muchos líderes religiosos, entre ellos muchos legítimos
pastores de la Iglesia Católica. Los que
pensamos distinto, los que tenemos ‘discurso distópico’, durante buen tiempo
hemos soportado en silencio que nos vean y traten como ‘conspiradores’, ‘paranoicos’
o incluso ‘conspiranoicos’. Ahora, a
estas alturas de la expansión del ‘bicho’, si no abrimos los ojos y si no nos
atrevemos a ser críticos con lo que se está tejiendo ante nuestros ojos, nos
exponemos a enfrentar un juicio muy duro de parte de Dios. Como sacerdotes y religiosos, ¿queremos
exponernos a ser los perros mudos que no ladran cuando ven venir al
lobo? ¿Quién ha comprado nuestro
silencio? ¿Quién nos ha robado el
verdadero profetismo? ¿Nos haremos
cómplices del engaño y del genocidio? ¿Vamos a exponernos al castigo divino por
hacer prevalecer la prudencia y las buenas formas por encima del amor a la
Verdad? ¿No nos importa en verdad la vida de muchos hijos de Dios? ¿Quién nos
va a librar de la ceguera que nos mata?
VI
Estoy
absolutamente convencido de que estamos a puertas de un tiempo en el que la
Verdad se mostrará ante nuestros ojos. En
lo personal, no busco glorias ni poderes humanos, quizá porque ya los he gozado
antes de ser religioso y por ello ahora no me llenan el alma ni me
seducen. No tengo mucho que perder. Soy un simple monje que tiene como única
aspiración el llegar al cielo y colaborar a la salvación de las almas. No le temo a la muerte, pero sí al juicio de
Dios y por ello cada día hago lo posible por convertirme un poco más. Siento que si no digo estas palabras no podré
vivir tranquilo. Pido al Señor que no
sean sólo mis palabras, pues preferiría no expresar mis opiniones sobre todos
estos temas ya que por otra parte, estoy convencido de que las opiniones no
arreglan nada.
Pero
quiero expresar también mi esperanza indeclinable. La situación es muy delicada e inquietante,
es cierto. El mal se ha enquistado en el
Cuerpo místico de Cristo. Pero el mismo
Señor purificará a Su Esposa. El
Catecismo de la Iglesia Católica (Cfr. n° 675) nos enseña que la Iglesia deberá
pasar por una prueba final que sacudirá la fe de muchos creyentes, que habrá
una gran persecución a los creyentes, la que desvelará el “misterio de
iniquidad” bajo la forma de una “impostura religiosa que proporcionará a
los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la
apostasía de la verdad” ¿Cabe mayor comentario?
Quiero
aclarar de que estoy absolutamente seguro de la pronta intervención de Dios
mismo en la Iglesia y en el mundo, pues esto jamás podrá arreglarlo el propio
ser humano. El mundo y la Iglesia están
siendo sacudidos como nunca antes y el poder del mal ha hecho posible que el
tejido social del Pueblo de Dios sufra una metástasis de pecado y
extravío. Vista la dimensión del mal que
nos cerca, creo firmemente en la intervención de la Misericordia de Dios y en
un derramamiento del Espíritu Santo sobre toda criatura, sólo esta acción
especial y portentosa de la Gracia podrá rescatarnos de tanto extravío moral y
espiritual. Hace muy poco, Nuestra
Señora, la Reina de la Paz, ha dicho en Medjugorje que está muy preocupada
porque nos mira y ve que estamos perdidos, por eso nos ha invitado a volver a
la oración. Creo firmemente en lo
revelado por Nuestra Señora en Garabandal y en Medjugorje, por ello pienso que
el final del reinado infame y mentiroso de Satanás está muy cerca.
VII
Mientras
espero de todo corazón Su intervención me alegra muchísimo y me emociona
profundamente el conocer y enterarme de la aparición de una nueva ‘hornada’ de
religiosos y sacerdotes distintos, del surgimiento de una pléyade de
comunidades religiosas ‘nuevas’ en tanto que no tienen mucha historia detrás,
pero también ‘nuevas’ porque las anima un nuevo espíritu de santidad y fervor, y
comienzan a regalar a la Iglesia, cada cual con su carisma peculiar, una nueva
primavera de vida consagrada y del sacerdocio.
He podido conocer, gracias a la Divina
Providencia, a varios fundadores o iniciadores de estas nuevas realidades
eclesiales, el tratar con ellos y con sus religiosos ha proporcionado a mi alma
una bocanada de aire puro. Creo que
ellos serán de aquellos que San Luis de Montfort llama “los apóstoles auténticos de los últimos tiempos, a quienes el
Señor de los ejércitos dará la palabra y la
fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos
despojos sobre sus enemigos. Dormirán
sin oro ni plata y –lo que más cuenta– sin preocupaciones en medio de los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos (Sal 68 [67],14). Tendrán, sin embargo, las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la
salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y sólo dejarán en
pos de sí, en los lugares donde prediquen, el oro de la caridad, que es el cumplimiento
de toda la ley (ver: Rom 13,10). Por
último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre
las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo
mundano y caridad evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al santo Evangelio y no a los
códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas; sin
perdonar, ni escuchar, ni temer a ningún mortal por poderoso que sea. Llevarán en la boca la espada de dos filos de
la palabra de Dios (Heb 4,12); sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado
de la cruz; en la mano derecha, el crucifijo; el rosario en la izquierda; los
sagrados nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la
modestia y mortificación de Jesucristo” (Tratado
de la Verdadera Devoción, n° 58 y 59).
Me alegra
también sobremanera el conocer laicos que tienen muy claras las ideas y firme
la fe. Me alegra muchísimo que el sensus
fidei les impulse a perseverar en el bien y en la Verdad, en comunión con
la Tradición viva de la Iglesia. Y
aunque muchas células del cuerpo de la Iglesia ya no tengan más vida, contemplo
gozoso cómo Dios mismo regenera Su Cuerpo Místico por obra del Espíritu Santo
suscitando nuevas ansias de santidad, nuevas iniciativas a favor del bien,
nuevos grupos de fieles que no se han dejado contaminar ni por el mundo ni por
el enemigo.
¡Hay
esperanza! ¡Hay esperanza en medio de la oscuridad! Y, aunque tengamos que pasar
por pruebas muy duras, aunque la gran purificación de la Iglesia recién esté
comenzando y deba ser muy dolorosa, sé que aparecerá luego una Iglesia
realmente evangélica y santa, aunque sea más pequeña en número de fieles. Sé que Santa María, la del Inmaculado
Corazón, lo hará posible, y así podremos esperar el Reino de Jesucristo con Su
Sagrado Corazón. Lo sé. Rezo por ello. Vivo por ello. Es mi esperanza.