Pero también están mis actuales obligaciones: entre clases que debo dictar, personas a las que debo escuchar y atender pastoralmente, y libros que debo leer y que esperan en una larga lista a ser devorados por mí. Y mis días se hacen cortos, cada vez más cortos. Y pensar que hay no pocas personas que se preguntan '¿Pero qué hace un monje allí, encerrado, todo el día?' Las horas se me van tan rápido. Y tengo la bendición de llegar a la noche bastante cansado, agotado.
Tengo varios esquemas de libros por escribir y una fila de artículos por esbozar. No puedo con mi mente ni con mi corazón. Pero, sobre todo, rezo. Rezo y pido al Señor por los que hoy salen en los videos de evangelización, por los que usan de las redes y de los canales para hacer cosas buenas. Hay tantos sacerdotes y religiosos también. Y muchos lo hacen muy bien. Quizá me falte organizarme, no lo sé. Espero alguna señal de arriba. Y sino, no pasa nada, que también sé quedarme a solas con el Señor tratando de orar y de hacerle compañía, y pidiendo por mis hermanos que tanto le necesitan.
Dicen que la Iglesia está revoloteada, y que con el dengue y con los nuevos bichos fabricados para enfermar a muchos la gente lo que más piensa es en cómo evitar enfermarse o morir. Yo pienso que de enfermos ya estamos. Estamos en no sé qué fase de una rara enfermedad que a todo nos va atacando: es la prisa, es la agitación, en la ansiedad existencial que no nos permite parar, ni vivir, ni respirar. Doy gracias al Señor de que tenga posibilidades de todas esas cosas: de parar, vivir y respirar. Que para eso soy monje. Y bueno, es lo que tenía para decir, o escribir.
No sé si volveré a esta ventana para asomarme otra vez ni cuando. Pero para los que aún viven, les pido el favor que me digan si les puedo ayudar con mis palabras.
Dios a todos les bendiga.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario