jueves, 28 de enero de 2010

Dijeron que estaba loco

Desde hace varios años que me ha impresionado y me ha dejado pensativo aquel pasaje del Evangelio en el que se deja entrever que sus mismos parientes consideraban a Jesús, Jesucristo, como loco.
Nos dice Marcos en 3,21: "Salieron para apoderarse de él, pues decían: Está fuera de sí". Juan en el capítulo7,5 no duda en afirmar que ni sus hermanos creían en él, y Marcos 6,3 nos dice que sus familiares y paisanos se escandalizaban de él.
Me parece que no hace falta ser muy culto y estudioso para darse cuenta de que generalmente el mundo ha considerado locos a quienes han superado un poco o mucho la normal mediocridad humana. Es decir: se tildará de loco a quien se atreva a surcar un camino nuevo, un camino distinto; se le dirá loco a quien se atreva a hacer algo que muchos jamás lo hubieran pensado. Y conste que hablo de quienes son tachados como locos por hacer cosas esencialmente buenas y positivas. ¿Qué mal hacía Jesús? ¿Qué mal hacía su cercanía con los menos buenos? ¿Qué mal hacía su franqueza? ¿Qué mal hacía su libertad?
Posiblemente el llamar loco a alguien (a alguien que se atreve a hacer algo nuevo y bueno) es el mecanismo de defensa de quien se siente retado, sacudido o cuestionado por la valentía y la audacia de algún extraño que se convierte así en un indisimulable agresor de la propia comodidad y aburguesamiento.
Nunca he visto una imagen de Jesucristo-loco. Me dijo un amigo sacerdote que él si la había visto hace años y que se la pillaron pronto. Sé que suena poco devoto hablar de Jesucristo-loco pero pienso que puede ser una buena escena del evangelio digna de contemplarse en un retiro espiritual.
Los humanos difícilmente perdonamos a quienes nos demuestran con su vida que hay otros caminos posibles: difícilmente perdonamos a quien tiene una mirada más larga y más alta. Nos cuesta comprender que exista alguien o algunos que se atrevan a surcar nuevos caminos.
Quizá Jesucristo-loco incó en lo profundo de la cobardía de los hombres de su tiempo, esa cobardía que generalmente llamamos prudencia o serenidad. Quizá por ello también los humanos más grandes, los más locos, han muerto violentamente, como apedreados por los que se sintieron incados por su audacia y valor.
Hoy en día nuestro mundo nos suele invitar a volar bajito, nos uniformiza y empequeñece moral y espiritualmente. Cuánta falta nos hacen los locos, los locos auténticos, los que se despojan de sí mismos, los que pagan con su propia persona su locura de bondad y pureza. Necesitamos locos para este mundo dormido.
Que el buen Jesucristo nos contagie siempre más su propia locura, su locura divina y humana, su locura de salvación y santidad.