viernes, 18 de septiembre de 2015

Bienaventurados serán...

Desde que, a los 16 años, experimenté la presencia de Jesucristo en mi vida, nunca me preocupé por lo que los demás pudieran pensar acerca de mis decisiones y del camino que elegí para vivir.  Luego de trabajar como laico en una obra apostólica con niños y familiares, El Señor me llamó a consagrarme a Él dentro de una prestigiosa congregación religiosa católica (Oblatos de San José).  Con ellos aprendí muchas cosas y experimenté lo bueno que es Dios para quien se le confía.  Amé sinceramente todo lo que aquella comunidad amaba e hice todo lo que estuvo a mi alcance para mostrarme como hijo agradecido.  Pero yo no contaba con que en el plan de Dios había para mí una sorpresa que rebasaría ampliamente mis aspiraciones y proyectos personales. 

Cuando estaba por cumplir doce años en el ministerio sacerdotal, Dios me volvió a llamar.  Y ahora la llamada era para iniciar un camino nuevo, que aún ahora, cinco años después de haberlo iniciado, no termino de conocer.  Obrando en consecuencia de un llamado superior, pedí y obtuve los permisos necesarios para alejarme de aquella comunidad religiosa y comenzar este nuevo camino.  Salí de la destinación pastoral donde me encontraba en el más absoluto silencio y dejando todo en orden, facilitando de algún modo la llegada del sacerdote que iría a ser mi sucesor en aquella parroquia.  Puedo decir con toda seguridad que salí de aquella parroquia en el mejor momento de mi trabajo pastoral.  Aun llevando algunas cruces, había logrado varias cosas en el poco tiempo que serví allí (no las voy a enumerar ahora).  Tampoco tuve problemas con mis antiguos superiores: recuerdo que nos despedimos en los mejores y más respetuosos términos, con la promesa de la oración y la seguridad de la amistad en el Señor.  Ellos saben que no miento. 

Sin embargo, también en estas cosas entra a tallar el ‘teléfono malogrado’ y tanto el chisme como la aguda imaginación de algunas cabezas hicieron lo suyo.  A poco tiempo de haberme embarcado en esta nueva aventura, me fui dando cuenta de que ahora mi nombre estaba proscrito.  Luego me enteré, sin proponérmelo, que se habían borrado mis señas y que en algunos lugares prácticamente se había prohibido a algunos grupos de fieles el pronunciar siquiera el primer nombre de este servidor.  Fue así que perdí muchos amigos y los que aún me quedaban se vieron obligados a no conocerme o a tratarme casi a escondidas.  Sé entonces lo que es quedarse solo y casi sin apoyos humanos.  Sé que, aun cuando no cambié de número de celular ni varié de correo electrónico, de pronto muchos o casi todos los antiguos compañeros ya no tenían forma de comunicarse conmigo ni conocían mis datos.  ¿Qué historia oscura o escabrosa se habría inventado y difundido para que varios que hasta hacía poco eran mis amigos ahora de pronto ya no soportaban siquiera que se pronunciara mi nombre? ¿Cuál fue el delito que cometí?  Lo desconozco.  Pero es muy posible que para algunas personas haya cometido el grave desatino de decidir caminar por la senda de la libertad de espíritu.  Sé que fui materia de algunas polémicas y también de conversaciones de pasillos y trastiendas.  Cuando me despedí de mis antiguos superiores se me recomendó no buscar contacto alguno con ningún miembro de los Oblatos de San José por espacio de dos o tres años.  He obedecido fielmente. 

Han pasado cinco años desde que salí de entre ellos.  No estoy resentido.  Tampoco pienso volver atrás.  Estoy tranquilo.  Las heridas que he podido sufrir han sido ya curadas por la mano amorosa y paterna de Dios.  Sólo me queda una sencilla acción de gracias por haber sido llamado a cumplir en mi propia carne aquella palabra del Señor en la que se asegura a los discípulos que serán bienaventurados si proscriben sus nombres por causa del Evangelio. 

No me considero mejor o más grande que nadie, sólo sé que desde hace cinco años se me ha otorgado la responsabilidad de un don que jamás pude seriamente imaginar y que aún no acabo de comprender, y todo esto sin mérito alguno de mi parte.  Si considero, sobre todo, lo que he vivido estos últimos ocho meses veo que vale la pena haber pasado todo lo pasado y tengo por bien sufrido todo lo sufrido.  Las manifestaciones del amor de Dios han sido tan variadas, sencillas, profundas, contundentes y hermosas que ahora veo que camino en la dirección correcta y espero continuar así.

Escribo hoy para pedir la caridad de vuestra oración.  Porque quiero entender mejor el llamado que Jesucristo me ha hecho.  No me arrepiento de las decisiones que tomé por seguir la Voluntad de Dios en mi vida.  Todo lo contrario: sé que fueron las correctas, aunque hayan sido a veces incomprendidas.  Sin embargo, siento que necesito de la oración de mis amigos y conocidos, de los generosos lectores de este sencillo blog, también de la oración de quienes posiblemente no me quieren o de quienes pude haber herido por mis faltas de caridad o por mi poca virtud.  Tengo como una intuición dentro: la de que pronto se debe desatar en mí una vida nueva, un nuevo fuego.  Me siento poco preparado para ello, por eso pido la ayuda de vuestra oración e intercesión.  Oren por mí, para ser dócil a lo que el Espíritu de Dios me pida.

Jesucristo es lo mejor que me ha pasado en la vida y mi deseo mayor es llegar a verle algún día.    

Gracias. 

El Señor les bendiga a manos llenas.


Fr. Israel del Niño Jesús, R.P.S.