jueves, 1 de septiembre de 2011

Una verdad para poquitos

Gracia y paz para todos Ustedes.
Ayer saqué mi cuenta de cuantos son los que vienen a misa dominical allí donde suelo celebrarla e hice un cálculo de cuántos son los que viven por mi zona. Por si fuera poco, cuando salgo a la calle rara vez encuentro a alguno que suele venir a Misa los domingos. Soy un desconocido para muchísimos y ellos para mí.
Varias veces mirando las asambleas dominicales de aquí y de allá veo que en verdad somos tan poca cosa con relación a todos aquellos a quienes parece no importarles el “tema” de Dios. Me he consolado un poco recordando que Jesús dijo que debemos ser levadura en la masa y claro, como la levadura debe echarse en una ínfima cantidad a la masa...
Pero entre los pocos que vienen a misa también las cosas –creo- son como para descorazonarse. No pocas veces al comenzar la homilía dominical ya he visto a algunos -¿o muchos?- que se acomodan para la “siestita” de precepto. Les he bromeado y les he pedido que por favor por lo menos intenten escuchar al presbítero presente y luego de discernir unos segundos si su discurso es importante o no recién decidan y procedan a dormir o a escucharle con gusto. Pero claro, hay muchos -¿o pocos?- que ya durante la lectura de la Palabra de Dios han decidido hacer uso del descanso dominical muy bien arrullados al ronroneo del lector o de la lectora de turno, que por supuesto, leen taaaaaaaan dulcemente.
No tengo mayor comentario sobre la actitud de los fieles durante la plegaria eucarística que reza el sacerdote dado que cuando celebro trato de estar lo suficientemente recogido, también para no angustiarme si compruebo que los fieles presentes están “en otras”.
Pero saliendo del ambiente litúrgico, al observar el panorama del país, el panorama de nuestra Iglesia local, de nuestras asociaciones y grupos católicos, de nuestras comunidades y allegados a las parroquias también me he sentido un poco abatido: parece que el Evangelio es una cuestión de poquitos, una verdad de muy pocos. No sólo hablamos de números, hablamos de acertar a comprender el Evangelio en toda su magnitud más allá de cumplir con la fachada religiosa y cultual que podría prestarnos a engaños.
Cuando pienso en la historia del Perú sucedida en los últimos diez años del siglo pasado (1990 – 2000) me parece que mi tesis de que la fe católica no ha pegado de verdad en nuestra nación, se comprueba fehacientemente. Es triste que en un país que siempre se ha autodenominado creyente y católico se hayan dado casos tan clamorosos que gritan al cielo por la corrupción que han encerrado y por la degradación humana que han representado y representan... y esto en las altas esferas de nuestra sociedad, ¿y qué será lo que pasa entre la gente pobre de instrucción, cultura, fe y recursos?, ¿podríamos decir que entre ellos ha pegado de verdad el Evangelio? Tengo mis serias dudas.
Pero este no es un discurso para desmoralizar a nadie, tampoco es un genérico tirar piedras a cualquiera. Esto sólo quiere llevarnos a pensar que en verdad entender el Evangelio es una gracia tremenda que sólo viene de Dios y que se necesitan corazones abiertos de verdad a su palabra para construir el Reino de Dios.
Hace algunos días un joven me preguntaba cómo andar honestamente en medio de tanta podredumbre. Debo decir que me conmovió aquel corazón honesto que adiviné en aquel rostro sincero. Traté de decirle algo pero me parece que me quedé corto. Jesucristo es la clave: conocerle a Él, seguirle, confrontar la vida con Él, ir a su Evangelio sin glosas y sin panegíricos y sin lirismos llenos de vacía piadosería. ¡Cuánto bien hace al alma conocer a Jesús por su Evangelio! ¡Cuánto bien nos hace conocer a Jesucristo en su palabra y volverle a ver sentado en el momento diciendo, entre otras cosas, «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» Vayamos a Él, pidamos como aquellos griegos que le dijeron a Felipe: «Señor, ¡queremos ver a Jesús!» Vayan amigos, pidan a los sacerdotes que les muestren a Jesús, exíjanselo, es el deber de ellos y es un derecho que todos tenemos: Ver a Jesús.
Hasta la próxima.

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