miércoles, 26 de febrero de 2014

La bendición no se mide en dinero



Estoy bastante impresionado, diría más, escandalizado al ver que ciertas personas y grupos que están metidos en las cosas de Dios suelen medir la bendición del Señor en términos monetarios, en números y cifras, en cuentas y respaldos bancarios.  Seguramente seré yo un ingenuo pero nunca se me ha ocurrido pensar así.   

Gracias al Señor, desde muy temprano me enseñaron -con las palabras y el testimonio de vida- que la santidad más tiene que ver con la pobreza y el desprendimiento que con el acumular cosas materiales o engrosar cuentas bancarias. Y es que no hay matrimonio posible entre Gracia de Dios e intereses económicos.  O se apuesta por la gracia de Dios o se comienza con la idolatría del tener.

Hace casi cuatro años, guiado por la mano poderosa y providente del Señor, me embarqué en una aventura espiritual que hoy es mi vida entera, me refiero a la Obra R.P.S., la que iniciamos y llevamos adelante junto con la M. Karina Mendívil.   Hace algunos meses estando en oración le dije al Señor que acepte mi ofrenda, la ofrenda de mi vida.  Por ello le hice la promesa de vivir y morir pobre, desprendido, desapercibido, renunciando a ese demonio tan sutil que es la ambición de cosas materiales y el afán por tener cada vez más dinero y poner en él la confianza y la esperanza.  He decidido vivir y morir pobre.  Y no porque no me quede otra alternativa, a decir verdad siempre las he tenido, aun permaneciendo fiel a mi vocación religiosa y sacerdotal.  Pido al Señor su gracia para ser fiel a este propósito. 

He visto con estupor y hasta con dolor cómo predicadores, pastores, líderes cristianos y católicos, hasta ministros sagrados, han decidido tener como expresión frecuente el verbo “Prosperar”: tú prosperas, yo prospero, él prospera, nosotros prosperamos, ellos prosperan…  Sé prosperado, te prosperará, debo prosperar, hemos prosperado, tenemos que prosperar; el Señor te prosperará, me prosperará.  Letreros incontables de “Jehová Jhire” o “Yavé Yire”.  Lunes empresariales, martes de prosperidad, miércoles de abundancia, jueves de negocios en la fe, viernes de acumulación de bendiciones, sábado de festejo por las bendiciones, etc. ¿Qué estamos haciendo?  Es una disimulada adoración del ídolo del tener, el dios Mamón, hemos resucitado al dios pagano del dinero y la prosperidad.  También a eso le llamamos "progreso".  Y claro, somos gente de progreso si tenemos más, si podemos lucir más y mejores cosas, si tenemos "lo último" de la moda, de la tecnología, del confort, etc.  

Una idolatría muy actual, la del éxito (progreso, prosperidad, medidos en cifras y réditos).  Es decir que ahora un hombre o una mujer de Dios debe ser, sí o sí, un tío que maneja billete, una tía que presume de ser “nice” o "pipirinais".  Ateísmo disimulado en billetes, que de cuando en cuando van a dar a la canastilla de la limosna o al sobre del diezmo (para luego querer recibir más y más y más).

No.  La bendición no se mide por dinero, no se mide en números. Quien se desespera por dinero en una obra que se supone es de Dios, esa persona no es un creyente, es un interesado, un banquero camuflado, un inversionista con pinta de devoto, un negociante idólatra que mira a Dios como se mira a una vaca lechera.  Quien lo primero que piensa es en el diezmo que puede sacar o en el provecho material que puede obtener por un servicio de fe, quien obra así es un idólatra, no cree en Dios ni en nadie, es un individuo muy peligroso.  

La bendición no se mide en dinero. Jamás los hombres y mujeres de Dios obraron así.  Jamás el verbo “prosperar” o "progresar" tuvo nada que ver con el seguimiento de Jesucristo.  Reto a cualquier biblista aficionado o profesional a que me muestre una sola cita bíblica que diga lo contrario. Porque las verdaderas obras de Dios siempre tuvieron el sello de la pobreza más real, del desprendimiento más efectivo, de una descarada capacidad de compartir sin esperar nada a cambio.   Y ese es el mejor testimonio de la fe, eso es lo que más convence a la gente alejada de la fe: el desinterés, la generosidad, la capacidad de compartir por el hecho de amar y punto.

Jamás Jesucristo podrá aceptar como discípulos y servidores suyos a quienes lo primero que tenían en el corazón era una calculadora y a quienes lo primero que pensaban era en el dinero.  “Busquen primero el Reino de Dios y lo demás se les dará por añadidura”  Parece que aún no lo hemos entendido.  Buscamos dinero, buscamos cosas, buscamos seguridades, buscamos tener, acumular, poseer, guardar, ponerle nombre a todo, sellarlo, marcarlo, “mío” “tuyo”, prosperar, progresar.  Educamos a los niños y jóvenes con esa mentalidad: debes tener mucho, debes traer mucho dinero, debes ser un hombre, una mujer de éxito, debes alcanzar tus metas (sobre todo si tus metas son tener mucho dinero y muchas cosas, hacer muchos viajes, gozarla y pasarla bien para que luego cuando llegues a viejo digas satisfecho: "Fui un hombre, una mujer, de éxito")  y si debes tener un sueño en la vida, pues que ese sueño se mida también en cifras y que tenga varios ceros a la derecha.  Y los educamos a pensar que cualquier sueño, cualquier ideal de vida que no se pueda medir en números es inaceptable, que es una locura, que es un fracaso.  Tantos papis y mamis que se alegran porque el hijo o la hija ya se perfilan como grandes negociantes, grandes profesionales, grandes políticos, gente “de mundo”, gente “con nivel” (entendiendo mundo y nivel, entendiendo "grandeza" como tener harta plata, varias casas, viajes constantes, todo tipo de comodidades, la mesa siempre llena y variada, la ropa de moda “de marca” dicen, y muchos aparatitos que sirven para intentar llenar los vacíos del corazón.  Ah, claro que sí: de cuando en cuando vamos a Misa para pedir a Diosito que nos conserve nuestro dinero y si es posible nos lo haga aumentar, prosperar, dicen).

Oh verdadera pobreza que se mide en desprendimiento, en la apuesta y búsqueda total y descarada de Tu Reino, en confianza ilimitada en el poder de Dios

Oh pobreza evangélica, que se mide en la serenidad ante la escasez material, cuando ya el corazón se ha entregado a Dios con verdad y totalidad y sólo espera en Él. 

Oh pobreza evangélica, desconocida hasta por los propios consagrados a Dios, que a veces acaban pensando que sirven a Dios cuando acumulan, cuando hablan de “mejorar el nivel o la calidad de vida” cuando en el fondo sólo se trata de querer tener más y mejor. 

Oh pobreza evangélica, que eres despreciada cuando se habla de “éxito” y por eso se te pinta con los colores del fracaso, de la mala suerte, de la mala cabeza, de la maldición incluso. 

Oh pobreza misteriosa que eres la que más nos acerca al misterio de Dios hecho hombre: Jesucristo, nacido pobre en Belén, vivido pobre en Nazaret, muerto pobre en el Calvario y Resucitado pobre para ascender libre, desprendido al Cielo. 

Oh pobreza que te traduces en sencillez, en paz, en alegría, en sosiego, en libertad interior de tantas ataduras absurdas y nefastas.

Oh pobreza que rechazas como por instinto toda vanidad, toda superficialidad, toda mundanidad guiada por la concupiscencia del tener y acumular.

No. La bendición no se mide en dinero. La bendición se mide en pobreza, en sencillez, en paz, en pureza, en obediencia, en humildad.

Sí.  Me agrada más un templo sencillo y pobre, unos cristianos desprendidos, unas comunidades en donde es posible y real el compartirlo todo.  Me agrada mucho más el Jesucristo pobre.  Sí.  Sé que antes no pensaba así.  Me arrepiento de todo corazón.  Hoy elijo pobreza con Jesucristo.

Señor Jesús, contágiame de tu amor por la real y verdadera pobreza.  Amén.

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