jueves, 21 de julio de 2011

Hemos encontrado al Mesías

Gracia y paz para todos ustedes. En estos momentos existen en nuestro país varios cientos de jóvenes que están haciendo una primera experiencia de seguimiento de Jesús en vida consagrada. En varios seminarios, conventos y casas religiosas hay jóvenes que han decidido ir y ver donde vive el Maestro Jesucristo y los suyos. Es nuestro deber como gente de fe, como gente de Iglesia, orar por ellos.
Hace unos días vi un grupo de estos jóvenes que entre contentos y asombrados (a veces también un poco asustados) se están atreviendo a decir SI a Jesucristo y quieren optar por la vida consagrada y/o el sacerdocio. Verlos me ha hecho recordar los inicios de mi propia vocación. De hecho aquellos jeans gastados ya no existen, la vieja mochila negra tampoco, aquellas zapatillas ya no están. Y esa vieja guitarra aulladora ya es parte de la historia. Pero me queda aún esa terca ilusión por darlo todo por Cristo, por su Reino en la Iglesia.
Creo que debemos orar para que nuestros jóvenes no permitan que les maten la ilusión. Este mundo en el que estamos metidos es un gran asesino de ilusiones, de esperanzas y de ideales superiores. La mentalidad actual nos adormece y termina por convencernos de que todo está bien así como es.
Encontrar al Mesías, a Jesucristo, en la vida propia es meterse audazmente en la consecución de un ideal que reclama y pide el sacrificio de la propia vida. Encontrarse al Mesías en el propio camino es lanzarse a una aventura impredecible cada día. La alegría de haber encontrado un tesoro es la que no debe dejar de permearnos a cada momento, la alegría de aquel pastor que encuentra la oveja que se le había perdido.
Encontrar al Mesías es encontrar el sentido de la vida. Copio aquí la siguiente reflexión sobre el sentido de la vida, en el cual se ubica la realidad de la vocación religiosa:
Lo importante de la vida no es tenerla, sino gastarla en alguna causa que merezca la pena. Y también, muchas veces, encontrarle un sentido para seguir viviendo. Lo decisivo no es la duración de la existencia, sino llenar de sentido esa existencia. Todos los seres humanos buscan un fundamento para su felicidad. Y ocurre que, si logran el principal objeto de la vida (propósito y sentido), la felicidad «les sobreviene» espontáneamente.
Todo el secreto de la vida consiste en encontrar razones para vivir, para luchar y para esperar. Sólo quien las halla encuentra la felicidad. El hombre está, incluso, dispuesto a sufrir, con tal de que su sufrimiento tenga un sentido. Aquél que tenga un «porqué» para vivir, puede soportar todos los «cómo».
Las fuentes del sentido se hallan dentro de nosotros, y por ello el primer pecado contra la vida es no detenernos —no entrar en nosotros— para descubrir qué sentido tiene.
Tener un sentido es vivir fascinados y apasionados por alguien o por algo que polariza todas nuestras energías, es haber descubierto un tesoro por el cual estaríamos dispuestos a morir, es sentimos incendiados por un ideal que nos permite salir de nosotros mismos y trascendemos, entregándonos a una gran causa o a un gran amor.
Y esa es nuestra vocación, la vocación de los consagrados: ser contentos y felices al haber encontrado al Mesías y salir de inmediato a contárselo a todos sin demora.
Oremos para que más jóvenes encuentren en su vida al Mesías y para que tengan el valor de dejarlo todo por su causa, para que tengan el valor de ir detrás de él, ver donde vive y quedarse para ser sus amigos cercanos.

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