jueves, 11 de agosto de 2011

Un extraño silencio...

Gracia y paz para todos Ustedes.
Hoy comienzo con una pregunta muy seria:¿Qué nos pasa a los creyentes en Jesús? (disculpe quien se siente ofendido por la generalización de entrada). Repito, ¿qué nos pasa a los creyentes en Jesús? Aún no logro entender porqué no hacemos uso de nuestra capacidad crítica para darnos cuenta y combatir un criminal silencio que se ha apoderado de nuestros ambientes de fe. Parece que es un silencio que pocos perciben, es un silencio dañino, es un silencio que mata o en el mejor de los casos adormece tanto que quien lo sufre es ya un muerto en vida.
El silencio éste se apodera de las predicaciones, de las catequesis, de las reuniones de las señoras rezadoras, de las reuniones incluso de religiosos y clérigos de aquí y de allá. Parece que nadie se da cuenta o que nadie quiere darse cuenta para no complicarse la vida. El silencio se vuelve a apoderar incluso de algunos -¿o muchos?- retiros y charlas sacramentales.
A veces también lo he visto en documentos oficiales, en cartas, en declaraciones, en profesiones, en procesiones, en devociones, en múltiples oraciones, en variadas exhortaciones religiosas. Lo he visto inundando calles, plazas, ámbitos de la cultura, del “desarrollo”, de la tecnología, peor aún, lo he visto en los medios políticos. Pero también –se me ha partido el alma al verlo- lo he visto presente en familias modernas, en padres de familia jóvenes, en aquellas casas en donde el vivir es insufrible.
Con dolor, también lo he visto en mi vida, lo he visto en mis conversaciones, lo he visto plagado en fachadas de discreción, de prudencia, en la fachada de las “buenas maneras” que rodean mi vida.
Más que un simple silencio, es una mordaza selectiva para todo lo que respecta a las cosas de Dios, para todo lo que es Dios, para todo lo que es Jesucristo, para todo lo que significa, para todo lo que implica llevarlo en la propia vida.
Hace algún tiempo escuché un lamento muy sentido de un anciano religioso: «Estamos acallando cada vez más a Jesucristo» Sus palabras me resultaron quemantes... pero verdaderas: ¡Qué poco se habla de Jesucristo! ¡Qué poco sale en nuestras conversaciones! ¡Qué poco se nota en nuestras recomendaciones! ¡Qué poco reluce en la vida de los que se dicen creyentes e incluso consagrados o comprometidos!
Estamos acallando cada vez más a Jesucristo. Cuántas catequesis sin Jesucristo, cuántas charlas sin Jesucristo, cuántas misas en la que el único al que no se deja hablar es a Jesucristo. A veces creo que lo hemos amordazado... devotamente, con reverencia, con veneración. Y por ello qué chocante se nos hace el Evangelio cuando le dejamos decir lo que realmente quiso decir desde siempre; qué descubrimientos hacemos cuando alguien nos habla en verdad con el Evangelio en la mano y en el corazón y no sólo con simples moralizaciones.
Qué callado hemos dejado a Jesucristo, quizá ya no quiera decirnos nada pensando que tal vez sus palabras nos causen más aversión o repulsa (Ojalá no sea así). Pienso, estoy seguro, de que el mayor pecado de nuestro tiempo es haber sometido a Jesucristo al silencio, es haberle dejado con la boca tapada. Aunque ese paño que tapa sus labios sea de seda y tenga brocados o esté adornado con hilos de oro se llamará siempre mordaza.
¿Hasta cuándo lo dejaremos tan callado? ¿Hasta cuándo le diremos al oído que en verdad él no sabe nada de la vida humana, de nuestros negocios y de nuestras políticas o estrategias? ¿Hasta cuándo le diremos al oído que él es sólo para las cuestiones “religiosas” o “espirituales” exclusivamente? Jesucristo dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» No dijo sólo: yo soy el camino espiritual, la verdad religiosa, la vida devota. Si Jesucristo es Señor en nuestras vidas, debe tomarlo todo, absolutamente todo, y su voz se debe escuchar en nuestros labios aunque por ello nos quedemos un poco solos o mal vistos, después de todo ¿no fueron de Él estas palabras: «Quien pierde su vida por mí... »?
Hasta la próxima.

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