lunes, 30 de julio de 2007

Uno que intercede por los demás

El informe había llegado hacía unos días. El Jefe estaba, más que molesto, preocupado. Ya había leído todo el legajo y finalmente hoy había decidido proceder. Estaba todo muy claro: esas dos ciudades eran de lo peor, sus habitantes habían hecho todo lo posible por colmar su paciencia y los vicios que en ellas imperaban le habían provocado fuertemente. Era evidente, a esa gente no le interesaba vivir decentemente: no sólo eran pecadores, eran provocadores y desafiantes en sus pecados; tantas veces habían escupido al cielo y se reían pensando que Él no haría nada finalmente, porque "es buenito". Le provocaban, como cuando la mujer infiel se pasea con el amante delante del esposo...
En los pasillos del palacio supremo, el aire estaba tenso, todos sabían del drama de esas ciudades. Sabían los del equipo que El Jefe era bueno pero ya esto era demasiado, nadie se atrevía a decir nada más sobre el asunto. El Jefe era la bondad misma y por eso estaba preocupado, porque esas ciudades se habían buscado su ruina con un empeño sorprendente, se dirigían derechitas y contoneándose, meneando las caderas, al fuego mismo.
De pronto entró en las instalaciones del alto mando ese amigo del Jefe, todos lo saludaron cortezmente, algún funcionario trato de decirle algo del problema y él lo cortó diciendo que sabía del asunto y que quería conversar de ello con El Jefe. Apenas lo vio, El Jefe se alegró, como que necesitaba ver a un amigo, siempre es bueno ver a un amigo en momentos difíciles. Luego del apretón de manos y de algunas palabras, El Jefe comunicó a su amigo lo que pensaba: La acusación contra esas ciudades es muy seria y grave, voy a... destruirlas. Abraham, que así se llamaba el amigo, contuvo un poco la respiración, sabía lo que eso costaba al corazón del Jefe, él no se alegraba de la muerte del pecador pero lo habían provocado ya demasiado. Pensaba rápidamente si algo se podía hacer todavía, era experto en ver el lado positivo de las cosas, siempre lograba ver algo bueno en las personas y en cada cosa, por eso se llevaba bien con El Jefe, porque éste había hecho todas las cosas muy buenas. Pero, claro, últimamente un tufillo extraño y horrible lo estaba invadiendo todo, ¿cómo era posible ser tan desalmados, tan descarados? Y recordaba que varias veces había estado por esa ciudad de paso y... ¡claro! ¡lo tenía! Y carraspeó y dijo:
- Disculpe, mi Señor, pero... yo conozco una comunidad de gente muy buena que vive en esas ciudades, son buenos en verdad, son justos. ¿Te atreverás a castigar y eliminar a esos 50 justos junto con los demás pecadores? Lejos de tí hacer eso, no puedes hacer que corran la misma suerte los justos con los pecadores...
Abraham dijo esto por la gran confianza que tenía en El Jefe y sabía que él le escucharía. El Jefe lo miró y comprendió que su amigo tenía razón y que si él decía que había un grupo de justos entonces no era propio eliminar la ciudad toda con ellos y entonces en razón de esos justos perdonaría las ciudades.

- No, en razón de esos 50 justos no eliminaré la ciudad.

Abraham respiró aliviado por todos esos amigos que tenía. pero luego de unos segundos pensó: Aunque viéndolo bien, creo que no son 50, porque está ese señor que no es tan bueno que digamos, ese que habla mal de los demás, luego está esa señora que odia a muerte a la otra señora que antes fue su amiga, claro, ah, y están esos dos muchachos que no van bien, yo les he hablado pero no se convencen...

Y llegó a la conclusión de que no eran 50 sino más bien 40. Se frotó la cara y dijo al Jefe:

- No se enoje mi Señor, pero ¿y qué tal si son sólo 40? ¿Vas a destruir esas ciudades sin importarte que hay en ellas cuarenta justos?

- Por esos 40 justos no las destruiré, tenlo por cierto.

Pero seguía pensando y, caray, se dio cuenta de que también habían algunos más que solían tener una doble moral, claro, esos que aparentaban ser muy buenos pero que en el fondo no eran de Dios y se atrevio:

- Mi Señor, estaba pensando que no son cuarenta sino treinta, ¿podrías reconsiderar las cosas y no destruir esas ciudades en razón de esos 30 justos?

El Jefe sonrió y le dijo:

- De acuerdo, por esos 30, no destruiré las ciudades.

Abraham siempre había sido un tipo positivo, siempre había pensado bien, pero ese día como que tenía un ataque de descarnado realismo y se le vinieron a la mente algunas cosas que había visto: que varios de esos justos no lo eran tanto, que habían hipócritas, que habían adúlteros, que había gente que odiaba... carraspeó y enjugando un repentino sudor, dijo:

- Mi Señor, mira, ehhh... Yo quisiera saber... ¿Qué pasaría si fueran 20? ¿destruirías las ciudades incluidos esos 20 justos?

- No Abraham, por esos veinte se salvarían las ciudades, descuida.

El servidor y amigo respiró aliviado. Pensaba que todo acabaría allí, pero ¡ayyy! ¿Qué le pasaba hoy? Se quedó pensativo, ¿y si son sólo diez? No dudaba de la bondad del jefe, es que le dolía la escasez de gente realmente buena, la escasez de gente que no había doblado la rodilla ante ningún ídolo. El Jefe lo miró y entendió:

- Son 10, ¿verdad?

- Sí, Mi Señor, son sólo diez.

- Descuida pequeño, por esos diez se salvarán las ciudades, no temas.

Y El Jefe terminó reanimando al amigo fiel.
Y El Jefe pensó que por esos diez justos valía la pena dar una oportunidad a esas ciudades.
Y El Jefe tenía la esperanza puesta en esos diez justos y por ello esa noche durmió tranquilo.
Y abraham, por su parte, pensó que al Jefe no le gusta la muerte del pecador sino que cambie de conducta y que viva.
Y esa noche, aunque en muchos lugares de esas ciudades la gente seguía en sus pecados, habían 10 justos que vivían respetando y agradando a Dios.
Y El Jefe los miró con alegría, con cariño.

(Para pensar:
¿Existirán en nuestras ciudades "diez justos" por lo menos?
¿Qué podríamos hacer para que su número aumente?
¿Hasta qué punto es necesario un intercesor ante Dios mismo?
¿Qué pasaría si a uno a o muchos de esos inicuos pecadores no les interesa convertirse pensando que basta con que otros recen por ellos para salvarse mientars ellos siguen encharcados en su lodo de pecado?)

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