domingo, 5 de agosto de 2007

«La gastritis nuestra de cada día»

El día estaba un poco soleado y aquel hombrote entró corriendo donde estaba El Maestro y le dijo: «Rabí, por favor, mi hermano se ha quedado con toda la herencia de mi padre que murió ayer, dile que me dé lo que me toca, por favor, a tí te hará caso...»
El hombrote lloriqueaba y Jesús, contrariamente a lo que él pensaba, le miró y le dijo: «Amigo, yo no soy conciliador extrajudicial ni soy juez, lo siento»
El hombrote estaba desconcertado, él había pensado muy sinceramente que Dios era para eso, que Dios era un buen seguro de vida, que Dios era el mejor vigilante de sus cosas, él oraba cada día para recibir "la bendición de Dios" y eso le contentaba, él estaba seguro de que "la bendición de Dios" era que tuviera dinero suficiente, que tuviera las cosas necesarias (y si era algo más, mejor), él siempre había pensado así. Y ahora resultaba que El Maestro no le quería ayudar.
Y Jesús, El Maestro, sintió una vez más ese dolor que le atravesaba el alma cada que observaba a alguien tan amarrado a sus cosas, a su dinero, a sí mismo. Hacía unas semanas nomás aquel otro muchacho se había puesto muy triste cuando le dijo que era preciso que vendiera todo y se lo diera a los pobres si quería ser su discípulo...
Y dijo a los presentes: «Amigos, qué difícil es para cualquier ser humano atreverse a ser libre de verdad. Cuánto atan las cosas y la codicia. Si supieran hoy lo que significa ser libres!!!»
El hombrote se preguntaba que significaba eso de libertad, él sólo tenía una preocupación: recuperar la parte de herencia que le correspondía y punto.
Y el Maestro continuó diciendo: «Muchachos, no sean necios como aquel gran señor que murió la semana pasada, ¿se enteraron? Aquel gran señor la misma tarde de su muerte había proyectado construir unos almacenes más grandes, había ya comprado un montón de cemento y fierros, tenía el personal listo y estaba muy procupado en construir, incluso había pensado contratar tres cuadrillas de obreros para que la construcción sea sin parar y tenía una única ilusión para cuando acabara todo: tumbarse a descansar y decirse: "Eres un tipo muy inteligente, ahora sólo come, bebe y túmbate a ver los 457 canales de TV que tienes en casa, duerme cuando quieras y goza de todo lo que puedas gozar". Pero la ilusión le duró poco a ese gran señor, esa noche se murió y seguramente le habrá pasado lo que a ese otro epulón que nunca dio de comer a Lázaro, el mendigo que tenía a su puerta, ¿se acuerdan?
Ustedes no se imaginan cómo les va al otro lado de la cortina a los que no se hacen ricos en Dios».
Y añadió: «Si tuvieran el valor y la valentía de considerar a Dios como su tesoro... Si consideraran a Dios como su mayor y mejor riqueza... Si Dios fuera de verdad vuestra riqueza... Yo les aseguro que conocerían La Verdad y serían libres y felices...»
En ese instante, Felipe, ese buen apóstol, se le quedó mirando y aunque no entendía muy bien el tema le pareció de saborear algo de La Verdad y sonrió al Maestro.
Y El Maestro le devolvió la sonrisa... y supo que, aunque sean pocos, siempre existirán los que se atrevan a decir Sí a Dios aunque no todo lo vean claro... y agradeció a Su Padre de que siempre existan algunos que estén dispuestos a arriesgarse para tener a Dios como el tesoro de la vida.
Y el hombrote, mientras tanto, se fue a buscar un juez y decidió desde entonces ser agnóstico y librepensador... Y gozó también de una gastristis crónica y de unas cuántas úlceras por ahí, ustedes saben, de algo se tiene que sufrir, total, la culpa la tenía su hermano, ese que dicho sea de paso, al final no le devolvió ni el saludo.
(Cuántas gastritis, úlceras, stress, depresiones, nerviosismos, imsomnios menos tendríamos si pudiéramos encontrar en Dios nuestra única riqueza y nuestra verdadera paz...)

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