viernes, 1 de mayo de 2009

Juan

Luego de echar unas cuantas miradas a los evangelios, una de las cosas que más sorprende en Jesucristo es su tremenda generosidad. Pareciera que su corazón se derrama y se abre como un torrente de bondad ante cualquier gesto de apertura, de sintonía con él, así se trate de algo pequeño, de una mirada confiada, de un detalle sin palabras. Y no hay duda que la generosidad del corazón de Jesucristo es infinita.
Y una de las cosas que nos deja pensando es que Jesús es tajante al decir que sólo los que son "como niños", sólo ellos entrarán en el Reino de los cielos. Nótese que no dice "los que son buenos", "los que se portan bien", "los que no hacen mal", sino: "los que son como niños".
Y ese es el gran misterio de nuestro seguimiento de Jesucristo: Que por lo general cuando esuchamos eso simplemente no le damos importancia, nos parece una "cosa de niños", una cosa de poca monta, una cosa accesoria. Generalmente nos enfrascamos en moralismos sin fin, en establecer normas y seguir tradiciones o incluso en cuidar imágenes, pero aquello de "ser como niños" ni lo entendemos bien ni nos interesa grandemente, "hay cosas más importantes" después de todo, según nosotros.
Y sin embargo en el "ser como niños" está la clave de una verdadera imitación de Jesucristo, de un verdadero camino de santidad. Y para ser como niños habrá que detenernos a contemplar con calma y paciencia las actitudes, los gestos y las disposiciones de los niños, de los pequeños, de los inocentes.
Yo doy gracias a Dios por el hecho de que Él se me ha manifestado muchas veces en la presencia, en la voz, en el cariño y en la alegría de los niños. No le pido a Dios manifestaciones ni signos extraordinarios para caminar en la fe o para creerle, me basta contemplarle en los pequeños, en los inocentes. Sus sonrisas, sus palabras, sus juegos han sido y son para mí los mejores signos de la presencia de Dios, de su cercanía y también de su cariño incondicional. Y viéndolos me parece entrever mejor el corazón de Jesucristo, me parece que le entiendo un poco mejor, se me torna más claro aquello de ser "como niños" y pienso, si no es falta de respeto por Él, que Jesucristo fue siempre un niño grande, o mejor: un grande con alma de niño.
Hace unos días nomás estuve visitando una pequeña comunidad campesina ubicada a más de 3 mil metros de altura. Era una mañana cubierta de neblina y fina llovisna. Luego de saludar a las autoridades y profesores de la escuela rural me dirigí a la capilla. Al entrar, se me enterneció el corazón al verla repleta de niños pequeños. Niños pobres, hijos de campesinos, con sus ojotas, vestidos pobremente. Me emocioné más y tuve que hacerme fuerte al sentir que me aplaudían y me miraban como si fuera yo una gran visita. No me siento grande ni mucho menos tan importante. Pero aquellas caritas con los ojos bien abiertos me cautivaron. Luego de algunas palabras y de confesar a algunos que eran mayores, me dispuse a comenzar la Eucaristía. Cantaban fuerte y muy decididos y aunque quizá ese corito no era el de la Capilla Sixtina, a mí me parecía estar probando un poco de cielo adelantado.
Yendo adelante en la celebración reparé en el rostro y en la mirada de un niño pequeño que estaba en la primera banca, a sólo un metro y algo del altar de misa. Yo lo miraba de rato en rato para ver cómo él miraba lo que yo hacía. Aquel pequeño tenía los ojos bien abiertos, casi diría que se bebía con los ojos cada cosa que yo hacía. Pero no sólo miraba, todo él estaba metido en cada rito de la Misa, estaba como extasiado, sus manos tan pequeñas se habían quedado como suspendidas en algun gesto que estaba por hacer pero que quedó a medias porque sus ojazos estaban comiendo y bebiendo las cosas de Dios. Yo estaba impresionado.
Al momento de la homilía pude notar que él me seguía con la mirada, se reía y asentía las cosas que yo iba diciendo, diría que él gozaba cada cosa y que era libre por ello. Él disfrutaba ese momento de Dios, se sentía feliz. Y así transcurrió la misa: él estuvo atento a todo y no se perdió nada.
Al final de misa ellos cantaban y luego de aprender una canción que les enseñé iban saliendo para volver a la escuela. No pude aguantar más y lo "capturé": "¿Cómo te llamas?" Con esos ojazos bien abiertos y sonrientes me contestó: "Juan" y se fue corriendo. Luego intenté encontrarlo en el recreo de la escuela pero ya no lo ví más.
Quizá los niños pequeños como Juan entienden mejor aquello que dice la Biblia: "Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas..."
Así habrá sido y debe ser el corazón de Jesucristo.

Juan: Donde quiera que estés, te agradezco por tu alma clara y por ese modo de meterte en las cosas de Dios. Gracias pequeño porque eres una hermosa transparencia de Dios, gracias porque muy seguramente sabes lo que significa ser "como niño" y porque te pareces mucho a Jesucristo.
Gracias Juan, nunca pierdas esa alma grande y abierta para con Dios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que hermoso es poder "Maravillarse" de cuanto acontece en nuestra vida, es la mano de Dios la que escribe nuestro día a día, es Él quien a cada momento nos regala pedacitos de cielo en nuestro presente. Que bello es poder tener los ojos bien abiertos para poder contemplar y gozar a cada instante el Amor que Dios nos tiene. Gracias por su compartir, nos llena de esperanza y búsqueda incansable para abandonarnos al querer Divino y ser como niños alegres y confiados en los brazos de su Padre Dios.