domingo, 27 de enero de 2013

Comunión



“Que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y Yo en ti”  fue la súplica de Jesucristo en la noche de las despedidas, antes de padecer.  Y Su Voluntad y Su Voz sigue estando en pie, desde hace dos mil años y lo seguiré siendo hasta que vuelva glorioso.  Y creo que es una tarea pendiente al interior de La Iglesia, algo que siempre está haciéndose y está por hacer.  Y creo que también es la tarea más difícil que puede haber: Trabajar para que todos sean uno.

Y es también verdad que el enemigo de nuestra salvación, el diablo, sabe cómo hacer posible la “ex comunión”, es decir: sabe perfectamente que lo mejor para sus intereses es lograr que los seguidores de Jesucristo estén desunidos y hasta enfrentados, fuera de la comunión.  Y entonces los hermanos resultan siendo rivales y se miran y tratan con desconfianza.  “Divide y reinarás” dijo.  Y lo sigue haciendo.

Me impresiona saber que ésta tarea ardua, dolorosa y sufriente está encomendada al Santo Padre, y por extensión a cada Obispo de La Iglesia.  Y también cada sacerdote, diácono, religioso y religiosa participan de esta misión de hacer posible la comunión al interior de La Iglesia.  Y caigo en la cuenta de que para lograr la comunión en una comunidad creyente, en cualquiera, el pastor de turno debe hacer lo que Cristo hizo: poner la vida, el cuerpo y la sangre para “hacer de los dos pueblos uno sólo”.  Y ello significa también hoy derramar la sangre y partir el propio cuerpo: sufrir, padecer, morir para esperar resucitar, para hacer que los otros resuciten – si también quieren padecer y morir a sí mismos-.  Y comprendo mejor la tarea de los pastores de La Iglesia: dar la vida, mística e incluso físicamente.

Desde luego, es una tarea poco codiciada, muchas veces descuidada, incómoda, comprometedora, martirizante, crucificante, y…  vivificadora.  Todavía más cuando el enemigo, el diablo, meterá en las mentes de algunos seguidores de Jesucristo cosas como la sensación de ser perseguidos o hasta “maltratados” por sus pastores, para terminar poniéndolos en una situación de contrapartida ante todo lo que sus propios pastores les enseñan, dicen u ordenan.

Siempre me ha impresionado espiritualmente advertir esos movimientos subterráneos del enemigo, ese “divide y reinarás” puesto en acto.  Siempre me he sentido un poco asustado cuando me ha tocado observar lo que el enemigo ha puesto en el corazón de varios fieles (miembros de comunidades eclesiales).  Me refiero a esa “desobediencia cordial”, ese orgullo que reclama la libertad de no ser exigido; el defender la libertad para no tomarse en serio el Evangelio (¡!); el reclamo del pretendido derecho para no recorrer de verdad una auténtica vida espiritual.  El diablo juega magistralmente poniendo en el corazón de algunos seguidores de Jesucristo el orgullo de no aceptar ninguna corrección y el amor propio suficiente como para sentirse víctima ante las advertencias de sus pastores, los pastores de La Iglesia.  Y se repite esa extraña historia en que las ovejas reclaman su derecho de perderse y de irse detrás del lobo, convirtiéndolo en su nuevo pastor.  ¿Puede haber algo más triste para el corazón de un pastor que el ver a algunas o varias de sus ovejas irse contentas y enamoradas detrás del Lobo?   Y se repite también aquella vieja historieta de la “mamá mala”, mala porque corrige, mala porque te dice tus cosas –cosas que no quieres escuchar pero que sabes que son verdad-. 

Y pienso ahora en tantos teólogos rebeldes, varios –incluso- sacerdotes, religiosos y religiosas que “se rebelan a Roma”.  Pienso en tanta gente que se siente perseguida sin serlo en verdad; tantos que se ponen en actitud de contraposición al Santo Padre, al Papa; pienso también en tantos fieles que se ponen en desobediencia a sus obispos, a sus párrocos; tantos fieles laicos, seglares, que actúan a las espaldas, insinceramente, o en paralelo a lo que sus directores espirituales –sus pastores- les enseñan o exigen.  ¿No es acaso corriente oír a los rebaños hablar mal de sus pastores?  ¿No es común la murmuración solapada?  ¿No es común rebajar a categoría de opinión lo que es en realidad enseñanza de la verdad?  (La enseñanza de la verdad es algo propio de los pastores de La Iglesia: El Santo Padre, los Obispos, y los sacerdotes y religiosos por participación).

El diablo es muy astuto para romper la comunión.  Me decía hace algún tiempo un santo amigo sacerdote que muchos se creen Pablo, pero yo sé que sólo existe un Pedro y está en Roma.  Y es verdad, muchos se creen profetas capaces de criticarlo todo y hasta corrigen a Pedro, pero qué pocos saben en serio obedecer.  Hasta ya se percibe la palabra obediencia como “mala palabra”.

Y sí, es difícil la comunión, porque al final nos cuesta mucho el renunciar a nosotros mismos.  Pretendemos ser seguidores de un Crucificado pero… a la distancia, sin subirnos a ninguna cruz.  Pretendemos tener a Jesucristo como absoluto, pero claro: conservando “algo” –o mucho- de nuestra vida, de nuestros gustos o intereses personales (¿Alguien ha visto algo más absurdo que una ofrenda total pero con “reservas personales”?).   Y es que el diablo sabe cómo lograr nuestro estancamiento espiritual, nuestra mediocridad de vida interior.  Porque es mediocre todo aquel que no hace total su ofrenda.  Y tantas veces la ofrenda no es total porque falta la comunión con los pastores, porque aún se sigue considerando al lobo como “buena gente”, porque aún se sigue pensando o viviendo en plan de hacer unir “lo puro con lo impuro, Jesucristo y Belial”, como diría San Pablo.  Si no hay totalidad en la ofrenda, no hay comunión con Dios ni comunión con los hermanos tampoco.

Estar en comunión unos con otros, estar en comunión en La Iglesia significa llegar a pensar y sentir lo mismo, guiados por el Espíritu Santo.  Y para pensar y sentir lo mismo es más que necesario el saber renunciar a sí mismos para dar paso al Espíritu que habla por quienes ha constituido pastores y profetas.  Tantas veces en la historia de Israel el pueblo no aceptó la palabra de los profetas, de sus pastores.  Rompieron la comunión, pecaron contra Dios, murieron cerrados en sí mismos, tuvieron sus reservas.

Y a esta altura viene bien poner en relación la Fe con la Comunión.  Porque, bíblicamente hablando, tener Fe significa adherir a la Palabra de Dios, que es proclamada por los pastores y profetas.    Adherir de modo auténtico significa poner el corazón, la mente, el alma, las fuerzas y todo el ser en lo que se nos está diciendo de parte de Dios.  Y eso es estar en comunión.  La Fe –auténtica, fuerte, apasionada- produce la comunión.  Las faltas a la comunión son ante todo faltas de Fe.  Si no me adhiero a la palabra que Dios me dirige por medio de los profetas y pastores, no me adhiero a Dios mismo.  Crear divisiones, impulsarlas o seguirlas es dejar de tener Fe, porque ya no existe adhesión cordial a lo que Dios me dice.

La fe y la comunión están en torno a La Verdad: Dios mismo.  Los pastores que Dios elige y consagra son servidores de La Verdad, esa es su responsabilidad.  No por nada se dice, por ejemplo, que los Obispos poseen el carisma de la Verdad.  Y los sacerdotes, así como los religiosos y religiosas, son colaboradores en el servicio y el testimonio de La Verdad.

Cuán importante es orar por la Comunión en La Iglesia: Sentir y pensar lo mismo para servir a La Verdad.  Y ahí estará siempre de por medio la obediencia, la docilidad, la disponibilidad a cumplir el Divino querer.  Seamos constructores de comunión en La Verdad.

Señor Jesús, ayúdame a ser constructor de la comunión.   
Ayúdame a cargar con sencillez las cruces que esta misión me impone.   
Ayúdame a servir a Tu Verdad, que siempre será lo mejor para mí.   
Te amo, me adhiero a Ti, quiero vivir y morir fiel a La Iglesia, fiel a Ti.   
Amén.  

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