domingo, 20 de enero de 2013

Vibraciones, magnetismos y energías...


Alguien dijo por ahí que cuando se deja de creer en Dios (Dios revelado por Jesucristo), se comienza a creer en cualquier cosa.  Creo que es una afirmación muy acertada.  Y más todavía en estos tiempos en que con facilidad se oye hablar de cosas extrañas a la tradición cristiana: vibraciones, auras, magnetismos, energías, chakras, etc.  Y es todavía más sorprendente que quienes usan este vocabulario o creen en lo que éste supone, se definen creyentes y católicos.  ¿Es sólo una cuestión de “nuevo lenguaje”?  Pienso que el lenguaje sólo transmite lo que de fondo se cree.

Creer en este tipo de cosas ya mencionadas no sólo es “un modo de decir”, es falsear la auténtica fe cristiana y católica.  Por principio: Dios no es una energía, es un ser personal que me ama y te ama.  Dios no es una conciencia, es amor.  Y amor con A mayúscula: Amor.  Pero no es sólo una idea, un “sentimiento”, un vago éter, un gas, un fluido especial.  Dios es un ser personal, inmenso, amable, creador, supremo, infinito, más grande que la vida misma.

Si Dios fuera una energía, simplemente, queda de lado Jesucristo, queda de lado su pasión, muerte y resurrección, no hay un pecado que redimir, no hay un redentor que esperar y aceptar, para qué tanto lío con la oración y la Biblia… 

Si la vida espiritual fuera un continuo buscar vibraciones, entonces ya para qué confesarse, para qué convertirse del pecado, es inútil la gracia de Jesucristo, no tienen ya espacio los sacramentos… 

Si lo más importante que puede hacer un creyente es “limpiar su aura”, pues entonces a creer también que los santos fueron gente de aura refulgente; a creer que tener vida espiritual es hacer de todo: yoga, meditación trascendental, mentalismo, canalización, meditación zen, hipnosis, para limpiar la bendita aura y activar la “conciencia”…

Si lo más importante es atraer energías con la mente, entonces Jesucristo era un mentalista (Y, que yo sepa, Jesucristo no fue un mentalista ni un iluminado, ES DIOS ENCARNADO).

Es la tentación de atrapar a Dios con la mente y lograr la iluminación con las meras fuerzas humanas, ¿el resultado?: Somos pequeños diosecillos vagando por este mundo.  Es la vieja tentación humana de creer que la mente, el intelecto, las ideas o las fuerzas humanas pueden permitirnos llegar a ser como Dios.  ¿Recuerdan la vieja tentación de la serpiente al ser humano? (“Seréis como dioses”).  En filosofía se le llama así: GNOSIS.  En el ambiente teológico clásico de la fe católica se le llama: Herejía del gnosticismo.  El viejo gnosticismo de hace muchos siglos con disfraz moderno y “cool”, gnosticismo light, gnosticismo “pipirinais”, gnosticismo pituco, para “sentirse bien”, gnosticismo que te da “level”.

Escribiendo de todo esto, se me viene a la mente lo que significa la palabra “diablo” (diabolós), en lenguaje griego: el que lo confunde todo, el que engaña.  Y creo que el diablo hace un trabajo casi perfecto hoy en día, tan sutil como para lograr reducir o confundir lo que se llama vida espiritual con unas técnicas o unos métodos para relajarse y sentirse bien. 

Tan confundidor es el diablo que logra hacer que se confunda el poder de la gracia de Jesucristo con el resultado de una práctica humana para tener “mejor calidad de vida”. 

Tan confundidor es el diablo que logra confundir la vida mística con la mentalización o la visualización de “cosas buenas” que vas a atraer con la mente si las piensas bastante y “con todas tus fuerzas”. 

Tan confundidor es el diablo que nos hace pasar por vida eterna lo que no es más que un extraño éter o gas soporífero. 

Y en medio de la confusión que logra imponer el diablo (satanás, lucifer, demonio, serpiente antigua), siempre queda borrada del mapa la Cruz de Jesucristo, siempre.  Pues la Cruz de Jesucristo, el Crucifijo, es el antídoto contra todas las jugadas maliciosas de quien es mentiroso por naturaleza.  Allí donde se pretende instaurar una vida espiritual sin referencia a la Cruz de Jesucristo, ahí no hay verdad, ni libertad, ni perdón de los pecados, ni hay salvación: no hay gracia ni conversión. 

Quien cree en magnetismos, vibraciones, auras y energías no entiende, de hecho, al Crucificado, ni entiende la Redención de Jesucristo.  Quien está pegado a creencias tan excéntricas no ha entendido la espiritualidad que se deriva de la Cruz de Jesucristo: Obediencia, humildad, pobreza, pureza, generosidad, sacrificio, abnegación, mortificación, perdón, servicio, desinterés personal, etc.

Y claro, resulta mucho más cómodo creer en energías, en vibraciones y magnetismos porque nada de eso compromete, nada de eso obliga a nada, nada de ello nos pide sacrificio de nada.  Es una solapada religión y espiritualidad del sentimiento, de la “percepción”, es la “intuición” elevada a categoría de divinidad.  Adoración de uno mismo: idiotez, idolatría, soberbia camuflada.

Los fenómenos y juegos mentales no dan salvación.  “Atraer energías” jamás te dará vida eterna, jamás te dará salvación.  La conversión de la propia vida siempre será necesaria para quien afirma creer en Jesucristo.  No se trata sólo de atraer “fuerzas positivas”, se trata de identificarse con Jesucristo, vivir su propia vida, seguir sus inspiraciones, sus mandamientos, su ley: Obedecerle. 

El creer que “todo está en la mente” es caer en el juego, en la trampa de la serpiente antigua, del diablo, y cortarse la posibilidad de contacto con la gracia redentora de Jesucristo.

Como cristianos creemos firmemente en el absoluto de Jesucristo, creemos firmemente en que cada palabra suya es un absoluto, que cada voluntad suya es absoluta, que cada ejemplo, que cada consejo suyo, que cada actitud suya es ley para nosotros, es absoluta.

Convertirse será siempre mucho más comprometedor que hacer ejercicios para “crecer en la conciencia cósmica”.  Convertirse será abrir el corazón para suplicar y recibir la gracia de Jesucristo, será un cotidiano identificarse con Jesucristo gracias a Su Poder, confiados en Su Palabra, comprometidos en corresponder con empeño personal diario. 

Y también es verdad que siempre es tentadora una “espiritualidad” o una “religión” que a nada de ello te obliga, que no te pide ninguna renuncia, que no te pide ningún sacrificio.  Esas espiritualidades y “religiones” no son de Dios, aún cuando momentáneamente nos hagan “sentir bien” y “relajados”.

Es una trampa diabólica el creer que lo máximo en la vida es “sentirse bien”.  Así se acaba pensando también que “la vida es ahora”, que no hay más vida que ésta. 

La Cruz de Jesucristo no se nos ha dado para sólo sentirnos bien.  Jesucristo nos quiere dar vida eterna, santidad total, felicidad sin límites.  Y eso es infinitamente más que sólo sentirse bien.  Y la salvación que nos trae Jesucristo es una gracia que se consigue a caro precio. Y “caro precio” significa adhesión total, obediencia en la fe, renuncia y abnegación, sacrificio de lo más querido o asumir lo más difícil por amor a Él, ofrenda constante de lo que toca nuestra carne.  Esa es la espiritualidad que se deriva de la Cruz de Jesucristo. Ese es el camino de la salvación.

No.  Jesucristo no fue un vendedor de juegos mentales, ni el Evangelio es sólo un librito para alcanzar relajación, ni los cristianos somos personas drogadas o encerradas en un soporífero mundo de energías y atracciones.  La fe cristiana es muy distinta a esta maraña de creencias que no tienen bases serias.

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