jueves, 18 de agosto de 2011

Cuando se tiene una ilusión en el alma

I
¿A qué te suena la palabra ilusión? ¿Qué te sugiere? Es verdad, muchas veces se la emplea para decir que algo es irreal, que es una cosa vana, que no es verdadera. Pero yo prefiero usarla para aludir al sentido, al brillo, al ideal, al noble sueño del alma. Desde luego que no se trata de un sueño “físico” (el sueño nocturno o el que engendra una clase que llamamos “aburrida”) ni tampoco de una ensoñación (el pensar cosas fantásticas, inalcanzables y adormecedoras de la realidad).
Y pienso también que la vida vale la pena vivirse. Y creo –estoy convencido- que la vida es más plena y bella cuando se lleva una ilusión en el corazón. Claro, también se puede vivir de modo periférico, superficial, al estilo pasota (al nivel de las meras apariencias, sin hondura de alma, con puras diversiones superficiales, fijándose sólo en complacer el cuerpo y los sentidos, las vanidades, las modas, etc.). Mucha gente prefiere ese estilo de vida. Es fácil, no implica mayor esfuerzo sino tan sólo dejarse llevar por lo que pide el cuerpo, el instinto, la comodidad y el momento. Y se pretende haber alcanzado la felicidad. Y muy pronto se llegan a usar máscaras o adormecedores para tapar o disimular los fracasos del alma o la soledad y la tristeza que muerde en el interior y que no deja vivir en paz.
Cuando yo hablo de tener una ilusión en el corazón estoy aludiendo a vivir con hondura espiritual y humana. Porque la existencia se hace más digna y bella cuando se elige vivir a fondo, hasta el alma. Y el alma está hecha para llenarse. Quien no llena el alma muy pronto descubrirá el vacío, el sinsentido, la desesperación, la angustia, el hastío, el aburrimiento, el tedio, el cansancio que no se supera. Vivir a fondo es apostarlo todo por la empresa de llenar el alma con lo que realmente vale.
Hemos sido creados por Dios para amar. Esa es nuestra fundamental vocación en esta vida. Quien no ama, quien no aprende a amar (por que es necesario aprender a amar de verdad) se mutila el alma, se niega la propia felicidad. En nuestra adolescencia y juventud se juega nuestra capacidad de amar para toda la vida. En esos años aflora en nosotros ese deseo de tener una ilusión en el alma. Se manifiesta en esa tensión que se da en nuestro organismo, en nuestra fantasía, esa espera expectante de algo que le dé un sentido a nuestra vida, que nos haga felices, que nos dé una alegría infinita. Cuando finalmente se nos descubre una ilusión en el alma entonces nuestros días cambian de color.
Nuestro corazón, nuestra alma, se llena sólo con un amor personal, con el conocimiento de una persona. Dios lo sabe perfectamente, él lo ha diseñado así. Y Dios está dispuesto a llenar cualquier corazón que se abre sinceramente a su amor, a su gracia. Y siendo él Padre Bueno, nos ha enviado a Su Hijo, Jesucristo, para llenar plenamente nuestras almas y para darle una ilusión fuerte y verdadera a nuestras vidas.

II
Yo conocí a Jesucristo cuando tenía 16 años de edad. No es que antes no hubiera sido cristiano ni católico. Fui bautizado a los seis meses de edad. Estudié casi todos mis estudios en un colegio católico, dirigido por religiosos, pero –salvo el día de mi Primera comunión- no había tenido un contacto personal y profundo con la persona de Jesús. Durante unos seis años perdí el contacto con Jesús. Mejor que decir que yo lo encontré debo decir que Él me encontró al final de mi secundaria.
Desde ese entonces he experimentado al vivo lo que significa tener en la vida una ilusión para caminar. Y no es que el camino sea fácil o cómodo, es que cuando se tiene una ilusión en el alma se camina mejor y se pierde menos tiempo en cosas sin importancia, también se sufre pero el dolor es mitigado por la certeza de saberse mirado y acompañado.
Jesús me salió al paso. Yo no había planeado encontrarme con Él. A mis dieciséis años experimenté fuertemente su presencia, su amor, su plenitud en mi interior. Allí mis ilusiones dormidas se despertaron y esa especie de nostalgia de infinito se vio colmada y a la vez amplificada. Me lo presentaron como se presenta a un amigo de toda la vida, como cuando se presenta a la familia un amigo del corazón. Yo nunca me creí un santo –tampoco ahora- y por ello me sentí confundido ante la cercanía del mismo Señor. Recuerdo muy bien una exclamación que me salió de dentro: «Si Jesús es así, ¿por qué no me lo presentaron antes? ¿Por qué no me hablaron de Él?» Lo vi con los ojos del alma y como siempre he sido un poco impulsivo y vehemente –felizmente hasta ahora soy así- me dije a mí mismo: «Este es al que yo estaba buscando, a Él le seguiré» Y así, con el alma traspasada me puse a caminar, a soñar, a correr. Me dijeron ya al inicio: “Cuidado, no corras, te puedes caer” Nunca quise entender aquella advertencia y –aunque a veces tuvieron razón- sigo corriendo auque a veces vaya un poco rengueando y cojeando.
Desde que Jesús se metió en mi vida –sin previo permiso- me ha iluminado el alma y ha hecho más razonable mi vida. Su paso y su entrada a mis días me han dejado una nostalgia tremenda que no cura y una alegría que yo mismo no sé explicar ni es mérito personal ni conquista ascética tan sólo.
Pienso, estoy seguro, de que la fe es un enamoramiento divino, una pasión por Jesucristo. Testimonio que la vida vale la pena ser vivida si se lleva una ilusión en el alma. Testimonio también que Jesucristo, su amor, su alegría, su amistad, pueden llenar de profunda ilusión cualquier corazón, cualquier vida.
Si no hubiera en nuestras vidas un encuentro con el Hijo de Dios en verdad la fe no pasaría de ser una piadosa costumbre. Y la vida también se puede vivir por costumbres que se cumplen cada día. Pero yo prefiero vivirla como una aventura constante, sabiendo que hay Alguien allá arriba que le da calor a mi alma, color al cuadro de mis días y melodía a mi canción muda.

2 comentarios:

HNA. LISSETH dijo...

TOTALMENTE DE ACUERDO, PADRE ISRAEL, NO QUIERO NI QUITARLE, NI AGRAGARLE PALABRA ALGUNA, SINO DECIRLE QUE ESTOY TOTALMENTE DE ACUERDO CON SUS PALABRAS.
ÉL SE HACE NUESTRA ILUSIÓN, PORQUE RECONOCEMOS QUE ES ÉL QUIÉN SALIÓ A NUESTRO ENCUENTRO.

Anónimo dijo...

El reto de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Jesucristo es el de conservar y acrecentar esa ilusión por Jesucristo en la vida cotidiana. Cierto es que hay también religiosos y sacerdotes que ya no tienen esa ilusión y prefieren vivir "haciendo su trabajo", pero el brillo de la ilusión y del corazón enamorado de Él es algo muy distinto, es lo realmente evangelizador.
Bendiciones para tí, Hna. Lisseth.
Shalom!