domingo, 1 de junio de 2008

¡Este es un asalto! (parte 1)

Era una mañana que, según había previsto, iría a ser sin mayores capítulos. Al salir del despacho parroquial pasé por delante del templo, que lo dejamos abierto gran parte del día para que los que quieran puedan entrar y visitar al Señor. Decidí entrar y orar en silencio por un tiempo. Llevaba ya unos minutos en silencio con el templo vacío, pasando un buen momento con el Amigo cuando sucedió lo inesperado.

Oí unos gritos y ruido de los que entraban corriendo al templo. Me sobresalté.
Voltée a mirar y me encontré con una sorpresa que jamás imaginé de ese modo.
Agradezco a Dios el que desde hace algún tiempo me ha venido preparando de distintos modos a pasar mejor y asimilar mejor estas experiencias, creo que en ese sentido he crecido más.

Se vinieron contra mí.
Casi me caigo. Me agarraron todos a la vez: en cuestión de segundos yo estaba detenido y cautivo. Gritaban y, definitivamente, yo no tenía el control ni mayor chance para defenderme. Eran varios y sólo me quedaba aguantar y no perder la calma... imposible defenderme.
Uno entró corriendo hacia el altar. Yo pensé: ¡Dios, el lugar más sagrado! Otro fue a la sede y se sentó muy campante, otro tomó el confesionario por asalto, se sentó y comenzó a gritar, mientras que en el presbiterio uno más tocaba a rebato la campanilla y otro con el armonium comenzaba a tocar alguna cosa en tanto que yo estaba sujeto por dos que se habían colgado de mí.
Eran los pequeños alumnos del 1er grado de primaria de nuestro colegio parroquial....

Yo siempre he sido un señor que tiene sus esquemas bien perfectos y cuadraditos y gracias a Dios, como les decía antes, él ya me había estado preparando para dejar mis esquemas en el bolsillo. Mientras veía a estos asaltantes primero con algo de terror y luego con sentimiento de resignación -tenían seis años de edad cada uno- tomar la Iglesia y comenzar una extraña liturgia de gritos, risas, corridas y demás cosas parecidas, cuando supe que me iba ser imposible controlarlos a todos, me senté y medio resignado y cómplice me quedé viéndolos. Me imaginaba nuestras solemnes ceremonias realizadas por ellos con sus caras de juego interminable. Imaginaba toda la Iglesia llena de pequeños de seis años cada quien trepado en un altar abrazado a algún santo o corriendo sin parar por los pasillos sin esa gente que les dice: "Sssshhhhhhhh, silencio, es la casa de Dios".

Gracias a Dios mismo, no había ningún otro grande en ese momento, sólo estaban mis asaltantes y yo. Porque ya me imagino si hubiera estado uno sólo nomás, la que se hubiera armado.... Trataba de imaginarme también a Pedro, el apóstol, espantando a los pequeños y al Señor Jesús haciendo un alto a Pedro y guiñando el ojo a los pequeños para que se acerquen nomás y le ensucien con confianza el manto y la túnica.

Yo no sé si al final habré orado, pero esos pequeños, de los cuales es el reino de los cielos, me hicieron pensar largo rato sobre la sencillez y la candidez de alma. Porque de observarlos -y sufrirlos, se me vinieron abajo muchas de mis complicaciones de "grande".

Felizmente, luego de un tiempo de "hermoso desorden y bullicio" pudieron hacerme caso y abandonar el sagrado recinto no sin antes agradecer a Dios con una sencilla oración (Y yo también agradecí a Dios porque no se metieron con ninguno de los floreros...)

Pequeños asaltantes de esa mañana sin capítulos, Dios les guarde siempre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me impresiona la manera como escribe, en definitiva, pienso que es porque está atento a Dios, sabe verlo en cada cosa que sucede a su alrdedor. Le felicito por estos artículos que llenan el alma y nos ayudan a comprender a Dios metido en nuestros quehaceres cotidianos.

Anónimo dijo...

Padre:
Al empezar a leer su artículo me asusté mucho en la certeza de que había sido Ud. y el Templo, víctimas de perversos ladrones, blasfemos y sacrílegos que están dejando vacíos los altares. Afortunadamente, no fue así.Dios le cuide a Ud. mucho y le siga bendiciendo con tanta paciencia.