miércoles, 15 de agosto de 2007

Uno que intercede por los demás

El informe había llegado hacía unos días. El Jefe estaba, más que molesto, preocupado. Ya había leído todo el legajo y finalmente hoy había decidido proceder. Estaba todo muy claro: esas dos ciudades eran de lo peor, sus habitantes habían hecho todo lo posible por colmar su paciencia y los vicios que en ellas imperaban le habían provocado fuertemente, era como si le escupiesen a la cara constantemente. Era evidente, a esa gente no le interesaba vivir decentemente: no sólo eran pecadores, eran provocadores y desafiantes en sus pecados, tantas veces habían escupido al cielo y se reían pensando que Él no haría nada finalmente, porque "es buenito".
En los pasillos del palacio el aire estaba tenso, todos sabían del drama de esas ciudades. Sabían los que allí trabajaban que El Jefe era bueno pero ya esto era demasiado; nadie se atrevía a decir nada más sobre el asunto. Por su parte, El Jefe era la bondad misma y por eso estaba preocupado, porque esas ciudades se habían buscado su ruina con un empeño sorprendente.
De pronto entró en las instalaciones del alto mando ese amigo del jefe, todos lo saludaron cortezmente, algún funcionario trato de decirle algo del problema y él lo cortó diciendo que sabía del asunto y que quería conversar de ello con El Jefe. Apenas lo vio, El Jefe se alegró, como que necesitaba ver a un amigo, siempre es bueno ver a un amigo en momentos difíciles.
Luego del apretón de manos y de algunas palabras, El Jefe comunicó a su amigo lo que pensaba: «La acusación contra esas ciudades es muy seria y grave, voy a... destruirlas». Abraham contuvo un poco la respiración, sabía lo que eso costaba al corazón del Jefe, él no se alegraba de la muerte del pecador pero lo habían provocado ya demasiado. Pensaba rápidamente si algo se podía hacer todavía, era experto en ver el lado positivo de las cosas, siempre lograba ver algo bueno en las personas y en cada cosa, por eso se llevaba bien con El Jefe, porque éste había hecho todas las cosas muy buenas. Pero, claro, últimamente un tufillo extraño y horrible lo estaba invadiendo todo, ¿cómo era posible ser tan desalmados, tan descarados?
Y recordaba que varias veces había estado por esa ciudad de paso y... ¡claro! ¡lo tenía! Y carraspeó y dijo:
- Disculpe, mi Señor, pero... yo conozco una comunidad de gente muy buena que vive en esas ciudades, son buenos en verdad, son justos. ¿Te atreverás a castigar y eliminar a esos 50 justos junto con los demás pecadores? Lejos de tí hacer eso, no puedes hacer que corran la misma suerte los justos con los pecadores...
Abraham dijo esto por la gran confianza que tenía en El Jefe y sabía que él le escucharía. El Jefe lo miró y comprendió que su amigo tenía razón y que si él decía que había un grupo de justos entonces no era propio eliminar la ciudad toda con ellos y entonces en razón de esos justos perdonaría las ciudades.
- No, en razón de esos 50 justos no eliminaré la ciudad.
Abraham respiró aliviado por todos esos amigos que tenía. pero luego de unos segundos pensó: Aunque viéndolo bien, creo que no son 50, porque está ese señor que no es tan bueno que digamos, ese que habla mal de los demás, luego está esa señora que odia a muerte a la otra señora que antes fue su amiga, claro, ah, y están esos dos muchachos que no van bien, yo les he hablado pero no se convencen...
Y llegó a la conclusión de que no eran 50 sino más bien 40. Se frotó la cara y dijo al Jefe:
- No se enoje mi Señor, pero ¿y qué tal si son sólo 40? ¿Vas a destruir esas ciudades sin importarte que hay en ellas cuarenta justos?\
- Por esos 40 justos no las destruiré, tenlo por cierto.
Abraham siempre miraba el lado positivo de todo, sin embargo le invadía un tremendo sentido de realismo y se dio cuenta de que habían más del lado de los falsos, de los que tenían el corazón doble y sacó la cuenta y dijo:
- Ya sé que soy un poco atrevido, pero, mi Señor, ¿y si son treinta los justos de sas ciudades? ¿Los vas a eliminar junto con los pecadores?
- En razón de esos treinta no destruiré las ciudades, no te preocupes.
Ahora Abraham estaba muy preocupado, él no perdía la confianza en la gente jamás, pero conmo que estaba en un acceso de realismo muy descarnado y enjugando un sudor repentino revisó su lista y vio que en verdad había más gente con doblez, que había gente que jugaba casi siempre a dos amos, que algunos tenían fachado buena pero nada más y sacó la cuenta: veinte, sí, son veinte y se atrevió:
- Disculpe, mi Señor, pero... yo conozco una comunidad de gente muy buena que vive en esas ciudades, son buenos en verdad, son justos. ¿Te atreverás a castigar y eliminar a esos 50 justos junto con los demás pecadores? Lejos de tí hacer eso, no puedes hacer que corran la misma suerte los justos con los pecadores...
Abraham dijo esto por la gran confianza que tenía en El Jefe y sabía que él le escucharía. El Jefe lo miró y comprendió que su amigo tenía razón y que si él decía que había un grupo de justos entonces no era propio eliminar la ciudad toda con ellos y entonces en razón de esos justos perdonaría las ciudades.
- No, en razón de esos 50 justos no eliminaré la ciudad.
Abraham respiró aliviado por todos esos amigos que tenía. pero luego de unos segundos pensó: Aunque viéndolo bien, creo que no son 50, porque está ese señor que no es tan bueno que digamos, ese que habla mal de los demás, luego está esa señora que odia a muerte a la otra señora que antes fue su amiga, claro, ah, y están esos dos muchachos que no van bien, yo les he hablado pero no se convencen...Y llegó a la conclusión de que no eran 50 sino más bien 40. Se frotó la cara y dijo al Jefe:
- No se enoje mi Señor, pero ¿y qué tal si son sólo 40? ¿Vas a destruir esas ciudades sin importarte que hay en ellas cuarenta justos?
- Por esos 40 justos no las destruiré, tenlo por cierto.
Abraham siempre miraba el lado positivo de todo, sin embargo le invadía un tremendo sentido de realismo y se dio cuenta de que habían más del lado de los falsos, de los que tenían el corazón doble y sacó la cuenta y dijo:
- Ya sé que soy un poco atrevido, pero, mi Señor, ¿y si son treinta los justos de sas ciudades? ¿Los vas a eliminar junto con los pecadores?
- En razón de esos treinta no destruiré las ciudades, no te preocupes.
Ahora Abraham estaba muy preocupado, él no perdía la confianza en la gente jamás, pero conmo que estaba en un acceso de realismo muy descarnado y enjugando un sudor repentino revisó su lista y vio que en verdad había más gente con doblez, que había gente que jugaba casi siempre a dos amos, que algunos tenían fachado buena pero nada más y sacó la cuenta: veinte, sí, son veinte y se atrevió:
- Mi Señor, últimamente voy mal en matemáticas, tú sabes, creo que es la edad, sucede que son un poquito menos... ehhh ¿qué pasa si son veinte nomás? ¿Los vas a eliminar junto con los pecadores?
- Abraham, eres un pillo, pero no te preocupes, por esos veinte justos no destruiré las ciudades.
Pero el asunto no terminaba allí, Abraham sufría, ¿qué le pasaba ese día? ¿dónde estaba su optimismo? ¿no que sabía ver el lado bueno de las cosas y de las personas? El Jefe lo contemplaba sufriendo y estaba dispuesto a concederle lo que pidiese, no quería verle así, El Jefe ya se había olvidado de su propia preocupación.
Fue entonces que el mismo Jefe le dijo:
-¿Pasa algo, Abraham?
-Sí, Señor, disculpa que sea tan pesado, pero es que...
- Son diez, ¿verdad?
- Sí, son diez.
- Ok, buena gente, las ciudades se salvarán por esos diez, ¿correcto?
Y Abraham sintió como el alma le volvía al cuerpo, él amaba a su gente y, lo mismo que El Jefe, no quería la muerte del pecador sino que se convierta y viva.

(Pregunta final: ¿Cuántos justos existirán en nuestras ciudades? ¿Habrá alguien que interceda por los que provocan a Dios? ¿Existirán diez justos por lo menos para salvar la situación? ¿No importa un asunto tan trascendente? Ustedes tienen la palabra.)

Hasta la próxima.

2 comentarios:

consuelo.consuelo dijo...

Creo que Dios, cuando contempla ahora este mundo, ve multitudes de "justos", que estan haciendo de pararrayos...
¿Es un visión demasiado opimista la mía...?
Nosotros no podemos contar los miles y miles de almas consagradas a Dios, de una u otra manera...no podemos valorar el sufrimiento de tantos que lo tienen todo ofrecido .... de tantas oraciones que se elevan constantemente pidiendo por los pecadores, por la paz...
Yo creo que hay mas de un Abraham

Anónimo dijo...

Gracias, Consuelo. Me parece muy atinado tu comentario, tienes razón, nosotros no podríamos calcular cuantos Abraham hay entre nosotros, sin embargo los que no lo somos, deberíamos pensar en ser de los justos que hacen posible la salvación de los demás. Hasta pronto.