Hace algunos
años me sucedió algo muy curioso. De tanto
caminar y servir a Dios en diversas cosas, entre minucias y cosas más “vistosas”,
de pronto me sentí algo cansado y zas, se encendió una neurona dormida en mi
sistema y me permitió darme cuenta, ¡oh sorpresa!, de que ya tenía más cuarenta
años de vida. ¿Mi primera sensación?
Sorpresa. ¿Mi segunda sensación?
Incredulidad. ¿Mi primer pensamiento?
¡Qué rápido se pasa la vida! Y es que,
cada uno interprételo como quiera, me siento como un adolescente metido en una
carrocería más vieja, como de cuarenta y seis años. Y es verdad, lo acepto y doy gracias también:
han pasado treinta años redondos desde que, a mis dieciséis, me encontré con
Jesucristo.
No lo
he sentido. Para nada. A veces me parece muy poco lo que he podido
hacer por amor a Él. Nunca me aburrió
Jesucristo. He aprendido a encontrar en
Él y con Él mi diversión. Me ha llenado
el corazón. Su amistad nunca me ha
fallado. Su Gracia hizo que vivir en
castidad, pobreza y obediencia no sólo no me resulten cargas o pesos, sino la
consecuencia lógica de querer contribuir con mi “granito de arena” en la
redención del mundo. Él siempre ha sido
fiel.
Y se me
han ido como agua entre los dedos estos treinta años de camino desde aquel
retiro en “Cruz Blanca”. No he logrado
construir palacios ni pienso dejar “obras” que acaso me inmortalicen. He contribuido un poquito a forjar algunos
corazones y eso me alegra. El recuerdo
del Evangelio en el que Jesús nos invita a obrar en lo escondido para recibir
sólo del Padre del Cielo la recompensa, ha estado constantemente en mi alma.
Y me parece
que hubiera sido ayer cuando entré a esa humilde capilla en medio de la noche
y, sin saber hacia quién me dirigía exactamente, elevé mi vela y sentí de
pronto un ramalazo de paz, de plenitud, de alegría, de sentido, de Verdad. Desde esa noche quedé trastornado. Y la alegría se hizo de casa. Todo dio un vuelco en mi interior. Y ese vuelco se me hizo convicción. Y nació así lo de “vivir al revés”. Y ahora comprendo al pequeño Juan bautista
cuando dio esa voltereta en el vientre de Isabel al percibir cerca de él la
Presencia del Verbo hecho carne.
Unos dijeron
que era algo así como una sugestión psicológica, pero creo que nadie puede
vivir sugestionado treinta años de su vida.
Otros vaticinaron que esa “fiebre religiosa” no duraría más de unos
meses. Algunos -muy comprensivos-
dijeron que era “una etapa” que luego se supera porque uno tiene que ser
realista y que “de eso no se puede vivir”.
Años más adelante también hubo alguien que me recomendó un buen psiquiatra. Y, aclaro que por otras razones –ojo-, visité
a un psiquiatra muy prestigioso y el doctor terminó riéndose de mis bromas y
mostrándome toda su consideración y respeto por lo que estaba llevando adelante
desde hacía algún tiempo.
Y es
que aquella noche entre el 7 y 8 de noviembre de 1987 “Alguien” se me acercó y
me miró con cariño. Las palabras siempre
traicionan una experiencia sobrenatural.
Pero puedo decir que aquel “Alguien” hizo brotar la luz en mis
oscuridades e hizo que de mi frío interior brotase un fuego que, aun a pesar de
las contrariedades y de las cruces, no sólo no se ha apagado sino que permanece
fuego joven, liberador y sanador.
Yo no
me lo busqué. A mí prácticamente el
Señor me acorraló. Creo que no había
otra forma para que yo reaccionase y le aceptase. Y hoy yo agradezco a Dios misericordioso que
quiso fijarse en mí. No tengo méritos ni
glorias personales. Me alegro sólo de
haber sido objeto de un amor que humanamente hablando puede que no tenga
explicación. Pero es un amor que yo
acepto cada día y que quisiera nunca perder.
Sí. Jesucristo es lo mejor que me
ha pasado en la vida.
Me gusta
Jesucristo. Me gusta su Evangelio. No le tengo miedo sino sólo a quedarme sin
Él. La muerte, el dolor, el sufrimiento,
la adversidad, la soledad, el fracaso humano, la incomprensión que he podido
pasar y que pudieran venir luego, todo ello lo considero como condecoraciones
que, en la Gloria, se convertirán en alegría infinita y paz. Estoy contento y siento que tengo mucho por hacer,
orar y ofrecer. Con Jesucristo me siento
realizado como persona. Me siento libre
y sé que esa libertad no me la podrá quitar nadie.
Hoy
agradezco al Señor por estos treinta años de camino. Dentro de ellos están mis 23 años en vida
religiosa, mis diecinueve como sacerdote y mis cuatro como monje.
Les
suplico, amigos, la gracia de su oración por mí: para que pueda ser fiel a La
Verdad y al Fuego de Dios que Él quiso regalarme para el bien de muchos.
Alabado
sea Jesucristo.
2 comentarios:
Querido Padre Israel, desde el fondo de mi corazón GRACIAS por su vida dedicada al servicio de Dios y de su prójimo. GRACIAS porque su testimonio me ha dado razones para seguir creyendo. GRACIAS porque Medjugorje cambió mi vida y ahora en Tierra Santa, me faltó esa espiritualidad que Ud. nos ayuda a alimentar. No sabe cómo lo extrañé...tendría mucho que decir y seguirle agradeciendo, porque Ud. es para mí un regalo de Dios. Bendiciones Padre.
Padre Israel no se imagina lo que significó para mi participar de este último retiro, le agradezco infinitamente por darle el SI a nuestro SEÑOR DIOS PADRE y poder disfrutar de sus enseñanzas. Que DIOS bendiga su labor.
Publicar un comentario