martes, 7 de noviembre de 2017

Como si hubiera sido ayer

Hace algunos años me sucedió algo muy curioso.  De tanto caminar y servir a Dios en diversas cosas, entre minucias y cosas más “vistosas”, de pronto me sentí algo cansado y zas, se encendió una neurona dormida en mi sistema y me permitió darme cuenta, ¡oh sorpresa!, de que ya tenía más cuarenta años de vida. ¿Mi primera sensación?  Sorpresa.  ¿Mi segunda sensación? Incredulidad.  ¿Mi primer pensamiento? ¡Qué rápido se pasa la vida!  Y es que, cada uno interprételo como quiera, me siento como un adolescente metido en una carrocería más vieja, como de cuarenta y seis años.  Y es verdad, lo acepto y doy gracias también: han pasado treinta años redondos desde que, a mis dieciséis, me encontré con Jesucristo.

No lo he sentido.  Para nada.  A veces me parece muy poco lo que he podido hacer por amor a Él.  Nunca me aburrió Jesucristo.  He aprendido a encontrar en Él y con Él mi diversión.  Me ha llenado el corazón.  Su amistad nunca me ha fallado.  Su Gracia hizo que vivir en castidad, pobreza y obediencia no sólo no me resulten cargas o pesos, sino la consecuencia lógica de querer contribuir con mi “granito de arena” en la redención del mundo.  Él siempre ha sido fiel. 

Y se me han ido como agua entre los dedos estos treinta años de camino desde aquel retiro en “Cruz Blanca”.  No he logrado construir palacios ni pienso dejar “obras” que acaso me inmortalicen.  He contribuido un poquito a forjar algunos corazones y eso me alegra.  El recuerdo del Evangelio en el que Jesús nos invita a obrar en lo escondido para recibir sólo del Padre del Cielo la recompensa, ha estado constantemente en mi alma. 

Y me parece que hubiera sido ayer cuando entré a esa humilde capilla en medio de la noche y, sin saber hacia quién me dirigía exactamente, elevé mi vela y sentí de pronto un ramalazo de paz, de plenitud, de alegría, de sentido, de Verdad.  Desde esa noche quedé trastornado.  Y la alegría se hizo de casa.  Todo dio un vuelco en mi interior.  Y ese vuelco se me hizo convicción.  Y nació así lo de “vivir al revés”.  Y ahora comprendo al pequeño Juan bautista cuando dio esa voltereta en el vientre de Isabel al percibir cerca de él la Presencia del Verbo hecho carne.  

Unos dijeron que era algo así como una sugestión psicológica, pero creo que nadie puede vivir sugestionado treinta años de su vida.  Otros vaticinaron que esa “fiebre religiosa” no duraría más de unos meses.  Algunos -muy comprensivos- dijeron que era “una etapa” que luego se supera porque uno tiene que ser realista y que “de eso no se puede vivir”.  Años más adelante también hubo alguien que me recomendó un buen psiquiatra.  Y, aclaro que por otras razones –ojo-, visité a un psiquiatra muy prestigioso y el doctor terminó riéndose de mis bromas y mostrándome toda su consideración y respeto por lo que estaba llevando adelante desde hacía algún tiempo.

Y es que aquella noche entre el 7 y 8 de noviembre de 1987 “Alguien” se me acercó y me miró con cariño.  Las palabras siempre traicionan una experiencia sobrenatural.  Pero puedo decir que aquel “Alguien” hizo brotar la luz en mis oscuridades e hizo que de mi frío interior brotase un fuego que, aun a pesar de las contrariedades y de las cruces, no sólo no se ha apagado sino que permanece fuego joven, liberador y sanador.

Yo no me lo busqué.  A mí prácticamente el Señor me acorraló.  Creo que no había otra forma para que yo reaccionase y le aceptase.  Y hoy yo agradezco a Dios misericordioso que quiso fijarse en mí.  No tengo méritos ni glorias personales.  Me alegro sólo de haber sido objeto de un amor que humanamente hablando puede que no tenga explicación.  Pero es un amor que yo acepto cada día y que quisiera nunca perder.  Sí.  Jesucristo es lo mejor que me ha pasado en la vida.   

Me gusta Jesucristo.  Me gusta su Evangelio.  No le tengo miedo sino sólo a quedarme sin Él.  La muerte, el dolor, el sufrimiento, la adversidad, la soledad, el fracaso humano, la incomprensión que he podido pasar y que pudieran venir luego, todo ello lo considero como condecoraciones que, en la Gloria, se convertirán en alegría infinita y paz.  Estoy contento y siento que tengo mucho por hacer, orar y ofrecer.  Con Jesucristo me siento realizado como persona.  Me siento libre y sé que esa libertad no me la podrá quitar nadie. 

Hoy agradezco al Señor por estos treinta años de camino.  Dentro de ellos están mis 23 años en vida religiosa, mis diecinueve como sacerdote y mis cuatro como monje. 

Les suplico, amigos, la gracia de su oración por mí: para que pueda ser fiel a La Verdad y al Fuego de Dios que Él quiso regalarme para el bien de muchos.


Alabado sea Jesucristo.

2 comentarios:

Nancy Sandoval dijo...

Querido Padre Israel, desde el fondo de mi corazón GRACIAS por su vida dedicada al servicio de Dios y de su prójimo. GRACIAS porque su testimonio me ha dado razones para seguir creyendo. GRACIAS porque Medjugorje cambió mi vida y ahora en Tierra Santa, me faltó esa espiritualidad que Ud. nos ayuda a alimentar. No sabe cómo lo extrañé...tendría mucho que decir y seguirle agradeciendo, porque Ud. es para mí un regalo de Dios. Bendiciones Padre.

Unknown dijo...

Padre Israel no se imagina lo que significó para mi participar de este último retiro, le agradezco infinitamente por darle el SI a nuestro SEÑOR DIOS PADRE y poder disfrutar de sus enseñanzas. Que DIOS bendiga su labor.