miércoles, 19 de febrero de 2014

Cuando la "fe" no da para mucho



Son muchas las veces que he citado la historia de mi encuentro con Jesucristo cuando tenía yo 16 años.  Es parte de mi memoria personal de todo lo que El Señor ha hecho en mi vida.  Si en este momento, veintiséis años después, sigo creyendo, sigo siendo religioso y sacerdote, sigo teniendo la terca ilusión de servirle y encontrarle, de verle y descubrir sus nuevos caminos, si me mantengo en la brecha tratando de tener el mismo corazón adolescente y fogoneado por Él, si sigo así es pura gracia, es un regalo que Él me ha concedido y se lo agradezco siempre.

Conocí a Jesucristo y me dejé seducir por Él.  Me resultó lógico siempre decirle que SI.  Me acostumbré a decir le SI a todo lo que iba pidiendo.  No siempre fue muy fácil.  Muchas veces me pidió el sacrificio de lo más querido y seguramente en el futuro también me pedirá cosas así.  Y sé que le diré que SI.  Aunque a veces me cueste.  Nunca pude irme a dormir sabiendo que había dejado pendiente un SI para darle al Señor.  Muchas veces fui terco, a veces me porté como un necio, muchas veces no entendía algunas cosas, pero al final siempre le dije SI.  No quise pensar mucho en mis fuerzas porque en verdad son muy pocas. Decidí no pensar en si yo podía esto o aquello que Él me pedía, resolví decirle siempre SI. Y siempre Él hizo su obra en mí.  Siempre sacó de eso poquito que le di cosas grandes.  El primer impresionado siempre fui yo.  He sido testigo de tantos milagros silenciosos, de tantas gracias concedidas, de tantas proezas que Él obró en mí y por medio de mi pobre humanidad.  Nunca me he detenido a pensar en “el futuro” porque sé que eso no me corresponde y además no me serviría de nada.  No soy ni astrólogo, ni pitonizo, ni escritor de horóscopos.  En verdad eso no me interesa en lo más mínimo.

Y sin embargo no deja de impresionarme cuando voy conociendo varias historias truncadas de la gracia de Dios.  Digo “truncadas” porque las personas en cuestión llegan a cortar su seguimiento, su discipulado de Jesucristo porque en un cierto punto le dicen NO a Jesús.  Y al ver estos casos casi siempre me quedo perplejo.  Bueno, es verdad que cada uno con su conciencia, pero yo en lugar de estas personas no dormiría tranquilo si esta noche me voy a dormir con un NO a Jesús en mi corazón.  Él me tiene bien agarrado.  Yo sé que uno es libre y que Dios no obliga a nadie a decirle SI.  Eso lo sé.  

Tantas veces algunas personas me han preguntado si cometen un pecado cuando le dicen NO a Jesús que les llama, por ejemplo, a una vocación consagrada.  Pues miren: esa es una pregunta necia.  Es una pregunta absurda.   No hay ni siquiera que preguntar algo así.  No se trata de si es o no un pecado. Se trata de ser generosos con Dios, se trata de tener a Jesucristo como el sentido, el Rey de nuestra vida.  Quien se plantea esa pregunta es que realmente no le tiene a Jesús como Rey y Señor, tiene seguramente otros intereses, otros reyes, otros amores.  Es una fe que no da para más.  No da para mucho más que para una oración muy de vez en cuando: una fe de cumplimiento (cumplo y miento).

Me impresionan esas historias de amor truncado a Jesucristo.  Y pienso que hoy más que nunca en este mundo tan loco y vacío, Jesucristo está esperando muchos SI de varias personas.  Y yo rezo y pido cada día para que aquellos a quienes hoy el Señor se les acerque a pedirle algo le puedan decir con toda el alma: SI.  Porque también hay muchos creyentes que siempre se mantienen a medias: a media vida espiritual, a media oración, a media eucaristía, a media confesión, a media pertenencia a La Iglesia, a media generosidad con Él, a media renuncia al mundo, a medias con el demonio, etc.  Rezo para que hayan más corazones totales para con Dios, a quienes no les resulte exagerado ningún SI a Jesús.

Porque también es fácil tener una cierta participación en algún grupo de fe pero con un compromiso tamizado, medido, “part time”, "hasta cuando puedo".  Y luego soy bien cristiano, católico, carismático, alabador y cantador de alabanzas, dirigente, líder, caudillo, jefe de pandilla pastoral… cuando estoy en el ambiente de fe, en la parroquia, en el evento de evangelización, en mi salón de reuniones.  Pero cuando estoy en mis afanes del mundo: mi trabajo cotidiano, mis clases, mi casa, mi grupo de amigos del barrio, mi familia, mis diversiones, mi vida “privada”, mis amores, mis afectos… allí las cosas las manejo de otro modo, hay otras normas, hay otros principios (ajenos al Evangelio).  Corazones que dicen ser de Cristo pero que están agrietados, partidos, con sus cañerías y alcantarillas por lo bajo.

Indudablemente, si una persona no ha tenido un encuentro personal, auténtico, verdadero con Jesucristo no podrá entender lo que significa darlo todo, dar la vida, dar hasta que duela.  Allí, cuando hay una donaión total, cuando no se ha puesto límites a Dios, allí sí la alabanza es buena, es verdadera (de otro modo, por ejemplo, mis “aleluya” son bien mentirosos y mis “alabaré” son una huachafería descomunal).  La verdadera alabanza brota de un corazón que lo ha dado todo y que no pone límites en la ofrenda a Dios.

Una fe que “no da para mucho” en realidad no es una fe verdadera.  Una fe digna de ese nombre siempre va hasta el final, siempre lo da todo, siempre es total.  Con Dios no existen las entregas a medias, o estás o no estás.
 
Y, como dice Jesús en el Evangelio: “Y cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuanta entrega, cuanto amor hay en sus palabras Padre, no es que me asombre porque muchas veces lo he escuchado y siempre hay una enseñanza, pero aún así esta lectura me conmueve, gracias a Dios por darnos personas como usted;
necesitamos muchos Pastores Santos para que nos guien. Ruego a nuestro Padre Amado, tener la dicha de sentir ese amor incondicional y entrega total.