Hace algunos días ha caído en mis
manos un tremendo e impresionante libro del Papa Benedicto XVI, se titula:
“Orar” y es una magnífica recopilación de muchos de sus escritos en donde se
nota claramente su pensamiento, luminoso de principio a fin. En la primera parte del libro me he
encontrado con varias frases y pensamientos felices y acertados. Dice por ejemplo: “La renuncia a la verdad y
la huida hacia la conformidad de grupo no son un camino para la paz. Este género de comunidad está construido
sobre arena”. Esta sentencia me han provocado escribir ahora.
Creo que nadie duda que vivimos en un
tiempo en que la paz es cada vez más rara.
No hace falta que en cada país se desate una guerra o se encienda un
enfrentamiento armado. Nuestras mismas calles, nuestras plazas, nuestras casas,
nuestros modos de comunicación no tienen paz, no conocen la paz, no respiran
paz, no la producen, no saben de ella. Para quien vive en
una gran ciudad ya se le ha hecho cotidiano ver, por ejemplo, paredes y muros pintarrajeados,
cosas que violentan, muestras evidentes de falta de paz. Los
modos de hablar en las conversaciones coloquiales, las palabras ofensivas como lenguaje común y la
burla como estilo de comunicación en las redes sociales, nos indican que no
sabemos lo que es la paz.
Y todo esto, ¿de dónde viene? ¿Por qué no conocemos la paz si es algo de lo
que cada día hablamos? Benedicto XVI nos
da una clave muy cierta y luminosa: Hemos renunciado a La Verdad. No nos interesa La Verdad, nos perece algo
teórico, propio quizá de algún filósofo perdido en el tiempo, una clase de
lenguaje desusado y poco práctico.
Y es
así. Hoy no nos interesa la referencia a
La Verdad, porque nos manejamos cotidianamente por las opiniones mayoritarias, por las ópticas
personales, por las preferencias, por las “tendencias”, por los “índices”, por las
estadísticas, por las líneas de pensamiento, a lo sumo. En la práctica no nos interesa saber que hay Una Verdad -así, con mayúsculas- que puede y debe regir nuestra vida, nuestros actos y que obliga a
ciertas opciones y elecciones.
Preferimos manejarnos por cosas “más” prácticas: Lo que ahora me
conviene, lo que me da más gusto o placer, lo que me da sensaciones fuertes, lo que
me emociona más, no importa si algunos dicen que es malo. Siendo así las cosas,
no tenemos -como sociedad- un horizonte seguro ni firme, no hay una base segura e inmutable
sobre la que podamos movernos y vivir.
Por ello todo cambia, y vertiginosamente.
Las opiniones son cambiadizas, variables, también fácilmente manipuladas o teledirigidas. Por eso al final ya nos parece lógico y normal que “nada es para siempre”.
Es pues el nuestro el tiempo del
relativismo. A todo nivel. En todas las áreas de la vida. Es la excusa, el argumento ideal, para no pronunciar
las duras palabras: Compromiso, Absoluto, Para siempre.
Y claro, buscando en qué o en dónde
anclar la vida y en qué basar las opciones y elecciones de cada día, nos
encontramos con una salida aparentemente inteligente, en realidad cómoda: La
conformidad con el grupo, el consenso del grupo (cualquier tipo de grupo humano
al que queramos pertenecer). Es la
ley. Y esa es la única “verdad”
aceptable. Pienso tal y como el grupo me lo dicta. Vivo tal y como el grupo me lo indica. Consultaré todo al grupo, será mi nuevo gurú.
¿Qué nos queda? Conformar la vida a lo que el grupo directa o
indirectamente nos diga, a lo que el grupo indique como acertado, a lo que el
grupo diga que es necesario. Conformar
mis gustos y estilos de vida a lo que el grupo mande. De ahí se derivan expresiones como esta:
“Todo el mundo hace así”, “Ya nadie piensa así”, “Ahora las cosas son así”,
“Todo ha cambiado, eso era en otros tiempos” y otras parecidas.
Y es así que, como sociedad, hemos
renunciado a pensar y creer en La Verdad (La Verdad tiene un Nombre propio y es
una Persona: Jesucristo, Dios y Hombre verdadero). Y en nuestro
afán de ser “libres” hemos caído en las garras de una solapada y misteriosa
dictadura: La opinión del grupo (dictadura del relativismo). Difícil
entonces ir a contracorriente, teóricas y metafóricas entonces las palabras de
Jesucristo: “Yo soy el Camino, La Verdad
y La Vida” (Jn 14,6).
Los que nos sabemos cristianos,
discípulos de Jesucristo y miembros de Su Iglesia -que subsiste en La Iglesia
Católica- sabemos también que lo que diga, mande o piense un grupo (el que
sea), no necesariamente es la Voluntad de Dios, no es La Verdad.
Si el grupo, la masa, la mayoría, la
opinión común, fuera la que comunicara la verdad de las cosas, entonces
habríamos de concluir que el Viernes Santo fue muy justo dar muerte a
Jesucristo por blasfemo, así lo dijo la mayoría, así lo dijo el grupo. Y todos sabemos
que no es así, que si la mayoría -el grupo- gritó: “Crucifícale,
crucifícale” no era esa la Verdad.
Ese día se demostró que la Verdad muchas veces es minoría y que casi nunca gana en
la discusión, ni en el proceso –en ningún proceso-, ni en el debate –en ningún
debate-. La enseñanza de aquel Viernes
Santo es que la voz de Dios es una voz muy tenue y que sólo es oída por quienes
no vociferan, por quienes no presionan, por quienes han renunciado a imponerse,
por quienes no quieren pisar a los demás, por quienes han renunciado a hacer
“movidas” –lobbys- por lo bajo.
La
Verdad se deja oír por quienes tienen no sólo la valentía de negarse a sí
mismos sino también la firmeza de vencer su propia pereza existencial para
buscar algo mejor, algo más alto que sus propios intereses. La Verdad se deja oír por quienes saben ser
diferentes en un mundo homogenizado –"globalizado", dicen-. La Verdad se deja oír y se da a conocer por
quienes deciden ser coherentes aun siendo parte de una risible minoría sin voz
ni voto, sin fama ni numerosos seguidores.
La conformidad con el grupo no trae la
paz. Porque la paz va de la mano con La
Verdad. Si como sociedad hemos
renunciado a La Verdad, hemos entonces también renunciado a la paz. Cualquier grupo que no esté anclado en La
Verdad y que huye de ella va hacia el sinsentido, hacia la amargura, hacia la
violencia.
¡Cuánta fortaleza se necesita para
vivir y caminar en clave cristiana y católica!
¡Cuánta valentía necesitamos para –llegado el caso- saber “desentonar”
elegantemente para ser coherentes con La Verdad que nos ha salido al encuentro
y que no deja de llamarnos.
Necesitamos vencer al mundo, a este
solapado totalitario mundo que no acepta a quienes tienen el discurso diferente
(el de La Verdad). Necesitamos recordar
una vez más las palabras del Maestro y Señor, Jesucristo: “¡Ánimo! No tengan miedo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Vencer al mundo es posible si sabemos
–con la gracia de Dios- ser disconformes, insatisfechos, críticos con el mundo
que nos rodea, con la sociedad consumista y superficial que nos mete por las
narices un sinnúmero de cosas que no valen nada y que trata de alimentarnos, a lo más, con
algodón de azúcar. Debemos aprender a
ser muy críticos con el ritmo, la música y el baile que este mundo nos ha impuesto para
escuchar y bailar. ¡Tantos grupos y de
variadas maneras presionan cada día sobre nuestra fe, tantos visibles e
invisibles “bloques de presión” que arrinconan o pretenden arrinconar nuestra
adhesión a Jesucristo y a La Iglesia!
Señor
Jesús, haznos libres y disconformes con cualquier grupo u “opinión común” que
nos mueva a arrinconarte en el desván.
Señor, haznos sagaces y valientes para vivir y caminar a
contracorriente, para Tu Gloria y por Tu Amor. Amén.
3 comentarios:
wuuauu que fuerte y claro me quede sin palabras , buenísimo su comentario ,me preguntaba esto hoy, estoy caminando en el camino correcto? que difícil resulta cuando deseas salir de un pasado equivocado y no sabes que hacer para poder poner orden en tantas equivocaciones malas decisiones, consejos herrados cuantas metidas de pata para arreglar esto tendría que volver a nacer no quiero seguir caminando contra la corriente que me lleve a la luz de la verdad ,por favor que me aconseja?
Muchas gracias Padre, gran articulo. Gloria a Dios!
Shalom!!!
Gracias Liz por tus palabras, Dios te bendiga.
Y respondo también a "Anónimo" que me pide algun consejo a raíz de éste artículo. Me dices que has cometido muchos errores y que son tantos que ya casi piensas que sólo te queda volver a nacer. En parte creo que tienes razón... Es decir, debes volver a una nueva vida, es más: tienes esa oportunidad de nacer de nuevo, todo está en que te metas con más profundidad y seriedad en oración, acércate al Sagrario y busca a Jesús. Ahora bien, todo va de menos a más, poco a poco con la ayuda de la gracia y meditanto cada día el Evangelio de la liturgia diaria, estoy seguro que el Señor te dará una buena mano y podrás renacer.
Ánimo. Yo rezaré por tí, para que el fuego del amor de Jesús te impulse a tomar la primera decisión.
Muchas bendiciones para ti.
P. Israel.
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