miércoles, 27 de marzo de 2013

En Jueves Santo

Ha llegado Jueves Santo.  Y otra vez, como escribiría Martín Descalzo, nos enfrentamos al comienzo del vértigo ante la hondura y anchura del Corazón de Dios.  Como sacerdote y religioso llevo ya varios Jueves Santos celebrados y, gracias al cielo, cada Jueves Santo siempre me resulta distinto e impresionante.

A veces, de tanto tratar con las "cosas sagradas" uno -sacerdote- como que se va "vacunando" de la emoción que significa tener a Dios mismo en las manos.  Creo que a veces es una buena defensa ante la cercanía del mismo Dios.  Nos defendemos porque sospechamos puede hacer que muramos de la pura emoción y, además, tenemos un temor reverencial muy fuerte: nos dan inmensas ganas de decir como Pedro "Apártate de mí, que soy un pecador". 

Yo le agradezco a Jesús que aún me conserve la emoción de estar cerca de Él cuando le celebro.  Si.  Y también le agradezco de corazón el hecho de que todavía pueda ofrecerle mis lágrimas cuando me emociono estándole muy cerca.  Gracias a Dios que todavía no me he vacunado ni quiero que eso me suceda.  Llevo casi quince años de ministerio y diecinueve de vida consagrada y sin embargo apun no me acostumbro a ser Su ministro, su consagrado.  Y eso me gusta mucho.  Creo que casi siempre me siento nuevo en el asunto, como que siempre estoy en las introducciones al misterio, en el prefacio de la obra, en el capítulo primero, en la antesala de algo definitivamente más grande y hermoso.  Sí.  Prefiero ser un eterno novicio, un eterno recién profeso, un eterno novel sacerdote, uno que o quiere convertirse en "gran señor", eso sería como adoptar una actitud mundana ejerciendo un ministerio sagrado.

Aún así, no pocas veces me sorprendo -paradoja- muy frío con Jesucristo.  Y eso no me gusta.  Alguna vez incluso he pensado que podría ser un regalo de Jesús el no permitirme que me emocione tanto con su cercanía y de ese modo me estuviera previniendo de muchos y sucesivos infartos.  Y es que, si lo pensamos de verdad, considerar que Dios mismo (Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero....) es el que está presente en la Santa Eucaristía es una verdad suficiente para hacer que uno caiga muerto de emoción-alegría-santo temor-respeto...  Pero claro, Él tiene paciencia, una infinita paciencia ante nuestras frialdades y distracciones.

Hoy es el día del Sacerdocio ministerial, el día de los sacerdotes (Obispos, presbíteros y diáconos).  Y es el día del regalo más grande que pudo habernos dejado Jesucristo: La Santa Eucaristía.  Sacerdocio y Eucaristía están muy ligados.  Sin el ministerio de los sacerdotes no habría Eucaristía. Y es la Eucaristía la que da sentido y finalidad al sacerdocio ministerial.

No vivimos tiempos buenos para la fe católica, para la fe en Jesucristo.  Tal y como lo fustigara clara y brillantemente S.S. Benedicto XVI, vivimos actualmente una dictadura del relativismo.  Y claro, en medio de un ambiente así hablar de Presencia de Dios en la Eucaristía, hablar del sacerdocio como portador de esa presencia en el mundo, todo ello suena a lenguaje desfazado, hasta podrían decir que somos intolerantes quienes creemos en la Eucaristía y en el Sacerdocio.  Sin embargo esa es la Fe de la Iglesia, es la misma Fe del Evangelio y de las primeras comunidades cristianas en los primeros siglos de nuestra era cristiana.

Y pienso en todos aquellos que están siendo llamados a vivir de modo particular en torno a la Eucaristía: tantos religiosos y religiosas cuya vocación es adorar a Jesucristo en la Eucaristía, tantos laicos o seglares que pasan buenos ratos en adoración del Santo Sacramento.  Todos ellos y ellas son una fuerza muy grande en La Iglesia y quizá los que sostienen la bondad que hay en el mundo, canales de gracia y santidad para sus hermanos.

Hoy es el día del gran atrevimiento de Dios: El día de la Eucaristía.  Volvamos a Él.  Católico sin Eucaristía es tan falso como -para decirlo en peruano-, tan falso como "moneda de tres soles" (falso desde donde lo mires).

Y eso es lo más bello del Jueves Santo, que comenzamos en la celebración y acción de gracias por el sacerdocio y acabamos de rodillas ante la Santísima Presencia de Jesucristo en La Eucaristía.  Él es el fundamento de nuestra fe, de él depende todo, a Ël se dirige todo nuestro esfuerzo, de Él viene la fuerza y la fecundidad de cualquier acción evangelizadora, de Él viene toda bondad, todo mérito, todo lo que es bueno, laudable y noble.

En fin, no me explico mi propia vida sin Jesucristo, sin su Divina Presencia en la Eucaristía.  Y vivir y celebrar este misterio es lo más hermoso del Jueves Santo.

Gloria a Ti, Señor Jesús.

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