lunes, 20 de octubre de 2008

Ángeles de Dios

Me considero una persona afortunada. Y no es que la fortuna la tenga en mí mismo sino en todas aquellas personas que he podido conocer y que más que haberles ayudado desde mi condición sacerdotal, se han convertido para mí en "aliados" por decirlo de algún modo. Ellos son mi fortuna.
Los primeros que me vienen a la mente son esos "paraísos andantes", los niños pequeños con quienes, ¡gracias a Dios!, he podido entablar una gran amistad. Están los "Sin dientes adelante" que cuando me ven simplemente corren para saludarme aunque luego me quede con el traje manchado (eso poco importa en verdad, diría que son gloriosas manchas). Están las "Pilluelas" que convierten mis brazos en columpios y que no saben que me es muy difícil resistir 80 kilos con un sólo brazo. Están esos "Cara de yo no fui" que luego de una indicación de su profesor vienen a mí y me sueltan a bocajarro: "Te quiero mucho"... poco entienden de por qué me quedo bloqueado luego de sus cariñosos asaltos... los que atesoro como gloriosos "Óscar".
Están esos chicos y chicas a los que muchas veces he estado a punto de preguntarles: "¿De qué planeta vienen?" ¿Por qué? Porque los veo tan íntegros y honrados con Dios y con los demás que me hacen dudar de si son de nuestra raza o son ángeles en jeans y zapatillas.
Está "Sor Dulce" que está muy segura de que yo le ayudo mucho con mi ministerio pero que no se da cuenta -felizmente- de que al sólo escucharle me siento evangelizado y atraído a regiones superiores del Espíritu. Está "Sor Claridad" ante quien a veces debo aguantar alguna lagrimilla de emoción por captar tanto amor a Dios y tanta fidelidad. Está "Sor Alegría" ante quien a veces me siento un tanto "envidioso" -se me perdone la palabra- al verla tan llena de esa alegría que no tiene razones humanas sino divinas. En fín, están "Sor Paz", "Sor Pureza", que me evangelizan sin darse cuenta.
Y también están aquellas "Almas gemelas" que viven en santo matrimonio y que me hacen pensar en cómo habrá sido la Sagrada Familia de Nazaret. Veo sus alegrías, sus dolores, sus preocupaciones, también sus defectos pero por sobre todo, esa bondad de corazón que nada ni nadie, ni siquiera la pobreza, han podido arrebatarles.
Y están también esos colegas, aquel "Padre Radical" al que he podido conocer muy de cerca, que lleva en sí un corazón de una sola pieza para Dios y que, en medio de sus modos singulares de ser, tiene un alma muy clara para con Jesucristo. Y está el "Padre Oráculo" a quien cada vez que veo experimento una fuerte descarga de Dios y que en medio de sus chistes y ocurrencias va regalando palabras de Dios, mensajes que vienen de lo alto.
Y está "Doña Corazón grande" que en medio de su humanidad golpeada por la enfermedad se hace servidora de muchos y mantiene una fe y una fortaleza que ya la quisieran tener muchos soldados.
Y están muchos más que me evangelizan silenciosamente con su nobleza de alma, con su franqueza y pureza integérrima, tantos que podrían hacer este artículo demasiado largo para ser parte de un modesto blog.
Yo no pretendo canonizar a nadie, quizá sirva de poco a estas alturas. Yo sólo digo que la gente buena existe y que si hay gente muy mala que a algunos les hace desear morir, también hay gente buena que me hace decir y con convicción: "¡Qué linda es la vida!"
Son ángeles sin alas, serafines con rostro descubierto, arcángeles de aspecto amable, querubines que cantan una canción del alma, gente que da a nuestra alma un nuevo oxígeno, unas tremendas ganas de luchar, de superarse. Son ángeles que nos dan aliento, nos infunden esperanza. Son aquellos y aquellas que hacen parir el corazón y se hacen padres y madres en un sentido más pleno, más total, más amplio, nos dan vida, nos alegran, nos purifican, nos re-crean.
Yo creo que están por todas partes, quizá medio escondidos a veces, sólo hace falta que abramos bien los ojos para verlos o que purifiquemos un poquito el corazón para detectarlos a tiempo, para disfrutar de su presencia.
Sí. Los ángeles existen, los que no vemos y los que vemos entre nosotros, están allí, con el traje humilde, con el uniforme, con el hábito sencillo, con los jeans, con el polito del Pato Donald, con el chupetín en la boca, en fin, con ganas de contagiar un poco de bondad a pesar de que la vida pueda ser dura también. Ángeles que nos recuerdan que a pesar de todo se puede sonreír, esperar, amar, confiar, luchar. Ángeles que muchas veces olvidando que tienen las alas heridas no dejan agitar sus alas y de transmitir luz y paz.
Sí, yo he visto ángeles de Dios... soy un hombre afortunado.
Gracias Señor por esos angelotes.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que fortuna! Oremos porque todos podamos ver cuan bella es la vida con tantos ángeles que nos rodean, que están tan cerca nuestro.

P. Israel Martínez. dijo...

Creo que con algo de observación y un poco de paciencia podemos ver a todos esos angelotes. No se trata de buscar personas que no tengan defectos, se trata de valorar lo bueno que poseen y verlos con carño y visión de fe. Es un reto constante, ¿no es así?

DANIEL ARMAS dijo...

Escuché alguna vez que este mundo no esta mal por la maldad de los malos sino por la apatía de los buenos y creo que es cierto. Como bien dice usted existe mucha gente valiosa alrededor de nuestra vida, cual ángeles que nos enseñan y nos protegen. Talvez los malos parezcan muchos porque suelen hacer mas bulto y mayor escándalo. Ciertamente el día en que los buenos se junten la maldad será menos. Saludos
Daniel

Fr. Israel del Niño Jesús, RPS dijo...

Muchas veces esos ángeles necesitan alguien que les dé fortaleza, que les anime a luchar, también a denunciar, que les ayude a ser fuertes, que no sólo sean mansos y sencillos como palomas sino también astutos como serpientes. Quizá los que somos menos ángeles les podemos ayudar a que sean un poquito como las serpientes, astutos ante las asechanzas del enemigo pero también valientes y osados para defender los intereses de Jesús, la gloria de Dios.
Gracias Daniel.