domingo, 13 de enero de 2008

El Dios que nos emociona

Hoy voy a compartir con ustedes, amigos, alguna cosa quizá "detallosa" pero que podría servirles para calentar el corazón y ponerlo en la temperatura de Jesucristo.
Les cuento:
Cada quince días voy a celebrar la Eucaristía con un grupito muy nutrido de niños y adolescentes que viven en un hogar-refugio y que son cuidados por una comunidad de voluntarios extranjeros, todos ellos aún jóvenes y comprometidos con la fe. Se trata de una casa de niños y adolescentes que provienen de hogares destrozados, otros llegan de la calle, otros son enviados allí por el poder judicial ante problemas de sus padres, otros fueron abandonados desde muy niños y los voluntarios los recogieron. Son niños y adolescentes muy sufridos y ya bien golpeados por la vida, algunos han quedado con serios traumas, otros tienen actitudes de desadaptación, algunos tartamudean y otros parecen muy felices pero seguramente, a sus pocos años, llevan su calvario en el corazón. En medio de todo, puedo ver esperanza, la esperanza que muestran los voluntarios en medio de tantas dificultades.
Pues bien, hacía varias semanas que había dejado de ver a un pequeñín de unos 5 o 6 años, un vivaracho como él sólo, era el que más alto cantaba el "Gloria". Las hermanas que cuidan a los más pequeños se lo habían llevado a otra casa especial y yo no sabía. Pero resulta que el domingo pasado él estaba de regreso y todo el mundo lo notó: había un bultito pequeño que corría por los jardines y por el patio, un chichón de suelo que no pasaba desapercibido: gritaba y jugaba.
Ni qué decirles que cantó con todas sus fuerzas el "Gloria" en la misa dominical y luego se acercó en la comunión pero no para comulgar sino para recibir la bendición con las manos cruzadas sobre el pecho. Y todavía se acercó dos veces, parece que no estaba muy seguro de haber recibido ya la bendición. Uno de los voluntarios lo tuvo que sacar de la fila cuando iba por la tercera bendición...
Pero la cosa no quedó ahí. Cuando terminó la misa, salí yo de la capilla y apenas me deshice de (casi digo, "de los aparejos"), mejor, de los ornamentos litúrgicos, sentí que algo jalaba insistentemente uno de mis pantalones. Yo, algo sorprendido, voltée a mirar y ví muy cerca del suelo aquél bultito peludo que mostrándome los dientes me decía: «Oye, amárrame las zapatillas» (Debo explicar que en aquella capilla todos los que entran tienen que descalzarse y al salir recobran sus zapatos o zapatillas y se los abrochan o amarran). Entonces: aquel pequeñín me insistía a que yo le amarrase las graciosas zapatillas rojas que llevaba (parecían dos llaveritos, de esos que algunos orgullosos padres o abuelos ponen en el retrovisor del automovil). No me lo pensé dos veces: me arrodillé frente a él y le até los pasadores... Bueno, tuve un poco de problemas. Es que sucede que hace muuuucho tiempo que yo no ato ningún pasador porque los zapatos que suelo usar no los llevan... pero bueno, recordé mis tiempos de colegial y lo hice: dos graciosos nudos estilo orejas de conejo, primero la izquierda y luego la derecha y zas, ya estaban. Terminada la operación el pequeñín se esfumó a correr. Unos de los voluntarios miró la escena y pensaba que para mí eso había representado un mal momento. Le dije con gestos que no, que fue un privilegio el que Dios me concedía. Imagínense: Jesús dijo que quien no acepta el Reino de Dios como un niño y que quien no acoje a un niño pequeño no entra en el Reino y no le recibe a él mismo. Dios me puso el Reino allí en bandeja a mis pies y yo sólo me tenía que arrodillar y actuar....
Recordé casi de inmediato aquellas palabras de Juan el Bautista (humilde como él sólo): Viene otro detrás de mí y yo no merezco desatarle la correa de sus sandalias... Y allí estaba yo atándole las zapatillas a un pequeño...
Dios nos hace merecedores de su gracia por Su Hijo, Jesucristo.
Dios hace y puede hacer cada día maravillas por nosotros si se lo dejamos, si nos atrevemos a ponernos de rodillas para obedecer su voluntad y luego Dios mismo nos bendice con su Paz.
Debo decir que aquella noche dormí un poco más contento por ese detalle tan propio del Dios verdadero, del Dios que emociona el corazón.
Dios habla por los niños y por los que son como ellos.
Hagámonos niños.
Un abrazo, hasta pronto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dios tiene muchos detalles para con nosotros, nos habla mediante personas que conocemos o encontramos, o con situaciones sencillas de nuestra vida diaria, detalles que nos sorprenden y que algunas veces se dan cuando más necesitamos una palabra suya, un gesto de amor o cuando dudamos de nuestra fe. Sentimos que Él nos dice: estoy contigo, a tu lado.

P. Israel Martínez. dijo...

Es verdad, Dios siempre está hablándonos en medio de los detalles de cada día, tenemos que hacer un pequeño esfuerzo por estar atentos a sus "signos" que son bellos y elocuentes. Gracias por tus palabras, que Jesús te dé su paz y su alegría.