miércoles, 22 de mayo de 2013

El valor de la "inutilidad"

Hace buen tiempo que vengo recordando a una buena y santa monjita, Sor Catita.  En su monasterio la llamaban así, con ese sobrenombre cariñoso, se llamaba en realidad Catalina.  La conocí casi por casualidad.  Un buen amigo me llevó a visitarle y de paso a que le pidiese que rece por mí, que estaba comenzando mi formación en vida religiosa (¡Aquellos tiempos...!).  Era la primera vez que conocía en persona a una monja de clausura.  Y me quedé gratamente impresionado.  Era una monjita de -yo diría- unos 85 años.  Pero qué luz irradiaba de toda su persona.  Una monjita linda.  Conversamos un poco, nos invitó un poco de "café monacal" y luego nos despedimos.  Nunca más nos volvimos a ver.  Calculo yo que para este momento ya debe haber subido a Dios, ya debe estar con Él en el cielo, gozando del Amado, Jesucristo.

¿Y por qué la recuerdo?  Creo que es porque en estos últimos tiempos un tema de constante meditación para mí es el de la vida de tantos y tantos religiosos y religiosas que viven toda su vida en la clausura monástica.  Años y años pasados cumpliendo oficios humildes y sencillos, muchas veces en silencio, en medio de una donación total a Dios y sin mayor reconocimiento.  Tanta gente que jamás conoceremos en la tierra y que día a día da su vida a Dios sirviéndole en cosas que a los ojos del mundo no dejan de ser "inútiles", "poco eficaces".  Tantas Catitas habrá en La Iglesia y en el mundo... Y también tantos Catitos, monjes de clausura, que dedican su vida entera a orar, cantar las alabanzas a Dios, trabajar con sus manos y forjar fraternidad y todo ello para sostener este mundo terco y orgulloso, que se resiste a adherirse a Jesucristo.

¿Y acaso no tiene valor alguno el servir al Señor en medio de una vida sencilla sin más pretensión que la de agradar a Dios en todo y a cada momento?  Sí.  La vida de los religiosos de vida monástica tiene un valor inmenso a los ojos del mismo Dios.  Y hoy más que nunca es una necesidad no sólo para la Iglesia sino también para el mundo.  Un monasterio de monjes o de monjas, o mixto, es un pulmón desde donde se purifica y se oxigena La Iglesia y el mundo.  Porque al mundo no lo salvan los que más gritan ni los que dicen hacer "muchas cosas" sino los que viven en silencio y sencillez su configuración con Jesucristo.  Al mundo lo salvan los que en silencio cargan su cruz cada día y viven el misterio de Jesucristo en su pasión, muerte y resurrección.  Los que más colaboran en la redención de este mundo son los que unen su vida a Jesucristo de tal modo que sus sufrimientos son los de Jesucristo, sus alegrías son las de Jesucristo, sus triunfos son de Jesucristo, sus heridas son las de Jesucristo, sus fracasos son los de Jesucristo, sus cruces son las de Jesucristo, sus esperanzas son las de Jesucristo, sus noches y sus días son las noches y días de Jesucristo.  Y esos hombres y mujeres son los monjes y monjas, que quizá nunca conocerá el mundo, ni saldrán el la TV, ni serán famosos, ni aparecerán sus nombres en placas recordatorias ni en placas de inauguración de tal o cual obra.

Sí.  Los monjes y monjas -religiosos de vida monástica- son no sólo útiles sino necesarios.  Qué bien lo comprendió el Beato Papa Juan Pablo II, que quiso inaugurar un monasterio de monjas en pleno Vaticano.  Él sabía que necesitaba la fuerza de oración de un puñado de monjas contemplativas. Y qué bien y con qué sabiduría el Papa emérito Benedicto XVI eligió vivir en ese mismo monasterio los últimos días de su vida orando y sufriendo por La Iglesia.

Muchas veces creemos que somos "más útiles" cuando hacemos muchas cosas -cosas notorias-.  Y hasta los niños creen que valen más cuando traen notas mejores que las de sus compañeros.  Y tantos humanos empeñan largos años de sus vidas para hacer cosas que "dejen el recuerdo" de ellos mismos.  Y tantos papás y mamás se empeñan en que sus hijos sean "útiles a la sociedad" -como también tantos universitarios y perseguidores de títulos y post grados-.  Y todos queremos "ser útiles"  Pero qué pocos logran entender el valor de la "inutilidad", es decir: el valor de aquietarse, el valor de detenerse, el valor del silencio, el valor del recogimiento interior, el valor de la oración simple y sencilla, el valor de quedarse a solas con Dios para escucharle.  ¡Qué pocas Marías existen en relación con tantas Martas que corren inquietas de aquí para allá!

Sí.  Yo creo que hoy tanto como ayer es necesario el testimonio de "la inutilidad".  Una vida dedicada a Dios en exclusiva es una vida necesaria.  Y quien entiende aquello ha entendido lo mejor y lo más valioso de toda la vida.  Gracias a todas las que como Sor Catita dan su vida en sencillez cada día.  Y gracias también a todos los Fray Catito, monjes de claustro, que han elegido ser signos de la majestad y del absoluto de Dios.  Gracias por vivir el valor de la "inutilidad".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias Padrecito :D