jueves, 30 de septiembre de 2010

"Los chinos"

Desde hacía varios años yo observaba muy a distancia esos ómnibus que dan el título a este artículo. Me refiero a esos vehículos largos y pintados de celeste y blanco que pasan raudos –y más que raudos- por ciertas zonas de la gran Lima (Perú). Alguien los bautizó así porque en cierto momento de la historia de esa empresa de transportes los vehículos venían todos de China, pero en verdad aquellos duraron bien poco y ahora “Los chinos” son vehículos generalmente de fabricación brasilera... y con choferes bien peruanos.
Sea lo que fuere, “Los chinos” se han ganado fama de que “no perdonan a nadie”, es decir, que siempre van rápido y más que rápido y la gente que –por necesidad o por puro deporte aventura- se sube a uno de esos ómnibus debe estar muy bien preparada física, emocional y psicológicamente para una gran travesía, aunque fuera sólo por unos minutos.
Una cosa que he notado en los choferes de “Los chinos” es que todos van con cara de tensión y stress o quizá scuattro o scincco… Todos tienen un gesto de “Yo no conozco a nadie”, “No tengo tiempo que perder” y son capaces de hacer cuatro cambios de velocidad en menos de cuarenta metros de avance: ¡Fantástico!
¿Una breve crónica de un viaje mañanero? Aquí va:
Me subo a las 8:25 am, gracias a Dios he pisado bien al subir, le temo tanto a este momento…
8:26 am, acaba de frenar y felizmente me he cogido bien del pasamano y del asiento que tengo delante de mí. Pero una señora no ha tenido tanta suerte como yo, acaba de pisarme el pie, me ha pedido disculpas, le he sonreído lo más amablemente que he podido. ¡Ayy mi pie!
8.29 am, agarra Aguirre: ¡Qué tal huecazo en la pista! El chofer ha frenado, pero igual yo he saltado, la señora me mira ahora sonriente, esto se pone bueno. 8.31 am, el chino ha pasado una luz roja del semáforo con las justas, el chofer ni siquiera ha pestañado, sigue enfundado en su stress. Veo que tanto el chofer como el cobrador permanecen imperturbables ante la sarta de gritos, invectivas, anatemas, saludos a la familia y cosas parecidas que reciben por hacer maniobras más que temerarias (Esos tipos están curados, pienso). 8.35 am, sube una familia entera. Miro al papá con una niña pequeña en brazos y me da miedo de que se vaya al suelo con su nena, pero no, el señor de turno tiene experiencia en estos vaivenes de la vida, está bien firme; la que ha volado con otro pequeñín hasta el fondo es su esposa, pero bueno, felizmente no se cayó, sólo fue un resbalón, nadie sonríe, todos saben que es parte del viaje. 8.38 am, “Me cierras, te cierro” Ese es el lema tácito entre choferes de servicio público de Lima. El chino acaba de cerrar a otro bus y se han salvado de chocar por sólo unos dos o tres centímetros de distancia. Igual, chofer y cobrador imperturbables. El que ha sido cerrado también está imperturbable, acaso esperando la oportunidad de devolverle la maniobra. 8.49 am, llego a mi destino, donde debo tomar otro transporte. Bajo con cuidado, felizmente esta vez sí ha parado del todo. Toco tierra firme y casi beso el suelo de la emoción que le da a uno el estar vivo. Agradezco tanto a Dios el don de la vida. Aunque mi cabeza tardará todavía unos minutos en volver a su lugar propio. ¡Gracias a todos los santos del cielo! ¡Gracias amigos! ¡Ahora sé lo que es manejar bien un vehículo! Juro que no volveré a conducir así, lo juro (Bueno, si vuelvo a tener algún vehículo que conducir…)
Y ahí están esos chinos: no conocen baches, rompemuelles, huecos en la pista, nada…
Si uno por necesidad se sube a esos vehículos sabe que debe agarrarse muy bien de los pasamanos y que debe antes haber entrenado un poco en el ejercicio de mantener el equilibrio ante cualquier circunstancia. Varias veces me he puesto a observar disimuladamente a la gente que sube: nadie protesta, todos están dispuestos a “divertirse un poco”, nadie se queja si pasamos saltando algún bache –y hay tantos en nuestras pistas limeñas-, algunos suben sonrientes, como quien por fin se subió a la montaña rusa tan esperada, otros suben con cara de resignación y muy serios, dispuestos a sacudones y a repentinos frenazos con el pie.
Dicen los viandantes que a los chinos les controlan el tiempo y por eso siempre van así. Yo no lo sé, sólo sé que van bien apurados y parece que no quieren perder un minuto. En todo caso, se han vuelto parte del drama de vivir de muchos habitantes de Lima, como un reto más que deben afrontar miles de personas que quieren salir airosas en el número de equilibrismo que les toca presentar en esta vida, que es a la vez dura y hermosa.

2 comentarios:

Mamá Búho dijo...

Esta historia es muy familiar. La ha contado con gracia, lo admito. Sin embargo es una situación latente que puede ser diferente si los usuarios somos conscientes de que el cambio está en nuestras manos. Y espero que seamos los cristianos los primeros en demostrar que es así.

Anónimo dijo...

Padre, gracias a Usted tengo noticias de estos "chinos" pues no los conocía, pero desde que leí este artículo he procurado que me los presenten, creo que me va ha ser muy difícil subirme a uno; ciertamente una travesía que ha podido ser por demás molesta, usted lo ha sabido tomar"deportivamente".Por eso me gusta leer sus artículos.
Cada vez que pueda ver uno de estos carros le recordaré, será motivo para pedirle a Dios por Usted y los Suyos